domingo, diciembre 01, 2019

EL PSOE entre la reforma y la revolución (1933-1937)

El reciente fallecimiento del historiador oficial del “El País", Santos Juliá, me ha traído a la memoria el siguiente detalle: durante el tardofranquismo la historiografía próxima al PSOE mostró un especial interés en ofrecer aproximaciones hacia la izquierda socialista. O sea hacia Largo Caballero, Luis Araquistáin. Se publicaron antologías de sus textos y discurso, selecciones de la revista “Leviatán” que contó con una significada presencia de los llamados “trotskistas”, hasta que todo pasó resultando que hasta llegar un momento en el que hasta Julián Besteiro apareció como un “marxista” razonable. El paso siguiente fue cumplir la exigencia –fáctica- de abandonar el marxismo, lo importante –decía Felipe- era “ser socialista”, sí bien la traducción de estas últimas palabras no eran otras que la victoria electoral de un partido que se parecía al de los años treinta como un huevo a una castaña.
Conviene no olvidar que, históricamente, el movimiento obrero español adoleció de dos anomalías importantes. Fue muy potente por abajo, en el caso socialista en el sindicato (en el minero sobre todo) y en los ayuntamientos, pero sus reflexiones estratégicas fueron escasas, pobres. Además hay que hablar de división sectaria –tanto por unos como por otros-, y de una implantación muy desigual que se estaba compactando a mitad de los años treinta. Esta debilidad teórica quedó evidenciada especialmente durante la “Gran Guerra” (1914-1918)…La neutralidad del país no impidió a la mayoría apoyar a Francia. El único debate serio que se dio fue el llevado a cabo por el francófilo Fabra Ribas y el internacionalista Andreu Nin, un joven maestro que al poco tiempo se afilió a la CNT.
Sin embargo, el ambiente se fue caldeando y ocurrió el milagro: la UGT y la CNT se unieron en una huelga general en agosto de 1917. En síntesis, entonces:…”España, resquebrajada, se rompió; las convulsiones económicas consolidaron una crisis social latente; burguesía y proletariado quedaron como mundos antagónicos. Las clases conservadoras radicalizaron su postura hacía una reacción violenta; con una conciencia política ya formada, los revolucionarios se lanzaron abiertamente a la conquista del poder. La crisis social desembocó en una crisis política y el país vivió su primera gran sacudida revolucionaria. El año 1917 pudo ser el fin de la Monarquía; ésta se salvó, aunque sólo aparentemente […] Toda la agitación que ha sacudido la vida española en 1917 en los que la Corona pasa por momentos de tal inestabilidad que hacen peligrar su permanencia. Este pudo ser el final histórico de la Monarquía; soluciones de urgencia la salvaron «formalmente», pero como organismo vivo había dejado de existir. A lo largo de la crisis no sólo se produce el final de la Monarquía constitucional, la consunción definitiva del sistema canovista de la Restauración, sino se verifica, también, el fin de la Monarquía como órgano moderador; las fuerzas en juego en especial, el Ejército pasa a ser las auténticas conductoras de la vida del país. A partir de entonces, la Monarquía es un fantasma, mantenido y utilizado interesadamente por ciertos grupos; cuando estos la abandonen (y así ocurre en abril de 1931) se volatizará de repente” (Juan Antonio Lacomba Avellán, La crisis española de 1917, Madrid, Ciencia Nueva, p. 15, 16 y 287. 1970)
En la huelga tuvo no poco que la revolución rusa de febrero (marzo aquí) octubre de 1917. Cuando la revolución obrera culminó en el congreso de los soviet y la toma del Palacio de Invierno, el entusiasmo de las filas tanto anarquistas como socialista, fue enorme. Hablan de una “nueva fe”, de hecho la misma que había suscitado la toma de la Bastilla: se demostraba que la revolución social no era solamente un sueño piadoso: era una posibilidad que todavía marca la historia humana. Este contenido básico alimentó a la mayoría de la base social del PSOE hacia la III Internacional creada por los internacionalistas de la guerra ahora liderados por los bolcheviques cuyo llamamiento conoció un tiempo de alza y otro de descenso. El primero está primeras fases: la del I Congreso Extraordinario de junio de 1920, la mayoría de los delegados apoyaron la adhesión; como esto “no podía ser”, hubo otro en 1921 en el que la mayoría se inclinó por la llamada Internacional de Viena, la Dos y media.
