sábado, julio 30, 2016

1936, 2016: ironías y tragedias de la historia



80 años del 18 de julio, un acontecimiento que sigue palpitando cuando otros mayores se han archivado. Después del 1789 francés, ningún otro evento de la historia moderna ha producido tanta bibliografía, no hay semana que no aparezca un libro nuevo, ahora quizás también un nuevo documental. Estamos hablando de un momento excepcional en la historia nacional e internacional, del final de la excepción republicana, del prólogo y del epílogo de la II Guerra Mundial, de una derrota popular en la estela de Auschwitz… De un acontecimiento sobre el que se podía empezar escribiendo a la manera de Charles Dickens en su Historia de dos ciudades: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”
Mientras que en Europa el fascismo fue derrotado en 1945, en el Reino de las España el franquismo pudo sobrevivir sobre las cenizas de la derrota más devastadora jamás sufrida por el pueblo. Sus consecuencias fueron concluyentes: mientras que la República fue asesinada, perseguida, juzgada…, las consecuencias del franquismo han permitido hablar del “Gulag español” (Helen Graham) o el “holocausto español” (Paul Preston). Sobre su sombra alargada se fraguó el “pacto del olvido”. Un pacto vivido sobre el miedo, la necesidad de comenzar de nuevo, pero también sobre una confluencia de exigencias complementarias. La derecha necesitaba reajustar su relato para una nueva forma de hegemonía; para el PSOE, ajeno a la resistencia, se trataba de apostar por el “pensamiento débil” de la “modernidad”. Tampoco había mayor interés para la jerarquía del PCE asediada por sus propias páginas estalinianas (POUM, maquis rebelde, disidencias varias castigadas). En todo esto conviene no olvidar la restauración conservadora que confirió la máxima importancia a la “guerra cultural” con una victoria total sobre el estalinismo. Se trataba de entrar en una nueva fase, lejos de aquellos tiempos en los que el movimiento obrero y la agitación social que caracterizaban a la República resultaban inaceptables…
Nos metíamos de pleno en la última batalla de la guerra, la de la de interpretaciones, que se pueden dividir en tres grandes contendientes, cada cual con sus respectivas matizaciones:
a) La interpretación de la “España nacional” que dictó la “historia de la Cruzada”, una “escuela” que al final fue representada por el inefable Ricardo de la Cierva, cada vez más desprestigiado. Obviamente, a la derecha se le hizo necesaria una puesta al día de su biografía. Una medida financiada pródigamente desde la FAES y cuya finalidad central era reforzar una nueva derecha “sin complejos”, que no aceptaba ninguna “superioridad moral” de la izquierda con la ayuda de la rampante historiografía neoliberal. Se asienta en la equidistancia inherente a la nueva “historia oficial”. Desde esta la derecha “nacional” tuerce el bastón negando que la República fuese realmente una democracia, afirmando que resultó desbordada por el “totalitarismo” izquierdista en el que el PSOE (Largo Caballero), el “estalinismo” y la “extrema izquierda” se dan la mano. Es la excusa del PP para no condenar el franquismo, antes –dicen- habría que condenar los de 1934, el 6 de Octubre catalán. Por cierto, una fecha que se convirtió en un ejemplo de “lo que no había que hacer” del catalanismo conservador según el cual Cataluña había sido “oasis” agredido por los extremos. Al tiempo, mantuvieron el silencio sobre el “Vichy catalán” (Ignasi Riera, Los catalanes de Franco, Barcelona, Plaza&Janés, 1999).
