jueves, mayo 13, 2010

La República y los artistas e intelectuales del mundo


En su libro, Las armas y las letras, Andrés Trapiello dice que ante la guerra (o sea ante el golpe militar-fascista), los artistas no pudieron elegir, olvidándose de decir que en la República pudieron optar pro diversas opciones. Trapiello además, no dedica una sola línea para analizar un fenómeno central de las letras de entonces: su encuentro con el pueblo. Tampoco dice media palabra sobre reacción airada de los escritores contra la farsa de la no-intervención. Y mucho menos que esta política de no-intervención fue el espejo real de la llamada “tercera España” que autores como Trapiello, Leguina, Jordi Gracia, tratan ahora de asaltar.
El libro trata de un hecho cierto, a saber, que la guerra de España fue en no poca medida la “guerra de los escritores”, y lo cierto es que ni antes ni después se ha podido contar nada similar. Conviene recordar que una fracción importante de ellos –sobre todo los surrealistas- ya habían ajustado sus cuentas con el orden establecido, rechazando de plano la lógica que había dado lugar la “Gran Guerra”, el punto de partida de un rechazo que se renovó con los diez días que conmovieron el mundo, y se renovó a principios de los años treinta con las devastadoras consecuencias de la “Gran Depresión”, luego solo faltó el auge del nazismo, y el espectáculo de la línea de complicidad y apaciguamiento que dieron las cancillerías occidentales. El espectro del fascismo llegó hasta los Estados Unidos, el país que había ocupado hasta ahora el sueño de una nueva “tierra prometida”.
La crisis española atravesó todas las conciencias, las que estaban más cercanas al pueblo, y sobre todo las que –como ya antes le había sucedido a Emile Zola- estaban “descubriendo” el socialismo y el movimiento obrero. Los más jóvenes y militantes no se limitaron a tener su "hora lírica" y vinieron a combatir con las armas en la mano. Fueron numerosos los que lucharon en las Brigadas Internacionales, Orwell en las milicias del POUM, Pablo de la Torriente en el batallón del Campesino, Malraux organizó la “Escuadrilla España”, la filósofa marxista heterodoxa Simone Weil en la columna de Durruti, y la lista se multiplica con nombres que han permanecido en el olvido, entre ellos los de Clara Thalmann, Mary Low o Camillo Berneri, con una fuerte implicación con la revolución. Muchos murieron en los campos de batalla (Zalka, Donnelly, Cornford, Caudwell, Fox y Torriente), o bien fueron heridos de gravedad, como Orwell, Spender o Gustav Regler, cuyas discrepancias con el estalinismo empezaron a germinar en España. Otros llegaron como periodistas, aunque tomaron partido militante por la República, como Burnett Bolloten, y como Ernest Hemingway, sin duda el más popular de todos, no hay más que ver su repercusión cinematográfica. Conocida es la aventura del entonces agente del Komintern, Arthur Koestler, que fue encarcelado tres meses en Sevilla y sólo salvó la vida gracias a una campaña internacional, y que poco después escribió su célebre Espartaco.
Semejante desigualdad en la correlación de fuerzas puede ser establecida muy brevemente. Mientras que en el campo mal llamado "nacional" sólo logró convocar a figuras de muy segundo orden -Unamuno se arrepintió al poco tiempo, Eugeni d'Ors agonizaba como creador; incluso los jóvenes falangistas de talento no tardaron en abrazar la disidencia después de la guerra, unos pronto y otros más tarde-, en el campo republicano se sumaron todas las generaciones, desde la del 98 -Valle Inclán que no conoció la guerra pero que simpatizó con la extrema izquierda, y Machado-, hasta la llamada "de la República", pasando por la del 27 (Alberti, Buñuel, Guillen, Aleixandre, etc.) y que configuraron lo que se ha venido a llamar la "Edad de Plata" de la cultura española.
La defensa de la libertad y de la cultura (en esencia el franquismo trataba de exterminar al pueblo “que sabía demasiado, por eso asesinó maestros, quemó bibliotecas e identificó a los “rojos” por los libros), era varias cosas a la vez.
