Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
viernes, enero 29, 2016
La Matanza de la Escuela de Santa María de Iquique: Memoria de una Masacre
La matanza de la Escuela Santa María de Iquique fue una masacre ocurrida en el Norte Grande de Chile el 21 de Diciembre de 1907, en la que fueron asesinados cerca de 3600 personas -según algunas crónicas- obreros del salitre junto a sus familias que estaban en huelga. Fue en el periodo presidencial de Pedro Montt, las ordenes de disparar fueron dada por el Ministro del interior Rafael Segundo Sotomayor. De las victimas asesinadas, se estima que cerca del 60% eran peruanos y Bolivianos. Los cuales murieron hermanados en la muerte a los obreror y familias chilenas porque no habían sido ellos los que habían trazados las líneas territoriales que separan a los pueblos, y porque el capital no tiene fronteras ni banderas.
El inicio de la Huelga
El 10 de Diciembre de 1907 los obreros paralizaron los trabajos de la salitrera San Lorenzo, luego el Paro se amplió a otras salitreras como Alto San Antonio. Estaban cansado de sus condiciones de vida y laborales; Jornadas de 10, 12 y más horas diarias, de la dependencia total del imperialismo inglés, y de su codicia inhumana de ganancias a costa de la explotación. Hastiados de sus miserias y de recibir por salarios- fichas en vez de dinero- los factores sumaron en la decisión de la Huelga.
La indignación venía con el pan de cada día cuando en las pulperías a las cuales iban a comprar mercaderías se encontraban con que no había balanzas ni medidas y que los precios eran exorbitantes. La rebeldía aumentaba cuando “se les recordaba” que tenían prohibición (amenaza) de comprar en pulperías que no fueran las de la oficina salitrera en la cual trabajaban. De este modo, los obreros veían que las fichas se le escapaba por entre los dedos y tal vez por eso una de las exigencias era la eliminación del pago con fichas y el pago de salarios en dinero. Luchaban con la ilusión de cambiar su existencia y sus condiciones de vida a cual era deplorable. Por eso entre sus peticiones estaban: Jornadas a tipo de cambio fijo, indemnización y desayuno, termino de los los abusos cometidos en las pulperías de las oficinas salitreras, exigencia de pago de sus remuneraciones en plata o en billetes no desvalorizados, demanda de seguridad laboral en las faenas para evitar los accidentes del trabajo, establecimiento de escuelas.
Con espíritu de organización y lucha que se venía dando desde los inicios del siglo XX por la clase obrera chilena en mutuales y mancomunales obreras, los huelguistas de Alto San Antonio marcharon hasta la ciudad de Iquique, sus huellas quedaron grabadas en la arena de la pampa nortina , la sombra de sus almas aún se reflejan en las soledades del silencio, el susurro de sus voces siguen rompiendo los secretos de la noche. Marchaban en columnas portando banderas de Chile, Bolivia, Perú y Argentina, con paso firme valiente y decidido, sintiendo que eran parte de la historia de un cambio y con orgullo, cantando avanzaban, sin embargo la tragedia les aguardaba.
Llegaron a Iquique, se alojaron en el hipódromo de dicha ciudad. La solidaridad de los trabajadores creció, se sumaron a ella los trabajadores de casi todo el comercio e industria del norte del país.
El movimiento iba alimentándose desde el vientre del pueblo y la prensa oficial y pequeñas imprentas independientes consignaban lo se iniciaba en la pampa, algunos titulaban que “germinaba la flor roja de una lucha en el desierto”. Así, más y más trabajadores en Paro viajaron a la ciudad de Iquique para sumarse.
El día 16 de diciembre, 6000 mil trabajadores acamparon en la escuela Santa María de Iquique. La huelga avanzaba y más y más pampinos se unían a ella, el día que ocurrió la matanza eran ya cerca de 10.000.
A los pocos días de haber llegado estaban reunidos en en la plaza Manuel Mont, y en la Escuela Santa María, pedían al gobierno que mediara entre ellos y los patrones de las firmas inglesas. Los patrones se negaron a negociar. Así pasaron los días sin ningún resultado. Desde Santiago el gobierno les ordenó abandonar la ciudad. Los obreros sabían que si regresaban a sus labores sus peticiones serían ignoradas y sus condiciones de vida y laborales seguirían siendo las mismas o perores, tras las listas negras que sin duda ya se escribían. Sacaron fuerza de las alturas milenarias, serenidad de las noches estelares del desierto, abrazados en la hermandad de los marginados, en la solidaridad de los oprimidos levantaron los puños y dijeron la lucha continua.