En esta época, la mayoría del Komintern (Bordiga, Lukács, tribunistas holandeses, etc.) estaba por romper todos los lazos con la socialdemocracia y los sindicatos reformistas. No fue hasta el III y IV congresos que se imponen las tesis del frente único: golpeemos juntos por las mejoras sociales y las conquistas democráticas, pero marchemos separado en lo que no estamos de acuerdo. En ese tiempo, los bolcheviques habían ganado una guerra que dejó al país en la ruina más absoluta. La URSS nacía escogiendo una Constitución socialista pero en las peores condiciones posibles. En su viaje por la Rusia soviética, Fernando de los Ríos y Andrés Saborit realizaron informes distintos. El primero solamente vio los problemas, sin plantearse una lectura de las condiciones. El segundo, obrero tipógrafo, periodista, reconoció la extrema dureza de la situación pero informó de las medidas que se estaban realizando. No fue hasta los años treinta que se empezaron a publicar estudios históricos de un cierto nivel, la prensa asistió desconcertada a la revolución pero desde Octubre, la Rusia soviética se convirtió en una tiranía total y absoluta. Sí había algún drama era el de la familia zarista.
Siguiendo EL canon de la historiografía neoliberal, actualmente la historia a la medida de PSOE culpa a Lenin de la división en el movimiento obrero internacional, ignorando la existencia del socialpatriotismo; acusa de «dirigismo» de la Internacional; simplifica el alcance y significado del PCE. Luego pasa como sobre ascuas sobre la actuación del PSOE durante la dictadura militar del general Primo de Rivera, que consiguió dividir al movimiento obrero tratando al PSOE con guante blanco y a la CNT con guante de hierro. El posibilismo socialdemócrata llevó a una radicalización de anarquistas y comunistas en prisión la mayor parte de la época. No fue hasta última hora que el PSOE se implicó en la alternativa republicana, que triunfa en las elecciones del 14 de abril de 1931 en un momento de auge asociativo proletario, de ascenso de un profundo reformismo cultural que trata de ofrecer palancas de educación y difusión en una pueblo sometido. En el tiempo que sigue, en un clima de entusiasmo popular sin parangón en la historia nacional…Las ilusiones creadas por la República fueron tales que no hubo necesidad de un solo disparo. Eso sí, al día siguiente la Iglesia y los monárquicos comenzaron a conspirar.
En las primeras elecciones, el PSOE en coalición con los republicanos obtienen 115 escaños en el Parlamento. Juntos emprenden una decidida política de reformas impulsada por un Gobierno en el que están presentes tres ministros socialistas: Largo Caballero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. Esas reformas, especialmente la Reforma Agraria y la Legislación Laboral, son contestadas con una dura oposición por las fuerzas políticas de derechas, y se van atrasando ante la desesperación de un pueblo que está sufriendo además una crisis económica. Esta frustración hace que la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) obtenga un importante apoyo en las elecciones de noviembre de 1933, dando lugar al desplazamiento de las fuerzas progresistas del poder. Esta situación, más la advertencia contrarrevolucionaria del nazismo en Alemania (el ascenso de Hitler amenaza las libertades y al movimiento obrero, acelera la espiral de guerra inevitable que influye poderosamente en las élites española que cambia su referencia de Primo de rivera por el de Hitler que es lo mismo que decir contrarrevolución y destrucción del movimiento obrero)
Inmersos en esta dinámica totalmente imprevista, el PSOE, la UGT pero sobre todo las juventudes socialistas, operan un cambio radical de expectativas. Se muestran favorables a la unidad de acción con la CNT (muy sectorizada), recupera la tradición marxista en el sentido revolucionario, de ahí las referencias al “bolchevismo”, la anécdota de que Largo Caballero sea llamado (desde el PCE) el “Lenin español”, y que esta izquierda haga un llamamiento a los comunistas disidentes a integrarse en el partido para reforzar su ala izquierda en contra del planteamiento continuista (reformismo gradual en línea fabiana británica) de los sectores más moderados encarnados por Indalecio Prieto y Julián Besteiro. La disposición de las masas quedará ampliamente demostrada en Asturias, pero también en Cataluña e incluso en Madrid donde la escasa comprensión del hecho revolucionario por parte de los “largocaballeristas” resultará evidente: Largo es detenido con el pijama puesto en medio de luna convocatoria de huelga general. En ese tiempo, las experiencias de lucha contribuyen a reducir los distanciamientos con anarquistas y comunistas…
Todo parecía posible. No lo fue, y el precio fue la II Guerra Mundial.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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