lunes, abril 02, 2018

Un infierno para los musulmanes

El Estados Unidos de Trump

Demonizado en tu propio país

Introducción de Tom Engelhardt

¿Quien podría mantenerse en pie con la desafinada música de sillas que hoy se toca en Washington? Cuando se trata de la casa Blanca de Trump, salta a la mente la antigua expresión deportiva sobre la necesidad de una tarjeta de puntuación para seguir los movimientos de los jugadores (a pesar de que cada día, o quizá cada pocas horas, hará falta una nueva). La tasa de rotación de los más altos cargos del equipo de la Casa Blanca estaba ya en el 43 por ciento, todo un récord para cualquier administración, después de poco más de un año en el gobierno e incluso antes de haber empezado la última ronda de despidos.
Recientemente, el presidente nombró a Gina Haspel (“Gina, la sanguinaria”) para que dirija la CIA. De hecho, ella fue la responsable de uno de los más antiguos y brutales “lugares clandestinos” de la administración Bush; también tuvo un papel significativo en la destrucción de pruebas de lo que las torturas la CIA habían hecho allí y en otros sitios. Mientras tanto, nombró al anterior director de la Agencia, Mike Pompeo, un conocido islamófobo e iranófobo del Tea Party para reemplazar a Rex Tillerson –despedido por Twiter– como secretario de Estado. Ahora, es evidente que otro puesto clave está a punto de quedar disponible. Se dice que el asesor en Seguridad Nacional H.R. McMaster está casi en la calle porque el presidente está pensando abiertamente en alguien que le sustituya, posiblemente el antiguo embajador en la ONU en tiempos de Bush, John Bolton. Este es otro importante iranófobo, quien fue llamado durante años para lanzar operaciones militares contra Irán. Al igual que el reciente reemplazo del asesor económico Gary Cohn por el conservador comentarista de la CNBC Larry Kudlow, todos los nuevos nombramientos del presidente –y otros que suenan como posibles– tienen un rasgo en común: cada uno de ellos está significativamente más a la derecha que la persona sustituida. Ya sea que se trate de destrozar el acuerdo nuclear con Irán y librar una posible futura guerra con ese país o de una política económica aún más plutocrática, en estos momentos Donald Trump parece estar tratando de crear una administración cada vez más exagerada.
En el contexto de este creciente extremismo –que incluye el probable regreso de la tortura, la posible reactivación de Guantánamo con nuevos prisioneros, la intensificación de la actividad bélica en el Gran Oriente Medio con un nuevo punto álgido centrado en Irán y el afianzamiento de una islamofobia particularmente virulenta, permita que Nate Terani, veterano de la Marina de Estados Unidos, le muestre su infierno personal por el hecho de ser un musulmán estadounidense. Es un infierno que de momento sigue siendo en buena parte algo personal, pero... ¿hasta cuándo?

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Ya está bien de este infierno para este musulmán estadounidense
Comprended esto: soy un estadounidense veterano de la Marina. También soy islamita en un país en el que, en estos años, ser de esta fe no es precisamente lo más feliz. Ahora permitidme que os cuente una breve historia.
Hace poco tiempo tuve un sueño ominoso. Era un mediodía de un día gris y frío, el 20 de enero de 2020, y Donald Trump estaba prestando juramento para empezar su segundo periodo presidencial. Una enorme multitud le saludaba exultante mientras caía una ligera nevada sobre un mar de gorras rojas con el rótulo MAGA* y unas pancartas con la palabra TRUMP ondulaban suavemente frente al Capitolio.
En mi sueño, sin embargo, el Capitolio no era exactamente el que yo recordaba de mis días de joven marinero destinado allí. Parecía dañado por una guerra mientras en el horizonte se veían oscuras nubes de humo y podía oírse el ruido de distantes disparos de artillería. En mi sueño –no me preguntéis cómo– también podía oír la voz aterrada de personas que gritaban pidiendo auxilio mientras agentes de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) vestidos con negros uniformes asaltaban casas y tiendas en Washington, deteniendo a personas y les obligaban a subir a grandes camiones sin matrícula.
Mientras tanto, la muchedumbre que había acudido para escuchar el discurso de investidura –no tengo idea, pero quizá fuera la más grande en la historia de los sueños– estaba flanqueada por vehículos militares; una formación de soldados vestidos con un extraño uniforme de camuflaje y armados hasta los dientes permanecía detrás del presidente mientras decía su segundo discurso de toma de posesión. Yo podía incluso oír sus palabras reverberando inquietantemente en el Capitolio. “¡El enemigo”, profería él, “ha infiltrado a nuestra gran nación gracias a las laxas leyes de inmigración permitidas por unos políticos traicioneros!”.
En ese mismo momento, le dijo a la eufórica multitud que ya estaba preparado para, sin la ayuda de nadie, purgar “de nuestras filas a esos terroristas y a quienes hacen posible su trabajo”.
Me desperté invadido por un frío sudor. A diferencia de otras pesadillas de las que normalmente me desprendía como una fantasía nocturna, consecuencia tal vez del helado Ben and Jerry que había tomado esa noche y del que no pude resistirme, esta no me abandonó y, lamento decirlo, se repitió.

