La República española, con todas sus contradicciones, representó lo mejor de los años treinta, una década que fue definida por Walter Benjamín como la medianoche del siglo, título a su vez de una impresionante novela de Victor Serge sobre el estalinismo, un fenómeno social imprevisible en un momento en el que el pueblo y la gente idealista necesitaba soñar que “otro mundo –el socialista- era posible”.
Mientras que en 1917, la revolución abrió un camino de esperanza –una civilización del trabajo y de la libertad-, el tiempo que sigue estuvo marcado por la frustración revolucionaria (Alemania 1919, 1921 y 1923), Austria (1918), Hungría (1918), Italia (1920), el llamado “trienio bolchevista” en España…En consecuencia, la Rusia soviética quedó destrozada (por una guerra internacional alimentada por el Imperio) y aislada, en tanto que el capitalismo conoció una estabilidad relativa. En este contexto germinaron dos fenómenos muy diferentes, pero en no poca medida complementarios, el estalinismo y el fascismo.
La llegada de la República en la España en abril de 1931 –la fiesta del pueblo- coincidió trágicamente con una coyuntura histórica marcada por la reacción. Fue justificada –por Antonio Maura- como un “colchón”, como una medida para que la creciente luchas contra la dictadura no abriera un proceso revolucionario. Es una época de crisis abierta de la democracia liberal, un sistema que no había sido capaz de evitar una guerra mundial devastadora. En España, la democracia liberal iba a tener una oportunidad breve en un marco de conflicto irreversible. De un lado, la derecha monárquica y clerical (que aliada con la patronal crearía la CEDA) que no dejó de conspirar y de tratar de desestabilizar desde el primer día. Del otro, las profundas aspiraciones del pueblo que había visto pasar todos lo trenas de las reformas sociales.
Es un tiempo en el que las condiciones de vida de la clase trabajadora eran penosas (se describen muy bien en la primera parte de la notable serie televisiva Vientos de agua, de Juan José Campanella), de crisis de la minería, de impaciencia revolucionaria entre la gente que sobrevive bajo los latifundios. La revolución soviética abrió las puertas a un imaginario de emancipación (y lo fue en sus inicios), en tanto que a las clases dominantes les provocó el “miedo a la libertad”, con el miedo a la revolución. El fascismo representa un cambio en relación a las dictaduras digamos más “tradicionales” como la que representó la de Primo de Rivera (o cualquier otra de la época en Polonia, Grecia, Hungría, etc). El fascio trataba de romper el espinazo al movimiento obrero y buscar una salida de expansión imperialista.
El pánico social de los “grandes señores” (tan bien expresado en películas como Cabaret o El huevo de la serpiente, de Ingmar Bergman), se acentuó con crack del 29, que en la potente Alemania se junto con la humillación de la deuda, todo un antecedente de lo que hoy está sucediendo en la Europa periférica. Las revoluciones frustradas habían servido de advertencia a los grandes señores que no dudaron en financiar “el irresistible ascenso” del III Reich, casi un paseo gracias a la estupidez suicida de socialdemócratas instalados en el respeto escrupuloso a la legalidad de Weimar, y sobre del Partido Comunista alemán (el de las tres L, las de Lenin, Luxemburgo, Liebknecht), enloquecido por el sectarismo estaliniano. El mismo que les prometía que la victoria de Hitler sería la antesala de una victoria comunista…contra la socialdemocracia o todo lo que representaba. Nada menos que el partido-sindicato-sociedades más estructurado de todo el mundo.
Tampoco las democracias imperiales más estables se libraron de las convulsiones del momento. En 1931, en el Reino Unido, los conservadores triunfaran electoralmente dejando la experiencia laborista bastante desprestigiada de manera que se opera, especialmente en el terreno de la cultura, un proceso de radicalización hacia la izquierda, de rechazo al imperialismo y a la complicidad ante el ascenso del fascismo. En Francia, la corrupción y la agitación provoca una inestabilidad ministerial constante, en el curso de la cual emerge una derecha abiertamente fascista (el fascismo francés ya venía de la época de Dreyfus), pero también una radicalización hacia la izquierda entre los trabajadores y los intelectuales expresada sobre por los surrealistas. En un caso y otro se escenificará un giro hacia la izquierda en filas socialdemócratas, de sectores amplios de la juventud indignada ante el desastre alemán. Es una época en la que parece que la idea de una nueva Internacional abarca todas las disidencias socialistas y comunistas (con Trotsky en el horizonte).
