El mes pasado, dos importantes sucesos marcaron el mundo de los partidos socialdemócratas. El 19 de septiembre, el partido sueco perdió duramente las elecciones. Recibió 30.9% del voto, su peor desempeño desde 1914. Desde 1932, ha gobernado el país 80% del tiempo, y ésta es la primera vez que un partido de centroderecha gana la relección. Y para complicar el mal desempeño, un partido antinmigrante, de extrema derecha, entró al Parlamento sueco por primera vez.
¿Por qué es esto tan dramático? En 1936, Marquis Childs escribió un libro famoso, titulado Sweden: The Middle Way. Childs presentaba Suecia bajo el régimen socialdemócrata como una virtuosa vía intermedia entre dos extremos representados por Estados Unidos y la Unión Soviética. Suecia era un país que efectivamente combinaba la redistribución igualitaria con la política interna democrática. Suecia ha sido, por lo menos desde los años 30, el modelo mundial de la socialdemocracia, su verdadera historia de éxito. Y así parecía mantenerse hasta hace poco. Ya no es el modelo mundial.
Entretanto, el 25 de septiembre en Gran Bretaña Ed Miliband vino desde atrás para ganar el liderazgo del Partido Laborista. Con Tony Blair el Partido Laborista se había involucrado en la remodelación radical del partido con la consigna de “the New Labour” [el nuevo partido laborista]. Blair había argumentado que el partido también debía ser una vía intermedia -no una entre capitalismo y comunismo, sino entre lo que solía ser el programa socialdemócrata de nacionalización de los sectores clave de la economía y la dominación sin rienda del mercado. Ésta era una vía intermedia bastante diferente de aquélla de Suecia en los años 30 y después.
Que el Partido Laborista eligiera a Ed Miliband por encima de su hermano mayor David Miliband, un socio clave de Tony Blair, se interpretó en Gran Bretaña y otras partes como un repudio a Blair y un retorno a un Partido Laborista más socialdemócrata (¿más sueco?). No obstante, pocos días más tarde, en su primer discurso en la conferencia laborista, Ed Miliban reafirmó una posición centrista. Y pese a que enlazó sus aseveraciones con alusiones a la importancia de lo equitativo y la solidaridad, dijo: Debemos deshojar nuestro viejo pensamiento y erguirnos por quienes creen que hay algo más en la vida que lo que es rentable.
¿Qué nos dicen estas dos elecciones del futuro de la socialdemocracia? Convencionalmente (y lo más probable es que correctamente) a la socialdemocracia -como movimiento y como ideología- se le vincula con el revisionismo de Eduard Bernstein, en la Alemania de finales del siglo XIX. Bernstein argumentaba en esencia que, una vez obtenido el sufragio universal (que para él era el voto masculino), los obreros podían usar las elecciones para ganar cargos para su partido, el SocialDemócrata (SPD), hasta lograr el gobierno. Una vez que ganaran poder parlamentario, el SPD podría entonces promulgar el socialismo. Y como tal, concluía, hablar de insurrección como vía al poder era innecesario y de hecho una tontería.
Lo que Bernstein definía como socialismo era poco claro en muchos aspectos, pero no obstante en el momento parecía incluir la nacionalización de los sectores clave de la economía. Desde entonces, la historia de la socialdemocracia como movimiento ha sido una de alejamientos lentos pero continuos de la política radical hacia una orientación más centrista.
Durante la Primera Guerra Mundial, los partidos repudiaron su internacionalismo teórico al alinearse en respaldo de sus gobiernos en 1914. Tras la Segunda Guerra Mundial, los partidos se aliaron con Estados Unidos en la guerra fría contra la Unión Soviética. Y en 1959, en su conferencia en Bad Godesburg, el SPD alemán repudió el marxismo por completo y oficialmente. Y declaró que habiendo comenzado como un partido de clase obrera, el Partido Socialdemócrata se ha convertido en un partido del pueblo.
En ese entonces, lo que el SPD alemán y otros partidos socialdemócratas llegaron a reivindicar fue el compromiso social conocido como Estado de bienestar. La socialdemocracia tuvo bastante éxito en este objetivo en el periodo de la gran expansión de la economía-mundo en los años 50 y 60. Y en ese tiempo se mantuvo como movimiento en el sentido de que estos partidos impulsaban el respaldo activo y la lealtad de muchas personas en su país.
Sin embargo, cuando la economía-mundo entró en su largo estancamiento a partir de los años 70, los partidos socialdemócratas comenzaron a ir más allá. Dejaron de lado el énfasis en el Estado de bienestar para volverse meros promotores de una versión más suave de la primacía del mercado. La ideología del nuevo partido, de Blair, no era sino esto. El partido sueco resistió el viraje más tiempo que los otros pero finalmente sucumbió.
La consecuencia de esto, sin embargo, fue que la socialdemocracia dejó de ser un movimiento que podía convocar la lealtad y el respaldo de grandes número de personas. Se tornó una maquinaria electoral a la que le faltaba la pasión de antaño.
Aunque la socialdemocracia no sea ya un movimiento, sigue siendo aún una preferencia cultural. Los votantes siguen queriendo los desvanecientes beneficios del Estado de bienestar. Protestan regularmente cuando pierden otro más de estos beneficios, lo cual ocurre con alguna periodicidad ahora.
Finalmente, hay que decir algo de la entrada del partido antinmigrante de extrema derecha al Parlamento sueco. Los socialdemócratas nunca han sido muy fuertes en lo relacionado con los derechos de las minorías étnicas u otras -mucho menos acerca de los derechos de los inmigrantes. Los partidos socialdemócratas han tendido a ser partidos de la mayoría étnica de cada país, defendiendo su territorio contra otros trabajadores a los que veían como grupos que provocarían la reducción de salarios y empleos. La solidaridad y el internacionalismo eran consignas útiles cuando no había competencia a la vista. Suecia no enfrentó este asunto seriamente sino hasta hace poco. Y cuando lo hizo, un segmento de votantes socialdemócratas simplemente se corrió a la extrema derecha.
¿Tiene futuro la socialdemocracia? Como preferencia cultural, sí; como movimiento, no.
Immanuel Wallerstein
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