El pasado viernes 1 de octubre, unos mil jóvenes negros autoconvocados, saltaron los molinetes del subte en New York. Hicieron “la chilena”, esta vez a modo de protesta contra la violencia racista y el abuso de poder policial. Recordemos que la actual rebelión chilena tuvo su origen en la evasión de molinetes en el subte contra el aumento del boleto, protagonizada por la juventud movilizada.
Las imágenes del joven Adrián Napier siendo detenido abusivamente por la policía causaron estupor en todas las redes sociales. Napier había evadido el pago del boleto -que, en New York, es considerado un delito con la carátula de “robo de servicios”, correspondiéndole una multa. La policía lo persiguió hasta dentro del vagón, donde lo arrinconaron, golpearon y detuvieron entre diez efectivos. Incluso cuando las imágenes capturadas por un pasajero ponen en ridículo el operativo, la policía sigue arguyendo que había una sospecha de arma de fuego y procedieron según un protocolo que no correspondía (El Mostrador, 2/11). En las imágenes, se ve claramente cómo Napier levanta las manos, con una actitud dispuesta a colaborar con la detención sin oponer resistencia.
Según un reporte de TeleMundo (18/6), el porcentaje de personas que evaden el boleto se acrecentó considerablemente, producto de su alto costo (USD 2,75) y los bajos salarios.
La respuesta del alcalde de New York, Bill de Blasio (del Partido Demócrata), ante estos hechos, fue ordenar el reforzamiento de las estaciones de subte, con 500 nuevos efectivos, para castigar cualquier tipo de evasión (El Mostrador, 1/11).
El abuso policial contra Napier es un caso más de una política racista impulsada desde los más altos niveles del Estado. La población negra sufre el ensañamiento de las fuerzas represivas y “condenas hasta ocho veces más fuertes que los blancos en casos similares” (Clarín, 1/4/18). Al mismo tiempo, tiene salarios más bajos y peor acceso a educación.
Abajo las políticas racistas del Estado norteamericano.
Álvaro Chust
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