Entre los intelectuales extranjeros, unos enfatizaban su aspecto, más antifascista, su carácter de resistencia nacional, popular y democrática, de acuerdo con los planteamientos vigentes en los aledaños del Komintern -Neruda, Aragón, Buñuel, Hernández, Machado, de hecho la mayoría-; para otros era la defensa de las tradiciones republicanas y democráticas aunque no estaban de acuerdo con el auge de los comunistas, mientras que para un sector minoritario aunque también importante, se trataba de una revolución socialista surgida en la defensa de las libertades democráticas. Por esta convicción trabajaron, no solamente los que lo hicieron al lado de la CNT -León Felipe, Simone Weil, Kaminski, Berneri, etc.-, o del POUM -Orwell, Benjamin Peret, Mary Low, etc-, sino también, otros muchos que se alinearon con otras formaciones aunque aceptaron de buena fe la idea de los dos plazos. La separaba un primero la guerra, y un luego para la revolución. Recordemos que éste fue el planteamiento inicial del propio Orwell, y es el que aparece en gran medida en la extraordinaria película de Joris Ivens, Tierra de España, en cuyo guión contribuyeron John Dos Passos y Hemingway.
La culminación simbólica de esta convergencia y también en cierta medida, de la contradicción guerra-revolución, se escenificó en julio de 1937 en el Congreso de Escritores Antifascistas celebrado en Valencia en el nuevo curso que significa la presidencia de Juan Negrín al frente de una República “de orden”. Este congreso reunió prácticamente a todo el plantel de escritores demócratas y de izquierdas del mundo en un debate en el que se insistió en la lucha contra el fascismo y en la defensa del compromiso del intelectual con el pueblo, pero esto ya en un sentido un tanto diferente al que le habían dado Gide y Malraux en el congreso anterior celebrado en París en 1935. Este congreso se celebró cuando el estalinismo ya había conseguido "normalizar" el bando republicano y no se permiten voces disidentes, ni siquiera la del prestigioso Gide que, en rigor, venía a refrendar la línea general antifascista del encuentro. Su pecado era haber escrito Retour de I' URSS y por lo mismo, sospechoso de 'trotskismo". El "trotskismo" estaba ya fuera de la ley y los agentes del Komintern en el lugar -Ehrenburg, Koltzov, etc- le impidieron expresarse. Entonces la protesta fue mínima.
En un principio, la Alianza estaba organizada por secciones (Literatura, Plásticas, Biblioteca, Pedagogía, Teatro y Música), y Conocía una amplia inserción en Madrid, Valencia y Barcelona, donde publicaba, respectivamente, El mono azul, Nueva Cultura y Meridià, y tenía una gran audiencia entre toda la intelligentzia republicana. Entre sus iniciativas más conocidas se encuentra la edición de un Romancero General de la Guerra de España, de una Crónica General de la Guerra de España y de una Antología de Poetas de la España leal. Pero su acción más conocida fue la organización del II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura.
La iniciativa se inscribía en el gran trabajo de propaganda efectuado por los republicanos, trabajo que tiene un eco infinitamente mayor entre los trabajadores y los intelectuales que entre los gobiernos democráticos occidentales que con la política llamada de no-intervención llega a establecer, de hecho, un tácito reconocimiento a la rebelión y una complicidad con las potencias fascistas que no dudaron en intervenir desde un primer momento. Este factor será decisivo para explicar el peso de las opciones estalinistas durante el Congreso. Aunque la petición formal fue hecha por Baeza antes de la guerra -en el Pleno que la Asociación realizó en Londres en junio de 1936, su confirmación rotunda tuvo lugar en octubre del mismo año, cuando Rolland, Heinrich Mann Malraux -entre otros- enviaron un telegrama a la Alianza confirmando la celebración del Congreso en España (1).
Con ser esplendoroso este momento para la cultura e impresionante la convergencia internacional Con la República, hay una dimensión del hecho cultural que permanece casi invariablemente oculto y sin el cual difícilmente se puede explicar la emergencia de grandes figuras, se trata de 'o que podíamos denominar "revolución cultural" en los años treinta y que se caracteriza por un creciente encuentro entre todas las vanguardias -desde la teatral hasta la política- y el pueblo.
