Todo el pueblo afgano, y todas las fuerzas estadounidenses, saben ahora que en 2014 la ocupación habrá acabado. Un 69% de la población de EEUU piensa que su país no debería estar en Afganistán.
Hace poco, el ex embajador de EEUU en Afganistán apareció en un programa de la radio pública estadounidense. Dijo que la ocupación tenía que continuar para ayudar a las fuerzas de seguridad afganas a fortalecerse lo suficiente como para evitar la vuelta de Al Qaida.
La primera llamada al programa vino de un obrero sureño. Dijo que el embajador “decía trolas”. Su hijo estaba sirviendo en Afganistán y le había dicho que una vez que las tropas de EEUU se fuesen en 2014, el poder quedaría en manos de los que más odiaban a los estadounidenses.
La segunda llamada fue más suave, más amable, quizás de un oficial. Había realizado siete misiones en Afganistán, la más reciente en la provincia de Kunar. Dijo que la política en Kunar era complicada, con muchas facciones enfrentadas. Lo único que todas las facciones compartían era su odio hacia los EEUU.
Estas conversaciones muestran una realidad fundamental. Todo el pueblo afgano, y todas las fuerzas estadounidenses, saben ahora que en 2014 la ocupación habrá acabado. Un 69% de la población de EEUU piensa que su país no debería estar en Afganistán.
Obama ha prometido irse, y su rival republicano Mitt Romney no habla del tema. El pueblo estadounidense está harto.
Dará lo mismo si se retiran en 2012 o en 2014, puesto que las tropas estadounidenses saben que están luchando para nada y que la mayoría en Afganistán no las quiere.
También saben que pueden morir en cualquier momento. Esto explica el pánico del Pentágono ante los 51 soldados de la OTAN muertos en lo que va de año a manos de soldados y policías afganos. No se trata de terroristas suicidas y la mayoría no son “talibanes infiltrados”. Son afganos hartos del bullying o que odian la ocupación.
Para los soldados estadounidenses, los militares y policías afganos simbolizan todo lo que va mal en su misión. Es a esta gente a la que se supone que deben apoyar y formar: el objetivo central de lo que queda de su misión en Afganistán. Y los asesinatos muestran cuánto les odian los afganos.
La primera reacción del Pentágono fue enviar guardias estadounidenses armados a todas las misiones conjuntas. Fue una locura. Muy pronto hubo soldados estadounidenses asustados disparando primero, y batallas entre las unidades afganas y las de la OTAN.
Así que el Pentágono prohibió a las fuerzas de EEUU realizar patrullas o formación con las fuerzas afganas sin la autorización de un general; desde un teléfono lejano, éste siempre negaba el permiso.
Ahora hay 100.000 soldados que mantienen sus bases, pero no pueden ocupar nada más. Esto demuestra al pueblo afgano que los estadounidenses son débiles, temerosos, y que se van. Esto, a su vez, alienta a los talibanes.
Probablemente será imposible dejar atrás fuerzas especiales, formadores, diplomáticos o civiles cuando acabe la ocupación.
Los generales británicos estaban furiosos por la decisión de dejar de colaborar con los afganos. El Pentágono dice ahora que la medida es sólo temporal, mientras los afganos sigan molestos por la película islamófoba. No sabemos si es cierto, porque lo siguen discutiendo en Washington, pero el pánico del Pentágono es un signo de la presión que sufren los generales desde abajo.
Esa presión aumentará, conforme la fecha de la retirada se acerque, más soldados se vayan y una resistencia envalentonada cierre el círculo entorno a las bases restantes.
Jonathan Neale, experto en imperialismo y autor del libro La otra historia de la guerra de Vietnam.
Artículo publicado en el Periódico En lucha / Diari En lluita
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