Hasta entonces, el fascismo italiano había sido contemplado como un fenómeno nacional, aislado, no especialmente perturbador ya que Italia es una potencia muy menor. Pero desde 1933, el advenimiento del nacionalsocialismo en Alemania otorgaba al fascismo una dimensión amenazante, se convirtió en una hipótesis atractiva para las clases dominantes (véase al respecto, La caída de los dioses, de Luchino Visconti). La llegada de Hitler al poder fue aplaudida por la toda la prensa conservadora, será exaltada por la CEDA, en tanto que los grupos fascistas hasta entonces marginales, comienzan a mostrarse más desafiantes. El caso de la Falange española será, en este sentido, bastante representativo. En muy poco tiempo, aparece como una terrible amenaza, no solamente para el movimiento obrero, sino, más ampliamente, para la democracia y la cultura a escala continental, de ahí la radicalización de amplios sectores de la cultura que hasta entonces permanecía en su torre de marfil. Una amenaza que va más allá de la política cotidiana, tradicional, que parece poner en cuestión la propia civilización. Las mentes más lúcidas supieron distinguir lo que se adivinaba detrás de las declaraciones de los jefes nazis, de actuaciones como la de la “noche de los cuchillos largos”, los testimonios de los exiliados.
Durante dos años, la República Española, que había creado tantas esperanzas entre los de abajo, se embarranca. La coalición republicano-socialista no avanza en las reformas prometidas mientras que sus enemigos ensayan un primer golpe militar –Sanjurjo en la madrugada del 10 de agosto de 1932 y que contienen los trabajadores unidos-, y las consecuencias de la crisis económica planea sobre los de abajo. Efectivamente, el desempleo masivo golpea a los de debajo de manera que es el próximo sistema el que hace aguas, se muestra incapaz de gestionar la crisis al tiempo que crece la amenaza fascista. En Gran Bretaña, los tories apuestan por la formación de un gobierno de Unión Nacional presidido por el “renegado” laborista Mac Donald, con mayoría conservadora y presencia liberal, que logra sortear la situación, sobre todo gracias a la moderación de los laboristas instalados. Al fondo aparece la agitación de la Unión Británica Fascista que Mosley fundara en 1932 amén de un mar de fondo de radicalización social. Pocos escritores registraron tan verazmente esta fase turbia como George Orwell.
En la República francesa en cambio, los gobiernos del Partido Radical de Herriot con el apoyo socialista surgido de las elecciones de 1932, ve como crecen las cifras de desempleo registradas desde entonces. La incapacidad de la coalición favoreció la emergencia de la tentación fascista aupada por viejas corrientes como Acción Francesa (tan influyente entre los intelectuales derechistas hispanos), y la aparición de otras nuevas (Solidaridad Francesa, Parti Franciste, Cruz de Fuego). Solamente faltaron los escándalos de corrupción descarada como el representado por el affaire Stavisky (hay una versión fílmica interesante del “caso” escrita por Semprún, dirigida por Resnais e interpretada por Belmondo).ç
Este escándalo financiero con implicaciones gubernamentales estalló a fines de 1933 —en ciertos aspectos anticipación francesa del "estraperlo", una "marca" lerrouxista de 1935—, causando una oleada de indignación contra el gobierno, que a punto estuvo de ser capitalizada en exclusiva por reaccionarios y fascistas. Si la extrema derecha no lograron su objetivo se debió, en gran medida, a la respuesta de la militancia de base socialista y comunista en las jornadas de febrero de 1934 en la que, a partir de una convocatoria de los surrealistas, las bases de los partidos obreros, situadas al margen de sus respectivas direcciones, coincidieron espontáneamente en la calle en un ambiente que preludia las jornadas de junio de 1936, cuyo contenido social era muy diferente a la opción apaciguadora que se impondría con el Frente Popular...liderado por el Partido Radical tratado de “pequeños burgués” por los comunistas que habían invertido sus propuestas de 1933
El ambiente se ha enrarecido todavía más. Hitler había comenzado a amenazar la independencia austriaca a pesar de que en abril de 1933, Dollfuss había alcanzado un acuerdo con Mussolini prometiendo la reforma de la constitución para amoldarla al modelo fascista como había hecho Horta en Hungría. Finalmente, la disolución del Parlamento en mayo de 1933 bajo el influjo nazi marcará el comienzo de la persecución de comunistas y socialdemócratas de izquierdas, que desembocará en una respuesta armada improvisada y a la desesperada de las milicias obreras de la capital austriaca. Lo que vino después fue una brutal represión que precisó de la intervención diplomática británica y francesa para impedir una masacre que, con todo, superó holgadamente el millar de muertos en los tres días de combates.
Las secuencias de Berlín y de Viena será entendida por la izquierda marxista española a partir de una iniciativa del BOC liderado por el mejor Maurín y secundado por la ICE, los llamados trotskistas. La equiparación de la CEDA no era una opinión de las izquierdas, era algo aceptado y proclamado por su “jefe” Gil Robles, el mismo que asistió entusiasmado al congreso de nazi de Nüremberg. Se trataba por lo tanto, de liderar una respuesta preventiva contra el fascismo que amenazaba muy seriamente libertades y conquistas sindicales por más modestas que estas fueran. Se trataba de avanzar en una propuesta que se definía en la siguiente frase “Antes Viena que Berlín”.
En España, la República era ante todo y sobre todo, el movimiento obrero y popular organizado. Un movimiento que luchaba por sus propias finalidades al tiempo que desarrollaba reivindicaciones democráticas como la de Cataluña. Lástima que tanta entrega y entusiasmo no se viera acompañada por propuestas políticas unitarias a la altura de las exigencias.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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