b) La de la izquierda republicana dominante en los medios académicos y argumentada por autores como Ángel Viñas, Enrique Moradiellos, entre otros. Esta escuela, así como la de tradición comunista, entiende que el bloque numantino liderado por Negrín representó la opción más consecuente, la única vía posible de defensa conectando con la II Guerra Mundial. Autores tan importantes como el norteamericano Herbert R. Southworth (El gran camuflaje”: Julián Gorkin, Burnett Bolloten y la guerra civil española, incluido en la edición de Paul Preston, La República asediada y conflictos internos durante la guerra civil Ed. Península, Barcelona, 1999), descalifican a “la revolución” como un montaje de la CIA, olvidando completamente el contenido de sus investigaciones y obviando a otros autores, a una escuela amplia que no ha dejado de crecer con nuevas aportaciones y por la revalorización del Orwell de Homenaje a Cataluña. Este republicanismo tout court está representado por Antonio Elorza&Marta Bizcarrondo en Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1919-1939 (Planeta, Barcelona, 1999), y por otros tantos autores de la “cultura comunista”, por ejemplo Ferran Gallego. Algunos como Paul Preston, no han dudado en afirmar que la República se las tuvo que ver tanto con sus enemigos de derechas (franquismo) como con los de izquierdas. En otros casos se pone mayor énfasis en la equidistancia, en la concepción de una “tercera España” montada por autores como Santos Juliá, Jorge M. Reverte y Andrés Trapiello, entre otros, muy coherente con los presupuestos auspiciados desde plataformas mediáticas como El País.
c) La más obrerista y revolucionaria que apenas ocupaba media página en los libros de historia, emergió con potencia en los años sesenta gracias a editoriales como Ruedo Ibérico y a autores como Pierre Broué, José Peirats, George Orwell o el Noam Chomsky de La responsabilidad de los intelectuales. Esta corriente sitúa al movimiento obrero en el centro de la crisis española de los años 30. Representada por la CNT y el POUM, su apuesta era la del UHP (¡Uníos Hermanos Proletarios!). Desde un lado y otro se critica a la dirección de la CNT por haberse quedado a mitad de camino, tratando de mantener la coexistencia entre las medidas colectivistas y la colaboración con el gobierno, cavando de esta manera su propia fosa. Desde la tradición liderada por Trotsky se ha responsabilizado al POUM de no haber sido lo que decía, un partido bolchevique. Sin embargo, el camino de Octubre aparecía en España de manera casi invertida por más que el potencial militante de las clases trabajadores fuese superior. Aquí lo más comparable en fuerza a los bolcheviques era la CNT o el PSOE caballerista, que carecían de capacidad de análisis concreto, de una estrategia revolucionaria. Por otro lado, el Kornilov hispano no tenía detrás un ejército en descomposición como el ruso, sino todo lo contrario. Para mayor desastre coyuntural, el prestigio de la revolución de Octubre de 1917 estaba en manos de la URSS de Stalin o sea de su negación interna, de alguien que no optó por ayudar a la República hasta que no tuvo más remedio.
La historia pues, se torcía por un laberinto del cual aún no hemos salido.
El protagonista central de esta historia fue nuestro movimiento obrero que contaba con una rica tradición de luchas y de organización. Se había desarrollado a través de las internacionales: aunque minoritaria en un principio, la AIT fue el embrión tanto del potente movimiento anarquista (anarcosindicalista desde la creación de la CNT en 1910), el más importante de mundo, como de la socialdemocracia “pablista” muy influenciada por el modelo francés de Jules Guesde (muy puntillosa doctrinariamente, muy evolucionista en su actuación). La atracción hacia Bakunin o Marx estuvo muy relacionada con su análisis del fracaso de la I República. Los primeros decían que no había nada que esperar de la burguesía liberal ni de la “política”; pero los socialistas, aunque coincidían en dicha desconfianza, estimaban que en una primera etapa había que pasar por una coalición amplia por la República. En ambos casos, su evolución fue muy sólida por abajo, pero culturalmente nunca llegaron a realizar aportes analíticos dignos de mención, raramente hicieron aportaciones en aquello del análisis concreto de la realidad concreta y la historia les pasó por encima.
