La fiesta del demonio tendrá sede en Cleveland esta semana, donde se congregarán algunos de los representantes más extremos de la política del odio, los más antimujer, antigay, antimigrantes, antiderechos civiles. O sea, será un antifestejo de lo peor que ofrece este país. La fiesta será presidida y es en honor a lo más cercano en la historia moderna del país a un fascista.
La Convención Nacional Republicana, tanto dentro como fuera de la arena, será un carnaval grotesco de lo que la derecha ha cultivado –y lo que de cierta manera los liberales han permitido– durante unas tres décadas. Será un circo perverso con todo y elefantes, el símbolo de los republicanos.
La palabra fascismo antes se aplicaba de manera muy descuidada y casi siempre a fenómenos históricos en otros países. Pero ahora está aquí. Comentaristas y analistas del propio establishment usan la palabra F para describir el fenómeno conocido como Donald Trump.
Trump dijo la semana pasada que estaba de acuerdo con que es hora de declarar una "guerra mundial contra las fuerzas terroristas". Reiteró que los migrantes y refugiados podrían ser un "caballo de Troya" y propuso un escrutinio de cada musulmán en este país en respuesta a la tragedia en Niza. Además, repitió sus declaraciones de construir un muro en la frontera con México y promover la expulsión masiva de indocumentados. Con ello sigue cultivando la histeria que nace de un sector estadunidense intensamente asustado por el mundo.
Este político, quien explícitamente apoya el uso de la tortura contra los sospechosos de terrorismo, la vigilancia de las mezquitas y efectuar redadas masivas para detener e interrogar a estadunidenses por su fe sospechosa, entre otras propuestas que violan las normas legales del país y el derecho internacional, está a punto de ser coronado por uno de los dos partidos nacionales. Y para los que no han olvidado las características netamente fascistas de "Dios, patria y orden" (a veces no en ese orden), Trump, al presentar a su candidato a la vicepresidencia, el explícitamente cristiano de derecha Mike Pence, proclamó: "Somos los candidatos de la ley y el orden. Somos el partido de ley y orden".
Su mensaje se volverá la expresión oficial de una de las mayores instituciones políticas del país esta semana. O sea, la nación enfrenta una amenaza fascista que podría tomar el poder en noviembre.
“Llamarlo fascista de alguna variedad es, sencillamente, usar una etiqueta histórica que cabe… Es la esencia del fascismo no tener una sola forma establecida… su forma de nacionalismo… naturalmente toma los colores y prácticas de cada nación que infecta”, escribe Adam Gopnick en The New Yorker esta semana. Agrega que "en Italia fue diferente que en España o Alemania, o en sus expresiones en otros países. No es sorprendente que la cara estadunidense del fascismo tomara las formas de celebridades de televisión, ya que eso es tanto nuestro escenario simbólico como las recreaciones nostálgicas de los esplendores romanos, lo que fue una vez en Italia".
Gopnick explica: "Lo que todas las formas de fascismo tienen en común es la glorificación de la nación; la exageración de sus humillaciones; la violencia prometida contra sus enemigos tanto en casa como en el extranjero; el culto al poder donde sea que aparezca y para quien lo tiene; desdén para el imperio de la ley y para la razón; el empleo desvergonzado de mentiras repetidas como estrategia retórica; una promesa de venganza para aquellos que se sienten marginados por la historia". Y advierte: "Aquellos que creen que las instituciones fundamentales del gobierno estadunidense están inmunizadas contra eso, fallan en entender la historia. En toda situación estadunidense en la que un líder tipo Trump ha llegado al poder, las salvaguardas normales padecen un colapso".
Esta amenaza al país también es, en parte, una condena a las fuerzas liberales del país que han dejado la puerta abierta para este fenómeno, sobre todo el Partido Demócrata y su cúpula, las cuales, junto con la cúpula republicana, han impulsado el consenso neoliberal durante tres décadas. Por ahora la reina demócrata y su entorno no ofrecen una alternativa real y creíble a un amplio sector, sobre todo blanco, desamparado, asustado y encabronado, que piensa que alguien les robó no sólo su sueño americano, sino su país (una mayoría también la ve de manera desfavorable). Por eso es tan atractivo el mensaje de “volver hacer grandiosa a América”, lema de la campaña de Donald Trump.
Pero vale subrayar que el circo en Cleveland no representa al país. Una mayoría rechaza lo que representa y Trump es visto de manera desfavorable por más de 60 por ciento del país, según el promedio de encuestas nacionales. Pero no es nada confortante que 35.5 por ciento de habitantes lo vean de manera favorable.
También vale repetir que el fenómeno de Bernie Sanders es igual de sorprendente y significativo que el de Trump; reveló que millones de estadunidenses apoyan el mensaje del autoproclamado socialista democrático por una revolución política en favor de las grandes mayorías y en contra del consenso neoliberal. Eso también es parte del rostro estadunidense y –al ser el más apoyado por los jóvenes– buen augurio para el futuro, ante la amenaza ultrareaccionaria que desfilará esta semana en Cleveland.
Cornel West, filósofo, político e intelectual afroestadunidense, recientemente escribió que en esta coyuntura "estamos entrampados en optar entre Trump, quien sería una catástrofe neofascista, y Clinton, un desastre neoliberal". Agrega: "El imperio estadunidense está en un profundo declive espiritual y cultural que genera desesperación". Pero sostiene que movimientos de jóvenes, como Black Lives Matter y otros, "muestran un despertar moral y espiritual. Nos ofrecen esperanza democrática. No se trata de tener esperanza, sino de ser la esperanza".
Esta semana, al avanzar rumbo al infierno, en las calles de Cleveland también habrá invitaciones a la esperanza por otro destino.
David Brooks
La Jornada
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