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miércoles, enero 06, 2010
Miguel Hernández, cronista bélico
En una carta al canónigo Luis Armarcha, Miguel Hernández le expresa su deseo de ser periodista. No es extraño pues fue la prensa quien se hizo eco de sus primeros poemas y otros escritos. La actividad periodística se mantendría esporádicamente una vez establecido en Madrid, abordando por ejemplo la crítica literaria. Pero es la guerra quien paradójicamente le proporciona la posibilidad de cumplir en parte esa vocación.
El poeta participa en la guerra desde un primer momento, al principio como un miliciano más y luego ejerciendo diversas funciones, en particular la de Comisario de Cultura del Batallón “El Campesino”. Participa así en primera línea de los aspectos humanos, de los conflictos sociales y políticos que conllevan una guerra. Esto unido a un claro compromiso ideológico en defensa de la República. Unas vivencias personales que inciden en una conocida producción poética, pero también inspiran unos menos conocidos artículos periodísticos.
Estas colaboraciones se publican en órganos de prensa, la mayoría creados con motivo del conflicto bélico: “Al ataque”, “Acero”, “Ayuda”, “Frente Sur”, “Avanzadilla”, “Nuestra Bandera”, entre otros. La prosa periodística de Miguel Hernández es épica y pasional, habla decididamente a favor de ganar la guerra, ensalza las victorias republicanas, trata de dar ánimo a los combatientes, sin olvidarse de la tragedia humana que suponen la violencia y la muerte. Pero una de las cuestiones más interesantes es la visión crítica que Miguel Hernández ofrece de diversos aspectos que se producen en la guerra.
El poeta tenía una visión integral del conflicto bélico, que no sólo incumbía a los soldados, sino al conjunto de la población que deberían formar un muro social que parase el avance del fascismo y al mismo tiempo revitalizase los ideales que sustentaban la II República: una regeneración ética, civil y democrática de la idea de España. Participante activo en la defensa de la capital española, escribe el artículo: “Defensa de Madrid y las ciudades de retaguardia”, en el que critica a las poblaciones que más allá de la propaganda siguen ajenas a la sangre que se derrama en el frente: “Ennobleced vuestro aspecto, ciudades de retaguardia: dignificar vuestro corazón. No deseamos que os metáis en lágrimas, no: pedimos que ordenéis vuestro cuerpo y vuestra alegría; y arranquéis de vuestro suelo a los revolucionarios de relumbrón y a los héroes de opereta,” llega a decir. Una cuestión que aborda en otro artículo al referirse a Jaén, de la que dice sólo tras un bombardeo, conociendo el sufrimiento y la muerte, han tomado conciencia de que la guerra también les afecta.
Destaca su manera de ver al combatiente, alejada de la visión tópica del soldado destructor y autodestructivo. Así señala en “El regreso del soldado”: “No abusara de la bebida, ni de condición masculina (...) Cuidará de su cuerpo como el arma combativo que es y las habitaciones limpias, el aire, el sol y el libro que agudice sus conocimientos...” Unos planteamientos casi didácticos, quizás fruto de su labor en las misiones pedagógicas, que muestran a un Miguel Hernández ajeno a las concepciones militaristas tradicionales, aún cuando utilice un tono bastante militarista.
Una de sus criticas fundamentales es la que dirige a sus compañeros de letras en “Hay que ascender las artes hacia donde la guerra ordena”. Participante en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, no observa un compromiso suficiente más allá de las declaraciones, sino que los ve alejados y en particular sus obras, así dice: “Los hombres de la pintura, la escultura, la poesía, las artes en general, se ven hoy en España impelidos hacia la realización de una obra fundamentalmente humana que no han comenzado a realizar todavía.” Unas opiniones que se ven reflejados en su correo y también en otros testimonios, en especial los versos de “Llamo a los poetas”, un agónico canto donde llega a citar a los poetas por su nombre.
En la mayoría de los artículos utiliza un lenguaje sencillo, que en muchos casos parece improvisado, fruto del momento. No tienen un gran contenido poético, aunque no olvida el énfasis y la retórica, utilizando en general frases largas y adjetivos contundentes. Las crónicas de más acción son muy visuales, lo cual son una muestra de su visión como autor teatral y su interés hacia el cine.
Al igual que ocurre con su escritura poética, las crónicas de guerra pasan de un inicial entusiasmo, a un tono más reflexivo y pesimista, crudamente realista, como ocurre en “No dejar solo a un hombre”, que muestran el inicio de la derrota republicana y la paradoja de un escultor de la palabra embutido en un traje de soldado.
Se pueden considerar estos artículos y crónicas, como una parte más de su obra, pues más allá de su consideración literaria o calidad, son fruto de la literatura en la guerra, precisamente cuando la literatura está a punto de perderse, de silenciarse, encontrando frente a esta situación un motivo de pasión, un motivo para relanzarse. Y es posible que estas palabras escritas en diarios improvisados, no sean ajenas a los magníficos versos posteriores, muchos de ellos realizados en prisión, que consagrarían su obra poética.
Pedro Antonio Curto
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