martes, noviembre 09, 2010

Rafael Barret: un siglo después…


El mismo año que nacía la CNT, moría Rafael Barret en Arcachón, Francia, 1910. Su último escrito estuvo dedicado a la memoria de León Tolstói, concretamente con el artículo La muerte de Tolstói, escritor en “Al margen” (1). El suyo era un pensamiento libertario sin fronteras, reflexivo, crítico y airado: "La violencia homicida del anarquista –dirá en uno de sus escritos-- es mala; es un espasmo inútil, más el espíritu que lo engendra es un rayo valeroso de verdad". El anarquismo "se reduce al libre examen político" y llama a "no gesticular contra la realidad en que es preciso vivir y a la cual, ¡ay!, es preciso amar. Estudiémosla. No veamos crímenes en el mundo, sino hechos. Acerquemos el ojo al microscopio y no empeñemos el cristal con lágrimas inútiles".
Periodista de la estirpe radical de Mariano José de Larra, virulento, optimista y amargo al tiempo, Barret gustaba definirse como un "expendedor de ideas", jugó siempre la carta de los perdedores. Al decir de Carlos Meneses, aspira­ba "a curar --o por lo menos denunciar- las raíces de los males, los motivos que atormentaban a ese pueblo --Paraguay-- ­que tanto había llegado a querer y con el que se había identificado plenamente, olvidando sus orígenes, demostrando que ningún valor tienen los pasaportes, ni las banderas, ni las nacionalidades, que ninguna importancia tienen las sangres, ni los colores de la piel, que la humanidad sólo es­taba dividida en humildes y explotadores y que la misión de los hombres dignos consistía en luchar por alcanzar la igualdad"
Poca gente sabe que Rafael Barret había nacido en Santander, en 1876. Será hasta tal punto ignorado en estos andurriales que algunas sesudas enciclopedias todavía le consideran uruguayo de nacimiento, y algunos dirán que fallecido… en 1924.
Sobre su importancia valdrá la pena reseñar que para Augusto Roa Bastos la cultura paraguaya contemporánea nace con Barret; algunos de sus escritos fueron libros de textos en Uruguay y en la Ar­gentina sus Obras Completas (con noticias y juicios de Rodolfo González Pachecho. Ramiro de Maeztu, Emilio Frugoni, José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira, Ed. Américalee, Buenos Aires, 1954, primer tomo; el segundo sería publicado por Biblioteca de Cultura Social) han sido reeditadas en varias ocasiones, y parte de su obra lo está siendo ahora. Sin ir más lejos, Pepitas de Calabaza lo acaba de hacer con Moralidades actuales (ISBN:978-84-938349-0-6|372 págs.| 14 euros…De esta edición extraigo las siguientes líneas: "[...] Moralidades actuales constituye una colección de textos compacta, importante no sólo para nosotros, sus lectores, sino trascendente para el propio autor. No es una colección cualquiera de artículos ya publicados sino bastante más. Si hubiera que señalar una característica de la obra de Barrett esa sería su capacidad para unir la radicalidad de sus posiciones intelectuales y políticas con un estilo literario muy elaborado que le convierte en una de las figuras más significativas y ninguneadas del modernismo, un movimiento que se nos explicó siempre con abundancia de jardines y nenúfares, pero que se caracterizó por su visión novedosa, brillante, variadísima del mundo.[...] Si hubiera que hacer un resumen de la vida de Barrett y de su obra, inseparables, sería inevitable concentrarse en las Moralidades actuales, el fruto maduro de un escritor en el momento más creativo de su vida, cuando todo era posible, incluida la ambición de influir en la sensibilidad y la inteligencia de la gente…”
Barret cuyos rasgos personales describía así Rodríguez Alcalá: "Erguía su estatura no común un hombre de ojos celestes, cabello rubio, frente muy alta y de perfecta trazo, sobre las que caían dorados mechones, y rastro alargado que afirmaba su expresión enérgica en su mentón rotundo...", fue en un principio un cultivado señorito de Bilbao y Madrid que había estudiado ingeniería, un dandy celtibérico, frecuentador de la alta sociedad y también de la bohemia cultural, que en el año 1904, arruinado por el juego, abandonó despe­chado España para embarcarse hacia Buenos Aires.
Tras de sí dejaba tan sólo una ligera leyenda de escándalos y duelos, algunas de ellos apadrinadas por Don Ramón María del Valle-Inclán posiblemente el mayor “anarquista” de nuestra literatura...
Sudamérica supuso para él una gran transformación no sólo por la miseria sino también por su ideario y las persecuciones. Allí descubrió como Larra que la sociedad era "una reunión de víctimas y verdugos". Se dedica al periodismo como una forma de subsistencia y de manifestación de su cre­ciente conciencia crítica. En los siete años de vida que le quedaban, no paró de escribir, siempre para la prensa, y de ser perseguido a causa de su virulencia y de su intransigencia a favor de los explotados. Expulsado de Argentina, se refugió en Asunción, Uruguay.