En su fase clásica, el PCE se planteó la línea del frente único obrero (matriz del pensamiento de Nin y de Maurín), pero el curso estalinista lo convirtió en una secta sin incidencia real entra los trabajadores que simpatizaban con la experiencia soviética, cuyo curso nacional-estalinista resultaría desastroso desde todos los puntos de vista. Durante la dictadura primorriverista primero y con la República después, se puede hablar de una “guerra fría” social-anarquista, envenenada además por el estalinismo que hablaba de socialfascismo y anarcofascismo al menos hasta 1934; esto afectó a la propia idea del frente único que fue visto como una maniobra comunista. En sentido contrario, desde 1933 comenzó a labrarse la idea del UHP, animada por la capacidad de los “herejes”, de Maurín-Nin, secundada por la izquierda socialista y los “trentistas” de la CNT (Joan Peiró, Ángel Pestaña), por cuadros libertarios lúcidos como Valeriano Orobón Fernández, que había conocido la experiencia “sovietista” y unitaria de la República de Baviera de 1923. Esta confluencia culminó en el 34 con todos sus problemas, y alimenta una línea unificadora que se traduce en el reingreso en la CNT de los disidentes y demuestra que la revolución es posible sí se actúa en Asturias.
Luego dará lugar a un proceso unificado” en la CNT, y se plantea entre los marxistas. Largo Caballero aceptaba que el POUM fuese el PSOE catalán y así, de paso, reforzar su ala. Pero esta propuesta fue rechazada por los líderes del POUM, que tampoco consiguen llegar a un acuerdo con el sector que acabará componiendo el PSUC. Entre ellos se mantiene un ambiente amigable hasta que desde el Moscú de los “procesos”, Stalin dictamina que el “trotskismo” ha dejado de ser una tendencia obrera para convertirse en una “quinta columna”.
De una manera u otra, todas las corrientes de izquierdas no mostraron tener una conciencia muy clara del verdadero alcance de la contrarrevolución. El gobierno se dedica a maniobras de escaso alcance, en parte porque no quería quedarse sin ejército, a pesar de que, ya en 1932, Azaña había planteado correctamente el dilema existente: o la República acababa con sus enemigos o estos lo hacían con la República. En julio de 1936, el propio Maurín, que se había destacado en las Cortes por sus denuncias contra la pasividad del gobierno, llama a Azaña para preguntarle sí podía marchar tranquilo a Galicia, y éste le responde que no se preocupe. La CNT por su parte celebró en mayo su Congreso en Zaragoza y pasa de refilón sobre el fascismo, victorioso en Alemania porque el pueblo allí era muy “autoritario”; su problema era la aplicación del ideal –para el que había que enjuagarse la boca varias veces antes de mencionarlo-, sí sería más industrial o más agrario, pero sería un producto del “nosaltres sols” que tanto influyó en el aislamiento trágico en la derrota de la “Comuna de Asturias”. Un terreno tan rico como complejo sobre el que cabe registrar las reconocidas aportaciones de Chris Ealham, especialmente La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto, 1898-1937 (Alianza, Barcelona, 2005); Una revolución a medias: los orígenes de los hechos de mayo y la crisis del anarquismo, incluido en EL POUM y el caso Nin. Una historia abierta (Laertes, Barcelona 2014), sin olvidar ’“Nosaltres sols”: La CNT, la unidad antifascista y los sucesos de octubre de 1934 en Cataluña’, texto incluido en la obra colectiva De Octubre a Octubre (AAVV, El Viejo Topo, Mataró, 2010)
No es cierto que los gobernantes del Frente Popular no estuvieran informados de que los militares estaban fraguando un golpe militar que, evidentemente, no iba a ser ni como el de Prim de Rivera ni como el de Sanjurjo. Hace mucho tiempo que se sabe que la guerra se podía haber evitado sí la República hubiera actuado como cualquier gobierno, un punto clave donde los haya y que nos remite al trabajo de Pedro L. Angosto, José Alonso Mallol, el hombre que pudo evitar la guerra.(Instituto de Cultura Juan Gil Albert, Alicante, 2006), que cuenta como este hombre que fue Director General de Seguridad, presentó en mayo de 1936 a Santiago Casares Quiroga y Azaña una relación de más de 500 golpistas con la intención de que fuesen detenidos de inmediato, lo que habría supuesto el desmantelamiento de la conspiración. Azaña y Casares, temerosos de posibles reacciones, no consintieron tales detenciones y el golpe de Estado siguió impunemente su camino. Un camino en el que estuvieron a punto de fracasar pero que les permitió ya de entrada ganar algunas batallas antes de que la guerra fuese un hecho.
