A la escritora Nadine Gordimer la política la alcanzó muy joven en su natal Sudáfrica. Tenía apenas entre 10 u 11 años cuando cayó en cuenta de quepertenecía a un mundo blanco opresor. Una noche la policía entró, sin permiso, a la habitación de una trabajadora doméstica de su casa, en busca de alcohol, prohibido a los negros. Los padres de la pequeña lo permitieron. La experiencia la marcó para siempre.
Nacida en 1923 en el seno de una familia de clase media, Gordimer creció en una pequeña aldea minera cerca de Johannesburgo. Su padre, Isidoro Gordimer, fue un relojero judío letonio, polígloto, que emigró escapando de la pobreza; su madre, Nan Myers, fue una asimilada británica posesiva y controladora, atrapada en un matrimonio infeliz que nunca dejó de pensar en regresar a su patria.
Nadine estudió en un convento-escuela para niñas blancas y tomó clases de baile. A los seis años se forjó como lectora en la biblioteca local. “Eso –confesó– me perdió en los libros. Pronto fui pasando de la sección de libros infantiles a los que quisiera tomar. Cuando veo atrás, es increíble lo que llegué a leer en esa época.”
Consciente de su condición racial, cayó en cuenta de que: si hubiera sido una niña negra no hubiera podido ser miembro de esa biblioteca, no hubiera podido tomar ninguno de esos libros. Pienso, entonces, que si hubiera sido negra jamás hubiera llegado a ser escritora.
En 1945 entró en la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo, y se dedicó a la bohemia estudiantil, a estudiar literatura y a ser escritora. Escribir –diría más adelante– le da sentido sentido a la vida. A los 26 años publicó su primera novela: Face to face.
Pero no fue en la universidad ni en ninguna otra escuela donde aprendió a ser escritora. Para ella se nace con el impulso de serlo y la clave para que se despierte el don de la escritura es leer, leer y leer.
La escritura –explicó– es resultado de tu propio desarrollo, del desarrollo de tus propias emociones y, por supuesto, de tus relaciones con el mundo exterior, con lo social y lo político. La necesidad de escribir viene de esos dos impulsos: de lo que te sucede dentro y de lo que te viene impuesto desde la sociedad, el país, la política, la moral.
La autora de El conservador se involucró en 1960 activamente con el Congreso Nacional Africano (CNA), que condujo la lucha contra el apartheid,después de que en Sharpeville la policía disparó contra una manifestación que protestaba contra el régimen de segregación racial y asesinó a 69 personas, niños y mujeres incluidos.
Sin embargo, no se vio a sí misma como una persona política por naturaleza. No creo que si hubiera vivido en otro lugar, mi escritura habría reflejado mucho la política, dijo años después.
Sus libros, sin embargo, no fueron nunca concebidos como forma de lucha. Por el contrario, siempre estuvieron al margen de ella porque nunca quiso escribir propaganda. Se impuso que en su escritura no hubiera activismo. “Nunca mostré a los luchadores contra elapartheid como ángeles ni a los colonizadores como demonios –explicó–; mi escritura nunca fue un grito contra el sistema racista. Eso lo hice con mis acciones.
“Más aún –dijo–, nunca he escrito ‘sobre’ política; sólo sobre las condiciones humanas, más allá del confinamiento de la identidad dado por la raza, el color o la clase.”
Sus novelas son antiapartheid, no por su odio personal al sistema, “sino porque la sociedad –el tema de mi obra– se revela a sí misma en ellas... si uno escribe honestamente acerca de la vida en Sudáfrica, el apartheid se condena a sí mismo”.
A pesar de ello, el apartheid le prohibió tres novelas: Mundo de extraño, La hija de Burger y La gente de July, así como una recopilación de poesía de escritores negros, que reunió y editó. Sin embargo, varias ediciones de sus libros censurados fueron introducidas de contrabando y resultaron muy bien recibidas.
Su compromiso político fue mucho más allá de la lucha contra el apartheid y se mantuvo hasta prácticamente los últimos días de su vida. Autodefinida como una realista optimista, vivió convencida de que los que luchamos sabemos que unidos podemos hacer cosas buenas. Por ello, en febrero de 2010, demandó públicamente en La Habana al presidente Obama la liberación inmediata de los cinco luchadores antiterroristas cubanos injustamente presos en Estados Unidos, y el cierre de la base de Guantánamo.
Nadine Gordimer vio en la ficción la verdad. Y concluyó que la fuente de la ficción está en una necesidad extraña de encontrar sentido a la vida, que proviene tanto de la presión sociopolítica a tu alrededor como de la propia evoluciónmientras vas creciendo, en tus emociones, en tus ideas, en tus relaciones.
Para la autora de Capricho de la naturaleza, esta superioridad explicativa de la ficción proviene del hecho de que un reportaje en un periódico nos plantea lo que aconteció; sin embargo, el poeta, el novelista, nos proporciona la idea de por qué sucedió. Esto es así debido a que “el escritor se toma un buen tiempo para reflexionar sobre un suceso. Después del impacto de los hechos, pasa por el proceso de la imaginación, pasa por el proceso de incluir personajes imaginarios y a través de ellos descubrir cómo eran sus vidas antes de llegar al momento que aparece en los periódicos y en los noticiarios de hoy. Los antecedentes que recibimos de la televisión y de los periódicos –que a veces son muy buenos– no profundizan tanto, porque siguen viéndolo desde la actitud de que lo inmediato es lo importante”.
No le falta razón a Nadine Gordimer en su juicio sobre la ficción. Sus novelas sobre el apartheid terminan explicando esa realidad mucho mejor y con mucho mayor eficacia que la gran mayoría de estudios académicos que se han publicado. Quizás por eso el poeta Seamus Heany describió a la escritora apenas fallecida este 14 de julio como una de las más grandes guerrilleras de la imaginación.
Luis Hernández Navarro
La Jornada
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