sábado, mayo 29, 2010

Fuera de la ley: la memoria de la guerra de Árgel


La reacción contra la película de Rachid Bouchared Fuera de la ley, liderada como no podía ser menos por el FN, demuestra que la guerra contra la verdad histórica es propia de toda la derecha.
En espera de que la película no “desaparezca”, y que no tarde mucho en llegar a nuestros cines, cabe anotar que el incidente ha vuelto a poner en calendas otro título, ya legendario, La batalla de Ángel, que tardó casi un cuarto de siglo en se estrenado en Francia, y que aquí nos llegó con la conquista de las libertades. No es la primera ve que se habla de ella por diversos motivos, el último fue quizás por su pase privado en la Casa Blanca para ilustrar al presidente Bush y a su camarillla, sobre lo que les podía ocurrir (y les está ocurriendo) en Irak.
Actualmente, La guerra de Ángel es una película perfectamente asequible, se puede encontrar en DVD, y puede servir plenamente para un buen cine-club con la garantía de que los asistentes disfrutaran de una obra maestra, de una producción que vale tanto por su historia como por su mensaje, y podrán tener algunos de4 los hilos de los significó la revolución anticolonial, y hacerlo además desde la perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido.
Como supongo que estas cosas no se enseñan en las escuelas, me gustaría contar que el filme cuenta una historia real, que su protagonista es Yacef Saadi, toda una leyenda para el pueblo argelino y para el anticolonialismo.
Muchos independentistas estaban ya encarcelados o muertos. y la organización que Yacef Saadi ha­bía montado pacientemente durante dieciocho meses estaba prácticamente destruida. El 15 de febrero los cinco miembros supervivientes del Comité de Coordinación y Ejecución se reunie­ron en un ambiente depresivo, y Ramdane Aba­ne decidió que lo mejor era abandonar la ciu­dad. Sin embargo la empresa no iba a ser fácil debido a la estrecha vigilancia francesa, que consiguió la detención de Ben Mhidí el día 23. Tras ser sometido a interrogatorio por el coro­nel Bigeard en persona. Ben Mhidi sería entre gado a los hombres de la sección especial y apa­recería muerto el día 6 de marzo de 1957. Los militares, reforzados por policías, des­mantelaron las redes europeas de apoyo al te­rrorismo del FLN, deteniendo a universitarios, religiosos, sacerdotes, militantes católicos y co­munistas, con lo que la rebelión perdía un apo­yo fundamental para continuar la lucha en Ar­gel.
Sin embargo Yacef Saadí intentó demostrar a la población que las detenciones eran vanas, dado que continuaba su sangrienta ofensiva: el 3 de junio de 1957 explosivos colocados en fa­rolas próximas a paradas de autobús causaban cinco muertos y noventa y dos heridos; el día 9 un artefacto colocado bajo el podio de la orquesta del Casino de la Corniche mató a once personas e hirió a otras treinta y cinco. Pero, poco a poco, Saadi perdía a sus princi­pales colaboradores: detenidos, muertos o huí­dos fuera de la ciudad. Los medios para fabricar bombas empezaban a faltar, al no poder intro­ducir los rebeldes suministros en la Casbah de­bido al cerco militar. Los talleres clandestinos habían sido descubiertos uno tras otro. El apoyo moral y logístico del terrorismo había disminui­do, singularmente desde el momento en que las autoridades francesas manifestaron su firme voluntad de no ceder ante el chantaje... Las horas de Saadí estaban contadas, máxi­me cuando el 26 de agosto dos de sus más estre­chos colaboradores, Murad y Kamel, fueron muertos por los paracaidistas de Bigeard, Aco­sado como una fiera, Saadí vivía permanente­mente escondido en los números 3 y 4 de la calle Catón, en plena Casbah. La delación de un co­rreo llevó allí, el día 24 de septiembre de 1957, a los legionarios paracaidistas del coronel Jean­ Pierre. Yacef Saadí y Zohra Drif fueron captu­rados tras una breve e inútil resistencia. Conde­nado a muerte tres veces por los tribunales mili­tares franceses, Yacef Saadi fue finalmente amnistiado por el general De Gaulle al acceder éste a la presidencia de la República francesa.
