miércoles, febrero 03, 2010

Sobre las huelgas


En los últimos años, las huelgas obreras son extraordinariamente frecuentes en Rusia. No existe ni una sola provincia industrial donde no haya habido varias huelgas. En cuanto a las grandes ciudades, las huelgas no cesan. Se comprende, pues, que los obreros conscientes y los socialistas se planteen cada vez mas a menudo la cuestión del significado de las huelgas, de los modos de llevarlas a cabo y de las tareas que los socialistas se proponen al participar en ellas.
Queremos intentar hacer una exposición de algunas de nuestras consideraciones sobre estos problemas. En el primer artículo pensamos hablar del significado de las huelgas en el movimiento obrero en general; en el segundo, de las leyes rusas contra las huelgas, y en el tercero, de cómo se han desenvuelto y se desenvuelven las huelgas en Rusia y cuál debe ser la actitud de los obreros conscientes ante ellas.
En primer término, es preciso ver cómo se explica el nacimiento y difusión de las huelgas. Quien recuerde todos los casos de huelgas conocidos por su propia experiencia, por los relatos de otros o a través de los periódicos, verá enseguida que las huelgas surgen y se extienden allí donde aparecen y se extienden las grandes fábricas. De las fábricas más importantes, en las que trabajan centenares (y a veces miles) de obreros, apenas si se encontrará alguna donde no haya habido huelgas. Cuando en Rusia eran pocas las grandes fábricas, escaseaban las huelgas, pero desde que aquellas crecen con rapidez, tanto en las antiguas localidades fabriles como en las nuevas ciudades y pueblos industriales, las huelgas son cada vez más frecuentes.
¿Por qué la gran producción fabril conduce siempre a las huelgas? Ello se debe a que el capitalismo lleva necesariamente a la lucha de los obreros contra los patronos, y cuando la producción se transforma en una producción hecha en gran escala esa lucha se convierte necesariamente en lucha huelguística. Aclaremos esto.
Se denomina capitalismo a la organización de la sociedad en la que la tierra, las fábricas, los instrumentos de producción etc., pertenecen a un pequeño número de terratenientes y capitalistas, mientras la masa del pueblo no posee ninguna o casi ninguna propiedad y debe, por lo mismo, alquilar su fuerza de trabajo. Los terratenientes y los fabricantes contratan a los obreros, les obligan a producir tales o cuales artículos, que ellos venden en el mercado. Los patronos abonan a los obreros únicamente el salario imprescindible para que estos y sus familiares puedan bien que mal subsistir y todo lo que el obrero rinde por encima de esa cantidad de productos necesaria para su mantenimiento se lo embolsa el patrono; esto constituye su ganancia. Por tanto, en la economía capitalista, la masa del pueblo trabaja a jornal para otros, no trabaja para sí, sino para los patronos, y lo hace por un salario. Se comprende que los patronos traten siempre de reducir el salario: cuanto menos entreguen a los obreros, más ganancia les queda. En cambio, los obreros tratan de recibir el mayor salario posible, para sostener a su familia con una alimentación abundante y sana, vivir en una buena casa y no vestirse como pordioseros, sino como se viste todo el mundo. Por tanto, entre patronos y obreros se libra una lucha constante por el salario: el patrono tiene libertad para contratar el obrero que le venga en gana, por lo que busca el más barato. El obrero tiene libertad para alquilarse al patrono que quiera, y busca el más caro, el que más pague. Trabaje el obrero en el campo o en la ciudad, alquile sus brazos a un terrateniente, a un trabajador rico, a un contratista o a un fabricante, siempre regatea con el patrono, luchando contra él por el salario.
Pero, ¿puede el obrero, por sí solo, sostener esta lucha? Cada vez es mayor el número de obreros: los campesinos se arruinan y huyen de las aldeas a las ciudades y a las fábricas. Los terratenientes y los fabricantes introducen máquinas, que dejan sin trabajo a los obreros. Las ciudades aumenta sin cesar el número de desempleados, y en las aldeas, el de gente reducida a la miseria; la existencia de un pueblo hambriento hace que bajen más y más los salarios. Al obrero le es imposible luchar él solo contra el patrono. Si el obrero exige mejor salario o no acepta la rebaja del mismo, el patrono contestará: Vete a otra parte, son muchos los hambrientos que esperan a la puerta de la fábrica y se verán contentos de trabajar aunque sea por un salario bajo.
