domingo, octubre 22, 2017

La Revolución rusa y la autodeterminación de las naciones



En uno de los debates del Congreso de los diputados sobre la situación en Catalunya, Mariano Rajoy dijo que ninguna constitución del mundo aceptaba el principio de la autodeterminación nacional… a excepción de la constitución soviética.

Lo que para Rajoy constituía un insulto o una forma de denigrar el movimiento nacional catalán, es para nosotros una gran reivindicación de la Revolución rusa. La constitución nacida de esa gran revolución fue la primera y casi la única en el mundo en aceptar el principio de la autodeterminación nacional, un principio democrático elemental que la mayoría de las democracias capitalistas occidentales sigue negando, cien años después.

Lenin y la cuestión nacional

En un texto de 1914, Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, Lenin desarrolla algunos elementos claves de la posición del marxismo en este tema.

1. La formación de los Estados nacionales está ligada históricamente a la época de lucha de la burguesía contra el feudalismo. En el periodo histórico que va de 1789 a 1870 se desarrolla una tendencia centrípeta que barre las particularidades regionales, para unificar mercados nacionales únicos, en base a una misma lengua y un territorio unificado.
2. Lenin se pregunta ¿qué es la autodeterminación de las naciones?, y responde que se trata del derecho a decidir la separación de otra nación y a la formación de un Estado nacional independiente. Polemiza con un tipo de interpretación “culturalista” de la autodeterminación, es decir, quienes contemplaban una “autonomía cultural” pero negaban el derecho a la separación efectiva.
3. Lenin responde a otra importante pregunta: ¿apoyar el derecho a la autodeterminación es apoyar al nacionalismo burgués? Así lo creían algunos sectores de la socialdemocracia, sectarios frente a la cuestión nacional. Pero Lenin sostiene que en tanto “la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión.” En cambio, en tanto “la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra”. Es decir, la lucha por la autodeterminación es una lucha contra el nacionalismo burgués de la nación opresora, pero no implica ningún apoyo político a la burguesía de la nación oprimida. Por el contrario, presupone la lucha también contra ella.
4. Negar el derecho a la separación, sostiene Lenin, no es combatir contra todo tipo de nacionalismo, sino que es favorecer el nacionalismo de la nación opresora, que se impone por la fuerza. Este es un argumento muy importante hoy frente a sectores de la izquierda española que sostienen que hay que ser ‘equidistantes’, no estar ni con el nacionalismo español ni con el independentismo catalán, “para no caer en el nacionalismo”. Si no se apoya la lucha de la nación oprimida, se está apoyando los privilegios de la nación opresora. En el caso catalán, el nacionalismo español y su ofensiva represiva.
5. Finalmente, Lenin sostiene que toda unión debe estar basada en la igualdad de derechos de los trabajadores y las naciones. Como internacionalistas, luchamos por la unidad de la clase trabajadora de todas las naciones, superando las fronteras nacionales, y no tenemos el objetivo de crear nuevas fronteras. Pero para lograr esa unidad de clase es necesario que los trabajadores de la nación opresora luchen contra la opresión de su propia nación sobre otros pueblos.

