Mientras el nuevo presidente de Ucrania Petró Poroshenko bate tambores de guerra, la economía y la esfera social muestran cada vez más claramente señales de crisis sistémica, que amenaza convertirse en una catástrofe a escala completa. En las pausas de los cantos de eslóganes patrióticos la población de Ucrania intenta recordar técnicas de supervivencia adquiridas durante la crisis de 2008 -la cual, además, parece hoy un calentamiento para dificultades más serias con las que nos enfrentaremos en el futuro-. De hecho, según la mayoría de expertos una nueva ola de crisis este otoño es inevitable.
Uno de los problemas previstos es la subida del precio de los combustibles -el precio puede alcanzar este otoño una altura record-. Como resultado, precios más altos de los productos alimenticios, unido al crecimiento de las tarifas y una deuda creciente por los salarios de los empleados públicos. Y si tenemos en cuenta que hasta ahora Ucrania no ha pagado la deuda por el gas y ha estropeado seriamente la relación "de combustibles" con el principal donante de gas y petróleo -Rusia- en el próximo medio año esta situación en este segmento solo puede agravarse. Especialmente si tenemos en cuenta que ahora el gas ruso se le suministrará a Ucrania tras pago por adelantado.
¿Cómo va a solucionar estos problemas Petró Poroshenko? Respuesta evidente: de ninguna manera. En primer lugar, no tiene las palancas necesarias. El gobierno del país está sometido al presidente solo formalmente. En general, el Gabinete de Miinistros encabezado por el Primer Ministro Arseni Yatseniuk está compuesto casi en su totalidad por representantes del equipo de Timoshenko unidos a los nazis de Svoboda. Y no se trata de que Poroshenko encuentre una línea de compromiso para cooperar con Yatseniuk. Las cuestiones económicas más importantes en cualquier caso se decidirán con la última palabra por parte del jefe del Gabinete de Ministros, lo que reduce significativamente el poder real de Poroshenko. Él no puede tener un impacto significativo en los procesos económicos, y no está en manos del presidente enfrentarse con los oligarcas locales, de los cuales él mismo forma parte -claramente no va a salvar al país a costa de sus capitales-.
En segundo lugar -y lo más importante-, Poroshenko, aparentemente, no va a tomar ninguna medida seria para salir de la crisis económica, intentando amortizar todos los problemas del país a las consecuencias de la guerra -acusando de esto, naturalmente, no a sí mismo ni al "Euromaidán" divisor de Ucrania, sino a enemigos exteriores e interiores, cuya imagen esculpe hoy activamente la prensa embrutecida por la histeria patriótica-.
Paradójicamente, habiendo destruido las relaciones económicas con Rusia -lo que, sobre todo, golpea duramente precisamente a la economía ucraniana y a los intereses de los ciudadanos ucranianos-, la coalición de derechas de neoliberales y nazis tiene la intención de adjudicar las futuras protestas contra esta política a saboteadores y provocadores de Moscú.
Como resultado, ya en la perspectiva a corto plazo a Ucrania le espera hiperinflación, reducción de empleos públicos y despidos masivos, reducción de salarios en relación a los precios reales de los productos de primera necesidad y destrucción de pequeñas empresas. Se puede decir que Ucrania ha abierto la puerta, no al fabuloso, sino al completamente real reino de la pobreza. Y aunque no la abrimos nosotros, allí nos conducen los esfuerzos de los políticos de derechas, sus patronos multimillonarios y sus amos del FMI, los EEUU y la Unión Europea.
Sin embargo, en virtud del antagonismo arriba mencionado entre el Gabinete de Ministros y el presidente, al suprimir las protestas sociales de masas los nuevos amos del país pronto activarán una lucha interna entre bambalinas por el poder -lo que, adicionalmente, desestabilizará la situación en Ucrania-. Poroshenko es seguro que intentará formar "su" Gabinete de Ministros, y Yatseniuk no cederá su puesto sin lucha. Esto lleva a una nueva escaramuza política en Kiev, en la que cada lado intentará jugar la carta de Maidán, que definitivamente se ha convertido en una asamblea de sinvergüenzas-trabajadores temporales políticos cínicos que de vez en cuando organizan broncas sangrientas a tiros en el centro mismo de la capital.
Mientras tanto, el país con cada mes que pase sentirá con más fuerza la presión de la crisis -como consecuencia de la cual, por cierto, una de los primeros en sentirla será la famosa "clase media" que apoyó con entusiasmo al Maidán-. Recordemos qué sucedió en los noventa: ahora se repite pero todavía a mayor escala: caos económico, ascenso de la criminalidad, redistribución a gran escala de la propiedad. Todo esto desmoralizará al país -en cuento el sentimiento de euforia chovinista se convierta en síndrome de abstinencia-. Y esto puede ser un momento clave en la maduración de una revuelta social.
Sergey Kirichuk
liva.com.ua
Traducción Carlos Valmaseda
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