sábado, octubre 25, 2014

Alfred Rosmer: Muerte y funerales de Kropotkin



En el nº 136 de VIENTO SUR (1) se ofrecen diversos trabajos que suponen una tentativa de crear espacios comunes entre marxistas y anarquistas con ocasión del 150 aniversario de la AIT

Entre los diversos temas tratados se atribuye una importancia central a la revolución rusa en sus diversas fases. Mientras que, por lo general, los marxistas abordan Octubre y la URSS en sus contradicciones, el anarquismo ofreció dos visiones distintas. Una primera de abierto entusiasmo prolongada hasta el final de la guerra civil (2), y una segunda de total decepción con los acontecimientos de Kronstadt y de Ucrania como telón de fondo.
En algunos trabajos se trata de analizar este rechazo total y sus consecuencias ulteriores, muy marcadas por un análisis que atribuía a Trotsky la mayor responsabilidad en ambos casos. La lectura era que Trotsky ya actuó entonces como luego lo haría Stalin, una apreciación cuya consecuencia fue negar los fundamentos de la oposición comunista –trotskismo- al estalinismo, y por lo tanto desconfiar radicalmente de los grupos –el POUM sobre todo- y personajes –Victor Serge, Alfred Rosmer, Pierre Monatte, etc-, que tomaron parte de esta oposición. Un buen ejemplo sería Emma Goldman que hasta las vísperas del proceso contra el POUM reiteró esta acusación (estalinismo=trotskismo),hasta al presenciar dicho proceso se sintió obligada a cambiar de opinión.
Una de las pocas excepciones en este terreno fue la de Camillo Berneri que defendió al POUM desde el primer día…
Aparte de los acontecimientos citados, el anarquismo también utiliza los últimos años de Kropotkin para denunciar el “totalitarismo” bolchevique situando al autor de La ayuda mutua por encima de cualquier sospecha. Normalmente, los autores afines al anarquismo evocan esta parte de la biografía del príncipe anarquista como el ejemplo de un rechazo “libertario” al “autoritarismo”. Esto resulta patente en general, en obras como la de Richard Porton, Cine y anarquismo. La utopía anarquista en imágenes (Gedisa, Barcelona, 2001), o en la introducción que ha preparado Ana Muiño en la importante y muy cuidada reedición en castellano del clásico de Kropotkin, La Literatura rusa. Los ideales y la realidad (La Linterna Sorda, Madrid, 2014), que además obvian la actitud de Kropotkin durante la “Gran Guerra”.
Leyendo estos trabajos así como lo que se suele reiterar en la prensa anarquista cuando aborda este episodio histórico, parece que concibe la historia como un enfrentamiento entre buenos y malos y que los anarquistas, por el simple hecho de serlo, tienen garantizado el reino de los cielos. En realidad tendría que ser justo al revés, una opción tan idealista tendría que obligar a saber las dificultades que comporta así como la exigencia inherente de la crítica y la autocrítica.
Desde el Plural de VIENTO SUR hay una aproximación mucho más matizada por parte del historiador obrerista italiano Antonio Moscato en un artículo titulado, Anarquistas y bolcheviques en la revolución rusa. Moscato se apoya sobre todo en la obra magna de Victor Serge, Memorias de un revolución, un título 100X100 recomendable para quienes quieren comprender “el destino de una revolución” (título de otra obra suya editada por Los Libros de la Frontera y que incluye su “testamento” sobre 1917 y la URSS)…Serge no quiso ir a visitar a Kropotkin porque este murió convencido que la toma del Palacio de Invierno fue financiada por el gobierno alemán. También ofrece un análisis de los distintos grupos anarquistas. Una parte de los cuales, los más ligados a la tradición populista, iniciaron la lucha armada contra el régimen soviético que trataba de sobrevivir al cerco imperialista.
Tan rica y matizada como la obra de Serge es la de Alfred Rosmer, Moscú en tiempos de Lenin (versión castellana en ERA de 1970 siguiendo la primera edición francesada 1953 que fue prologada por Albert Camus), de la que ofrecemos el capítulo sobre Kropotkin y de la que habíamos publicado el referido a Kronstadt. Como se puede ver, la perspectiva es más compleja. En los esquemas partidarios de signo anarquista, Kropotkin aparece como alguien que aboga por la autogestión y el humanismo frente a un Lenin inflexible, aunque la realidad es muy otra. Por ejemplo, se desconoce que Kropotkin fue invitado por Kerenski a formar parte del gobierno provisional que tanto apoyaba, propuesta que rechazó porque ya estaba mayor y por las críticas de los propios anarquistas rusos. Como con tantos otros grandes revolucionarios rusos, Kropotkin figuró en primera línea del Partenón revolucionario, al menos hasta que Stalin se hizo con todo el poder. Le dedicaron plazas, calles, bibliotecas y un museo.
Resultará difícil sino imposible encontrar una línea de consenso sobre unos avatares tan inconmensurables y trágicos como los de la revolución rusa, sin embargo, habrá que tratar de comprender al menos las razones de los que hicieron la revolución, una revolución que fue para bien y para mal, determinante en el siglo que acabamos de dejar atrás.
Quizás ayude a comprender un poco lo sucedido el hecho de que la mayor revolución antiesclavista de la historia fue la de haitiana, liderada por Toussaint L´Ouverture que derrotó a las tropas napoleónicas en 1801, pero que acabó siendo traicionado. La revolución fue ahogada social y económicamente por las potencias imperialistas de manera que el mañana revolucionario nunca llegó y este país todavía está pagando las consecuencias de su atrevimiento. Si hay algo que la historia ha demostrado es queso quedan aisladas, las revoluciones se enfrentan a problemas descomunales que acaban reforzado a los sectores institucionales y burocráticos.
Pero, no puede ser que la historia haga imposible el diálogo y la necesaria cooperación en lo fundamental. Y lo fundamental no puede ser –en mi opinión- más que unir al mayor número de gente posible mediante la mayor participación democrática posible.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