Desde 1917 se va desarrollando un giro hacia la izquierda entre la intelligentzia que alcanza hacia 1934 su apogeo y que se manifiesta en la creciente radicalización de nombres como Lorca, Machado, Bergamín, etc. Paralela a esta radicalización viene a ser una multiplicación de los libros de izquierda, y el auge de obras teatrales y cinematográficas de signo "comprometido"; el obrero ocupa el lugar predominante entre los consumidores de cultura, fenómeno que hasta Ortega y Gasset observará con sentimientos ambivalentes, Los campesinos buscan a los que entre ellos saben leer para que les dé a conocer obras de Kropotkin u otros, y los obreros forman grupos de teatro y "devoran" a Zola, Lenin, Bakunin, el Blasco Ibáñez de La catedral o las novelas y reportajes de Sender.
Los Ateneos Libertarios y las Casas del Pueblo se extienden cada vez y arrastran a un número creciente de trabajadores ávidos de conocimientos para cambiar el destino de sus vidas. El tipo humano del trabajador-medio pasa de ser el conformista que rehuye los peligros del activismo para refugiarse en el deporte, a ser el militante abnegado y autodidacta que, con todas sus limitaciones, dará vida y un potencial formidable a todas las formaciones proletarias sin excepción, aunque muy particularmente a la cenetista que es la que cuenta con la acumulación de militantes llanos más amplia y extendida.
Serán estos hombres y mujeres los que protagonizarán en primera línea no sólo los grandes acontecimientos sociales de la República y las grandes batallas de la guerra, sino también la odisea de los campos de concentración y de la resistencia y el exilio, cuando no -más minoritariamente-, la guerrilla y la lucha clandestina contra el franquismo, ayudando a forjar las nuevas generaciones que, a la postre, harán imposible la mera continuidad de la dictadura. En este terreno, en el de los hombres y las mujeres que fueron militantes, la crisis española encontró su expresión más fascinante y avanzada, aunque no fue en absoluto correspondida con una expresión política consciente, capaz de convertir lo que era conciencia en sí, en conciencia para sí.
¡Fue tan poco tiempo!. Esta expresión de un viejo libertario plantea todo lo que se consiguió en unos pocos años -que continuaban una larga tradición de lucha casi siempre de élites- y lo que pudo ser. No era posible un movimiento social y cultural desde abajo tan avanzado y así lo comprendió justamente -para sus intereses- la derecha, y así lo han comprendido los actuales "padres" de la democracia que saben que su "consolidación" pasaba por la domesticación de sus movimientos sociales.
En su presentación, el documento aprobado resume sintéticamente el mensaje central del Congreso en estos tres puntos:
"'Primero. Que la cultura, que se ha comprometido a defender, tiene como enemigo principal al fascismo.
Segundo. Que están dispuestos a luchar por todos los medios de que disponen contra el fascismo, ya cuando muestre abiertamente su rostro destructor o adopte, para llegar a sus fines, formas desviadas; en una palabra, declaran estar dispuestos a luchar contra los fautores de la guerra.
Tercero. Que en la guerra efectiva que el fascismo ha abierto contra la cultura, la democracia, la paz y, en general, la felicidad y el bienestar de la Humanidad, ninguna neutralidad es posible, ni puede pensarse en ella, como han comprobado en dura experiencia los escritores de numerosos países, en donde el pensamiento está limitado a las terribles condiciones de la ilegalidad."
No obstante, a pesar de este itinerario, el Congreso se encuentra claramente vinculado a Valencia por ser en ésta donde tiene Iugar el peso de su realización y por ser la capital republicana. El Congreso, aun siendo muy circunstancial, no desdeña debatir sobre una serie de temas de cierto interés, aunque su planteamiento central es justificar la política gubernamental, tarea en la que están especialmente comprometidos los comunistas. Eso explica que aunque la presidencia se repartió entre el azañista Ricardo Baeza y el católico José Bergamín; el peso de estos últimos era el más determinante, amén de ser el que no aceptaba críticas a su política ni al a URSS, considerada como la "gran aliada" de la República asediada.
La guerra de España coincide con el apogeo del intelectual comprometido
En medio de la crisis civilizatoria de los años treinta, el intelectual (el término "intelectual" fue empleado por primera vez en relación al "affaire Dreyfus", y fue redefinido durante los años treinta en función a su lugar en la sociedad -como una parte de la pequeña burguesía- y por su comportamiento sumiso o crítico) va a desarrollar un creciente protagonismo público que se va a concretar en una praxis comprometida con el pueblo, con las izquierdas y primordialmente con el área comunista oficial, expresándose a través de obras polémicas, de manifiestos, congresos, compromisos organizativos, llegando hasta la lucha en el frente español, en donde murieron no pocos escritores, anónimos o poco conocidos en el momento, como Christopher Caudwell, Ralph Fox o Pablo de la Torriente.