Lograron entre otras cosas: a) liquidar con el procedimiento del tiro en la nuca a sus compañeros dudosos (a partir de ahí no se iban a detener ante nada); b) establecer un puente para el ejército colonial que iba a resultar su espina dorsal, extremo en el que resultan inexcusables las lecturas de La guerra que vino de África, de Gustau Nerín (Crítica. Barcelona, 2005) y Abrazo mortal De la guerra colonial a la Guerra Civil en España y Marruecos (1909 – 1939) deSebastián Balfour (Península. Barcelona, 2002); c) tomar sin apenas dificultades Oviedo, Zaragoza y Sevilla (Mola iba a huir pero se echó para atrás al conocer las noticias de “la gesta” de Queipo de Llano) aprovechando la ingenuidad y la desorientación de los líderes obreros, y d) reclutar un ejército de hambrientos magrebíes, pero sobre todo el apoyo de la Italia de Mussolini y de la Alemania de Hitler mientras que la República era traicionada por Gran Bretaña y Francia (recordemos, con un gobierno del Frente Popular).
La suerte estaba echada: de un bando quedó un ejército profesional perfectamente armado que con la línea del “ordeno y mando” se imponía por el terror; del otro, el pueblo en armas mientras que el gobierno lo primero que hizo fue trasladarse a Valencia. Ese pueblo armado luchaba por su República, la libertad que entendía indisociable de la igualdad y la fraternidad según los principios de 1789 aceptados por toda la izquierda. Quizás el “documento” mejor elaborado (al menos, sí el más asequible) sobre la trama es quizás la película Dragon Rapide (Jaime Camino, España, 1986), con una reconstrucción minuciosa del antes, obra de Roman Gubern e Ian Gibson. Explica entre otras cosas, cómo “contratan” a los “Moros” mercenarios. Queda por hacer otra que cuente cómo las “columnas de la muerte” llegaban a un pueblo, liquidaban de manera sistemática a una parte considerable de la población, y obligaban a rendir armas a todos los que tenían edad para coger un fúsil con la advertencia de ser pasados por las armas a la menor muestra de desafección.
Conviene no olvidar en ningún momento que por la mitad de la década, el contexto internacional no pudo hacerse más oscuro. El ascenso nazi en Alemania -fruto de otra “guerra fría” interobrera, entre socialdemócratas que no veía más allá de la República de Weimar y de un comunismo estalinista enloquecido- se constituyó en un ejemplo para la contrarrevolución. Demostraba que se podía destruir al movimiento obrero más potente del mundo, al tiempo que ofrecía lecciones básicas a Stalin, por un lado, demostrando como se podía liquidar una oposición interna con la “Noche de los cuchillos largos”-, de otra llevándole a operar un giro a un pacto con las potencias democráticas. De esta manera, el exterminio de la “vieja guardia bolchevique” aparecía como una demostración que nadie y menos que nadie la URSS, quería una revolución social. Y no digamos una revolución social basada en la democracia obrera. Por cierto. Una muestra de quela primera victima de una guerra es la verdad, y la segunda es el lenguaje, justo es anotar que “nacionales” son todos, incluyendo los republicanos que acabaron en los campos de exterminio nazi porque Serrano Suñer negó que fuesen españoles. En sentido estricto, el título les corresponde a los catalanes, vascos y gallegos que quieren sus derechos nacionales. Los sublevados ocuparon su propio país a sangre y fuego, y para lograr sus propósitos. No les importó mucho ceder soberanía a las potencias que les ayudaron. Como se pudo ver, para Franco, España era algo así como su finca particular.