1/ Este número ha sido coordinado por Pepe Gutiérrez-Álvarez y Jaime Pastor y contaremos con artículos de Michael Löwy, Antonio Moscato, Pelai Pagès, Laura Vicente, Ángel García Pintado, Julián Vadillo, Pepe Gutiérrez-Álvarez, y tiene el propósito de organizar debates para su presentación.
2/ Un buen estudio sobre la atracción (y la decepción) del anarcosindicalismo hispano ante la Rusia revolucionaria es el de Juan Farré Avilés, La fe que vino de Moscú (Biblioteca Nueva, UNED, Madfrid, 199). También ofrece amplio información sobre el llamado “trienio bolchevista” que explica como los campesinos andaluces recibieron las noticias de la revolución rusa.

Texto

Alfred Rosmer: Muerte y funerales de Kropotkin

Los anarquistas rusos estaban divididos en numerosos tendencias —divisiones que la guerra había acentuado aun más—, desde anarquistas comunistas hasta individualistas, como en todos los países, pero más aún que en otras partes, como lo demostró Víctor Serge, quien los conocía bien, en los artículos que les de­dicó. En junio de 1920, cuando llegué a Moscú, uno de estos gru­pos, el de los anarquistas-universalistas, disponía, de un vasto local en la calle Tvérskaiá donde tenían oficinas permanentes y celebraban reuniones. Yo no conocía a ninguno de ellos pero sí conocía bien a AIexandre Schapiro, perteneciente al grupo de los anarcosindicalistas, a quien vi muchas veces en Londres y estaba en contacto con La Vie Ouvrière. Fui a visitarlo a la sede de su grupo de los anarcosindicalistas, a quien muchas veces, especialmente en 1913 en el congreso sindicalista internacional; por entonces vivía habitualmente en Londres y estaba en con­tacto con la Vie Ouvriére. Fui a visitarlo a la sede de su grupo. “Goles Truda" (La Voz del Trabajo), un local en las cercanías del Teatro Bolshoi. Corno la mayor parte de los anarquistas, sus amigos y él ponían sus esfuerzos en la edición; poseían una pe­queña prensa que les permitía imprimir un boletín y folletos y, ocasionalmente, incluso algún libro. Me dio muchos ejemplares de los folletos eme acababan de publicar; textos de Pelloutier, de Bakunin, Georges Yvetot; su ambición era hacer la edición, rusa de la Histoire des Bourses du Travail, de Pelloutier. Pero sus medios eran mínimos, el papel faltaba.
Shapiro estaba particularmente bien informado de lo que pasaba en el mundo, puesto que .trabajaba en Asuntos Extranjeros a las órdenes de Chicherin. Er; el comisariado veía v traducía los despachos. Me pidió detalles sobre el movimiento sindical en Francia, sobre sus amigos; luego, naturalmente, hablamos del régimen soviético. Él no lo aprobaba, todo: sus críticas eran numerosas y serias, pero las formulaba, sin acrimonia y su conclusión era que se podía y se debía trabajar con los soviets. Uno de sus camaradas presentes en la entrevista, era más acerbo; estaba irritado por la manera estúpida -afirmaba— como los bolcheviques se comportaban en el campo, pero llegaba a la misma hicimos una cita para examinar juntos sus problemas, sus rela­ciones con el régimen, sobre todo con el partido comunista las condiciones en que tendrían la posibilidad de proseguir su tarea: las cosas fueron clara y francamente definidas por ambas partes.
Nuestra conversación había sido tan cordial, la solución nos parecía tan sencilla que se podía creer ya resuelto el problema. Entre los anarquistas. Con respecto al régimen, había habido actitudes diferentes conforme a las diversas tendencias, desde aquellos que se habían aliado con el bolchevismo, entrado en el partido comunista –entre ellos Alfa, Blanqui, Kraschenko-; otros ocupaban puestos de gran importancia –Bill Chatov, que había vuelto de Norteamérica, en los ferrocarriles, por ejemplo- pero permanecían fuera del partido; en el trabajo de reconstrucción de las capacidades y la dedicación encontraban muchos lugares en que emplearse; un anarquista a la cabeza de una empresa tenía enormes posibilidades y una gran independencia del poder central dejaba entonces libre juego a las iniciativas perfectamente satisfecho de ver las empresas bien dirigidas. Los anarcosindicalistas sabían es, pero querían algo más; el reconocimiento de su grupo y la garantíade poder continuar y desarrollar su trabajo de edición. Convenirnos, como conclusión de nuestra conversación, que redactarían una declaración en la que se precisarían su actitud con respecto al régimen y sus rei­vindicaciones, yque yo la sometería, al comité ejecutivo de la In­ternacional