La grave coyuntura política configuraba una problemática muy profunda que llegaba a cuestionar el cuadro decadente de las democracias burguesas liberales incapaces según la opinión generalizada de contener el avance fascista-, y con ello el papel' tradicional de los intelectuales pequeños burgueses que se sienten convocados por su mala conciencia" a un puesto de lucha que ya ha sido ocupado por una avanzada del proletariado militante. En el ambiente parecía evidente que se preparaba una nueva guerra, y el intelectual buscaba a la izquierda en espera de la “Ciudad Ideal”, el sueño de un mundo nuevo, tal como lo expresa W. H. Auden en su célebre poema Spain (1937). Este poema fue considerado como la gran llamada a las armas en favor de la República, aunque años más tarde su autor, convertido al cristianismo, lo considerara despectivamente. Este desplazamiento de los intelectuales desde el individualismo o el conformismo hacia el antifascismo, o hacia posiciones más netamente revolucionarias -como será el caso notorio de los surrealistas-, se había fraguado como una respuesta a un proceso de crisis que el escritor ruso-francés Víctor Serge definió como de "medianoche en el siglo".
Los datos son bastante dramáticos e ilustrativos: “crack” económico capitalista de 1929 -con su secuela de paro y miseria-, guerra chino-japonesa, ascenso de Hitler con la consiguiente derrota del más potente movimiento obrero de Europa y la destrucción de la democracia y de la socialdemocracia en Austria, incendio del Reichstag, proceso de Leipzig, invasión italiana de Abisinia, ascenso de los movimientos obreros en Francia y en España, radicalización de las izquierdas en los EE.UU. y Gran Bretaña, "procesos de Moscú", un acontecimiento histórica abismal sobre el solamente una minoría de escritores -Víctor Serge, Ignazio Silone, Panait Istrati, Marcel Martinet, etcétera- estuvieron al corriente del complejo curso que tomaba la URSS, y muy pocos supieron diferenciar entre el legado de 1917 y el estalinismo. Por eso fueron contados los que tomaron partido a favor de la vieja guardia bolchevique inculpada durante' los "procesos de Moscú". La mayoría de los intelectuales que en su día se habían mostrado adversos a la revolución de Octubre, aceptaban ahora el curso "moderado" de Stalin frente al "utopismo" de Trotsky.
Este contexto provocará entre la intelligentzia una nueva configuración moral e ideológica en la que confluyen numerosos factores, de los que cabe al menos reseñar los siguientes:
a) El desencanto y alejamiento del bloque dominante, con el descubrimiento de los desastres del capitalismo y del colonialismo, que ya comenzaba a ser abiertamente cuestionado como se puede ver en obras de Gide (Viaje al Congo), de George Orwell (La marca, que transcurre en Birmania), o de E.M. Foster (Pasaje a la India), etc; b)
b) El acercamiento hacia las nuevas formas de vida del socialismo representado por la URSS, de las potenciales capacidades alternativas de una nueva sociedad que aparece en el cine -Eisenstein, Pudovkin, Dovjenko, etcétera-, la literatura -Babel, Pilniak, Maikovski, etcétera- y la literatura viajera a la "patria del proletariado", Esta literatura llegó a ser un verdadero subgénero que tuvo ejemplos muy variados, pero la mayoría se avino a "ver" lo que las autoridades soviéticas les tenía preparado. El viaje constaba de un recibimiento de altura, una estancia de lujo, encuentros con situaciones y ejemplos felices y la gigantesca edición de las obras del escritor con sus correspondientes beneficios en cuanto a derechos de autor. De estos viajeros, solo unos pocos como Panait Istrati y Gide se plantearon seriamente ver más allá de la verdad turística. Antes que Gide, Istrati fue literalmente hundido por su disidencia "trotskizante".
c) La atracción del movimiento obrero, del esfuerzo colectivo de miles de activistas que reflejan también potencialmente el surgimiento del "hombre nuevo", de la unión entre el trabajo físico y el intelectual;
d) La emergencia con esta conjunción de unas nuevas exigencias culturales y artísticas, las posibilidades de hacer llegar el arte a las masas en vez de hacerlo a los habituales mercaderes, de impulsar nuevas formas artísticas y nuevas formas de modos de vida que atrae a inconformismos muy diversos (feministas, homosexuales, aventureros, científicos, etcétera).