Un paisaje de miedo en Estados Unidos

Incluso peor; en estos días ya no tengo que necesidad de caer en un profundo sueño para vivirlo. Pese a que somos pocos quienes lo admitiríamos, alguna versión de mi sueño es ciertamente la secreta pesadilla cotidiana de millones de mis pares mahometanos de Estados Unidos. En un momento en el que los inmigrantes en este país viven su propio miedo –podéis creerme– también nosotros lo vivimos. En nuestra palpable pesadilla, una administración que puede ser vista no solo como ineficiente sino también desafortunada más allá de lo imaginable, plagada de escándalos y llena de funcionarios dirigiéndose hacia la puerta de salida (o acompañados hasta los jardines de la Casa Blanca), podría sin embargo convertirse en algo incluso más profundamente amenazador para los estadounidenses como nosotros [los musulmanes]. Podría ser que más pronto o más tarde se consolidara el poder y, ansioso por distraer a la gente de su política verdaderamente plutocrática y nefasta, nos ponga a todos en la “Liga mayor”. Sin caer en otro estado de sueño, puedo imaginar con bastante facilidad la forma en que, con la tácita aprobación de la base de apoyo de Trump, su administración podría prepararse para utilizar algún devastador atentado terrorista –el próximo Orlando o San Bernardino– para utilizar a los islamitas estadounidenses o a los inmigrantes para preparar el terreno para una verdadera pesadilla.
Esa crisis podría tener variadas formas, por ejemplo, un ataque con una “bomba sucia” (un explosivo convencional preparado para esparcir residuos radioactivos en una amplia zona urbana). Un ataque como este está en el centro de la preocupación de la comunidad de la inteligencia de Estados Unidos desde hace varios años. De hecho, en 1999, mientras prestaba servicio como nuevo integrante de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA, por sus siglas en inglés), la primera reunión en la que estuve ­–en el cuartel general de la CIA, en Langley, Virginia, se centró precisamente en este tema.
Fuera eso lo sucedido o cualquier otra cosa parecida, es bastante fácil pensar cómo podría utilizarla la administración Trump para aumentar su poder a costa de nosotros. Con la gente acobardada por el miedo, se podría declarar la ley marcial. Mientras tanto, un Congreso que frente a una presidencia imperial ya ha renunciado a ejercer su deber constitucional de declarar la guerra, podría conceder a Donald Trump más autoridad que la que ya detenta gracias a las potestades sin precedentes que hoy –tras el 11-S de 2001– hace uso cualquier presidente, y los estadounidenses (o al menos muchos de ellos) “se cohesionaría junto al jefe”.
Después, empezaría a desarrollarse algo mucho peor y mi repetitiva pesadilla se convertiría en una realidad de pesadilla; esto es lo que imagino (y, al menos en el mundo de los islamitas estadounidenses, no soy el único que lo piensa). Las repercusiones de un ataque como el que he descrito, tanto más en nuestro mundo, desde la Marcha de las Mujeres hasta la investigación sobre Rusia de Robert Müller, se convertirían en recuerdos lejanos y olvidados. El disenso sería denunciado como antipatriótico, incluso ser declarado ilegal, y los derechos humanos podrían suspenderse.
A estas alturas, estoy seguro de que el lector ve hacia donde estoy yendo. Al menos en mi pesadilla –ahora estoy hablando de la que vivo cada día– innumerables inmigrantes y mahometanos estadounidenses están en campos esperando quién sabe qué. No es algo sin precedentes en Estados Unidos: nada más recordar la redada de estadounidenses de origen japonés y su confinamiento en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
En este momento de creciente islamofobia, en un tiempo en el que el presidente desea sencillamente prohibir la presencia de musulmanes extranjeros y arrojar a los de aquí a lo peor de lo peor, imaginarme a mí mismo, un veterano estadounidense, lo mismo que a mi familia y a otros miembros de la comunidad mahometana, a oscuras dentro de un vagón de ferrocarril yendo hacia un campo de internamiento, es solo un paso más en mis temores respecto del futuro. Mientras tanto, tratamos desesperadamente de convencernos de que seguramente el Tribunal Supremo impedirá semejante injusticia.
Aunque conocido nuestro mundo y conocida la historia del racismo en este país no es tan difícil imaginar a muchísima gente quebrada –hombres, mujeres y niños– ya en nuestro destino, mientras vamos a toda velocidad sobre los rieles para unirnos a ella. Tampoco es tan difícil imaginar a la administración Trump despreciando a quienes se manifiesten contra ese tratamiento por tratarse de desleales conspiradores y después también realizando ataques de la policía militarizada para cazar a algunos de ellos. Incluso puedo imaginar mezquitas incendiadas, y sinagogas e iglesias, que intentan proteger a los ciudadanos que huyen, atacadas por orden del gobierno.

