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domingo, diciembre 23, 2012
Un siglo de Piel Blanca más conocido como Tarzán
En octubre del año 1912, el prolífico Burrough comenzó a escribir su serie sobre Lord Gresyoke Tarzán, para la revista All Store, iniciando así una saga cuyas resonancias racistas son tanto más tremendas en cuanto resultan compartidas por aquellos que despreciamos el racismo. Es la historia de un bebé aristócrata perdido en África que llega a reinar en África sobre los animales e impone su fuerza sobre unas tribus negras tan atrasadas como brutales. Criado por una gorila, será llamado Tarzán que es la traducción de “Piel Blanca” en lenguaje simiesco…
A lo largo de la historia del “africanismo”, ningún otro mito puede compararse al de Tarzán en cuanto a la popularidad.
Tarzán acabó convirtiéndose en el mayor mito subcultural relacionado con África. Desde entonces la serie iniciada con Tarzán of the Apes escrita al dorso de un fajo de hojas que lucían incongruentes membretes de las distintas empresas que apenas le daban de comer a su autor, Edgar Rice Burrourgh, no ha dejado de tener un lugar privilegiado entre los clásicos de la literatura de aventuras El creador de Tarzán, Edgar Rice Burroughs (Chicago, 1875) era un culo de mal asiento que nunca imaginó hasta qué punto podría hacerse de oro escribiendo. No era lo que se dice un buen estudiante, No solo fue expulsado de la Universidad de Massachussets, sino también (lo que dice mucho a su favor) de la Academia Militar de Michigan. Siendo Tarzán una criatura de la literatura popular, cuya carencia de rigor intelectual y de complejidades morales o psicológicas, no son obstáculo para evidenciar una gran capacidad para describir un “mundo perdido” insólito y casi tan quimérico como el de Conan Doyle, aprovechando un material tan diverso como el África descrita por Stanley o Rider Haggar, el mito del "buen salvaje" roussoniano o de Rómulo y Remo, recreada con anterioridad por Kiplyng en El libro de la selva, con cuya temática tiene no pocos puntos de contacto (de esta novela existe una edulcorada versión clásica (Zoltan Korda, 1942)
La primera entrega narra las aventuras del hijo único de lord Greystoke y su esposa, Alice, una historia que únicamente es recogida por la renovadora versión de la Disney. El barco en el que ambos viajan a África naufraga y la aristocrática pareja logra llegar a una isla, donde nace su hijo, al que ponen de nombre John. La madre muere poco después, enloquecida, y el padre va a parar a las manos de una tribu de gorilas. Uno de éstos se lleva consigo al pequeño John, hace que lo amamanten y se encarga de cuidar de él durante quince años. Un día, el muchacho descubre por azar la que fuera la cabaña paterna, se coloca al cuello el medallón de su madre y se apodera del cuchillo que será su única arma para ayudarle a sobrevivir…Se ha escrito mucho sobre las raíces antropológicas del personaje de Tarzán quien llego a ser definido, entre otras cosas, como la encarnación del “buen salvaje” tan caro a Rousseau y a algunos ilustrados que tenían como referentes los nativos hawaianos, gente maravillosa sobre la que caería la maldición colonizadora de la “civilización” blanca, protestante y anglosajona.
También se ha hablado de la pretensión de Burroughs de crear una moderna leyenda folklórica a partir de referentes como la clásica historia de la creación de Roma gracias a Rómulo y Remo (en cine: existe un “peplum” nada despreciable de Bruno Corbucci, 1961). Su mérito radica en condensar todo esto, y situarlo en una fascinante África imaginaria; conocida –insistimos- de segunda mano, y cuyos rasgos enteramente fantásticos, serán diferentes incluso a los escenarios creados por la MGM para Weissmuller. De todos los personajes de Burroughs, Tarzán es sin duda el más inolvidable, el único que nos resulta verdaderamente imprescindible, el único que mantiene su nombre en las bibliotecas, las librerías y en las historias de la literatura (popular), y de todas las tentativas de héroes de las mismas caracterizas, será el único que gozará del apoyo de los lectores...
