lunes, julio 18, 2016

El atentado en Niza y la guerra contra el terrorismo



Por tercera vez en 18 meses Francia fue escenario de un atroz atentado que dejó un saldo de 84 muertos y más de 200 heridos. Un nuevo ataque que tiene un alto contenido simbólico.

Las coordenadas espacio temporales de este nuevo ataque tienen un alto contenido simbólico: ocurrió el 14 de julio, el Día de la Bastilla, en Niza, el corazón de la Costa Azul y emblema de la industria turística francesa.
Poco se sabe hasta ahora, excepto que el autor de este brutal ataque, Mohamed Lahouaiej Bouhlel, es un hombre joven franco tunecino, que se montó en un camión de varias toneladas, le dijo a la policía que debía hacer un delivery de helados para sortear la seguridad y atravesó zigzagueando a toda velocidad el Paseo de los Ingleses, atropellando a centenares de personas.
Hasta el momento ningún grupo terrorista del espectro del islamismo radical reivindicó el atentado como propio. A diferencia de los que perpetraron las masacres en la redacción del semanario Charlie Hebdo y el teatro Bataclan, que eran conocidos por los servicios de inteligencia y habían estado bajo vigilancia por sus relaciones con grupos islamistas radicalizados, en este caso se trata de una persona con antecedentes de delitos menores, aparentemente sin lazos con el Estado Islámico (ISIS) o alguna otra organización por el estilo.
Con el correr de los días, la primera versión de los servicios franceses, que apunta al accionar de una persona “autoradicalizada” puede cambiar. Pero incluso si no se encontraran relaciones directas entre el ISIS o Al Qaeda y el atacante del camión, las claves de este hecho absolutamente repudiable hay que buscarlas en la participación de Francia en la “guerra contra el terrorismo” dirigida por Estados Unidos, que hoy tiene su principal capítulo en Siria e Irak. Además de sus intervenciones militares en sus excolonias en el mundo islámico –desde Libia hasta Mali.
En los últimos meses, con la redoblada ofensiva militar de la coalición anti ISIS bajo mando americano, los bombardeos regulados de Rusia y la acción de las milicias de Irán para sostener al régimen de Assad, el Estado Islámico viene retrocediendo. Ha sido expulsado de ciudades importantes, ya sea por su valor simbólico, como Palmira, o por su valor estratégico como Falluja (el corazón sunita de Irak). Con parte del territorio también ha perdido la explotación de zonas petroleras, imprescindibles para las finanzas del califato, en particular, para sostener a sus combatientes. Ahora está bajo asedio en Mosul, la segunda ciudad de importancia del califato. Justamente horas antes del atentado, en un discurso con tonos triunfalistas tomando en cuenta la situación, Hollande había anunciado que aumentaría el compromiso militar francés para la recaptura de Mosul por parte del gobierno iraquí.
Probablemente, estas condiciones adversas hayan influido en la decisión del ISIS de adoptar una táctica similar a la de Al Qaeda y exportar el terror de los suburbios chiitas de Bagdad a las capitales occidentales.
Esta formación reaccionaria con ideología medieval tiene un modernísimo manejo de redes sociales, desde donde se dirige a los millones de musulmanes, sobre todo a los más jóvenes, que viven humillados en países occidentales y que solo necesitan su odio y algún elemento de la vida cotidiana, como un camión, y elegir un “blanco blando” para desatar una masacre y provocar un alto impacto.
Las intervenciones imperialistas francesas en el exterior tienen su contracara en la creciente estigmatización que sufre la comunidad musulmana en Francia –una de las más numerosas de Europa occidental con casi 5 millones de personas- condenada a una vida de gueto en las llamadas “banlieus”, donde abundan la pobreza, la violencia policial, la vida precaria y el racismo estatal.
Francia está entre los primeros lugares de la lista de países occidentales desde donde parten jóvenes a combatir a las filas del ISIS o Al Qaeda. A fines de 2015, las autoridades estimaban que había unos 600 ciudadanos o residentes franceses en Siria e Irak se habían alistado en el ISIS, la mayoría jóvenes y adolescentes. Y unos 200 que luego de su entrenamiento habían retornado al país.
Como sucede en otras grandes ciudades francesas, Niza es un territorio de agudos contrastes y fuerte polarización. Esta perla de la Rivera francesa, es también uno de los centros de mayor índice de radicalización de jóvenes musulmanes y una plaza fuerte del racista y xenófobo Frente Nacional.
Los barrios donde vive su populosa comunidad musulmana se han vuelto un terreno fértil para reclutadores de combatientes para las filas del ISIS y Al Qaeda. También registra una tasa de desocupación del 15%, mientras que la media del país es del 10%.
Como en los dos atentados anteriores, la respuesta del presidente “socialista” F. Hollande es escalar las medidas “securitarias” en el plano interno y el militarismo hacia el exterior. Y de paso apelar a la “unidad nacional” con la esperanza que el atentado distienda el clima de lucha contra la ley laboral que intenta imponer su gobierno y que ha despertado la resistencia imponente de trabajadores y jóvenes.
Pero difícilmente pueda recomponerse y hacer frente a la embestida de la derecha tradicional y de la extrema derecha del Frente Nacional de Marine Le Pen, que con un discurso de más mano dura intentarán capitalizar esta crisis en las próximas elecciones presidenciales de abril de 2017.
Este ataque profundizará la polarización. Reforzará sin dudas el discurso antiinmigrante, xenófobo e islamófobo que agitan los partidos de la extrema derecha europea y que vienen de celebrar el triunfo del Brexit, es decir, la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Pero también puede abrir el camino al surgimiento de un movimiento contra las guerras imperialistas que crean las condiciones para el surgimiento de organizaciones aberrantes como el Estado Islámico en el plano externo y que a nivel doméstico tienen su contrapartida en el racismo y el ataque a las libertades democráticas elementales.

Claudia Cinatti

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