Cuando la ruina del pueblo llega a tal grado que en las ciudades y en los pueblos hay siempre masas de desempleados, cuando los patronos amasan enormes fortunas y los pequeños propietarios son desplazados por los millonarios, entonces el obrero aislado se transforma en un hombre absolutamente desvalido frente al capitalista. El capitalista obtiene la posibilidad de aplastar por completo al obrero, de condenarle a muerte en un trabajo de forzados, y no sólo a él, sino también a su mujer y a sus hijos. En efecto, ved las industrias en las que los obreros no han conseguido aun estar amparados por la ley y no pueden ofrecer resistencia a los capitalistas y comprobaréis que la jornada es increíblemente larga, hasta de 17 y 19 horas, que criaturas de cinco o seis años ejecuta un trabajo extenuador y que los obreros padecen hambre constantemente, condenados a una muerte lenta. Un ejemplo es el de los obreros que trabajan a domicilio para los capitalistas; ¡pero cada obrero recordará otros muchos ejemplos! Ni siquiera bajo la esclavitud y el régimen de servidumbre existió jamás una opresión tan tremenda del pueblo trabajador como la que sufren los obreros cuando no pueden oponer resistencia a los capitalistas ni conquistar leyes que limiten la arbitrariedad patronal.
Pues bien, para no permitir verse reducidos a esta situación tan extremada, los obreros inician palucha más porfiada. Viendo que cada uno de ellos es pos sí solo impotente en absoluto y vive bajo la amenaza de perecer bajo el yugo del capital, los obreros empiezan a alzarse juntos contra sus patronos. Dan comienzo las huelgas obreras. Al principio es frecuente que los obreros no tengan ni siquiera una idea clara de lo que tratan de conseguir, no comprenden por qué actúan así: simplemente rompen las máquinas y destruyen las fábricas. Lo único que desean es dar a conocer a los patronos su indignación, prueban sus fuerzas mancomunadas para salir de una situación insoportable, sin saber por qué su situación es tan desesperada y cuáles deben ser sus aspiraciones.
En todos los países, la indignación de los obreros comenzó con disturbios aislados, con motines, como los llaman en nuestro país la policía y los patronos. En todos los países, estos disturbios dieron lugar, de un lado, a huelgas más o menos pacíficas y, de otro, a un lucha multifacética de la clase obrera por su emancipación.
¿Cuál es el significado de las huelgas (o paros) en la lucha de la clase obrera? Para responder a esta pregunta debemos reparar primero con más detalle en las huelgas. Si el salario del obrero se determina -como hemos explicado- por un convenio entre el patrono y el obrero, y si cada obrero por separado es en todo sentido impotente, resulta claro que los obreros deben necesariamente defender juntos sus reivindicaciones, recurrir a las huelgas para impedir que los patronos rebajen el salario o para lograr un salario más alto. Y, en efecto, no existe país capitalista alguno en el que no estallen huelgas obreras. En todos los países europeos y en América, los obreros se sienten impotentes cuando actúan individual mente; sólo pueden oponer resistencia a los patronos si están unidos, bien declarándose en huelga, bien amenazando con ésta. Y cuanto más se desarrolla el capitalismo, cuanto más se multiplican las grandes fábricas, cuanto más son desplazados los pequeños capitalistas por los grandes, tanto más imperiosa es la necesidad de una resistencia conjunta de los obreros, porque se agrava la desocupación, tanto más se agudiza la competencia entre los capitalistas, que tratan de producir las mercancías lo más baratas posible (para lo cual es preciso pagar a los obreros lo menos posible), y tanto más se acentúan las oscilaciones de la industria y las crisis. Cuando la industria prospera, los fabricantes obtienen grandes beneficios y no piensan en compartirlos con los obreros; pero durante las crisis tratan de cargar las pérdidas sobre los obreros. La necesidad de las huelgas en la sociedad capitalista está tan reconocida por todos en los países europeos que allí la ley no las prohíbe; sólo en Rusia siguen vigentes las bárbaras leyes contra las huelgas (de estas leyes y de su aplicación hablaremos en otro momento).