Desde aquellas fechas, más de 25 millones de libros se han vendido en el mundo sobre las andanzas del rey de la selva, aunque de 30 títulos en España sólo se editaron 11. Un conocido especialista, el francés Francis Lacassin (que también lo es sobre Jack London) podía hacer a finales de los años setenta el siguiente balance: " 27 novelas o antologías de novelas, de 1912 a 1964, traducidas en 31 lenguas o dialectos, sin incluir el braille y el esperanto, y vendidas con más de setenta millones de ejemplares; 42 filmes difundidos en un centenar de países, de 1918 a 1971, y la liste está lejos de haberse cerrado; más de doce mil "comics" publicados cada día desde 1929; varios centenares de programas radiofónicos emitidos desde 1932 hasta 1954, y 38 filmes producidos para la TV entre 1966 y 1968". Y la lista continúa.
Muchos hemos viajado a África empujados por el Tarzán de nuestra infancia, cuando todos soñábamos con ser como Tarzán, un superhéroe sin complejos. Porque Tarzán, como África, es la aventura suprema en una lista que cuenta además con dos grandes hitos, la versiones fílmicas protagonizadas por Johnny Weismuller, sin olvidar algunos celebrados “comics” (como los ya clásicos de Hogarth), a los que se podría añadir la multitudinaria revisión del mito producidos por la Disney Factory.
Una suma de detalles confirma su vigencia en los tiempos que corren, tan endiabladamente olvidadizos. Todavía el Tarzán, y más concretamente, su iconografía cinematográfica clásica, sigue siendo el principal referente asociado con África para muchísimas personas que lo ignoran prácticamente todo sobre el continente, para generaciones que, igual que han olvidado otros mitos de su tiempo, siguen manteniendo su punto de fascinación, de manera que Tarzán sea quizás la única garantía para un posible conversación “africana” entre la gente más común, un referente sobre el que en nadie puede objetar total ignorancia…
Ante algo así, cabe preguntarse, ¿por qué gusta tanto el Tarzán de Weissmuller? La respuesta nos lleva directamente al cine, sin el cine la serie literaria no habría alcanzado ni de le lejos la influencia que llegó a tener, y que hizo a su autor un multimillonario capaz de crear una ciudad entera, Tarzanía, naturalmente en los Estados Unidos. Y cuando hablamos de Tarzán y el cine, cabe distinguir dos partes diferenciadas, una, la saga de la Metro con Weissmuller y Mauren O´Sullivan, y las demás, incluidas las de la RKO protagonizada por Tarzán y su hijo (Weissmuller&Shefield), y también las auspiciadas por el propio novelista, y cuantas se hicieran antes o después. Seguramente, lo más llamativo en esta constatación es que mientras el África en technicolor de Las minas del rey Salomón (y las otras de “safaris” de los años cincuenta), consiguieron enterrar literalmente las que le precedieron en blanco y negro, con Tarzán ocurre todo lo contrario, sigue gustando más su blanco y negro por lo que tiene de "imaginario", de paisaje hecho a la medida de la historia.
Así, ocurre en un mercado como el del vídeo, donde la mayoría de los teleadictos no aceptan cintas que no sean en color, este Tarzán sigue reinando en sus reediciones, o en sus pases televisivos que se reproducen con cierta periodicidad durante la época estival, y se recomiendan de padres a hijos. No hay duda, ningún escenario “auténtico” del África en color ha sugestionado tanto como aquella combinación de decorados en los estudios con transparencias rodadas en África, quizás porque uno de los factores más seductores del Tarzán-MGM sea que se trata de un África hecho a la medida de la imaginación. Atractiva no tanto por su realidad sino por los atributos míticos que, sin ser nada del otro mundo (no pueden compararse al creado por los autores de King Kong, por ejemplo), tienen un sabor “misterioso”, el carácter de un reino donde es la relación que establece Tarzán lo que realmente importa, y no tanto la fauna y la flora que hoy podemos ver reiteradamente en los documentales con una fascinación más racional. Este mismo contraste entre el Tarzán clásico y el resto resultan patente en detalles como la relación con sus animales domésticos, ninguna “Chita” fue tan encantadora como la primera, y no digamos de su dimensión erótica; todos los desnudos de la muy insípida Bo Derek (una repelente "star" republicana made in USA) reunidos no valen lo que un insinuante “dehabille” de Mauren O´Sullivan que causaron pavor entre los censores, sobre todo en los de la parquea, aquellos que vigilaban hasta el último pueblo.
