Mirando en perspectiva, todo indica que sobran motivos para el pesimismo y la desolación. Hace más de tres décadas que André Gorz escribió: “…La humanidad necesitó treinta siglos para tomar impulso: le quedan treinta años para frenar ante el abismo”.
Ahora nos llega “el último aviso”, pero la verdad es que el tren ha pasado. En esos treinta años, el triunfal-capitalismo consiguió que la conciencia social y humana permaneciera bajo mínimos, a la defensiva en reductos muy reducidos. La contrarrevolución neoliberal (la barbarie de la que hablaba Rosa Luxemburgo) ha tenido que comenzar a arrasarlo todo para que comencemos a levantar cabeza…
La misma generación que creyó que el viejo mundo se estaba quedando atrás, ha sido testigo de que el viejo mundo estaba por delante. La amenaza revolucionaria en el llamado Tercer Mundo (Cuba, Che y todos los demás), se reprodujo en las metrópolis (los mayos del mundo) e incluso comenzó a subvertir el “socialismo real” (“primavera de Praga”), se quedó a mitad de camino, no pudo sobrepasar las últimas barricadas del orden establecido, la constituida por los antiguos partidos y sindicatos obreros instalados por arriba, confiados en que, al final, la verdad del socialismo se impondría.
Lo que siguió fue una paradoja histórica suprema. El capitalismo en sí pasó a ser el capitalismo para sí, se constituyó en Internacional y se armó con un programa de (contra)revolución mundial. Le dieron la vuelta a la tortilla marxista y la pusieron a su servicio, nunca les faltó conciencia de clase ni los medios, medios que podían ser los armados (Chile 1973, Centroamérica, cono sur africano), como los de asimilación: la nueva Sudáfrica liderada por los revolucionarios de antes (ANC, SAPC), fue el principal ejemplo. La descomposición del “socialismo real” con sus miserias, darían la puntilla a una ruina total de lo que quedaba de las viejas izquierdas. Las nuevas quedaron reducidas a la marginalidad, a la universidad, las revistas, los núcleos militantes aislados.
Ahí estábamos hasta hace dos días, en ese tiempo la amenaza ecológica ha sobrepasado el abismo, la cuenta atrás se está haciendo más ardua desde el momento en que el resurgir de las luchas se están teniendo que desarrollar en el apartado de los mínimos, tanto es así que la vieja reivindicación de las 8 horas está adquiriendo una vigencia mayor que antaño. En este cuadro de derrota histórica del movimiento popular y de las izquierdas practicantes es desde donde hay que contemplar el cambio de época, la misma que nos supera, que nos desborda y que nos lleva al pesimismo. Un pesimismo que se expresa en el estupor ante el hecho de que con todo lo que nos está cayendo, no se hayan dado las respuestas que cabía esperar. Una constatación obvia que requiere una explicación. No creo que exista otra que la de ruina de la viaja izquierda, de la socialdemocracia (ahora invertida) y de lo que queda del movimiento comunista infectado por el estalinismo, ruina a la que habría que añadir un apéndice: la del sectarismo de la izquierda identitaria cuando permanece refugiada en su ensimismamiento histórico, en los buenos viejos tiempos.
Es desde este prisma que se explica que el resurgimiento de una nueva izquierda (el 15 M ayer, PODEMOS ahora), tenga lugar después de que el presunto triunfo final del capitalismo soi disant liberal haya mostrado un rostro que había quedado como lo menos malo posible (en comparación con el mal llamado comunismo), y también después de que la izquierda instalada en la derrota hubiera mostrado su complicidad con todo lo que nos estaba cayendo. Había que comenzar de nuevo, ahora con el viejo imaginario destruido, pero también sobre unas bases históricas diferentes a las del mejor movimiento obrero. Ahora ya se podía decir que los trabajadores (la mayoría que depende de un salario) ya no tiene que perder más que sus cadenas, ahora tienen que defender unos derechos adquiridos, ya no son juannadies, anónimos desechables, son ciudadanos sobre todo en la medida de que mantienen una conciencia de esas conquistas. De lo que significaron y significan.
Quizás ahora tenga más sentido que nunca lo que hace un siglo escribió Jean Jaurés, el reformista-revolucionario. Jaurés proclamó que se sentía más internacionalista mientras más se sentía más nacional y viceversa…Nunca como ahora la articulación de lo nacional y lo internacional ha resultado tan elemental, tan de cada día. Y es que han caído demasiados muros para aprender que la tradición tiene mayor sentido en la medida en que ayuda a la renovación y viceversa…Es la hora de los hornos y por lo tanto, solo hemos de ver la luz. O sea que, como dice Galeano, tenemos que dejar el pesimismo para mejores tiempos.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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