Pero las huelgas, que son determinadas por la naturaleza misma de la sociedad capitalista, significan el comienzo de la lucha de la clase obrera contra esa estructura de la sociedad. Cuando con los potentados capitalistas se enfrentan obreros desposeídos que actúan individualmente, ello equivale a la total esclavización de los obreros. Pero cuando estos obreros desposeídos se unen, la cosa cambia. No hay riquezas que puedan reportar provecho a los capitalistas, si éstos no encuentran obreros dispuestos a trabajar con los instrumentos y los materiales de los capitalistas, y a producir nuevas riquezas. Cuando los obreros se enfrentan individualmente con los patronos, siguen siendo verdaderos esclavos que trabajan siempre para un extraño por un pedazo de pan, como asalariados siempre sumisos y silenciosos. Pero cuando proclaman juntos sus reivindicaciones y se niegan a someterse a quien tiene bien repleta la bolsa, entonces dejan de ser esclavos, se convierten en hombres y comienzan a exigir que su trabajo no sólo sirva para enriquecer a un puñado de parásitos, sino que permita a los trabajadores vivir como seres humanos. Los esclavos empiezan a presentar la reivindicación de convertirse en dueños: trabajar y vivir no como quieran los terratenientes y los capitalistas, sino como quieran los propios trabajadores. Las huelgas infunden siempre tanto espanto a los capitalistas precisamente porque comienzan a hacer vacilar su dominio. “Todas las ruedas se detienen, si así lo quiere tu brazo vigoroso”, dice sobre la clase obrera una canción de los obreros alemanes. En efecto: las fábricas., las fincas de los terratenientes, las máquinas, los ferrocarriles, etc., etc., son, por decirlo así, ruedas de un enorme mecanismo: este mecanismo extrae distintos productos, los elabora, los distribuye adonde es menester. Todo este mecanismo lo mueve el obrero, que cultiva la tierra, extrae el mineral, elabora las mercancías en las fábricas, construye casas, talleres y líneas férreas. Cuando los obreros se niegan a trabajar, todo este mecanismo amenaza con paralizarse. Cada huelga recuerda a los capitalistas que los verdaderos dueños no son ellos, sino los obreros, que proclaman con creciente fuerza sus derechos.
Cada huelga recuerda a los obreros que su situación no es desesperada y que no están solos. Véase qué enorme influencia ejerce una huelga tanto sobre los huelguistas como sobre los obreros de las fábricas vecinas o próximas, o de las fábricas de la misma rama industrial. En tiempos normales, pacíficos, el obrero arrastra en silencio su carga, no discute con el patrono ni reflexiona sobre su situación. Durante una huelga, proclama en voz alta sus reivindicaciones, recuerda a los patronos todos los atropellos de que ha sido víctima, proclama sus derechos, no piensa en sí solo ni en su salario exclusivamente, sino que piensa también en todos sus compañeros, que han abandonado el trabajo junto con él y que defienden la causa obrera sin temor a las privaciones. Toda huelga acarrea al obrero gran número de privaciones, terribles privaciones que sólo pueden compararse con las calamidades de la guerra: hambre en la familia, pérdida del salario, a menudo detenciones, expulsión de la ciudad donde se ha acostumbrado a vivir y trabajar. Y a pesar de todas estas calamidades, los obreros desprecian a quienes abandonan a sus compañeros y entran en componendas con el patrono. A pesar de las calamidades de la huelga, los obreros de las fábricas vecinas sienten entusiasmo siempre cuando ven que sus compañeros han iniciado la lucha. “Los hombres que resisten tales calamidades para quebrar la oposición de un solo burgués sabrán quebrar también la fuerza de toda la burguesía”, decía un gran maestro del socialismo, Engels, hablando de las huelgas de los obreros ingleses. Con frecuencia, basta que se declare en huelga una fábrica para que inmediatamente comience una serie de huelgas en otras muchas fábricas. ¡Tan grande es la influencia moral de las huelgas, tan contagiosa es la influencia que sobre los obreros ejerce el ver a sus compañeros que, aunque sólo sea temporalmente, se convierten de esclavos en personas con los mismos derechos que los ricos! Toda huelga infunde con enorme fuerza, a los obreros, la idea del socialismo: la idea de la lucha de toda la clase obrera por su emancipación del yugo del capital. Es muy frecuente que, antes de una gran huelga, los obreros de una fábrica o de una industria o una ciudad cualquiera no conozcan casi el socialismo ni piensen en él, pero que después de la huelga se extiendan cada vez más entre ellos los círculos y las asociaciones, y sean más y más los obreros que se hacen socialistas.