Hacia un destino oscuro

En algún oscuro rincón de mi mente, sabiendo de lo que somos capaces los seres humanos, casi puedo figurarme cierta versión estadounidense del Holocausto protagonizado por los islamitas de este país, la pesadilla final que los inmigrantes y musulmanes estadounidenses temen desde la victoria electoral de Donald Trump en noviembre de 2016, pero ni siquiera se atreven a musitarla. No hay nada más triste que decir que de ninguna manera esos miedos carecen de antecedentes históricos: por supuesto, el mundo ha estado antes aquí.
Si el fatal destino de los millones de personas que gracias a Adolf Hitler y sus subordinados perecieron durante la Segunda Guerra Mundial no le parece al lector lo suficientemente real, no tiene más que visitar el Museo Monumento del Holocausto, en Washington. Allí puede ver las impresionantes imágenes de nuestros hermanos que como consecuencia de su fe o su origen fueron aniquilados, algunos de ellos por sus propios compatriotas.
Ahora bien, sé perfectamente que es posible que quienes no son mahometanos estadounidenses piensen que esas fantasías en el mejor de los casos son exageradas y en el peor, absolutamente impensables. Es fácil imaginar el porqué: Donald Trump no es Adolf Hitler, el asesor de la Casa Blanca Stephen Miller no es Joseph Goebbels, el jefe de Gabinete de la Casa Blanca John Kelly no es Hermann Göring, y el ex director de la CIA y próximo secretario de Estado Mike Pompeo no es Heinrich Himmler. Es verdad, pero Pompeo, un importante islamófobo en una administración llena de ellos, ha insistido en que todos los musulmanes son potencialmente cómplices de terrorismo y que “las personas que creen profundamente que el Islam es el camino” son una “amenaza para Estados Unidos”. Incluso ha recibido ha sido condecorado con el “Águila de la Seguridad Nacional” por un connotado grupo de odio contra los islamitas –ACT for America– y ha sido entrevistado más de 20 veces por Frank Gaffney, “el más influyente islamófobo del país”, en su programa de radio. Y tratándose de islamofobia (e iranofobia, también), de ningún modo está solo en esta administración.
De todos modos, ni siquiera las prohibiciones, los insultos y una evidente aversión hacia quienes como nosotros no nos parecemos al presidente ni oramos como lo hacen él y sus hombres, ni siquiera los desfiles con antorchas de los neonazis de este país que apoyan a Trump sugieren algo similar a un Holocausto Estadounidense. Pero sepa el lector cuando lea estas líneas que aquí, en la oscuridad de la noche estamos ciertamente perseguidos por esos pensamientos y también por el recuerdo de quienes en los años treinta del pasado siglo desecharon sus temores de lo peor por venir por considerarlos demasiado exagerados.
Hablando de lo personal, no puedo dejar de pensar que en nuestros 241 años de historia, en los que tienen cabida una enconada guerra civil, dos guerras mundiales y la Gran Depresión, este puede llegar a ser el tiempo más crucial. No puedo menos que preguntarme, al menos en mis momentos más sombríos, si acaso habrá alguna manera de regresar del oscuro destino –sea cual pueda ser– al que nosotros, como nación, nos encaminamos. Si así no fuera, solo recordemos que nadie podrá decir que no sabíamos qué estábamos haciendo, que no hubo advertencias cuando algunas personas como yo fueron demonizadas en nuestro propio país.
Por infernal que pueda ser lo que suceda todavía, al menos para este veterano, Donald Trump ya es bastante infernal.

Nate Terani
TomDispatch
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García

* MAGA es la sigla de Make America great again (Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande). (N. del T.)

Nate Terani es veterano de la Marina de Estados Unidos; prestó servicio en la inteligencia de las fuerzas armadas en la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA, por sus siglas en inglés). Actualmente es portavoz de la PAC Defensa Común y organizador de la campaña regional de Veterans Challenge Islamophobia (veteranos contra la islamofobia). Es columnista del periódico Arizona Muslim Voice.

Fuente: http://www.tomdispatch

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