El economista y miembro de la Plataforma por la Salida del Euro, Ramón Franquesa, participa en el “Campus Praxis” de Valencia
Huelgas generales, movilizaciones populares… La población griega se había empobrecido en un 40% y continuaba la subordinación a la Troika, con un ejecutivo de coalición encabezado por Antonis Samaras (Nueva Democracia), apoyado por el PASOK e Izquierda Democrática. Syriza capitalizó el malestar. En los comicios de mayo de 2012 superó al PASOK y se quedó a un escaso 3% de Nueva Democracia. Pero en enero de 2015 se impuso en las elecciones con un discurso que planteaba renegociar el pago de la deuda (en el primer trimestre de 2016 la deuda pública griega se situó en el 176,3% del PIB). Syriza había asumido hasta el momento buena parte del programa de los movimientos sociales, pero ¿evaluó correctamente la situación? “Puede discutirse en el caso de Alexis Tsipras dónde acababa la estupidez y comenzaba la soberbia, pero el diagnóstico fue totalmente equivocado”, afirma el economista y miembro de la Plataforma por la Salida del Euro, Ramón Franquesa. Tal vez el líder de Syriza confiaba en que con inteligencia, juventud, seducción, apoyo social y pulcritud ante la corrupción podría convencer a la Troika para que aflojara el dogal. Hoy, ¿significa la “capitulación griega” el fin de la izquierda europea?
El profesor de Economía en la Universitat de Barcelona y coautor de “Librarse del euro” (Icaria), Ramón Franquesa, ha abordado la cuestión en el curso de verano “Campus Praxis” de Valencia, en el que colaboran Sodepau, El Viejo Topo y la universidad. Subraya las limitaciones de la estrategia de Tsipras: no preparó a la población para una posible expulsión del euro, tampoco expandió los contactos internacionales para obtener nuevas líneas de crédito y comercio (aunque países como Rusia se ofrecieron de manera unilateral), ni diseñó planes para evitar una fuga de masa monetaria de euros. “Tampoco lo hizo su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, que no fue capaz ni tan sólo de preparar (disponiendo de los funcionarios de todo un ministerio), un plan alternativo, un plan B”, defiende Franquesa.
Sólo quedaban dos caminos ante los poderes financieros y la Troika: pagar hasta el último céntimo de la deuda o romper con el sistema del BCE y el euro. El nuevo gobierno de izquierdas no desarrolló medidas de “contingencia” ante las amenazas perpetradas por Berlín y Bruselas, pero “otras instituciones sí desplegaron una estrategia ofensiva”, subraya el profesor de Economía de la Universitat de Barcelona. Por ejemplo, en el parlamento heleno la exdiputada del PASOK, Sofía Sakorafa, figuraba entre quienes impulsaron el Comité por la Auditoría de la Deuda Pública, que subrayó el origen ilegítimo de ésta. La canciller Merkel hizo saber al gobierno heleno que no vería con agrado el resultado de este informe en las negociaciones. “Ni Tsipras ni su ministro Varoufakis se atrevieron a sacar el citado informe del Parlamento, para plantarlo ante la Troika”.
“Con un nulo sentido de la previsión, el gobierno dejó que se agotaran los plazos de la deuda entre enero y el verano de 2015”, añade Ramón Franquesa. Ya en el límite, se convocó un referéndum en el que se preguntaba al pueblo griego sobre la austeridad, los recortes y el pago de la deuda, pese a que en el programa con el que Syriza llegó al gobierno parecía todo bien claro. Si el ejecutivo pretendía ganar el referéndum, “¿cómo permitió que los bancos privados sacaran del país una enorme cantidad de masa monetaria en los días previos a la consulta?”, se pregunta el economista y miembro de la Plataforma por la Salida del Euro. Los ciudadanos griegos se vieron obligados a racionar la retirada de dinero en los cajeros. Se extendió el miedo.
En el resto de Europa, mientras, los medios informativos sostenían que si los griegos no pagaban sus deudas, las poblaciones europeas tendrían que abonar la factura. Pero en medio de las coacciones y la presión de los medios de comunicación, el pueblo heleno se pronunció. El 5 de julio de 2015 se convocó el referéndum sobre las condiciones del rescate planteado por la UE, el FMI y el BCE. Con una participación del 62,5%, votaron “no” el 61,3% de los electores. ¿Qué ocurrió tras el referéndum? “Una terrible paradoja y decepción”, afirma Ramón Franquesa. El ejecutivo de Tsipras desconsideró el mandato popular y pidió el tercer rescate al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), lo que implicaba la aceptación de “reformas” tributarias y “ajustes” en el gasto público; también exigencias de recortes y “reformas” mucho más severas que las rechazadas en la consulta.