Se llega a hablar de un "nuevo bloque intelectual", pero el cuadro organizativo más avanzado se encuentra en los comunistas oficiales, que habían formado unas débiles organizaciones para intelectuales durante los años veinte y principios de los treinta, apoyándose en la experiencia de las organizaciones formadas en la URSS con el objetivo de construir una nueva literatura vinculada con el horizonte político de la revolución de Octubre. Estas organizaciones van a conocer en los años que anteceden al estalinismo una gran riqueza en obras y en su producción teórica.
Durante el ascenso del estalinismo el concepto "literatura proletaria", una moda efímera relacionada con las posiciones políticas estalinistas del "tercer período" (1927-1935), y que en rigor trata "la vida del proletariado contada por escritores que salen de su seno", aunque todo de una manera aceptable con la idea estalinista del partido como rector y consolador de la vida social, política y cultural. En España esta literatura no tuvo apenas representante, aunque sí hubo una literatura "obrerista" de signo libertario y socialista, que bajo diversos formatos, respondía a una cierta realidad de la lucha de clases, va a encontrar su expresión en la Asociación de Escritores Proletarios (RAPP) y su orientación va a coincidieron lo que se vendrá a definir (abusivamente) como "realismo socialista" en torno a los siguientes criterios: "El realismo socialista, por ser el método de base de la literatura y de la crítica soviética, exige del artista una representación verídica, históricamente concreta de la realidad en su desarrollo revolucionario. Además, el carácter verdadero e históricamente concreto de dicha representación artística de la realidad debe combinarse con el deber transformar ideológica y de educación, de las masas dentro del espíritu del socialismo."
Esta corriente coincide con la implantación final del estalinismo, con lo que se excluyen todas las demás escuelas en tanto que los criterios del "realismo socialista" serán fijados por especialistas del tipo de A. Zhdánov y por el propio Stalin. De acuerdo con éste, un decadente Máximo Gorki disolverá oficialmente el RAPP, para formar a continuación la Unión de Escritores Soviéticos que impondrá en sus estatutos el "realismo socialista " (2). Por esta época agonizaban los últimos reductos de élan libertario de los años veinte y durante los famosos "procesos de Moscú" caerán Isaac Babel, Boris Pilniak, Osip Mandelstam, en tanto que Víctor Serge, Serguei Esenin y Vladimir Maikovski se habían suicidado en la antesala del ascenso estalinista que ya se avizoraba en buena parte en la segunda mitad de los años veinte.
Ironías de la historia, la URSS", iba a constituirse en una referencia para la intelligenzia cuando precisamente acababa su época dorada de creatividad y comenzaba el rigor burocrático.
Este giro interno de la cultura soviética tiene en buena medida su traducción en las organizaciones vinculadas con el movimiento comunista oficial. En un principio el planteamiento es la unidad entre el trabajo intelectual y el manual, la crítica de la comercialización del arte, la llamada a ampliar la rica tradición revolucionaria literaria, pero con los Frentes Populares este mensaje va a cambiar. Dentro de estas organizaciones -implantadas en Francia y en Alemania sobre todo, destacará la presencia regular de Henri Barbusse, prototipo del "compañero de ruta" capaz de avenirse sin problemas a los diferentes giros de la política estalinista.
Esta hipoteca será el punto más criticado de su desarrollo, la explicación de una actuación en buena medida ambivalente y aunque su objetivo principal será aparecer como "un acto de oposición a la barbarie y fascista y como una denuncia de la política de no-intervención (el grito de ¡Fuera la no-intervención!" fue el grito unánime en París) se justifica también como "una exploración para ejercer una presión en pro de la cultura en la sociedad nueva" (Corpus Barga), un criterio básico de la Alianza que coincide con las interpretaciones que permite la política comunista oficial -y de sus aliados- en el sentido de que primero se impone una especie de Dos de Mayo democrático y popular, pero después se plantea una revolución. Con lo primero reprime a los revolucionarios, con lo segundo se integra a muchos radicales.
