“La gente va muy bien para contarles cuentos, para darles porrazos y venderles ungüentos”
Canción de J.M.Serrat
Me refiero a los hegemónicos. No a los alternativos. Y voy a empezar con un ejemplo. Por las mañanas temprano, mientras desayuno, tengo la ilusa intención de informarme con la radio, generalmente la cadena SER. No lo consigo, por supuesto, porque es muy difícil distinguir alguna noticia entre decenas de sugerencias comerciales e infinidad de números de teléfono para llamar ya y así comprar una inmensa diversidad de objetos que me harían muy feliz. Además los “informadores” hablan a toda velocidad, como si tuvieran que tomar un tren que se les escapa. Dicen todo como si fuera un largo renglón y sin respirar. Entonces se mezclan las noticias locales con las nacionales y las internacionales y el resultado del partido de anoche y un herido de arma blanca en una reyerta, todo junto a razón de 25 o 30 noticias por minuto. No te dejan tiempo para incorporar ninguna y mucho menos de razonar.
De pronto, a lo que voy, una voz al parecer de un hombre mayor que pretende ser ocurrente y graciosa es presentado como columnista. Reniega de la costumbre de los políticos de consultar a las bases. No le gusta porque dice que de esa manera eluden su responsabilidad. Ellos, los políticos, están para tomar decisiones, ¿qué es eso de consultar a las bases?
La voz de hombre mayor, nada ocurrente y mucho menos graciosa, dio en el clavo a pesar de lo chapucero de sus argumentos.
La democracia consistiría en elegir, cuando nos inviten a votar, a los políticos que supuestamente nos representarán y tomarán las medidas que crean convenientes para arreglar nuestras vidas. Nosotros, una vez que hayamos votado, no tenemos nada más que hacer ni que decir. De casa al trabajo y del trabajo a casa, como decía Perón cuando había trabajo. (También decía, hay que ser justos, que “la verdadera democracia es donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”).
O sea: los políticos, que son los que saben, por un lado. Nosotros que no entendemos de esas cosas, por el otro. Separados. Ellos como una clase especial de gente entendida. Nosotros estamos para aplaudir cuando nos lo digan y no pensar ni meternos en camisa de once varas.
En las campañas electorales nos cuentan lo bueno que son y los planes que tienen para nosotros y nos piden que depositemos en ellos nuestra confianza. “Síganme, no los defraudaré”, era el slogan de un político argentino que no paró de defraudar a quienes lo siguieron con esa inocencia que dios nos dio.
Por si fuera poco, los medios nos dicen permanentemente que es lo bueno y qué es lo malo para nosotros. Todo bien masticado. Que lo más democrático es obedecer a los que mandan, quedarnos en casa y mirar la televisión para entretenernos. En todo caso, si vamos a algún mitin tenemos el derecho de aplaudir y pedirle autógrafos y fotos a los líderes que tanto hacen por nosotros.
La voz de hombre mayor que renegaba por la mala costumbre de algunos políticos de consultar a las bases, no reparó en que generalmente nos consultan cuando el estofado está listo y servido. Y si por esas cosas de la vida, nuestro voto los contradice, la consulta queda sin efecto.
Los medios se esfuerzan para que no se nos ocurra pensar a quienes representan realmente “nuestros” representantes y de ninguna manera por qué nos tienen que representar sin que tengamos ninguna posibilidad de decidir asuntos que afectan a nuestras propias vidas. Y por qué en caso de hacer lo contrario de lo que prometieron, no podemos despedirlos como hacen los patrones con nosotros cuando les parece.
Cuando nos piden la confianza es hasta un poco humillante, como si no estuviéramos capacitados para intervenir en nuestras vidas. Como si no supiéramos qué nos conviene y qué no.
¿No será, quizá, que esta democracia parlamentaria es tan necesaria como insuficiente? ¿No será que es hora de que esta democracia se profundice para que sea un poco más real y no solo formal?
Por algo el trifachito y sus representados, los grandes empresarios, ponen el grito en el cielo cuando hablamos de asambleas populares con poder de decisión y sacan inmediatamente de su argumentario rancio y caduco las alarmas de siempre: ¡soviets, bolivarianos, antisistemas! etc que, aunque parezca mentira, siguen asustando al personal.
¿No era que la democracia es el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, como nos enseñaron en la escuela? Por cierto, no fue Lenin ni Fidel Castro el que lo dijo, sino Abraham Linconl en 1863, presidente de los EEUU.
No se trata de que los representantes y el parlamento tengan que dejar de existir, sino de que nosotros tengamos algo que decir acerca de nosotros y de ese modo ayudarlos a ser más democráticos. Y al mismo tiempo construir entre todos una sociedad más justa, aunque no le guste a la voz de hombre mayor, que nos invita desde la radio a no pensar y no actuar.
Y eso, tener voz además del voto, solo dependerá de nosotros, no individualmente, sino con los demás.
Tal vez sería bueno empezar cuestionando a los medios que tratan de infantilizarnos, para formar nuestras propias opiniones.
Àngel Cappa
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