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jueves, julio 28, 2016
León Trotsky: el fascismo es “el partido de la desesperanza contrarrevolucionaria”
Concentración de la extrema derecha en Alemania, EFE.
El ascenso de la extrema derecha en Europa, mezcla de nacionalismo, xenofobia y populismo neoliberal. Las responsabilidades de la “izquierda” y la desesperanza ante la crisis social.
En 1930 León Trotsky escribía que el crecimiento gigantesco del nacionalsocialismo era reflejo de dos factores. Una crisis social profunda que desequilibraba a las clases medias, y la ausencia de un partido revolucionario de la clase obrera, que pudiera brindar una alternativa progresiva frente a la crisis. El fascismo, como movimiento de masas, era el partido de la “desesperanza contrarrevolucionaria”. *
Un ejercicio histórico comparativo con el fascismo de los años 30 permite comprender algunas claves del presente, aunque deben establecerse importantes diferencias específicas para no forzar la analogía. A grandes rasgos, el hecho que hoy no estamos atravesando un enfrentamiento abierto entre revolución y contrarrevolución, que la crisis económica que se abrió en 2007 no derivó en un crack como en 1929 sino en una gran recesión, y que los grandes partidos estalinistas que hablaban en nombre de la revolución de octubre se transformaron en su sombra, asimilados completamente al neoliberalismo.
Si el fascismo de los años 30 representaba la respuesta contrarrevolucionaria (posterior o preventiva) ante la revolución obrera y expresaban un ataque en toda la línea contra el movimiento obrero y sus organizaciones, los fenómenos actuales son todavía preparatorios, en una situación donde no hay radicalización política de la clase trabajadora en Europa.
Aun así, la comparación histórica es productiva para pensar que los movimientos de extrema derecha ganan influencia en un momento de profunda crisis social, cuando las clases medias se “desequilibran” por el impacto de décadas de políticas neoliberales, al igual que sectores de la clase trabajadora que ven deteriorarse sus condiciones de vida. Y este “desequilibrio” social rompe todos los esquemas tradicionales de la representación política, el “centro político” agoniza.
En Austria el FPÖ (Partido de la Libertad) sacó el 48% en la segunda vuelta de las elecciones en mayo pasado, quedando al borde de llegar al gobierno; en Reino Unido el UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido) obtuvo 12.6% en 2015 y hace un mes festejó triunfante los resultados del referéndum por el brexit; en Alemania el partido AfD (Alternativa por Alemania) en marzo de 2016 en Sajonia Anhalt obtuvo el 24,3 % y se posicionó como segunda fuerza; en Dinamarca el Partido Popular con la consigna de “Dinamarca para los daneses” obtuvo el 21% en 2015; en Hungría, el partido xenófobo Jobbik alcanzaba el 20 % de los votos en 2014; en los Países Bajos el PVV (Partido por la Libertad) alcanzó un 10,1% en las elecciones de 2012; el Frente Nacional en Francia se quedó con el 27,4 % en las últimas elecciones regionales.
¿Extrema derecha, neofascismo, nacionalismo o populismo de derecha? ¿Cuál es la definición más adecuada para definir estos fenómenos aberrantes en ascenso?
Más allá de sus diferencias nacionales, como rasgos generales estos movimientos comparten una ideología nacionalista y euroescéptica, un mix reaccionario de xenofobia e islamofobia y un discurso populista “antiestablishment” que golpea al centro político desde la derecha. A su vez, defienden un programa económico neoliberal que profundiza en el recorte de derechos sociales y democráticos. Con desigualdades, desde el punto de vista social capitalizan el apoyo de sectores medios empobrecidos o arruinados por la crisis, sectores de la clase trabajadora que han visto deteriorarse sus condiciones de vida y que se han desencantado de los “partidos tradicionales” conservadores y socialdemócratas, y sectores de las burguesías imperialistas, es decir una base social policlasista.
Mientras algunos partidos han pasado por un proceso de “aggiornamiento” discursivo, para tratar de distanciarse del estigma del neofascismo y no perder votos, como Frente Nacional en Francia, otros han recorrido el camino inverso, como el AfD en Alemania que ha profundizado un curso xenófobo y reaccionario.
A su vez, en el flanco de la ultra derecha, existen grupos directamente neonazis como Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) en Alemania, movimientos nacionalistas neofascistas en Ucrania o de forma más minoritaria grupos “fachas” en el Estado español y otros países, que llevan adelante “acciones directas” contra inmigrantes, homosexuales o políticos. En Alemania y otros países los ataques contra refugiados y centros de acogida han crecido en los últimos años.
La llegada de cientos de miles de refugiados a Europa ha sido instrumentalizada por estos partidos para estimular el racismo y la xenofobia, estigmatizando a los inmigrantes, identificando un “enemigo externo” a quien culpabilizar de la crisis social profunda.
Los reaccionarios atentados del Estado Islámico, que han crecido en el último año, agudizan la tensión social y permiten a los gobiernos azuzar el fantasma del odio contra los inmigrantes y las poblaciones árabes. A su vez, la política guerrerista del imperialismo francés, británico, alemán y español, que mantiene tropas en el extranjero y bombardea en coaliciones militares con EEUU en Siria e Irak, no hace más que avivar el fuego del odio “contra occidente” y crear el caldo de cultivo de nuevos los reclutas para el Estado Islámico.
La izquierda: de la esperanza al desencanto
Es necesario incorporar un elemento fundamental en esta ecuación que explica el crecimiento de movimientos de extrema derecha: el papel que ha jugado la “izquierda tradicional” y la “nueva izquierda” reformista frente a esta crisis.
Los partidos comunistas europeos se asimilaron durante décadas al neoliberalismo y llegaron al estallido de la crisis siendo parte de los regímenes políticos tradicionales, por lo que difícilmente podían despertar “grandes esperanzas”.
Con la apertura de la crisis económica y social en los últimos años el anhelo de salir del marasmo fue capitalizado por nuevas organizaciones reformistas como Syriza y Podemos. Pero la ilusión inicial se transformó en desencanto rápidamente. En Grecia la capitulación abierta de Syriza ha sido un punto de inflexión, con profundas consecuencias. Alexis Tispras pasó de erigirse en representante de la “nueva izquierda” a la gestión directa de los ajustes y recortes de la Troika, paseándose sonriente por los pasillos de las cumbres europeas junto a Merkel y Hollande. En el Estado español Podemos ha hecho culto de la moderación política, rechazando toda radicalidad y adoptando un programa socialdemócrata light para convertirse en un “partido tradicional” en el Congreso de los diputados.
A diferencia de la izquierda reformista “europeísta” y moderada, la extrema derecha ha radicalizado su discurso, proponiendo un retorno reaccionario al estado nación y avivando los fantasmas de la xenofobia.
Para hacer frente a los nuevos movimientos de la “desesperanza reaccionaria” será necesario reconstruir las bases de una izquierda radicalmente internacionalista y anticapitalista, que siembre nuevamente la esperanza de la transformación social contra el capitalismo y la solidaridad de los trabajadores y los pueblos.
Josefina L. Martínez Historiadora | Madrid
*León Trotsky, La lucha contra el fascismo en Alemania, Ediciones IPS, 2013
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