En su discurso durante el Seminario de Solidaridad Afroasiática realizado en Argel el 24 de febrero de 1965 exponía el Comandante Ernesto Che Guevara que “no puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se construye o está construido el socialismo como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la explotación imperialista”.
En consecuencia, los cambios que deben producirse en una sociedad regimentada por el sistema capitalista para acceder a otra de signo socialista no podrían restringirse exclusivamente al ámbito político o económico si ello no va acompañado -simultáneamente- con la promoción de unos nuevos valores culturales, éticos y morales que caractericen en lo adelante esa nueva conciencia, adoptando esa “nueva actitud fraternal frente a la humanidad” que ya nos planteara el Che..
Sin embargo, aún faltará algo más qué abordar en este aspecto tan importante. Es preciso que se entienda que tales cambios deben tener una repercusión determinante en la vida cotidiana (incluyendo la familia), en las convicciones de cada quien (en especial, de los revolucionarios), en la concepción tradicionalmente aceptada de lo que es el trabajo (básicamente, en lo que respecta a las relaciones de producción existentes) y el orden cultural en general. Es decir, se impone crear una concepción desalienada de lo que es y debiera ser el sistema-mundo actualmente imperante, lo cual implica libra una batalla más ardua y a largo plazo que no se puede posponer bajo ninguna circunstancia, creyéndose en muchas ocasiones que ella es innecesaria. No hay que obviar que la sociedad de consumo vigente ha sido moldeada por quienes mejor se aprovechan de su existencia: los dueños del capital. Por consiguiente, el germen de la alienación capitalista siempre estará latente, en condiciones de resurgir y de hacer tropezar y sucumbir cualquier proceso revolucionario decidido a construir el socialismo.
Sin duda, esta es una situación exigente, no solamente para los revolucionarios como tales sino para todos los sectores populares que luchan por alcanzar su emancipación integral. De ahí que deba interpretarse la revolución socialista de un modo completo y radical, de lo contrario, todo lo hecho pudiera convertirse en simples reformas que, a la larga, restaurarían el viejo orden que se aspira erradicar, tal como ocurriera con la extinta Unión Soviética. Debe establecerse, por tanto, una interacción de la política con la ética, la economía y la educación (entendiéndola como punta de lanza de la concienciación del nuevo modelo de sociedad), de forma que cada cambio revolucionario tenga una base firme, sustentado -sobre todo- por la participación y el protagonismo firmes y decisivos de los sectores populares revolucionarios. En este sentido, es fundamental que estos sectores populares revolucionarios se movilicen, se organicen, se radicalicen y se formen teóricamente, haciéndose entonces irreversible la construcción colectiva del socialismo.
Homar Garcés
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