Sobre su realizador, Gillo Pontecorvo (Pisa, 1919) se ha dicho que es hombre de un solo film, y de hecho, ningún otro realizado antes o después de La batalla de Argel resisten la comparación. Científico de formación -cursó Química-, abandona la teoría y el laboratorio por el periodismo, trabajando en París como corresponsal de va­rias publicaciones italianas, tras la Segunda Guerra Mundial, se incorporó al cine como ayudante de Marc Allegret y Mario Monicelli. En 1953, pudo realizar sus primeros tentativas como do­cumentalista. Tras colaborar en diversos guiones, dirige el mediome­traje Giovanna (1956), que posteriormente sería incluido en un film de montaje de Joris Ivens. El mismo año colaborar debuta tras la cámara en un episodio de La rosa di venti, supervisado por el pionero Alberto Cavalcanti. Su primera película Prisionero del mar (La Grande Strada, 1957, codirigido con Maleno Malenotti), estaba basado en una novela de Franco Solinas, y narraba un conflicto entre un pescador individualista (Ives Montand), y los que mantenían una actitud más solidaria y colectivista (Francisco Rabal).
En 1960, destaca con Kapo (1961), donde describe la vida de los campos de concentración que suscitó una dura polémica que ponía en duda su integridad moral por el tratamiento que le daba a un alegato sobre una realidad como el “holocausto”. Sin la oportunidad de “la batalla…”, que lo convirtió en uno de los directores más emblemáticos del “cine político” de la época, Pontecorvo no habría ido mucho más lejos que otros realizadores izquierdistas italianos que acabaron refugiándose en la RAI o en el cine comercial. Su comparación con las dos obras que le siguen, Queimada (1969), una torpe metáfora sobre la “revolución permanente” en el Tercer Mundo, y la eurocomunista Operación Ogro (1979), un no menos torpe alegato contra el terrorismo etarra, dejan en evidencia que su mayor mérito en Argel fue habar sabido expresar lo que estaba en el ambiente y de la fuerza viva de la historia palpitante a través de los actores-protagonistas, y no el fruto de un talento que se evidenció ausente en las demás ocasiones.
Retirado del oficio de realizador, Pontecorvo volvió a ser noticia como director del Festival de Venecia de 1999, y especialmente por su expresa invitación a Mario Vargas Llosa, no en tanto que novelista (y por supuesto, mucho menos por su relación con el cine), sino en su faceta de militante neoconservador (o neoliberal). La Casbah quedaba ya muy lejos.
Aunque se habla menos de su guionista, quizá parte de la responsabilidad del film había que buscarla en Franco Solinas, escritor de 50 años de abrumadora desigualdad en cuya obra co­existen, sin aparente esfuerzo, guiones de gran calidad -Salvatore Giuliano. La batalla de Argel, Los dientes del diablo, Una vida violenta. Estado de sitio- junto con otros menos interesantes como La mujer más guapa del mundo. Madame Sans Gene o Mr. Kleín, pasando por su colaboración en el guión de Vanina Vanini de Rossellini, del que renegó pú­blicamente por las modificaciones introducidas por Rosselliní, que deformaban substancialmente el significado del film. Además Solinas ha colaborado en todas las películas de Pontecorvo desde La gran­de strada azurra (Prisioneros del mar . 1957) hasta Queimada pasando por ~ Pero probablemente mucho más de lo que pueda haber influido el trabajo de So­linas, lo ha hecho la necesidad que tenía el pueblo argelino de contar cómo se llevó a cabo su proceso de liberación. De esta necesidad, nace la extraordinaria fuerza de este filme, que se llevó a cabo como co­producción italo-argelina y en la que el productor argelino Yacef Saadi se interpreta a sí mismo. Lo dicho: fue uno de los principales dirigentes de FLN detenido en la lucha por una independencia que más tarde se vería gravada. Trágicamente gravada.

Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red

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