El 19 de diciembre el Intendente Carlos Eastman, llegó a Iquique. Esa tarde se entrevistó con los miembros del comité general de huelga y luego con los dirigentes de la Combinación Salitrera, intentando llegar a una solución del conflicto. Aún cuando los empresarios salitreros le manifestaron su voluntad de estudiar y resolver convenientemente las peticiones de sus operarios, también expresaron su negativa a discutir bajo la presión de los huelguistas porque según ellos; “si en esas condiciones accedieran al todo o parte de lo pedido por los trabajadores perderían el prestigio moral, el sentimiento de respeto que es la única fuerza del patrón respecto del obrero”. Claramente lo que en realidad buscaban era continuar con el status quo, la explotación al máximo de los trabajadores y sus argumentos mostraban la intención de no aceptar las exigencias de los trabajadores.
El 20 de diciembre los dirigentes se reunieron nuevamente con el intendente Carlos Eastman. El Intendente intentó convencer a los líderes del movimiento reivindicativo para que los pampinos volvieran a sus lugares de trabajo, dejando en Iquique solo a la delegación encargada de las negociaciones. El comité de huelga, argumentando que eso sería casi imposible de lograr, propuso como alternativa un aumento de 60% de los jornales durante un mes, a fin de dar tiempo a ambas partes para ponerse de acuerdo en una solución definitiva a las reivindicaciones proletarias.
El fatídico día, la pampa enrojeció de sangre El 21 de diciembre a primera hora, Carlos Eastman recibió nuevamente a los directores de la Combinación Salitrera. Al comunicarles la propuesta de los trabajadores, la apoyó y les informó que el Presidente de la República lo había autorizado cablegráficamente para comprometer al gobierno en el pago de la mitad del aumento de salarios que se acordara durante el mes de negociaciones. Pero los representantes patronales fueron inflexibles en su negativa. La respuesta empresarial llevó al comité de huelga a suspender las conversaciones con la autoridad regional. El Intendente Eatsman, se dirigió telegráficamente al Presidente de la República expresándole “la impostergable necesidad de solucionar la cuestión el mismo día”. Lo que preocupaba al Intendente era la decisión de los trabajadores de continuar la huelga y veía en su actitud el peligro de que la huelga creciera aún más y ver amenazado el orden y los intereses de la clase que representaba. Veía a los trabajadores en huelga como una amenaza para la ciudad y en esos términos se lo dio a conocer al presidente. La orden de desalojar la Escuela Santa María y la Plaza Manuel Montt donde se encontraban los huelguistas reunidos en un “meeting” (reunión política) permanente fue transmitida por escrito al Jefe de División, general Silva Renard. El coronel Ledesma se acercó al Comité Directivo de la huelga para transmitirles la orden de evacuar el lugar y dirigirse al Club Hípico, los trabajadores respondieron negativamente señalando que se quedarían en el lugar esperando los patrones recapacitaran y volvieran al diálogo. Cinco minutos más tarde Ledesma volvió donde su superior, comunicándole el rechazo de los trabajadores a abandonar el lugar. Silva Renard hizo avanzar las dos ametralladoras del crucero Esmeralda, colocándolas frente al plantel educacional y apuntando hacia la azotea donde se hallaban los cabecillas de los obreros. Un piquete del regimiento O’Higgins se ubicó a la izquierda de las ametralladoras “para hacer fuego oblicuo a la azotea por encima de la muchedumbre aglomerada al lado de afuera“. La plana mayor de los militares después de un análisis del lugar operativo decidieron el empleo de las armas de fuego. Luego el capitán de navío Aguirre, el comandante Almarza y el general Silva Renard anunciaron a la masa que se dispararía contra aquellos que no se retiraran hacia la calle Barros Arana. Solo unos doscientos trabajadores obedecieron la orden en medio de las pifias de sus compañeros. Entonces llegó el momento decisivo, las ordenes de disparar las dio el Ministro del interior Rafael Segundo Sotomayor comenzando la masacre, así Silva Renard ordenó a sus soldados abrir fuego en contra de la Escuela atiborrada de obreros y sus familias.
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