sábado, octubre 18, 2014

Bolivia, un gran laboratorio político



El éxito de la ‘redistribución’ es episódico, porque no cambia las relaciones de propiedad. El gobierno admite que no avanza la industralización. El sectarismo vacío de la izquierda “antielectoral”. La burocracia conservadora. Las grandes utilidades de empresarios y banqueros.

En las elecciones bolivianas, el MAS sumó apoyos desde el gobierno de CFK hasta el centroizquierda -Unidad Popular y Marea Popular- pasando por el estalinismo y una fracción del maoísmo (el PC y el PCMLN están integrados al gobierno).
Dado el apoyo abrumador que las encuestas anticipaban para Evo Morales, el voto centroizquierdista no se ha fundado en la necesidad de ‘evitar que avance la derecha’, sino en una decidida posición de principios. Nadie discute que la base económica del gobierno indigenista está formada por las grandes petroleras y mineras, y por el gran capital sojero. Esta es la caracterización insoslayable del régimen político boliviano, con total independencia del éxito mayor o menor que él mismo se atribuye en materia de ‘redistribución de ingresos’; aunque es indiscutible que la acumulación de capital se ha incrementado en forma colosal (tasa de beneficio), en un ciclo de crecimiento, relativamente en relación a la fuerza de trabajo.
El éxito de la ‘redistribución’, sin embargo, es siempre episódico, en tanto no cambian las relaciones de propiedad. El gobierno mismo admite que no ha avanzado en la industrialización, en un período de ocho años de crecimiento sin precedentes de los ingresos fiscales. El centroizquierdismo de Argentina, antiguo y moderno, erige al indigenismo como equivalente a una revolución social, cuando es precisamente la revolución social lo que no ha ocurrido. No hay periódico en el mundo que no señale el pacto entre el indigenismo alteño y el hispanismo serrano del capital sojero como uno de los rasgos fundamentales de la actualidad política de Bolivia. Pacto que nace de la renuncia del MAS a implementar la reforma agraria en la nueva carta constitucional y que es acompañada por la cesión casi integral de la renta agraria al capital sojero.

La izquierda

La izquierda llamó al voto nulo o blanco, el cual fue totalmente marginal.
Por un lado, el POR hizo campaña por el voto nulo, como lo hace desde hace 32 años -su última presentación a elecciones fue en 1985-, con el planteo de la "inviabilidad de la democracia burguesa".
El caso del POR es un ejemplo inigualable del vaciamiento conceptual que puede producir el sectarismo autoproclamatorio, porque lo que distingue al momento actual de Bolivia es un fenómeno que los marxistas solamente admitieron como episódico y excepcional: un protagonismo de la masa pequeño burguesa indígena (en especial urbana), con total autonomía respecto de la clase obrera. El MAS disimula su régimen bonapartista personal con la envoltura de la ‘democracia indigenista’, que ha plasmado en el "Estado plurinacional'.

Bonapartismo indio

Desde Prensa Obrera fuimos señalando esta particularidad de la evolución de Bolivia desde el mismo inicio del movimiento que culminó en la insurrección de octubre de 2003. La masa pequeño burguesa indígena vive el bonapartismo indio como una democracia propia, cuya base económica son las arcas fiscales y el comercio informal. Una situación revolucionaria, en Bolivia, solamente podrá tener lugar cuando este fenómeno se haya agotado y cuando en este agotamiento participe en forma vigorosa la vanguardia de la clase obrera sobre la base de un programa. El POR, mientras tanto, sigue esperando ‘la revolución y la dictadura proletarias’ desde la hamaca paraguaya del inmovilismo.
La LOR-CI (PTS) llamó al voto nulo en nombre de la reconstrucción del Instrumento Político de los Trabajadores (IPT) de la COB, que fuera echado a andar por la burocracia sindical hace dos años y que se extinguió a la velocidad del rayo. Se pretendió recrear el PT de Brasil, como herramienta electoral de los sindicatos controlados por la burocracia.
El llamado ‘Instrumento Político’ fue meneado en los debates sindicales durante más de dos décadas, completamente estériles, que oponían unas fracciones a otras. La creación de un ‘instrumento’ se daba en oposición a la tradición sindical de Bolivia, que reivindicaba los programas de Pulacayo (1946) de la Federación Minera y de la COB (1970), que tenían por eje el gobierno obrero y campesino. La propuesta tuvo un avance efímero cuando una fracción conservadora se hizo cargo de la dirección de la COB. La coyuntura parecía propicia por los problemas económicos que tuvo que enfrentar el gobierno en ese momento, y por un ascenso de luchas parciales. En poco tiempo, sin embargo, el MAS sumó a la burocracia a su red de cooptación.

La cuestión del partido obrero

Luego de ‘fundar’ (episódicamente) el IPT, la burocracia de la COB acompañó el levantamiento de la vigorosa huelga general por las pensiones y luego fue artífice del descabezamiento de la dirección combativa de los mineros de Huanuni.
El gobierno del MAS ha tendido fuertes redes de captación en la clase obrera a través de las cooperativas mineras. Se asiste en Bolivia, en definitiva, a la tentativa más profunda, en la historia del país, para marginalizar y atomizar al proletariado.
La cuestión del partido obrero, en Bolivia, debe partir de esta nueva situación histórica de las masas, o sea de una crítica marxista del indigenismo, que ponga en evidencia su carácter de clase, sus limitaciones insalvables y la ficción de la ‘democracia plurinacional’.

Miguel Briante

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