Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
martes, diciembre 25, 2012
El cristinismo, los conjurados y las conspiraciones
¡Vaya por Dios, un nuevo motín!, se lamentaba y se consolaba Luis Capeto en medio la Gran Revolución francesa, mientras uno de sus duques le replicaba: “No señor, esto es una revolución”.
“Una nueva conspiración contra el proyecto nacional y popular”, sentencian los cortesanos del kirchnerismo. Y no hay nadie que les aclare que, con conspiración incluida, esto es en lo profundo, una manifestación más de su propia decadencia.
Un prisma de lectura que subvalora las manifestaciones populares atraviesa la historia de las clases dirigentes en épocas de crisis. Y el kirchnerismo no está exento de esas anteojeras tranquilizadoras en la autopercepción de su presente político.
Luis XVI deseaba reducir la mismísima Revolución a un impotente motín, el cristinismo pretende reducir los impotentes saqueos, a una simple conspiración. Y la trama conspirativa incluye en un mismo plan siniestro al 13S y al 8N, atados sin solución de continuidad al paro general del 20N, para coronarse con los “saqueos de la abundancia”, supuestamente organizados con precisión milimétrica en estas vísperas navideñas.
Las lecturas policiales de la historia emergen en momentos de crisis y de debilidad, y más aún, son su confirmación.
Los funcionarios del gobierno, y con mayor rabia los frepasistas, coparon los canales de TV para denunciar a los “vándalos”, “criminales”, “delincuentes”, “violentos”, que protagonizaron los saqueos “armados y preparados” y prometieron caerles encima con todo el peso de la ley. Y en esto coincidieron cristinistas, sciolistas, binneristas, macristas; todos militando en el “partido del orden” y pegando con un solo puño: el del brazo armado de su estado.
Lo que no advierte el cristinismo, que es una especie de kirchnerismo bobo (su etapa superior), es que en su denuncia histérica de la gran trama conspirativa dejan al desnudo su propio retroceso político a tan solo un año del 54%. Para que las “operaciones” funcionen, más si incluyen a sectores de masas, tiene que haber un marco propicio. Un marco que es producto de la historia económica, social y política reciente. Dice Trotsky en el capítulo “El arte de la insurrección” de su monumental Historia de la Revolución Rusa “De hecho, en toda sociedad de clases existen suficientes contradicciones como para que entre las fisuras se pueda urdir un complot. La experiencia histórica prueba, sin embargo, que también es necesario cierto grado de enfermedad social -como en España, en Portugal y en América del Sur- para que la política de las conspiraciones pueda alimentarse constantemente”.
Dicho epigramáticamente, para el impulso y el éxito de las operaciones debe existir un contorno pasible de ser “operado”. Y el partido por excelencia de las conspiraciones argentinas es el peronismo, un movimiento en el que si se exige tanto la lealtad es porque está lleno de traidores (como dijo un viejo dirigente peronista).
Desconocemos si el peronismo se puso en movimiento para jugar con el fuego de la política en las calles, en la carrera de velocidades de la disputa sucesoria; pero el entorno social y político es el de la lenta decadencia del kicrhnerismo y su “modelo”. Lo saqueos fueron (¿fueron?) una manifestación más en esa transición, que hemos dado en llamar, a falta de mejor nombre,…fin de ciclo. Y desnudaron que la inclusión kirchnerista no alcanzó para una significativa franja de la sociedad argentina.
Ya no es la clase media egoísta que sale al ritmo de la cacerola en la defensa de sus lujos, ni la angurrienta “aristocracia obrera” que protesta contra ese maravilloso impuesto que es la garantía de justicia social. No, es el mismo subsuelo condenado de la patria el que emergió, incluso entre las fisuras de complot y conspiraciones, para gritarle a los frepasistas en su propia cara de nada: “No en nuestro nombre”. Es decir, no sostengan su “relato” describiendo el presunto paraíso en el que nosotros habríamos entrado, gracias a las virtudes de su “modelo”. Casas más, casas menos (AUH más, AUH menos), nosotros seguimos sobreviviendo en el mismo infierno.
El discurso consensual dio paso el relato policial y esto confirma la pérdida acelerada de hegemonía. Para el kirchnerismo de los orígenes, las huelgas y los piquetes eran las tensiones del crecimiento, en su época de ascenso su discurso tenía cierta consonancia con su estrategia (o gran política como la llamó JDM) de sacar a las masas de las calles. Para el cristinismo actual todo es obra de delincuentes, conjurados y conspiradores.
Todos los actores del drama del presente argentino en esta etapa de transición salieron a escena: las clases medias disidentes, la clase obrera que mostró su potencia y ahora los más pobres. Las primeras y los últimos con la impotencia de su naturaleza social, la segunda con los límites de su dirección sindical y política. Todos “sobredeterminados” por la situación económica todavía con débiles pero ciertas posibilidades de crecimiento, es decir, todavía sin el elemento catastrófico de la economía “operando” con sus leyes que son parte de la conspiración universal del Capital contra el mismo Capital.
Moyano respondió con la clásica estrategia del “conservandorismo”: golpear para conservar, limitando las posibilidades de la clase obrera sólo a su defensa coorporativa, que a la larga, no es útil ni para ese mismo objetivo de declama. Y preparando su alianza con algún conservador burgués que lo tenga en cuenta.
La lucha por la dirección de la clase obrera, para ganarla para una perspectiva hegemónica es la fundamental lección que dejaron los dinámicos acontecimientos del año que se cierra. Del resultado de esa disputa dependerá el desarrollo de los próximos actos y el desenlace del drama.
Fernando Rosso
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