Desde la primera ponencia, a cargo de Anna Segher, militante comunista alemana y escritora que denuncia el fascismo. En otra ponencia se proclama que el fascismo "puede respetar los momentos antiguos mientras no lo molesten. Aspira a destruir la base de la cultura: al hombre (...) El mal no está en que los fascistas alemanes hayan quemado en su país docenas de miles de libros, sino en que han transformado el alma de los lectores de ayer. Ellos han hecho de los sabios, de los obreros, de los poetas, los destructores de Guernica (Ehrenburg).
Ante esto el intelectual no puede permanecer en su torre de marfil; como tal debe comprometerse en "la defensa de las libertades del espíritu" (Benda), en apoyo al pueblo porque "la aristocracia española está en el pueblo (y) escribiendo para el pueblo se escribe para los mejores (...), o escribimos sin olvidar el pueblo, o sólo escribiremos tonterías " (Machado). En este sentido, resulta incomprensible la posición de lo que se llamará la "tercera España", de esos "sedicentes intelectuales españoles más o menos hamletizados y que ridículamente se alejan, se apartan, se separan del pueblo español cuando este pueblo se ha puesto en cuestión todo, porque se le pone en cuestión su vida misma, su propio modo de ser y existir" (Bergamín).
Los héroes son los soldados que luchan en el frente revolucionario (Aleksei Tolstoi), el "proletariado" que quiere "las bases de una nueva moral y de un arte nuevo que estén de acuerdo con sus aspiraciones" (Last). Se habla del "hombre nuevo" un "hombre total", que se encuentra entre los que luchan en primera fila. Por eso se cuestiona el destinarlo convencional de la cultura: "...La mayoría de nuestros lectores son burgueses, en quienes nuestras palabras todo lo más, despiertan unos pensamientos que inmediatamente vuelven a modorrarse. Un artífice busca los mejores materiales para su trabajo, pero nosotros, los escritores, ¿lo hacemos?, ¿vamos hasta la parte más maleable, más prometedora de nuestro pueblo: hasta las masas? La respuesta es que no" (Norddalh Grieg, Noruega).
El objetivo es un nuevo humanismo, "que tiene un hogar: el hogar del trabajador intelectual y manual. Tiene una teoría: la democracia. Tiene un ejército decidido: el socialismo. Una vanguardia activa de combate: la España republicana... " (Sender). Este humanismo se entiende "como el intento de restituir al hombre la conciencia de su valor, de trabajar para limpiar la civilización moderna de la barbarie capitalista..." (España, Ponencia colectiva). Hay, por lo tanto, una conciencia critica, una idea de que la alternativa va más allá de las democracias tradicionales, cuya pretendida neutralidad es comprendida por Machado como algo terriblemente natural, ya que entre lobos (entre potencias) no se muerden.
Hay tres apartados que tienen, por sí mismos, un interés específico. Uno es la participación de escritores católicos, de "herejes" como Bergamín o el holandés Browder, que apela a una razón: "A Jesucristo, hijo de un carpintero, hijo de un campesino, sacrificado por una clerigalla y por una casta de militarotes, y que supo impregnarnos de verdadero espíritu cristiano, que manda que hagamos lo que yo hago aquí: estar aliado del pueblo español, que es el más cristiano que cabe". Otro es la participación en lengua propia Gide y a los surrealistas, que no son invitados.
La convocatoria está dramáticamente contextualizada por la guerra: la misma noche de su inauguración, la aviación rebelde bombardea la capital del Turia (3).
Entre sus participantes los hay que vienen directamente del frente, algunos de las Brigadas Internacionales (Gustav Regler, Pablo de la Torriente y Ralph Bates), también están los que vienen del exilio. No son pocos los que tendrán, antes o después, sus problemas por su compromiso con la lucha republicana.
