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domingo, enero 17, 2016
Malcom X en RTVE o el alcance de la divulgación revolucionaria
Esta memoria comenzó a ser restablecida gracias a empeños como el de Spike Lee, entonces en estado de gracia…
Aunque más olvidado de lo que nos gustaría, Malcom X fue uno de los grandes referentes en aquellos años en los que el Che Guevara decía verdades inadmisibles en la Asamblea de la ONU. Unos años agitados en los que se comenzaba a sentir la agitación de una juventud radicalizada que trataba de despertar al movimiento obrero y a la izquierda realmente existente para no dejar Vietnam “trágicamente solo” (Che). Sin embargo, no parece que esta fascinación permaneciera entre las nuevas generaciones, cortadas en su mayor parte de la memoria revolucionaria, de ahí pues la importancia de esta película vista en RTVE un domingo noche para una audiencia muy amplia de espectadores que antes, apenas sí sabían de su existencia. Esta memoria comenzó a ser restablecida gracias a empeños como el de Spike Lee, entonces en estado de gracia. Un Spike que acusaba a sus mayores por no haber asegurado la continuidad sobre movimientos y personas que iluminaron la “cuestión negra” en los Estados Unidos”
Ahora se vuelve a hablar de Malcom, en parte por la conmemoración del 50 aniversario de su asesinato, pero sobre todo porque el “clásico” está presente en la nueva oleada de “orgullo negro”, de una autoestima pisoteada por la policía blanca y por ese “mundo feliz” prometido del neoliberalismo. Quienes quieren profundizar en su conocimiento tienen a la mano memorable autobiografía –escrita con la ayuda de Alex Haley jr., famoso autor de Raíces-, así como la importante película de Spike Lee cuyo objetivo central era actualizar lo que el mito aportó a la causa de su pueblo. Ahora vemos que no fue un trabajo en balde, que a pesar de todas sus limitaciones como proyecto, el film Malcom X ha cumplido su propósito de dar a conocer el legado. Un legado que ha traspasado el ámbito cerrado de las minorías proféticas para entrar en la casa de la gente común a través del DVD, de las televisiones que la han emitido en las horas punta. Se me dirá que ese ocurre porque el mordiente de Malcom X ya no resulta peligroso, y algo de eso hay. Pero no es menos cierto que esta divulgación es ya una batalla ganada.
Una batalla que se “planteó” en los años sesenta, demostrando a pesar de la derrota final, hasta donde se podía llegar. En aquellos tiempos tan justamente reivindicados, el movimiento de los Derechos Civiles contribuyó al impulso de una radicalización que fue expresa por líderes como Malcom X y por movimientos como el de los “Black Panthers”. El resultado fue, de un lado las conquistas de una serie de mejoras parciales (rompió con los aspectos más escandalosos del “apartheid” made in USA) y por otro, de una “guerra sucia” en el que se suma el asesinato de Luther King y Malcom, y de destrucción de los “Black Panther” como expresión de una conspiración policial en toda regla destinada a destruir cualquier embrión de oposición al “partido único” modelado por dos tendencias diferentes pero complementarias.
Luego llegó el tiempo de la llamada “revolución conservadora” que, ya de entrada, desarrolló una odiosa campaña mediática contra las series televisivas que trataban de la lucha contra la esclavitud. Los neocons no tenían ninguna piedad con Malcom. Todavía se acordaban de “pánico social” causado por las radicalidad de los análisis y de las propuestas de este auténtico “radical”, una figura por lo demás de proyección interna y externa, internacional. Se habían librado de Lumumba, de Luther King, del Che Guevara, de Salvador Allende, John Lennon, de los “Black Panthers”, al final, habían derrotado el “comunismo” y habían conquistador la “flor y nata” de los llamados “creadores de opinión”.