Había emprendido este asunto por mi propia iniciativa: cuando le referí a Trotsky lo que había hecho, él expresó su satisfac­ción y me animó encarecidamente a proseguir mis esfuerzos para mi realización de un acuerdo. Yo mismo estaba muy confiado y meregocijaba anticipadamente de un entendimiento que tendría beneficiosos efectos en el movimiento sindical de todos los países. Pero nadie acudió .a la cita. A la hora fijada, una llamada tele­fónica me avisó que Schapiro y su amigo no vendrían Fue Sacha Kropotkin quien telefoneó y me dijo más ¿Por qué era ella la encargada de esta comisión? Yo no la conocía y nunca la ha­bía visto. Pero no era demasiado difícil imaginar lo que bahía sucedido. Habían discutido. Los distintos puntos de vista. y tendencias habían chocado: Ios amigos más íntimos de tenían quejas particulares más o menos fundadas y, finalmente, eran los más limitados, los más huraños, los más vengativos, los se habían salido con la suya. Decisión estúpida, puesto que los anarcosindicalistas estaban mucho más lejos de los individualistas que de los bolcheviques: si aquellos anarquistas, que estaban a pesar de todo muy cerca de los comunistas, y que en todo caso comprendían que resultaría en su propio interés apor­tar su esfuerzo a la construcción soviética, escurrían el bulto, ya no posible distinguirlos de los individualistas y otras sectas que predicaban la lucha implacable contra el régimen; su actitud privó a la revolución de una ayuda preciosa en más de un sentido, pero a ellos les perjudicó todavía más; en la lucha abierta, ellos estaban derrotados por anticipado, sin beneficio para nadie.
Kropotkin murió el 8 de febrero de 1921. Había regresado a Rusia después de la revolución de febrero para dar pleno apoyo al gobierno provisional, al débil régimen de Kerenski. Para él ésta era una consecuencia lógica de la adhesión total que había dado al comienzo de la guerra mundial, a uno de los grupos imperialistas, el de los aliados que combatían según ellos la guerra del derecho contra el militarismo prusiano. Solamente una pequeña minoría de anarquistas lo había seguida en esta extraña evolución; los otros. Malatesta a la cabeza, denunciaron a Kropotkin y a los suyos como “anarquistas del gobierno”. Consecuente con esta posición o tal vez demasiado comprometido para cambiarla, Kropotkin, apoyando en todo al gobierno provisional y al de Kerenski, se declaró adversario del régimen soviético.
Ese mismo día, Guilbeaux tenía cita con Lenin, en el Kremlin. Me propuso acompañarlo. Guilbeaux expuso primero su asunto personal y luego comenzó una conversación general que nos llevó muy pronto a Kropotkin. Lenin habló de él sin acritud; al contrario. hizo un elogio de su obra sobre la revolución francesa con el título La Grande Révolution). "Com­prendió y mostró muy bien el papel del pueblo en esa revolución burguesa —nos dijo.Lástima que al final de su vida se hundiera en un chovinismo incomprensible."16
Cuando nos despedíamos, Lenín nos preguntó, en tono de reproche, por qué no enviábamos artículos a L´Humanité y. dirigién­dose, a mí, me dijo: "Venga a verme de vez en cuanto; su movi­miento francés es bastante desconcertante, y la información tenemos suele ser insuficiente” “iOh! —-respondí-, ya le quito demasiado tiempo al camarada Trotsky." Pues bien, quíteme también un poco del mío.”
El cuerpo de Kropotkin había sido expuesto en la gran sala de la Casa de los Sindicatos —como lo había sido el de John Reed-— y velado por los anarquistas. La inhumación fue fijada 'para el siguiente domingo. La víspera," por la tarde, un secretario de la Internacional comunista vino a decirme que yo había sido elegido para hablar en nombre de la Internacional Comunista. La noticia me pareció inverosímil; fui a ver a Kobietsky; éste me con­firmó la decisión y cuando le hice observar que me parecía in­dispensable una discusión previa, al menos un intercambio de ideas, me respondió que eso se había juzgado inútil: "Se le tiene a usted confianza", se limitó a decirme.