La huelga enseña a los obreros a adquirir conciencia de su propia fuerza y de la de los patronos; les enseña a pensar no sólo en su patrono y en sus compañeros más próximos, sino en todos los patronos, en toda la clase de los capitalistas y en toda la clase de los obreros. Cuando un fabricante, que ha amasado millones a costa del trabajo de varias generaciones de obreros, rechaza el más modesto aumento del salario e incluso intenta reducirlo todavía más y, si los obreros ofrecen resistencia, pone en el arroyo a miles de familias hambrientas, entonces resulta claro para los obreros que toda la clase de los capitalistas es enemiga de toda la clase de los obreros, y que los obreros pueden confiar sólo en sí mismos y en su unión. Ocurre muy a menudo que un fabricante trata de engañar a todo trance a los obreros, de presentárseles como su bienhechor, de encubrir la explotación de sus obreros con una dádiva cualquiera, con promesas falaces. Cada huelga destruye siempre de un golpe todo este engaño, mostrando a los obreros que su “bienhechor” es un lobo con piel de cordero.
Pero la huelga abre los ojos a los obreros, no sólo en lo que se refiere a los capitalistas, sino también en lo que respecta al Gobierno y a las leyes. Del mismo modo que los patronos quieren hacerse pasar por bienhechores de los obreros, los funcionarios y sus lacayos se empeñan en convencer a los obreros de que el zar y su Gobierno se preocupan de los patronos y de los obreros por igual, con espíritu de justicia. El obrero no conoce las leyes ni se codea con los funcionarios, y menos aún con los altos, por lo que frecuentemente da crédito a todo esto. Pero estalla una huelga, se presentan en la fábrica el fiscal, el inspector de trabajo, la policía y a menudo las tropas, y entonces los obreros se enteran de que han violado la ley: ¡la ley permite a los fabricantes reunirse y discutir abiertamente cómo reducir el salario de los obreros, mientras que éstos son tildados de delincuentes por tratar de ponerse de acuerdo! Desahucian a los obreros de sus viviendas, la policía cierra las tiendas en que podrían adquirir comestibles a crédito y se trata de azuzar a los soldados contra los obreros, incluso cuando éstos mantienen una actitud serena y pacífica. Se llega a dar a los soldados la orden de abrir fuego contra los obreros, y cuando matan a trabaja dores inermes, disparando contra ellos por la espalda, el propio zar manifiesta su gratitud a las tropas (así lo hizo con los soldados que en 1895 asesinaron a huelguistas de Yaroslavl). A todo obrero se le hace claro que el Gobierno zarista es su enemigo jurado, que defiende a los capitalistas y maniata a los obreros. Comienza a comprender que las leyes se dictan en beneficio exclusivo de los ricos, que también los funcionarios defienden los intereses de los ricos, que al pueblo trabajador se le amordaza y no se le permite expresar sus necesidades, y que la clase obrera debe necesariamente luchar por el derecho de huelga, de publicar periódicos obreros y de participar en una asamblea representativa popular, encargada de promulgar las leyes y de velar por su cumplimiento. A su vez, el Gobierno comprende muy bien que las huelgas abren los ojos a los obreros, y por ese motivo les tiene tanto miedo y se esfuerza a todo trance por sofocarlas lo antes posible. Un ministro alemán del Interior, que adquirió particular fama por su enconada persecución de los socialistas y los obreros conscientes, declaró no sin motivo, en una ocasión, ante los representantes del pueblo: “Tras cada huelga asoma la hidra (monstruo) de la revolución”. Con cada huelga crece y se desarrolla en los obreros la conciencia de que el Gobierno es su enemigo y de que la clase obrera debe prepararse para luchar contra él, por los derechos del pueblo.
Así pues, las huelgas habitúan a los obreros a unirse, les hacen ver que sólo en común pueden sostener la lucha contra los capitalistas, les habitúan a pensar en la lucha de toda la clase obrera contra toda la clase de los fabricantes y contra el Gobierno autocrático y policíaco. Por eso los socialistas llaman a las huelgas “escuela de guerra”, escuela en la que los obreros aprenden a librar la guerra contra sus enemigos, por la emancipación de todo el pueblo, de todos los trabajadores, del yugo de los funcionarios y del yugo del capital.