Será allí donde manifestará su profesión de fe anarquista ("Anarquista, dice, es el que cree posible vivir sin el principio de autoridad"), se organiza, pronuncia conferencias, funda la revista Germinal, participa en las luchas cotidianas, en ocasiones sangrientas, y es desterrado, dejando mujer (que abandonó por él su lugar en la alta sociedad) e hijo, a Brasil, de donde pasó de nuevo a Argentina. Sin embargo, su salud se encuentra completamente quebrantada, tuberculoso a los treinta y cuatro años, retorna a Europa con la esperanza de una curación que no llegará. Con el tiempo, su "vida se verá deformada (...) por la variedad de versiones surgidas. Su obra permanecerá oculta en las bibliotecas de provincias".
Anotemos que estas referencias de Carlos Meneses provienen de la ya lejana presentación de su selección de artículos de Barret que se publicó con el título Mirando vivir, en la colección Acracia de Tusquets en 1976, que dirigía Carlos Semprún antes de entregar su alma a los mercaderes .
En su último escrito, Barret efectúa una sugestiva aproximación a la religiosidad tolstoniana. Consideraba a Tolstói como “uno de los más nobles héroes de la historia, uno de los santos más puros con que puede honrarse nuestra raza», o como la teosofía inclusive, a la que, aparte «su terminología aparatosa» y «su pedantería inocente» reconoce como una religión muy razonable, que profesa una altísima moral de la no violencia. Fácil sería documentar esta actitud filosófica a lo largo de toda su obra literaria, considerando en particular “Ideas y críticas”,”Al margen”, “Mirando vivir” y “Moralidades actuales”. No es extraño, pues, que Rodó, heraldo de un nuevo espiritualismo en América Latina, aunque bastante alejado del ideario socialista y anárquico de Barrett, haya escrito a propósito de la última de las obras citadas: «Su crítica es implacable y certera; su escepticismo es eficaz, llega a lo hondo; y sin embargo, la lectura de esas páginas de negación y de ironías hace bien, conforta, ennoblece. Y es que hay en el espíritu de su ironía un fondo afirmativo, una lontananza de idealidad nostálgica, un anhelante sueño de amor, de justicia, y de piedad, que resultan más comunicativos y penetrantes así, en el tono de una melancolía sencilla e irónica, que si se envolviesen en acentos de entusiasmo y de fe, 1910), el autor ruso más universal, fue un anarquista de corte cristiano.
Resulta sorprendente la apelación al cristianismo, consecuencia quizás de su admiración y cercanía intelectual y moral con León Tolstói. Apelación que, sin embargo, no lo separa del ideario ácrata. Para Barret esta “religión de la propiedad” que se basa en “el milagro burgués de los panes y de los peces [...] se arraiga tanto más en los poseedores cuanto menos religiosos son” (O. C., p. 132), sentencia Barrett en clara alusión al discurso anticlerical de la oligarquía argentina: “Al lado de la virgen de Luján y de San Expédito, el viejo Cristo enamorado de los pobres resulta un poco anarquista. Hubo que arreglarlo para el uso platense, habilitándole con un pequeño capital. No se concibe un Cristo que no sea, ya que no estanciero, siquiera propietario y conservador. Las casas católicas de este Jesús elegante no se asemejan al establo de Belén ni a los conventillos del Sur. Están copiosamente subvencionadas” (O. C., p. 133). Para corroborar la veracidad de su afirmación, Barrett invita al lector a hojear el detalle (que transcribe a continuación) de las partidas destinadas a las diferentes parroquias que aparecen en el presupuesto Barrett estuvo entre nosotros seis años. En el relámpago de ese tiempo se hizo revolucionario, escribió una docena de libros imborrables y fundó una literatura y una ética. Al morir apenas si había cumplido los 34 años, una edad en que otros escritores empiezan a pensar qué harán de sus palabras o de su vida. Nunca paró de escribir, ni en el barco que lo llevaba a su tumba, ni tan siquiera en la cama del hospital de Arcachon.
Esta imagen póstuma quedó reflejada en las siguientes líneas escritas por socialista Emilio Frugoni: “Me sonrió por última vez en su camarote, con aquella sonrisa abierta, bañada en suave luz de bondad, de tolerancia, de perdón y de afecto. Volví a ver al Jesús de las estampas. Y no volví a verlo más”.

(1) Este artículo, al igual que el anterior de Lenin sobre Tolstoy, y de otros que espero publicar, forman parte de un “descarte” de trabajos que estaban pensado como apéndice a mi libro, León Tolstói, aristócrata, cristiano, anarquista (Ed. Libros de la Frontera, cuya edición está prevista para lo imediato).

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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