Dios no ha muerto. Simplemente nunca existió. Parece ser que el primero en la cultura occidental que dictaminó la inexistencia de Dios fue un sacerdote francés, Jean Meslier, en 1729. Meslier (del que Guillaume Fourmont hace un excelente trabajo en el diario “Público”) introdujo en el pensamiento el ateísmo, pero sus ideas no se conocieron hasta después de muerto.
Desde entonces ríos de tinta se han escrito contra la existencia de Dios y contra la religión. Después de Jean Meslier, Bakunin, Marx, Nietzsche, Freud, Russell, y en la actualidad el estadounidense Christofer Hitchens, el francés Michel Onfray, el colombiano Fernando Vallejo, el catalán Joan Carles Marset y el británico Richard Dawkins razonando para inteligentes agotan el asunto. Pero también tantos y tantos que no pudieron en otro tiempo publicar por el látigo de la religión imponente ni tampoco en los tiempos actuales por la esquiva de las editoriales y el miedo a las consecuencias de enfrentarse al fabuloso diktat del Vaticano. Ya Moliére, Montaigne, Voltaire, el barón D’Holbach y otros habían cuestionado antes la idea del Dios providente y fustigado a la religión funesta.
Dios es, en todo caso, pura conjetura o a duras penas una verdad moral. Un hecho indemostrable por vía racional que sólo puede sostenerse a título de inventario. En último término quien afirma es quien debe probar, no quien niega. Y Occidente, sin más pruebas que las que unos conciliábulos han querido manufacturar se ha pasado dos mil años levantando sobre la Idea indemostrada una religión decisiva en la historia del planeta.
Todos cuantos han mandado, dirigido y organizado tanto la sociedad religiosa como la civil hasta hoy, lo han hecho presuponiendo la existencia de un Dios. En ello y en obligar a los demás a ir tras ellos han malgastado la mayor parte de sus caudales materiales y espirituales. Pero ya está bien. Ha llegado el momento de prescindir en la vertebración de la sociedad de ese Dios inventado y de la religión que lo arropa. Pues no habiendo existido ¿qué pinta la religión que gira en torno a lo que no existe?
Nos dice la católica que la religión trae consuelo. Pero lo que no nos dice es que el consuelo que proporciona ella no es más que el efecto buscado por la causa. Te someto, te humillo, te torturo, y luego aflojo el yugo, te levanto y te alivio. Eso es lo que ha hecho durante casi dos mil años una religión que de perseguida pasó a ser verdugo de las almas. La infelicidad, el desasosiego y la desesperación causadas por el sentimiento de culpa generado por la religión son tan superiores a los parabienes, que la humanidad entera habría alcanzado hace mucho la paz total y duradera de no haber sido por el catolicismo vaticano.
La religión en general ha sido la fuente de todas las desdichas. Y desde luego, entre todas y más que ninguna, la católica. La historia de Occidente se comprendería mal sin ella, pero tampoco puede explicarse sin atribuirle la causa de, prácticamente, directa o indirectamente, todas las disensiones, todas las rencillas, todos los odios, todas las guerras y buena parte de los crímenes. Y lo peor de la Iglesia actual no es ya el saberse de tantísimos casos de pederastia, sino la actitud que adopta en torno a ese asunto, como la actitud que adoptó siempre ante los hechos que escandalosamente la comprometían.
Quienes han ido administrando a lo largo de los siglos esa doctrina manufacturada, no han hecho más que prostituirla, traficar, mercadear con los supuestos mensajes de la divinidad, introduciendo elementos perversos que chocan con la mansedumbre y la bondad natural del buen salvaje. En último término, si la Iglesia católica hubiera proporcionado beneficios a parte de la humanidad, puesto que no ha hecho más que traer tribulaciones y retardar la paz, démosles las gracias por los servicios prestados, y a otra cosa.
Antes, pues, que con la partitocracia hay que acabar con la religión. Hay que desmantelarla. Pero en cuanto a la católica se refiere, no es necesario hacer nada especial. Se basta ella sola. Se está desmoronando.
Esperemos pacientemente que la Iglesia Vaticana se derrumbe. Sólo así podrá pasar el mundo a la Nueva Era en que impere definitivamente el raciocinio. Porque en último término, si Dios existiese, providente o no, seguro que no quiere aduladores, y menos aún a los que han inventado una religión para traficar con ella o para escandalizar desde ella.
Jaime Richart
No hay comentarios.:
Publicar un comentario