Hablando en términos cinematográficos, el "reparto" difícilmente puede ser más completo. Asisten ( entre otros), por parte francesa, Julien Benda, André Malraux, Paul Nizan, André Chamson y Jean-Richard Bloch; por la URSS, Aleksei Tolstoi, Mijail Koltzov Ylya Eheremburg; por Inglaterra, Stephen Spender y Ralph Bates; por Alemania, Anna Seghers y Gustav Regler; por Chile, Vicente Huidobro y Pablo Neruda; por México, Carlos Pellicer y Octavio Paz (4); por el Perú, el enfermizo César Vallejo; por Cuba, Nicolás Guillén y Juan Marinello; por los EE.UU., Malcom Cowley, Langton Hughes, Ernest Hemingway y John Dos Passos; por Holanda, Jef Last y el doctor J. Browder...Naturalmente, la delegación española será la más numerosa. En ella encontramos a Antonio Machado, José Bergamín, Fernando de los Ríos, Arturo Serrano Plaja, César Mª Arconada, Constancia de la Mora, Rosa Chacel, María Zambrano, Margarita Nelken, Mª Teresa León; Rafael Alberti, Juan Gil-Albert, Corpus Barga, Ramón J. Sender... Por otro lado, el número de los que apoyan no es menos impresionante. Baste señalar que en el Presidium del II Congreso se encontraban -además de algunos de los que intervinieron-: Romain Rolland, Louis Aragon, Thomas Mann, G. B. Shaw, E. M. Foster, Mijhail Solokhov, Selma Lageloff. En el Buró Internacional constaban también: Heinrich Mann, Leon Feuchtwanger, Bertold Brecht, Aldous Huxley, Virginia Woolf, Anderson Nexo, Aníbal Ponce, Jorge Icaza y un largo etcétera, que puede ser ampliado externamente al Congreso con nombres como los de Bertrand Russell, Albert Einstein y otros.
El Congreso será definido por alguien irónico como un "circo ambulante", ya que transcurre en varia poblaciones, lo que permite a los más críticos como Spender percibir un contraste entre sus menús y la miseria de los pueblos a los que ya comienza a estrangular la guerra. Su primera fase se hará en Valencia, pero el 6 de julio, en víspera de la batalla del Jarama, los congresistas se trasladan (no sin peligrosas vicisitudes, como la sufrida por Malraux y Ehrenburg, cuyo coche chocó con un camión de obuses y estuvo a punto de saltar por los aires) a Madrid, para regresar el 10 a Valencia de nuevo con un breve paréntesis en Barcelona, donde tuvo lugar un acto en el Palau de la Música con un concierto de Pau Casals, para concluir los días 16 y 17 en París. La resolución aprobada en la capital francesa das e integradas en la Alianza, como lo están en las trincheras, donde nuestros combatientes se unen ante un enemigo común, que lo es también de la inteligencia y la cultura ", no habrá en ella ninguna representación de anarquistas o poumistas. No habrá disidentes.
Lo mismo ocurre en el Congreso de Valencia donde se criba previamente a diversos intelectuales catalanes, valencianos y gallegos (el doctor Jaume Serra Hunter, CarIes Salvador, Ricard Blasco, Rafael Dieste), que afirman que la defensa de la cultura universal es también la de la propia cultura nacional, la de la propia lengua, inseparable una de la otra. La tercera queda perfectamente reflejada en la ponencia colectiva española (en la que al parecer participaron también los mexicanos) y que fue leída por Arturo Serrano Plaja. Esta ponencia desdeña conceptos como "realismo socialista" o "literatura proletaria", señala las limitaciones del Agiprop (arte de agitación y propaganda) y proclama el carácter libre y abierto del arte.
Y aquí entramos en el “caso” Gide. El autor de Las cuevas del Vaticano, que había sido la principal figura del Congreso anterior y una estrella en el firmamento de los "compañeros de ruta", había mostrado siempre una posición radicalmente independiente por más que, siendo ya muy mayor, se había entusiasmado con el comunismo en el que encontraba una confirmación del individualismo y una vía de encuentro entre el arte y las masas. No obstante, después de visitar la URSS, escribió un libro Retorno de la URSS, en el que se desarrollaban una serie de tesis que tenían no pocas semejanzas con las expuestas por Trotsky en La revolución traicionada.
