La Universidad del Estado en Puerto Rico cumplió ayer 30 días de huelga. Esta huelga ha paralizado 11 recintos a los que asisten 65.000 estudiantes. El jueves, por vez primera en el siglo que lleva fundada la institución, se reunieron más de 1.000 docentes para aprobar un voto de huelga en caso que se repriman a los estudiantes o no se logre una salida negociada. Los 1.000 docentes reunidos ayer representan el 20% de la plantilla de 5.000 profesores(as). El siguiente texto es una reflexión sobre lo que esta huelga ha representado para los sectores progresistas del país. Una versión de 3 párrafos ha circulado como un llamado urgente a la movilización.
Hebe de Bonafini, líder fundadora de las Madres de la Plaza de Mayo, ha dicho en repetidas ocasiones que a ellas sus hijos las parieron. A pesar de haber engendrado, parido y criado a los miles de estudiantes, obreros, y jóvenes profesionales asesinados por la sangrienta Junta Militar que gobernó a Argentina en los 80, fueron sus hijos e hijas desaparecidos(as) los que le dieron vida a ellas como ciudadanas, primero de su país, eventualmente del mundo.
Atribuladas por el dolor y la incertidumbre, nacieron a la vida pública preguntando con insistencia por sus hijos, por su paradero, por los motivos que pudieron llevar a un país a negarse a sí mismo el futuro matando a los más valientes, a los más tiernos, a los más sensibles y generosos.
Nuestros estudiantes nos están pariendo como país. Con su generosidad que no ha hecho cálculos individuales sobre lo que pierden o lo que arriesgan, nos han obligado a mirar por encima de nuestros agobios y derrotas, por encima de nuestras agendas abarrotadas o tristes y enfrentar el desolado estado en el que un buen día nos encontraron.
Nuestros estudiantes, a diferencia de sus contrapartes de otras épocas, simultáneamente cercanas y remotas, afortunadamente no han comenzado a desaparecer. Están ahí todos los días. Aparecen por todas partes tras portones que han cobrado nuevos significados. Se asoman, nos miran y nosotros tímidamente correspondemos. Nos hemos quedado atónitos, como si estuviéramos delante de una aparición. Se repiten con diversos nombres en la radio y los periódicos --Giovanni, René, Arturo, Adriana, Ian, Fernando, Jorge, Gabriel-- con rostros sin señas y nombres sin títulos, espepitándonos sin más lo que piensan, con el único aval de lo mutuamente acordado.
Quienes tienen el deber de hablarles, de persuadirles, incluso de rendirles cuenta, llevan muy mal lo que consideran insolencia. ¿Qué se han creído estos chicos? ¿Que pueden ir por ahí dándonos el fatigoso espectáculo de vivir a la altura de lo que se sueña?
Están más vivos que nunca, aunque algún célebre haya pegado el puño sobre la mesa y con su usual cara de malo comentara iracundo que las autoridades son muy blandas. Esto de amendrentarlos con la fuerza por varias madrugadas, de negarles agua y alimentos, de golpear enfurecidos a sus padres que se acercan con café y cigarillos, no ha sido, a todas luces, suficiente. Exudan aún demasiada juventud, demasiado optimismo. Abrazan su presente de lucha para reclamar por derecho propio el futuro que se les niega a otros.
Su lucha por una Universidad que abra de par en par libros y puertas tiende la mano en la oscuridad a otros jóvenes como ellos, destinados desde pequeños a no llegar a los descampados universitarios que nuestros estudiantes han vuelto sus casas. Estos, los que no parecen tener miedo --los más valientes, los más tiernos, los más sensibles, los más generosos-- convidan con su hazaña a otros inútilmente arrojados. A los que se juegan la vida en una esquina, a los que han asumido su condena, a los que miran de frente su muerte a diario y la adornan con rituales noveles, nuestros estudiantes los invitan a reinventar las maneras de ser jóvenes. Reclaman oportunidades para los que están, para los que aún no han llegado, para los extraviados. A todos nos debemos.
Los estudiantes que vencen el miedo a los fantasmas que han arrinconado a otros, nos salvan a todos de la muerte. Nos regalan un futuro que no teníamos hace tres o cuatro semanas y que esperamos ya con impaciencia. Por esto, los estudiantes nos están pariendo como país. Si no queremos seguir estudiando funerales vayamos todos al alumbramiento en los portones de la Universidad. No vaya a ser que faltemos a esta cita y tengamos que encontrarnos cabizbajos y perdidos en alguna plaza.
Anayra O. Santory Jorge, Ph D. Universidad de Puerto Rico, Mayagüez
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