Yo estaba dispuesto a hablar en nombre de la Internacional Comunista de un hombre al que los bolcheviques no habían cesado de combatir y que, por su parte había sido, hasta el fin adver­sario irreductible de la Revolución de Octubre, era una misión Ruy delicada. Sin embargo dos consideraciones me hicieron entrever mi tarea como menos difícil de lo que la había juzgado en el primer momento. .Recordé la conversación con-Lenin –verdaderamente providencial-, el tono en que había hablado de Kropotkin; su elogio de La Grande Révolution; y también algo que me había sorprendido en los primeros tiempos de mi estancia en Moscú. En un obelisco erigido a la entrada de los jardines del Kremlin podían leerse los nombres de los precursores del cqrnunismo, de los defensores de la clase obrera, ylo que me había impresionado fue el "eclecticismo” que había presidido la selección de los nombres; los “utopistas" estaban todos allí, y lo que no debía parecer mas asombroso, Plejanov estaba, también; la violencia de las polémicas y la aspereza de las controversias no impedía después en lo más mínimo reconocer la aportación, la contribución de adversarios de doctrina a la causa de la emancipación humana. Por último, había visto un ejemplo más de esta "tolerancia" Imprevista en los feroces bolcheviques. Al comienzo de la revolución de octubre, la exuberancia revolucionaria semanifestó en todas las formas y en todos los terrenos, especialmente en la pintura y la escultura; 1os pintores tomaron posesión de un tramo de la Tverskaia y, en 1920, todavía se podía ver, grabados en los muros, medallones de los grandes revolucionarios; el de Kropotkin se encontraba en buen lugar, en las cercanías del Teatro Bolshoi.
El domingo por la tarde, un largo cortejo se formó en la Casa de los Sindicatos para acompañar el cuerpo del difunto al cementerio de Novodiévich, situado en uno de los extremos de la ciudad. Las banderas negras flotaban sobre las cabezas y los cánticos emocionales se sucedían.
El domingo por la tarde un largo cortejose formó an la Casa de los Sindicatos para acompañar el cuerpo del difunto al cemen­terio de Noyodiévichi, situado en uno de los extremos de la ciudad. Las banderas negras flotaban sobre las cabezas y los cán­ticos emocionantes "se sucedían. En el cementerio, un incidente, breve pero violento, se produjo durante los primeros discursos. Un anarquista de Petrogrado hablaba desde hacía algún tiempo cuan­do empezaron a elevarse protestas, a la vez sordas y apasionadas; "¡Davolno! ¡Davolno!" (¡Basta! ¡Basta!). Los amigos más íntimos de Kropotkin no toleraban que en ese día de duelo se recordara lo que la mayor parte de los anarquistas si no es que todos debían considerar como su defección de 1914 (2)
¿Tal vez el momento era inoportuno y era preferible callarse? Era una cuestión a arreglar entre anarquistas, y también una advertencia para mí, si yo me hubiera sentido tentado de evocar ese periodo crítico. Pero yo había preparado mi breve discurso basándome en mis recuerdos personales, en lo que Kropotkin había sido para los hombres de mi generación, en Europa, en Amé­rica, en todo el mundo; en su importante contribución a la doctrina de la evolución con L'Entraide, en el personaje de Autour d' una vie por quien no se podía sentir más que un sincero apre­cio. Mis palabras pasaron sin tropiezos aunque yo sentía que no había a mi alrededor sólo simpatía: "Discurso conciliador", es­cribía mucho más tarde Víctor Serge por lo que concluía que las palabras que pronuncié tenían un significado político preciso, como si su contenido hubiera sido deliberado por el ejecutivo de la Internacional comunista. Ya hemos visto que no había nada de eso; sin embargo su apreciación no era únicamente personal; era también lo que había escuchado en torno suyo.3