Quizás las “claves” de porqué nos sigue gustando Tarzán estriba en una combinación de factores que colman nuestras más profundas y más simples exigencias. Tarzán encarna en uno sólo personaje al menos tres mitos. En su sola presencia se encarnan el mito del buen salvaje, el de superhéroe, blanco, guapo, enamorado, defensor de los débiles, capaz de conseguir la complicidad con los animales más singulares. Es un aventurero siempre dispuesto, que no duda en correr toda clase de riesgos con tal de imponer la verdad y la justicia. Tarzán es el héroe más “familiar” para el espectador medio, es grande pero al mismo tiempo sencillo, alguien con el que se podría hablar, incluso enseñarle algunas cosas. Su escenario es una selva a su medida, reúne el misterio y el exotismo y lo hace a través suya, o sea como sobre lo que Tarzán ofrece una medida que parece familiar, abarcable.
Por otra parte, toda la serie está planteada como una “defensa” contra lo que más odiamos de la civilización: la mentira, la falta de escrúpulos, la voracidad económica, el desprecio por los animales libres; los enemigos, en general cazadores sin muchos escrúpulos, son como “gangster” en una jungla en la que reina la “humanidad” de la familia Tarzán. Es él quien impone sus sencillas leyes, comer bueno, matar malo, en el mejor de los casos, Tarzán rechaza la codicia de los que buscan yacimientos de marfil, y repudia los safaris. De vez en cuando, trata con algún negrito bueno, sobre todo gracias a “Boy”, y nosotros se los aplaudimos todo.
Este no es un racismo subyacente sino abierto. Hay una escena que nos ofrece una pista de lo que esto significa, y que podía resultar chocante entre los que hemos visto a Tarzán con "toda naturalidad". Ocurre en una excelente película que marcó el regreso del “black liste” John Berry a los Estados Unidos, Claudine (1974), interpretada exclusivamente por actores negros, y en la que se evoca el ambiente en el que emergieron los "Black Panthers". Un muchacho rebotado contra el pasivo ambiente familiar contempla por un aparato de televisor "una de Tarzán", y estalla con todos los demonios, él no es un ululante pigmeo. Con los estereotipos que aparecían en la pantalla, no era de extrañar que los afronorteamericanos sufrieran el peso de unos estereotipos que los convertían en gente con mucho menos atributos que los animales que animaban la función, de auténtica "carne de cañón". Obviamente, los del “Black Power” odiaban a Tarzán.
Y si miramos hacia otro lado cuando se nos presenta esta realidad (con todas sus consecuencias de subestimación del "continente negro"), Tarzán nos guía por un mundo por el que nos sentiríamos fascinado, irremisiblemente perdidos. Los animales están cerca, bien para corresponder nuestra admiración como los monos y los elefantes, bien como un peligro sobre el que Tarzán actuará segura y enérgicamente, de manera que, por más descomunal que sea el cocodrilo, el león o el rinoceronte. Incluso los espectadores que han logrado distanciarse con la crítica y la ironía, que son capaces de distinguir todas sus debilidades, sus transparencias, su acrobacias suplidas, sus cocodrilos de goma, el conservadurismo de sus relaciones, lo descabellado de la historia, también quieren sentirse "como niños", y siguen disfrutando una tarde "con una de Tarzán".
Es lo que explica la vigencia del mito, y lo que explica que no baste con ser antirracistas, necesitamos además curarnos.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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