sábado, julio 27, 2019

Olvidar Soljenitsin



Las últimas décadas del siglo XX se caracteriza por una agobiante hegemonía mediática neoliberal, una trama de largo alcance que confirma la victoria cultural del anticomunismo, identificado con lo peor del estalinismo al tiempo que amalgamado toda la tradición social revolucionaria y anticapitalista comenzando por Lenin y todo el trayecto abierto por la revolución de Octubre, olvidando todo lo demás, lo que Vázquez Montalbán llamó “los mares de sangre” causado por el capitalismo con sus secuelas de guerras y esclavismo. Se trataba de culpar al “comunismo” de ser nada menos que el “Imperio del Mal”, dejando de lado la definición primigenia del “totalitarismo” que situaba el colonialismo en la base de toda construcción de un término polémica, pero de inequívoca procedencia izquierdista en la que quedaba claro que el “american way life” era una de sus expresiones más perversa. Un sistema que no se podía cuestionar por más que su desarrollo necesitara no menos de cinco planetas como la tierra.
Pieza clave en todo este entramado publicitario fue la concesión del Premio Nobel a Alexander Soljenitsin (1918-2008), con el que se conjugaba la tradición «blanca» (zarista) con la nueva historiografía neoliberal, y al que se le atribuyó la virtud de dictaminar «de una vez por todas» sobre la historia soviética, con una infabilidad que solamente podían cuestionar los “cómplices”, una culpabilidad en la que funcionó como una sola voz todo un entramado mediático predispuesto a disparar contra la menor crítica al capitalismo desde Marx a Keynes. No pasó mucho tiempo sin quedará demostrada la jugada: Alexander Soljenitsin (como los medios y autores de todas las categorías invertidos con la operación) metía en el mismo saco todos los horrores, incluyendo los de una primera guerra mundial y los de una guerra “contra” (para “matar al niño –la revolución- antes de que naciera” al decir de Churchill…Ocultaba cualquier referencia al legado zarista, como ignoraba las guerras coloniales o actuaciones como la de Hiroshima y Nagasaki. Además ocultaba su regresión ideológica, su evolución desde analista riguroso (Un día en la vida de Iván Denisovicht, Pabellón de cáncer), al neozarista que condenaba el curso de la historia hasta el Renacimiento…
Estos y otros aspectos fueron denunciados desde el primer momento por un autor como Ernest Mandel quien en un trabajo aparecido en la recopilación “Contra Soljenitsin “(Icaria, 1977, una obrita de difícil acceso que recoge también textos de Michael Morozow, Roy Mededev y Frank Mareck, en traducción del alemán por Pedro Madrigal). Su autores acusan a Soljenitsin (convertido en un “canon” por el nuevo anticomunismo, ampliamente compartido por la derecha socialdemócrata, así como por buena parte de los excomunistas), de querer “convertir en el futuro en Rusia un régimen autoritario “firme y sereno” pues “tampoco la voluntad de la mayoría está protegida contra una orientación equivocada”. Defiende la libertad del Arte, de la Literatura y de la Filosofía, pero no desea una publicación libre de la literatura política, el pueblo ruso –dice- todavía no está preparado para ello. En realidad, Soljenitsin rechaza para la URSS no sólo una perspectiva socialista, sino también la democrática. Y eso que ello es la única forma razonable y el único camino probable para el verdadero progreso para todas las gentes de este país”.
Treinta años después, no hay que decir que la opción autoritaria de Soljenitsin se corresponde bastante a la encanada por Putin, en tanto que las concepciones derivadas del Archipiélago Gulag han tenido un peso determinante en la historia de la revolución y de la URSS tal como se cuenta en los “medias”. Creo que el texto de Mandel da de pleno en las falsificaciones del Nobel ruso, y lo que se ofrecemos aquí a los lectores es un fragmento resumido: «…Si el Archipiélago Gulag no contuviera otra cosa que la descripción de los crímenes de Stalin, sazonada con algunas observaciones de Soljenitsin contra el leninismo y el marxismo, uno podría conformar con defender el escritor ruso contra la represión por parte de la burocracia soviética, lamentando al propio tiempo su confusión ideológica.
Sin embargo, la función del Archipiélago Gulag es muy distinta. Este libro, apoyado en cifras, hechos y testimonios, quiere exponer de forma sistemática junto al desenmascaramiento de terror estalinista, que el terror institucionalizado comenzó con la victoria de la revolución de Octubre socialista. Este es el segundo tema principal del Archipiélago Gulag, el cual es tratado en el primer tomo de forma casi tan extensa como la descripción de los campos de trabajo forzado. Expresado en el lenguaje apasionado de un autor, cuyo talento literario ya no tiene que ser demostrado y el cual se puede presentar ante millones de lectores con la aureola de la propia persecución pasada y reciente, dicho tema impresionará a muchos, tanto en los países capitalistas, como en los estados obreros burocratizados.