Notas

1/ Según Sandomirsky —que aunque de opiniones totalmente contrarias siguió sin embargo en" relaciones íntimas y cordiales con él hasta el fin— 'fue el amor a Francia lo que impulsó a Kropotkin a las filas de la Entente, y luego a contarse entre los defensores de la Revolución de Febrero, en contra de los bolcheviques y la Revolución de Octubre. Sin embargo fue Inglaterra la que le concedió una acogida cordial y un refugio donde pudo trabajar libremente, mientras que Francia lo encarceló y luego lo expulsó. Pero, para él, la tierra de la libertad era igualmente Francia, y la idea de que pudiese ser aplastada bajo la bota prusiana le resultaba intolerable.
2/ Recordemos aquí cuál fue la actitud de Malatesta con respecto a Kropotkin, a quien lo ligaba una amistad de cuarenta años. En cuanto tuvo conocimiento de la adhesión pública dada por Kropotkin a la Triple Alianza para la guerra, Malatesta escribió un artículo titulado: “¿Han olvidado sus principios los anarquistas?", que apareció en noviembre de 1914 en italiano, en inglés y francés, en Volonte-Freedom bajo el título “Anarquistas de gobierno”, era una respuesta al “Manifiesto de los 16”, siendo los 16 Kropotkin y sus partidarios). Acerca de su ruptura ya inevitable, Malatesta escribió: "Fue uno de los momentos más dolorosos, más trágicos de mi vida (y puedo arriesgarme a decirlo, también déla suya) cuan­do después de una discusión extremadamente penosa, nos separamos como adversarios, casi como enemigos" (Kropotkin, Recuerdos y críticas de. un viejo amigo suyo,' Montevideo, Estudios Sociales, 15 de abril de 1931.)
3/ En el Álbum consagrado a los funerales de Kropotkin publicado en Berlín en 1922 por la confederación de anarcosindicalistas, se indica que yo hablé en nombre de la Internacional Sindical Roja; sin duda los editores no pudieron creer que fue la Internacional Comunista la que me delegó, talcomo lo muestra mi relato.

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