La cuestión nacional en Rusia

A comienzos del siglo XX, el Imperio ruso no había atravesado su revolución burguesa, estaba constituido como un Estado de nacionalidades. Con una población de aproximadamente 150 millones de personas, un 43% pertenecían a la nacionalidad rusa, mientras que un 57% eran parte de las naciones llamadas “alógenas” (incluyendo un 17% de ucranianos, 6% de polacos, un 4,5 de rusos blancos, etc.). La nación gran rusa ejercía una enorme opresión nacional sobre el resto de naciones, pueblos y tribus, lo que le otorgó una fuerza revolucionaria sin precedentes a los movimientos de emancipación nacional que despertaron con la revolución en febrero de 1917.
El gobierno provisional conciliador, surgido de la revolución de febrero, no respondió al reclamo de autodeterminación nacional. Por el contrario, mantuvo la opresión de Rusia sobre el resto de las nacionalidades, encubriéndola bajo el discurso “democrático” de la defensa de la revolución y las necesidades de la guerra. El gobierno de Kerensky defendía las fuentes de riqueza de la burguesía gran rusa, que no estaba dispuesta a perder el trigo y el carbón ucraniano, así como su influencia sobre el resto de los pueblos.
La actitud del gobierno provisional hacia los reclamos nacionales de Finlandia y Ucrania, intentando prohibir sus instituciones independientes, terminó de demostrar que la “revolución democrática” de febrero no cumpliría sus promesas. Para lograr su emancipación, las naciones oprimidas tenían que “ligar su suerte con la de la clase obrera. Y para esto les era indispensable desembarazarse de la dirección de sus partidos burgueses y pequeñoburgueses, es decir, precipitar la marcha de la evolución histórica.” (León Trotsky, Historia de la Revolución rusa).
Durante la revolución, Lenin fue un acérrimo defensor del apartado 9 del programa bolchevique, sobre el “derecho a la autodeterminación”. En la Historia de la Revolución rusa, Trotsky asegura que “solo por este camino el proletariado ruso pudo conquistar de a poco la confianza de las nacionalidades oprimidas”.
Las primeras medidas del gobierno de los soviets después de la toma del poder en octubre fueron los decretos sobre la libre autodeterminación nacional y la entrega de toda la tierra a los comités campesinos. Estos fueron elementos claves que permitieron a los bolcheviques ganarse el apoyo de la clase obrera y el campesinado de esas naciones, que fueron parte de la lucha por la defensa de la revolución.
Pero los estragos de la guerra civil y el aislamiento de la revolución plantearon nuevos problemas. Antes de morir, Lenin estaba especialmente preocupado por la emergencia de la burocracia en el estado y el partido, en particular por el papel desempeñado por Stalin.
En su autobiografía, Trotsky relata que, a partir de un incidente con los representantes georgianos, Lenin llegó a la conclusión de que Stalin actuaba como un nacionalista gran ruso, algo inadmisible que había que combatir sin concesiones. Así como Marx medía a los socialistas de las naciones opresoras por su actitud hacia las naciones oprimidas, Lenin vio en ese incidente una expresión concentrada de la personalidad burocrática y nacionalista gran rusa de Stalin, alejada de los principios y el programa de los revolucionarios bolcheviques. Después de la muerte de Lenin, con la consolidación de la burocracia estalinista y la eliminación física de la oposición, el Estado soviético retornó a una política centralista "gran rusa" y burocrática. Una política nefasta que aún hoy a quienes reivindican.
Por otro lado, mientras Lenin siempre destacó la fuerza revolucionaria de las nacionalidades oprimidas como parte de la revolución obrera, eso nunca significó otorgar un papel revolucionario a la burguesía de las naciones coloniales y semicoloniales. Stalin, en cambio, con su reedicion de una teoría etapista de la revolución, llevó a los partidos comunistas a la conciliación con las burguesias nacionales.
Trotsky, el internacionalismo y la Federación de Repúblicas socialistas de Europa
En un texto de mayo de 1917, León Trotsky plantea que en la época imperialista las burguesías actúan cada vez más como en “una partida de jugadores empedernidos que se ven obligados a repartirse la banca” una y otra vez. Los Estados imperialistas buscan expandirse, conquistar nuevos mercados, arrebatarle áreas de influencia a los Estados competidores, etc. Trotsky escribe ese texto en el marco de la Primera guerra mundial y el inicio de la Revolución rusa.
Mientras que el derecho de las naciones a la autodeterminación se opone a las tendencias centralistas del imperialismo, sostiene Trotsky, la clase trabajadora “no debe permitir que el ‘principio nacional’ se convierta en un obstáculo a la tendencia irresistible y profundamente progresiva de la vida económica moderna en dirección a una organización planificada en nuestro continente, y, más adelante, en todo el planeta.” El revolucionario ruso explica que el imperialismo expresa, en forma de rapacidad y saqueo, la tendencia a la internacionalización cada vez mayor de la economía en el capitalismo moderno. Por ello, la clase trabajadora no debe oponer a esa tendencia una “vuelta” a los reaccionarios Estados nacionales “soberanos”, sino una lucha por un internacionalismo socialista.
En otras palabras, para que los pueblos y naciones oprimidas de Europa (en ese momento piensa en los polacos, los rumanos, los serbios, los letones, los ucranianos, etc.), puedan autodeterminarse libremente, es necesario romper las barreras de las naciones imperialistas que los someten. Es decir, terminar con la Europa de los imperialistas, desgarrada por la guerra. Por este motivo, una unión libre de los pueblos y su autodeterminación solo puede pensarse como parte de la lucha por una Federación de Repúblicas socialistas europeas. “Los Estados Unidos de Europa, sin monarquía, sin ejércitos permanentes y sin diplomacia secreta, constituyen la parte más importante del programa proletario de paz.”
Estas definiciones cobran hoy un sentido especialmente importante, cuando la Unión Europea está atravesada por movimientos nacionalistas xenófobos, por la crisis del brexit, y ahora la crisis de Catalunya, que plantean -ya sea por derecha o por izquierda-, la reemergencia de la “cuestión nacional” y la crisis de la Europa del Capital.
En el centenario de la Revolución rusa, cuando vuelven emerger en el escenario político español y catalán con toda su complejidad la “cuestión nacional” y la “cuestión de clase”, las lecciones de aquella gran gesta revolucionaria que fue la Revolución rusa, así como el pensamiento de Lenin, Trotsky y el marxismo de la Tercera Internacional antes de su estalinización, cobran una enorme vigencia para orientarse y tomar partido en la actualidad.

Josefina L. Martínez
Historiadora | Madrid

Este artículo está basado en la ponencia de la Cátedra Libre Karl Marx, "La Revolución rusa y la autodeterminación de las naciones", realizada el 18 de octubre en la Universidad Autónoma de Madrid.

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