Aquí, la dialéctica de las relaciones Soljenitsin-burocracia soviética muestra enseguida su carácter contrarrevolucionario. Puesto que son incapaces de refutar los argumentos de Soljenitsin política e ideológicamente, los poderosos del Kremlin solamente pueden enfrentarse a él con falsificaciones, calumnias e insultos, cosa que viene a fortalecer la credibilidad de sus tesis. Al demostrar su lamentable incapacidad política, con el hecho de que primero hacen condenar su libro en «reuniones de masas» por personas a lasque les está rigurosamente prohibido leer el libro condenado y luego, por temor a un novelista reaccionario, tienen que desterrarlo de su país, tan sólo le facilitan la tarea de arrastrar por el fango al comunismo, al marxismo y al movimiento obrero, El círculo se cierra cuando la ideología reaccionaria de Soljenitsin complace tanto más al Kremlin, cuanto que le permite «demostrar» que toda la nueva oposición en la URSS es contrarrevolucionaria y que la libertad de opinión tiene que quedar rigurosamente bajo control, a fin de evitar la influencia sobre las masas de «dos, tres o muchos Soljenitsin», con o sin talento.
Se tendría que escribir un grueso libro para refutar detalladamente las calumnias de Soljenitsin contra la Revolución de Octubre y el poder soviético. Tenemos la esperanza de que sea escrito por un marxista revolucionario. Ello únicamente vendría a confirmar, de nuevo, en dónde se encuentran hoy en día los herederos y continuadores del bolchevismo. Limitémonos aquí a lo más importante.
En primer lugar, los hechos. En este punto, el moralista Soljenitsin comienza enseguida con una enorme «semi-verdad» y, por ello, «mentira completa». A lo largo de docenas de páginas nos describe, hasta en sus más mínimos detalles, el Terror Rojo. Pero, ni con una sola palabra menciona el Terror Blanco, que precedió el origen de la respuesta de los bolcheviques.
Ni una palabra sobre la generosidad de los revolucionarios en los meses de octubre, noviembre y diciembre de 1917, los cuales liberaron prácticamente a todos los prisioneros, quienes, como el general Kaledin, desencadenaron de inmediato el terror y el asesinato contra eI poder soviético. Ni una sola palabra sobre los miles de obreros, comunistas y comisarios muertos, asesinados a traición, ni sobre la tierra que se empapó de sangre en una guerra civil desencadenada por los Blancos» únicamente para restablecer el poder de los terratenientes y de los capitalistas. Ni una palabra sobre los atentados reales contra los bolcheviques -no los «atentados» inventados sobre los que se levantaron las «depuraciones» estalinistas–. sobre el asesinato de Volodarski, el atentado de Vera Kaplan contra Lenin. Ni una palabra sobre la invasión de los ejércitos extranjeros, de los alemanes en Finlandia, en el Báltico o en Ucrania; de los ingleses, franceses y polacos, por no citar los países pequeños que se aliaron con los Blancos contra el poder soviético. Tras una mixtificación histórica semejante, el «moralista» y «nacionalista» Soljenitsin no se encuentra precisamente con las manos limpias ante su balance histórico.
Sigamos en el terreno de los hechos. Quien quiere demostrar demasiadas cosas, no demuestra nada. El intento de Soljenitsin de equiparar la situación de justicia bajo Lenin y Trotsky con la del dominio del terror estalinista, utilizando los discursos de acusación del entonces comisario del pueblo para la justicia, Krilenko. Fracasa bajo el peso de las pruebas que el mismo aporta. Pues este material documenta que bajo Lenin y Trotsky no hubo confesiones arrancadas mediante torturas; que en los procesos políticos del joven poder soviético los acusados podían defenderse libre y públicamente; que luchaban por su verdadera convicción política; que, dicho en otras palabras, no se trata de pseudo-procesos sino de justicia revolucionaria, en la que, sin ningún género de dudas, igual que en toda revolución, se hacía justicia frecuentemente con instrumentos de Derecho nuevos, improvisados e insuficientes, pero los cuales estaban muy lejos de ser la violación del Derecho hecha por Stalin.
Dos de los procesos analizados por Soljenitsin, que tuvieron lugar bajo el recién creado poder soviético, bastan para ilustrar de golpe la diferencia fundamental entre la revolución bolchevique y la contrarrevolución estalinista.
V V. Oldenburger, ingeniero jefe de la Compañía de Aguas moscovita, un viejo técnico apolítico, fue perseguido por la célula comunista de su empresa a causa de su falta de compromiso político y, finalmente, empujado al suicidio. Para Soljenitsin. los comunistas de esta Compañía de Aguas eran únicamente desagradables intrigantes, gente corrompida con afán de hacer carrera y espías de la policía. No sabemos sí ello es cierto o no. Lo que averiguamos pero sólo al llegar al final de la descripción que Soljenitsin hace del proceso, es el hecho de que el proceso organizado por el poder soviético no fue un proceso contra Oldenburger, sino un proceso contra la célula del Partido Comunista por difamación y persecución de Oldenburger, los obreros de la Compañía del Agua moscovitas que, pese a la resistencia del Partido, podían elegir y eligieron al apartidista y apolítico técnico Oldenburger para el soviet.