La magnitud de la derrota final fue casi total. El descenso a los infiernos fue total. El “corazón de las tinieblas” se pudo percibir en “detalles” como en las oleadas de refugiados, en la conversión del país en una prisión, en detalles como el del sepelio casi clandestino de Manuel Azaña en noviembre de 1940, una muerte que le libró de la Gestapo y de ser fusilado. La situación pareció muy diferente cuando en el décimo aniversario (marzo 1946), Largo Caballero, que había pasado por los campos de concentración nazis como un obrero estucador, fue enterrado en París. La muchedumbre presente incluía a altos dignatarios del gobierno francés. Entre los republicanos se esperaba que los vencedores cumplieran imponiendo una democracia en Madrid, pero no fue así; temían una República animada por comunistas y anarquistas.
Entre la guerra y la posguerra el movimiento obrero, tal cual existió, fue destruido casi en su totalidad. Solamente sobrevivieron pequeños grupos de resistentes que, con la excepción del PCE (mejor situado entre la juventud y las mujeres, ayudado por el movimiento comunista internacional, por la mística de la resistencia antifascista europea, por su mayor capacidad organizativa), nunca volvieron a conectar con las nuevas generaciones. Algunos como la CNT y el POUM, se dejaron la piel en el empeño. Pero, aparte de la represión despiadada, sufrieron fracturas internas, y “siguieron con la guerra” o sea, no se adaptaron a las nuevas circunstancias.
Una década más tarde, cuando la resistencia clandestina republicana ya se había agotado, emergió un nueva una generación, en no poca medida compuesta por los “hijos de los vencedores”, de sectores sociales que no estaban tan castigados y que reflejan la pérdida de base social por parte del régimen. Se inició un proceso de recomposición del movimiento obrero: una juventud obrera y universitaria que comenzó a leer la guerra en clave de guerra contra el fascismo y revolución social, una percepción a la que no era ajena la temperatura social. Fue el momento de Ruedo Ibérico; de la revolución del libro de bolsillo; pero sobre todo del mayo-junio del 68 en Francia y más tarde, con “la revolución de los claveles” en Portugal. En la década siguiente (1976), las expectativas más combativas se confirmaron, por el alcance de la recomposición, la amplitud de las huelgas y de las movilizaciones. Todo parecía confirmar un auge inusitado de las luchas, amén de un avance cultural abrumador, todo lo cual permitían imaginar una democracia avanzada como fue la República. Por entonces, personajes como Carles Ferrer i Sala, presidente de la CEOE en 1976 proclamaba que con tanta lucha de clases se estaba provocando otro 18 de julio.
La República fue evitada. Ni tan siquiera resultó reivindicada por la izquierda mayoritaria (en algunas manifestaciones en Barcelona, la militancia del PSUC impedía incluso desplegar la tricolor), y después del 23-F, del “desencanto”, de Europa, última estación, se llegaba a un gobierno soi disant socialista que imponía la línea de olvido como parte de una etapa previa necesaria, no fuese que por mucho querer fuésemos a peor. De hecho, no sería hasta finales del siglo pasado que comenzó a surgir una generación no adocenada, inconformista que hacía preguntas impertinentes sobre los abuelos y las abuelas, miles de ellos aún “desaparecidos” en cunetas y tapias de cementerios. En esta época comenzaron a florecer las diversas entidades memorialistas con el apoyo de los jóvenes que se hacía notar por Internet. Ahora la lucha era por la verdad (histórica), la justicia y la reparación. Por alcanzar cuanto menos un “status” antifascista europeo semejante al que se llegó a lograr imponer contra el nazismo en Alemania.
Desde abajo, sin plataformas mediáticas, el paisaje va cambiando. Los familiares de las víctimas, los combatientes de siempre comenzaron a encontrar en los nietos una atención, un plano al que hay que añadir investigadores que “destapaban” el avance de la “Columna de la Muerte” en Andalucía y Extremadura, que ”descubrían” el inenarrable episodio de los republicanos que inauguraron los campos nazis como “apátridas” (spanier), etc.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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