Sin embargo, la victoria no fue definitiva, ni mucho menos. En 1999 surgía con fuerza el altermundialismo, luego las grandes manifestaciones contra la guerra de Irak, la cuestión racial siguió viva. Lo hizo a través de la imponente movilización del pueblo trabajador sudafricano contra el régimen del “apartheid”, por cierto, incondicionalmente apoyado por la plana mayor del neoliberalismo (Reagan, Thatcher, Kohl): por cierto, los mismo que apoyaban a Pinochet y demás. la avanzada del cine norteamericana se movilizó para la ocasión y produjo una buen número de películas “liberales” que se convirtieron en una pesadilla para Pretoria. 3/ Por otro lado, emergía una promoción de cineastas afronorteamericanos que retomaba el hilo de los sesenta; también tuvo lugar una nueva oleada de títulos que denunciaban las evidencias. Un cine que, como en otras ocasiones, reflejaba en no poca medida el sentimiento de rechazo que se estaba dando en el “vientre de la bestia” (José Martí), y que comenzaban a “plantear” de nuevo dilemas que se presumían “superados” junto con otros nuevos, por ejemplo la situación del “becariado”, por cierto cada vez más presente en la pantalla.
No era desde el sistema donde se podrían dar lecciones sobre la corrección política del personaje escogido, de lo que se trataba era más bien al contrario, de ofrecer una explicación de la imagen violenta de Malcolm X; de su potente clarividencia a la hora de identificar las tácticas del poder (si bien el propio Malcolm dejó de referirse a él como el diablo de ojos azules al final de su vida), que han consistido básicamente en atar o desarmar ideológicamente al negro con la doble apelación a los valores cristianos y al movimiento de los derechos civiles: su percepción igualmente premonitoria —como lo han avalado generaciones de sociólogos posteriores— de las fatales consecuencias que trae, en el seno de una sociedad hostil, la dispersión familiar y la carencia de una «imagen paterna» en el hogar (no es otro el discurso que sustenta, trayéndolo hasta el momento actual, el notable film de John Singleton Los chicos del barrio (Boyz N the Hood, EUA, 1991), y finalmente, su clara toma de postura en el dilema clave de la comunidad negra americana de este siglo, la oposición entre la integración (y posible disolución) en la sociedad blanca o el establecimiento de una identidad propia separada (en la película, Malcolm X se refiere a este dilema en la secuencia del debate televisivo, al describir las diferencias entre el negro casero y el negro rural «asilvestrado» en la época del esclavismo)
En las operaciones biográficas se tiende a «blanquear» a los personajes tendiendo a recordar de él sólo lo que tuvo de bueno. Lee no cae este error entre otras razones, evidentemente, porque sabe que el verdadero significado de la biografía de Malcolm X, su ejemplaridad, reside en su capacidad de evolucionar desde la degradación al fundamentalismo y desde la intolerancia del converso hasta la mayor flexibilidad que marcó su último año dé vida, a su regreso del peregrinaje La Meca. Esta capacidad de transformación le convierte, como se observado, en un personaje arquetípico: lo que más admira la sociedad estadounidense es al hombre que sabe reinventarse a sí mismo.
Eso sí, resulta ocioso mencionar la diferencia abismal que existe entre la trayectoria de Malcolm X y la de tantos self-made men que suelen resultar objeto de numerosas producciones pías, de biopics a cuyo formato se acogió nominalmente Spike para trascenderlo. No fue esta una empresa mayor, sobre todo porque el autor de Haz lo que debas, pretendió decir todo lo que quería decir en un metraje que a los mayores nos obliga a ir varias veces a descargar la vejiga urinaria
Lee tenía dinero para rodar escenas espectaculares y grandes planos generales con un millón de extras, pero se limitó a unos pocos momentos como las grandiosas imágenes e La Meca, que sin duda se merecían planos más largos, pero lo que le importaba era explicar el hombre. Hay en toda la película un voluntad de discurrir, de explicar sin necesidad de recurrir a los “valores de producción” no parece casual mes confirma una tendencia general del film a la concentración, detectable también en otras escenas que podrían propiciar un regodeo en a «reconstrucción de época» pero en as que Lee tiende a pasar en seguía a los planos cortos (por ejemplo, al llegar Malcolm a casa de Elijah Muhammad se nos ahorra una descripción del lujo —correlato del poder— que transpira la mansión, casi como un escenario de terror.
