viernes, octubre 11, 2013

El capitalismo es una catástrofe humanitaria



Otra masacre: más de 300 muertos en las costas de Lampedusa

Cuando esta edición de Prensa Obrera esté en la calle, todavía habrá cadáveres flotando cerca de las costas de Lampedusa, esa isla italiana del archipiélago de las Pelagias, la cual geográficamente es africana y está más cerca de Túnez que de la Europa continental. Mientras tanto, centenares de otros cadáveres sin identificación se amontonan en el puerto de un lugar en el cual, según su alcaldesa, “ya no hay sitio donde poner a ni a los muertos ni a los vivos”. Lampedusa es la llamada “puerta de Europa” para la inmigración procedente del Africa subsahariana, para gente llegada desde Eritrea o Somalia -en el Cuerno africano asolado por mafias internacionales de piratas, dictaduras infames, pestes, hambrunas y la extrema miseria, moral y material. Más de 20 mil han muerto en los últimos 25 años en el intento de atravesar esa puerta y más de 50 mil se hacinaron, sólo en 2011, en ese campo de concentración en que se ha convertido Lampedusa.
Cuando estas tragedias ocurren, el Papa, las Naciones Unidas y los gobiernos europeos claman contra las mafias dedicadas al tráfico de personas, las que a cambio de un elevado pago en dólares sobrecargan embarcaciones precarias en el norte de Africa para llevar migrantes hacia las costas de Europa. Son barcos que no tienen registro en puerto alguno, como el que se hundió la semana pasada, cuyo patrón había sido contratado por los traficantes de carne humana en Trípoli y se hizo a la mar desde el puerto de Misrata, también libio.
Es un clamor de una hipocresía aberrante, porque ellos toleran y alientan a esas mafias por su necesidad económica de importar fuerza de trabajo, a la que explotarán en condiciones peor que precarias para empujar a la baja las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera de Europa -una necesidad reforzada hasta extremos de catástrofe humanitaria en tiempos de crisis.

Las mafias y el trabajo sucio

Gonzalo Fanjul, columnista del diario español El País (4/10), escribió que “nuestros gobiernos han contratado a los Estados del norte de Africa para que hagan el trabajo sucio que sus votantes no admitirían aquí”. Migrantes de todo el subsahara -y aún de más al sur- llegan a Marruecos, Argelia o Libia, donde deambulan por los puertos, hostigados y acosados por el racismo y la violencia policial, hasta que caen en manos de los mercaderes, quienes se quedarán con sus ahorros a cambio de embarcarlos en un viaje tenebroso.
La reaccionaria revista española La ilustración liberal ha escrito recientemente sobre las razones de esta catástrofe. “Un gran número de países industriales -dice esa publicación- necesita importar mano de obra con el fin de cubrir puestos de trabajo (y) de financiar sus costosos sistemas de protección social”. Añade que el gran problema consiste en “reconciliar la necesidad económica de importar capital humano con las resistencias políticas y sociales” que esa necesidad genera en Europa.
La respuesta es de una sencillez atroz: Lampedusa “reconcilia” esa necesidad y esas resistencias. Por un lado, provee fuerza trabajo, no calificada y también calificada (los diarios publican, por ejemplo, el testimonio de un sobreviviente del último naufragio, un joven eritreo electrotécnico), que contribuirá al derrumbe de las condiciones salariales y laborales europeas y, por otro, alimenta el nacionalismo y la xenofobia, que también constituyen necesidades políticas y económicas de la burguesía imperialista europea (Amanecer Dorado, en Grecia, es una excrecencia extrema de esa tendencia burguesa).
El papa Francisco se declaró “avergonzado” por la masacre de Lampedusa y ha convocado a “rezar en silencio” por los muertos. Pero el silencio es, precisamente, lo que necesitan las mafias de tratantes y los gobiernos imperialistas que se aprovechan de ellas. Se necesita exactamente lo contrario: el ruido ensordecedor de la movilización popular, de las huelgas que recorren Europea, contra estas lacras. Para que la crisis la paguen los capitalistas, no los trabajadores. El capitalismo y su supervivencia ya son una catástrofe humanitaria que resulta indispensable detener.

A. Guerrero

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