Ya en vísperas del Congreso valenciano, Gide había manifestado su repulsa a los "procesos de Moscú" y su solidaridad con el POUM y con Andreu Nin, duramente perseguidos entonces en la zona republicana. Sobraban pues motivos para que el propio Stalin vetara su asistencia al Congreso y amenazara con boicotearlo. Aunque en la secretaría del Congreso figuraban escritores independientes como Emilio Prados, Serrano Plaja y Gil-Albert, la absoluta mayoría de sus componentes coincidían en un apoyo incondicional al Gobierno de Negrín y a la alianza con los soviéticos, que aparecían como solidarios con la República y sobre cuyo orden interno no se interrogaban; muchos coincidían con Gide y con Trotsky en su posición a favor del arte revolucionario independiente, pero como dirá Bergamín -después de una violenta discusión con Malraux: "Ante sus ataques -de Gide- al pueblo ruso y a sus escritores (sic), nosotros los españoles rechazamos cuanto pueda crear una enemistad con los que están identificados con nuestra causa". Esta condena es el fruto de un consenso entre los que actuaban abiertamente como "comisarios" del PCE -Ehrenburg, Koltzov, Neruda-, y los que estaban por una respuesta más diplomática.
Luego, el Congreso guardó silencio cuando el pariente de LeónTolstoi amplió esta condena con una serie de insultos contra el escritor francés que, con el tiempo, emergería como víctima de la maquinación estalinista y como un amigo de la República que supo ser independiente.
Años más tarde, buena parte de los que participaron y apoyaron el Congreso de Valencia se encontraron divididos entre los dos grandes bloques, el los países mal llamados socialistas, y el del mal llamado “mundo libre”. Pero mientras que el segundo permite un amplio juego liberal, el primero no permite ninguna disidencia. Este contraste dará lugar a un proceso de desplazamiento hacia la derecha de buena parte del mundo de la cultura del que será un buen ejemplo el Congreso conmemorativo de 1987, organizado principalmente por un “arrepentido “Jorge Semprún desde su cargo de ministro de cultura en el gobierno presidido por Felipe González. Entre los invitados destacan, aparte del propio Semprún, el ya veterano Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, el último Cornelius Castoriadis, Fernando Savater, todos ellos arrodillados ante el Becerro de Oro del “libre mercado”. Fue todo un espejo del regreso de los clérigos que habla Julien Benda, al regazo de las clases dominantes con el pretexto de la denuncia del estalinismo, un concepto en el que todo el torrente del agua sucia del estalinismo…no permitía ver el niño, o sea el movimiento obrero y el ideal de la democracia socialista.

Notas

--(1) Los trabajos más exhaustivos sobre este Congreso son los tres volúmenes publicados por la Ed. Laia: Inteligencia y Guerra Civil española, de Luis Mª Schneider (Barcelona, 1978); Pensamiento literario y compromiso antifascista de la inteligencia española republicana, de Manuel Aznar Soler (ídem), y Ponencias. Documentos y Testimonios, edición de ambos autores (Barcelona, 1979).
--2) Aragon-André Breton, Surrealismo frente a realismo socialista (Ed. Tusquets, Barcelona, 1973), o en la edición del Manifiesto por un arte revolucionario e independiente en El Viejo Topo, Barcelona, 1999.
--3) También Gil-Albert define bien la situación cuando escribe: "Era el momento álgido de nuestra crisis; todos nosotros escritores pasamos de un modo u otro por esta fase: horror por el nazismo, desprecio por el reaccionarismo español que estaba preparando la puñalada trapera a la joven, incauta, y también es verdad, medio caótica República, confianza si no ciega, sí bastante embriagadora, por Rusia, engagement de Gide, actitudes de (Thomas) Mann, Einstein, etcétera". Ver entre otros: Christopher Cobb, La cultura y el pueblo. España, 1930-1939 (Ed. Laia, Barcelona, 1980); J. Bécarud-E. López Campillo, Los intelectuales españoles durante la II República (Ed. Siglo XXI, Madrid, 1978); Víctor Fuentes, La marcha al pueblo de las letras españolas 1917-1936 (Ed. de la Torre, Madrid, 1980).
--4) En una entrevista para TVE, Paz contará a Joaquín Soler Serrano que Pablo Neruda y Ylia Ehrenburg lo sondearon a él y a Pellicer sobre la cuestión del "trotskismo”. Como este último afirmó que Trotsky le parecía el mejor orador existente desde San Pablo y el mejor crítico literario marxista que tenía noticia, fue discretamente controlado por el grupo comunista oficial.

(*) Una versión de este artículo apareció en la revista Historia y Vida,

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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