Pero la “escuela de guerra” no es aún la propia guerra. Cuando alcanzan gran difusión las huelgas, algunos obreros (y algunos socialistas) comienzan a pensar que la clase obrera puede limitarse a las huelgas y a las cajas o sociedades de resistencia, que tan sólo con las huelgas la clase obrera puede conseguir una gran mejora de su situación e incluso su propia emancipación. Viendo la fuerza que representan la unión de los obreros y hasta sus pequeñas huelgas, algunos piensan que a los obreros les basta declarar la huelga general en todo el país para conseguir de los capitalistas y del gobierno todo lo que quieran. Esta opinión la expresaron también los obreros de otros países cuando el movimiento obrero estaba en su etapa inicial y los obreros tenían aún muy poca experiencia. Pero esta opinión es errónea. La huelgas son uno de los medios de lucha de la clase obrera por su emancipación, pero no el único, y si los obreros no prestan atención a otros medios de lucha, con ello demoran el desarrollo y los éxitos de la clase obrera.
En efecto, para que las huelgas tengan éxito son necesarias las cajas de resistencia, a fin de mantener a los obreros mientras dure el conflicto. Los obreros (ordinariamente los de cada industria, cada oficio o cada taller) organizan estas cajas en todos los países, pero en Rusia esto es sumamente difícil, porque la policía las persigue, se apodera del dinero y detiene a los obreros. Naturalmente, los obreros saben resguardarse de la policía; naturalmente, la organización de estas cajas es útil, y nosotros no queremos disuadir a los obreros de que se ocupen de esto. Pero no se debe confiar en que, estando prohibidas por la ley, las cajas obreras puedan contar con muchos miembros; y siendo escaso el número de cotizantes, dichas cajas no reportarán gran utilidad. Además, hasta en los países en que existen libremente las asociaciones obreras, y en los que son muy fuertes las cajas, hasta en ellos la clase obrera de ningún modo puede limitarse en su lucha a las huelgas. Bastan con que sobrevengan dificultades en la industria (una crisis, como la que, por ejemplo, se acerca en toda Rusia), para que los patronos provoquen incluso premeditadamente huelgas, porque a veces les conviene suspender temporalmente el trabajo, les trae cuenta que las cajas obreras agoten sus fondos. De ahí que los obreros no pueden de ningún modo circunscribirse a las huelgas y a las sociedades de resistencia. En segundo lugar, las huelgas sólo son victoriosas donde los obreros poseen ya bastante conciencia, donde saben elegir el momento para declararlas, donde saben presentar reivindicaciones, donde mantienen contacto con los socialistas para recibir octavillas y folletos. Pero obreros así hay todavía pocos en Rusia, y es necesario dirigir todos los esfuerzos a aumentar su número. A dar a conocer la causa obrera a las masas obreras, a hacerles conocer el socialismo y la lucha obrera. Esta es la misión que deben asumir los socialistas y los obreros conscientes, formando para ello el Partido Obrero Socialista. En tercer lugar las huelgas muestran a los obreros, como hemos visto, que el gobierno es su enemigo y que es preciso luchar contra él. En efecto, las huelgas han enseñado gradualmente a la clase obrera, en todos los países, a luchar contra los gobiernos por los derechos de los obreros, y por los derechos de todo el pueblo. Como ya hemos dicho, esta lucha sólo puede llevarla a cabo el Partido Obrero Socialista, difundiendo entre los obreros las justas ideas sobre el gobierno y sobre la causa obrera. En otra ocasión nos referiremos en particular a cómo se realizan en Rusia las huelgas y a cómo deben utilizarlas los obreros conscientes. Por ahora debemos indicar que las huelgas son, como ya hemos anotado más arriba, una “escuela de guerra”, pero no la guerra misma; las huelgas son sólo uno de los medios de lucha, una de las formas del movimiento obrero. De las huelgas aisladas los obreros pueden y deben pasar, y pasan realmente en todos los países, a la lucha de toda la clase obrera por la emancipación de todos los trabajadores. Cuando todos los obreros conscientes se hacen socialistas, es decir, cuando tienden a esta emancipación, cuando se unen en todo el país para propagar entre los obreros el socialismo y enseñarles todos los medios de lucha contra sus enemigos, cuando forman el Partido Obrero Socialista, que lucha por liberar a todo el pueblo de la opresión del gobierno y por emancipar a todos los trabajadores del yugo del capital, sólo entonces la clase obrera se incorpora realmente al gran movimiento de los obreros de todos los países, que agrupa a todos los obreros y enarbola en alto la bandera roja en la que están inscritas estas palabras: “¡proletarios de todos los países, uníos!”

Lenin
1898

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