domingo, octubre 12, 2014

Ébola, cuestión de clases

En el caso de Teresa Romero, a la feminización de los cuidados, traducida, en este caso, en su profesión como auxiliar, habría que añadir el de clase.
"Si tuviera que dimitir, dimitiría. No tengo ningún apego al cargo, soy médico y tengo la vida resuelta". Esta simple frase de Francisco Javier Rodríguez, consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, revela dos aspectos muy importantes. Por un lado, la consideración que el Gobierno del Partido Popular tiene sobre la acción política y, por otro, el pensamiento de dicho partido sobre el objeto de su propia gestión, esto es, el servicio al interés general de los ciudadanos y las ciudadanas.
No se trata únicamente de un error de comunicación, como se está calificando, ni siquiera de una salida de tono del consejero, una auténtica chulería, sino de toda una declaración de principios. El manifiesto real de lo que representa el ejercicio de la política para la derecha en el Estado español.
Francisco Javier Rodríguez deja claro que él, no como otros de su mismo partido, no está en la política para forrarse. Como bien dice tiene la vida resuelta. Sin embargo, aunque dicha declaración parezca apostillar el hecho de que no tendría ningún problema en dimitir, lo que realmente está transmitiendo es que, en realidad, con su servicio nos está haciendo un favor. Podría estar ganando mucho dinero en una clínica privada, o presidiendo algún consejo de administración en alguna empresa a la que ha externalizado algún contrato, pero no, por el bien de todos y todas, en un momento de su carrera decidió sacrificarse y ejercer la función, nunca suficientemente remunerada ni reconocida, de consejero de Sanidad. Porque la gente del Partido Popular es así, ven el ejercicio de la política como se veía hace ochenta o cien años, cuando los que ejercían el poder en nuestros pueblos y ciudades eran las llamadas fuerzas vivas, el alcalde, el médico, el cura y la guardia civil. Ellos se sacrifican por nosotros y nosotras. Gestionan nuestra sanidad, o la regalan a sus amigos y amigas, y nuestros servicios para nuestra mayor tranquilidad. Nosotros no sabríamos hacerlo y él, que no le tiene ningún apego al cargo, nos está haciendo ese favor.
Por otro lado, todo el que haya tenido un contacto prolongado con el ámbito sanitario, público o privado, conoce perfectamente los residuos de cierto corporativismo rancio, la jerarquización y el reparto de papeles y estatus que existe dentro del sector. Afortunadamente, la (descendiente) democratización de la sociedad y de los estudios superiores, la política de becas, así como la construcción y dotación de escuelas y facultades en nuestras universidades, están acabando con esta histórica situación. Pero como dicen los gallegos sobre las meigas, “haberlas, haylas”. Los hospitales y centros de salud, llenos de grandes profesionales, son micro-sociedades y, como tales, desarrollan sus propias dinámicas y relaciones de poder, un poder donde los y las auxiliares de enfermería, celadores, personal administrativo, etc., se encuentra en la base de una pirámide que sitúa al médico o médica en la posición de mayor reconocimiento. El consejero, no lo olvidemos, es médico, Teresa Romero, auxiliar y, peor aún, mujer.
Ana Álvarez, en un reciente artículo en Diagonal, llamaba la atención sobre la feminización de la mortalidad debida al ébola. Las mujeres en África, señalaba la periodista, son las que atienden a los enfermos, mantienen un rol tradicional de cuidadoras y, por esto, se encuentran más expuestas a sufrir la enfermedad. En las sociedades patriarcales, además, las mujeres son las primeras en el trabajo pero las últimas en recibir atención, ya sea sanitaria o de otro tipo. Es por esto que el ébola es principalmente una enfermedad en femenino. En el caso de Teresa Romero, a esta feminización de los cuidados, traducida, en este caso, en su profesión como auxiliar, habría que añadir el de clase. El hecho de que la infección se haya producido en un hospital público en cuadros, y a una auxiliar de enfermería, parte del personal sanitario con menor sueldo, menor reconocimiento, menor acceso a la formación y al reciclaje y, en este caso, con mayor precariedad en el desempeño de su labor, es sintomático y refleja que, en este caso, el ébola no es solo una cuestión femenina, sino también de clase.
El consejero nunca se hubiera infectado, ya que no sólo nos está haciendo un favor gestionando la sanidad madrileña sino que, además, es médico y hombre.

José Mansilla

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