Franquesa recuerda que el primer “paquete” de imposiciones fue aprobado en el parlamento el 15 de julio con el apoyo de Nueva Democracia y el PASOK, mientras varios diputados disidentes de Syriza votaban en contra. Los sindicatos convocaron protestas en Atenas. Tsipras defenestró de inmediato a los ministros y viceministros que votaron contra el “rescate”. Sólo una semana después, el parlamento dio el plácet al segundo bloque de reformas. “Se cumplían así las condiciones que permitieron el 28 de julio iniciar las negociaciones del tercer rescate entre Grecia y los acreedores”, explica el profesor de Economía. El jalón siguiente de la cronología se sitúa el 11 de agosto, cuando el gobierno y el conjunto de acreedores (FMI, Comisión Europea, BCE y Mecanismo Europeo de Estabilidad) alcanzaron un acuerdo sobre las medidas a las que Grecia debía someterse. El parlamento heleno las refrendó tres días después, con los votos de dos tercios de los diputados de Syriza y el apoyo de los partidos del “establishment”. ¿Qué representó el llamado “Memorando de Entendimiento”? Incluía la creación de un fondo de privatizaciones de 50.000 millones de euros, la aplicación de nuevos recortes en el gasto social y cambios tanto en el mercado laboral como en los servicios públicos (educación, salud, pensiones y salarios).
Ramón Franquesa insiste en que Syriza “pasó a efectuar un recorte mucho más severo del que se rechazó en el referéndum”. Tanto es así que el tercer memorando “resultó demoledor en sus exigencias, algunas de las cuales tuvo que aprobarlas el parlamento griego en 48 horas”. ¿Qué “mensaje” se pretendía trasladar? “Es lo que les espera a los súbditos (y no sólo griegos) si osan levantarse”. Más aún, “la reacción de Merkel a la consulta me recuerda mucho a la de Hitler ante la insurrección de Varsovia: no bastaba con derrotarlos, había que pulverizarlos de manera ejemplar”. Y no solo se trata de la emigración económica. La llamada crisis de la deuda ha tenido efectos devastadores como el deterioro generalizado de los niveles de salud, el aumento de los suicidios, la violencia y la disminución en la esperanza de vida. También ha dado lugar a números estremecedores en las puntas de la recesión.
Un 10% de los niños helenos en situación de “inseguridad alimentaria”, además de la creciente desnutrición entre los escolares. Tasas de desempleo del 26% (la más alta de la UE), y de paro juvenil del 51,2%; unos 2,5 millones de griegos viviendo por debajo del umbral de la pobreza, lo que incluye al 40% de los niños y el 45% de los jubilados (el número de personas en riesgo de caer por debajo del citado umbral es de 3,8 millones). En un manifiesto difundido en mayo de 2016 (“Un Plan B para no ir a ninguna parte”), miembros de la Plataforma por la Salida del Euro como Ramón Franquesa, Pedro Montes y Diosdado Toledano denunciaron que en Grecia, en julio de 2015, “no hubo un golpe de estado financiero, sino la entrega de un gobierno que, mandatado por los ciudadanos a negociar nuevos ajustes y recortes, claudicó ante la Troika y aceptó estrangular con más fuerza a los trabajadores y capas populares griegas”.
¿Qué queda de Syriza como referente de la izquierda, de modelo para la “nueva política”? En Cataluña, recuerda Ramón Franquesa, EUiA planteaba convertirse en la Syriza catalana. En los grandes mítines Pablo Iglesias y Alberto Garzón rivalizaban por comparecer al lado de Tsipras. “Syriza se había convertido en un faro para el Partido de la Izquierda Europea y los partidos emergentes, ¿qué queda de todo aquello?”, se pregunta el economista. Primero, el silencio. Además, “se continúa haciendo política sin abordar el problema de la deuda y el sistema monetario y político de la UE”. La cuestión no se trató en la última campaña electoral, pese a la vigencia del debate sobre el “brexit”. La política, hoy, no se cuestiona el marco impuesto por la UE; se acepta que no es posible cambiarlo ni salir del mismo, pese a que se trata de una “argolla de acero” que deja un escaso margen de libertad. Pero la política interna de un país de la Eurozona no puede aislarse del naufragio de Syriza, la reforma laboral en Francia, la reforma constitucional italiana o la Gran Bretaña del “brexit”. Según el miembro de la Plataforma por la Salida del Euro, estas consideraciones entran de lleno en la incorrección política. “Para demasiados intelectuales que se reclaman de izquierdas e internacionalistas, es una grosería cuestionar la actual UE”.
Enric Llopis
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