De hecho, Malcolm X debe ser la superproducción con más primeros planos desde El padrino II. ¿Por qué? pienso que porque se trata de un film que, a pesar de la amplitud de la historia que relata, se juega principalmente en el plano de las ideas, de as principios: cómo ser un buscavidas, cómo transformarse en un musulmán, cómo responder al hombre blanco, etc. Incluso el cortejo de Malcolm con la que sería su esposa, se resuelve brillantemente con una breve serie de planos en los que la pareja de pretendientes se sopesan y analizan entre dialécticamente. Esta tendencia a la presentación visual de ideas alcanza su climax lógico en momentos como el collage de márgenes de noticiarios con el estremecedor fondo del “Alabama” de John, el discurso que pronuncia Ossie Davis en el funeral, y por supuesto, la recreación de fragmentos de los justamente famosos discursos de Malcolm X (con la inapreciable ayuda de un Denzel Washington en plena forma). A pesar de alguna breve panorámica un tanto decorativa, Lee consigue plasmar tanto la belleza formal del discurso como la dinámica de la relación de Malcolm X con su audiencia, relación que se expresa, como en esos míticos sermones del evangelismo negro, de una forma participativa, llena de ritmo y contrapunto “musical” (repeticiones, llamada y expuesta, etc.).
Malcolm X tiene muchos valores parciales, como he tratado de describir, pero la impresión general que suscita es extrañamente decepcionante. Creo que se trata de un problema de construcción: existe un indudable desequilibrio, un desigual reparto o despliegue de las zonas de interés, que se hace notar más dada la longitud del film. He alabado de otras películas de Lee su libertad de construcción, precisamente, pero no es el caso de Malcolm X: las escenas de «degradación» del protagonista previas a su conversión ocupan demasiado metraje, lo mismo ocurre con su estancia en la cárcel, que se nos hace tan larga como a él. Se le da también demasiada amplitud a su relación con Elijah Muhammad: en el film ocupa un porcentaje del relato mucho más alto que en la autobiografía de Malcolm. En cambio, su último año de vida, a la vuelta de La Meca, y el cambio que se opera en él hacia posiciones menos radicales, están muy insuficientemente explicados (Lee se limita a ofrecérnosle premonitoriamente mustio).
Este resumen final puede significar que Lee no está muy interesado en esta parte del legado de Malcolm X, menos apta para no reconciliados. A este respecto es curioso cómo presenta el director la famosa anécdota en la que una «progre» se acerca a Malcolm y le pregunta qué pueden hacer los blancos por la causa, sólo para recibir como rotunda respuesta: «Nada». Según el sociólogo Jacob Sloan, esta desabrida réplica y sus implicaciones persiguieron durante mucho tiempo a Malcolm, influyendo en su pasaje final hacia posturas más moderadas. Pues bien, en la película no sólo no se muestra ninguna reacción personal de Malcolm (a corto o largo plazo), sino que éste ni siquiera se vuelve atrás para mirar a la atribulada voluntaria.
Aquí debemos volver, como al principio, a la comparación entre Lee y Oliver Stone. Los desequilibrios de Malcolm X arriba mencionados podrían importar menos si la película se nos pareciera guiada por alguna fuerza (o furia) interna, como el discurso paranoide que propulsaba tan magníficamente JFK La ventaja de dicho film de Stone es que estaba hecho contra algo; o mejor, a favor de alguien que estaba contra algo. También Malcolm X, el hombre, estaba contra algo, y cómo. Pero Malcolm X, el film, gasta sus municiones más a favor del símbolo detrás del hombre que contra ninguna otra cosa. Y eso le priva de fuerza: como ha demostrado a lo largo de su carrera, Spike Lee funciona mejor anti que «pro»; y, en su faceta «pro», se le dan mejor las pequeñas escenas de observación y celebración de los rasgos conductuales, culturales, sexuales y verbales de su gente que las escenas de mayor ambición dramática.
Esta historia –la lucha de los afronorteamericanos- es fundamental para todo proyecto de transformar el mundo//cambiar la vida…Primero porque se trata de una lucha que se inserta en la interminable lucha contra la esclavitud; segundo, porque es una lucha que nos ilustra sobre el ángulo antirracista, que también nos toca aunque sea en menor escala; y tercero porque afecta al “vientre del monstruo”, debilita al imperio como lo debilitó en los sesenta contra la guerra del Vietnam…En esta lucha, el nombre de Malcom X es el más destacado, y el hecho de que su biografía cinematográfica se pase por RTVE en una hora punta, no es una noticia menor.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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