Un joven partidario de Tolstói y del principio de la no-violencia absoluta es condenado a muerte, en plena guerra civil, debido a su negativa a prestar el servicio militar en el Ejército Rojo. Aquí tenemos el segundo proceso que aclara la diferencia entre el período del poder soviético y la época de Stalin. Los soldados y guardias judiciales que tienen que llevar condenado a la cárcel y a la ejecución, se rebelan contra la sentencia injusta e inhumana, Inmediatamente organizan una sesión plenaria en el cuartel y acuerdan dirigirse al Soviet, a fin de que la sentencia sea variada, lo que al final logran. La sentencia de muerte es condonada.
Soljenitsin debería citarnos ejemplos de los años 30 y 40, en los que los obreros podían elegir a alguien para el Soviet Supremo contra la voluntad de la célula del Partido de su empresa, Debería citarnos un solo caso en que durante las «depuraciones» estalinistas unas tropas de guardia hayan protestado públicamente contra la sentencia de un tribunal estalinista. Si no puede hacerlo, ello ya les es suficiente para condenar por injustificada, la analogía entre la situación política bajo Lenin y la que había bajo Stalin.
Ningún leninista digno de ese nombre, es decir, que rechace por principio el dogma y el culto cuasi-religioso incluso de los dirigentes más importantes del movimiento obrero internacional, negaría hoy que el joven poder soviético en la URSS cometió más de un error en cuanto a represión y decisiones políticas. Lenin mismo jamás lo puso en duda. ¿Cómo podría ser de otro modo, ya que sus fundadores fueron los primeros de la Historia que, en el territorio de un gran país, comenzaron a levantar un Estado completamente nuevo, un Estado al servicio de los explotados y oprimidos, sustentado por la diaria actividad política de los mismos obreros contra un mundo de enemigos y sin códigos de precedentes y experiencias históricas, a los que se pudieran remitir normativamente?
Hoy sabemos que fue un error reforzar la represión al término de la guerra civil, en lugar de reducirla; que fue un error el disolver en 1921 los demás partidos y grupos soviéticos, institucionalizando de facto un régimen monopartidista; que fue un error fortalecer al mismo tiempo poderosamente el poder del aparato mediante la prohibición de fracciones dentro del partido único, poniendo en peligro por este motivo, la democracia interna del Partido. Todas estas medidas sólo fueron apoyadas pragmática y nunca teóricamente. Se tomaron como medidas provisionales de autodefensa de la Revolución, en vista de unos peligros actuales extraordinarios, y en modo alguno porque se estableciera la norma de que el poder soviético era idéntico a un sistema monopartidista. Sin embargo, fue una subestimación política equivocada y una falsa perspectiva; una sobrevaloración de la contra revolución burguesa que, política y militarmente ya había sido vencida y que, en todo caso» hubiera necesitado años para reagruparse de nuevo; una peligrosa subestimación del riesgo de la burocratización» fuertemente alimentada por la creciente pasividad política de la clase obrera soviética. Las medidas correspondientes a esta equivocada estimación favorecieron la pérdida de poder político de las masas proletarias» el lento estrangulamiento de la democracia partidista interna del Partido Bolchevique y el levantamiento de la dictadura de la burocracia soviética. En aquel tiempo no se pudo prever todo esto con exactitud. Actualmente puede constatarse postfestum (…) Pero aquellos que toman a la ligera el criticar a los dirigentes bolcheviques de 1921 por lo menos tiene que juzgar la situación global de aquellos años decisivos y no pararse en cuestiones parciales.
Tendrían que descubrir la tremenda responsabilidad histórica de la democracia social alemana y del reformismo internacional los cuales tras haber asentido al insensato asesinato masivo de la Primera Guerra Mundial con sus millones de muertos, por un oportunismo sin carácter, ayudaron a ahogar en sangre la revolución alemana, colocando en sus órbitas primero a Stalin y luego a Hitler. Tendría que investigar la alternativa histórica de las duras medidas de auto defensa de la revolución rusa –por ejemplo los miles de víctimas del victorioso Terror Blanco de Horty en Hungría (1919), por citar solamente este caso para llegar a la conclusión de que también desde el punto de vista de la limitación del número de víctimas» la actitud de los bolcheviques estaba justificada…».
Me parece que el análisis que hace Mandel es bastante juicioso. Desde luego, ningún «comunista», ni creo que nadie «de izquierdas» defiende hoy en día las barbaridades cometidas por Stalin, y somos muchos los que pensamos que Lenin puso ya las bases de lo que habría de venir (puede que con buena intención), al permitir la represión de otras opciones políticas justificada por el «peligro contrarevolucionario». El hecho de que esa postura no tiene ninguna diferencia con la de un Bush o un Blair al justificar las restricciones a las libertades en la «Lucha contra El Terror», no empaña la evidencia de que la «dictadura del proletariado» ha demostrado ser, en la práctica, una dictadura más. La izquierda tiene que buscar un nuevo camino, sin demasiadas nostalgias, pero desde luego, también es nuestra obligación denunciar las mentiras de la propaganda neoliberal. Y más en un país como España donde oímos hablar de este señor bajo una dictadura fascista cuyos horrores Soljenisin mostró desprecio e ignorancia en un programa en TV1 en hora punta.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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