La premisa de la política económica del gobierno nacional es que el país padece una escasez de divisas y, por lo tanto, su misión sería crear las condiciones para recaudarlas, de manera de cumplir con el repago a los bonistas y el FMI «con crecimiento». Esta carencia de dólares es, además, el pretexto oficial para explicar la inestabilidad cambiaria. Sin embargo, un reciente informe del propio Indec permite demostrar que esta premisa es falsa y que solo sirve a los fines de justificar la postración ante el imperialismo y el gran capital extranjero, mientras se fugan los capitales delante de sus narices. En otras palabras, es la excusa para descargar sobre los trabajadores el peso de la crisis.
El informe del Indec sobre la balanza de pagos, posición de inversión internacional y deuda externa del tercer trimestre de 2020 estima en más de 336.200 de dólares lo que residentes privados del país tienen declarado en el exterior o fuera del sistema financiero local. Esto es equivalente al Producto Bruto Interno (PBI), es decir a toda la circulación económica anual del país. La fuga de capitales se multiplicó en la última década, lo que es otro síntoma de la decadencia del capitalismo argentino.
El centro de estadística oficial calcula que de esos activos que se encuentran en el extranjero o fuera del sistema la mayor parte (más de 231.500 millones de dólares) corresponde a depósitos en bancos en otros países y moneda atesorada en cajas de seguridad o «abajo del colchón», una cifra que desde la asunción de Alberto Fernández creció cerca de 5.000 millones de dólares. Luego, cuenta más de 66.000 millones invertidos en activos financieros en el exterior y 39.000 millones en inversión directa como propiedades en otros países. Esto, no hay que olvidar, es lo que tienen declarado los residentes de Argentina, pero, por supuesto, los montos reales son bastante mayores.
La cifra total es unas ocho veces y media las reservas internacionales brutas del Banco Central y equivalente a toda la deuda pública. Un país con semejante nivel de fuga de activos difícilmente pueda evitar las sucesivas devaluaciones de su moneda y el default, pero,como se ve, el problema no es ninguna «restricción externa» (como denominan los economistas oficialistas a la falta de dólares). De hecho, estos relevamientos evidencian que, en esencia, Argentina es acreedora neta y no deudora.
La paradoja de un país acreedor en quiebra se explica porque los capitalistas no reinvierten sus ganancias sino que las sacan del país o incluso las colocan en títulos de deuda que los convierten en acreedores de la propia nación. Es esta clase social parasitaria la responsable de los sucesivos defaults de Argentina y de las recurrentes crisis cambiarias, y, por supuesto, entonces del empobrecimiento general de los trabajadores.
No es un problema de «modelos», como gusta presentar el kirchnerismo. La fuga de capitales durante el gobierno de Macri superó los 86.000 millones de dólares, es cierto, pero en los tres mandatos de Néstor y Cristina Kirchner fue de más de 102.000 millones. Como vimos, este saqueo continúa con Alberto Fernández en la presidencia. Esto, y el religioso pago de los vencimientos de deuda externa al FMI y otros organismos internacionales explican el agotamiento de las reservas del Banco Central que, conforme el Indec, perdió en el tercer trimestre del año más de 3.000 millones de dólares por el flujo de la balanza de pagos. A su vez, mientras se pagaron entre julio y septiembre 2.125 millones de dólares de deuda externa, el stock de la misma aumentó en 1.147 millones de dólares.
Según los economistas burgueses, la solución a esta encerrona sería bajar el costo laboral mediante una reforma flexibilizadora y reducir los impuestos que gravan a los capitalistas para incentivar la inversión. Sin embargo, la devaluación del peso de los últimos años implicó un abaratamiento fenomenal de los salarios argentinos, mientras se sucedieron los beneficios tributarios a las patronales, pero la estampida se agravó. Es decir, que la presión de los empresarios por incrementar la tasa de ganancia no redunda en una mayor reinversión, sino en una mayor fuga. Un aspecto central de este asunto es que en las ramas estratégicas de la economía nacional predominan los pulpos extranjeros, que giran sus utilidades al exterior hacia sus casas matrices.
Esto nos lleva al punto nodal, que es la postración colonial de la burguesía nacional y de su Estado. El pacto que Martín Guzmán intenta cerrar con el Fondo Monetario agravará esta situación, y de ningún modo la resolverá, porque pone al organismo del imperialismo a monitorear la política económica del país. Una expresión de ello la vemos ya ahora, cuando la irresolución de la cuestión cambiaria se ha convertido en una traba para avanzar en las negociaciones. La devaluación que se abre camino a pesar de la resistencia del gobierno -por sus potenciales efectos hiperinflacionarios- es una muestra de la incapacidad para dotar a la economía nacional de un rumbo diferente.
La reversión de este saqueo solo puede ser obra de la clase obrera, derrotando el pacto con el FMI y repudiando la deuda externa usuraria, nacionalizando la banca y el comercio exterior, de manera de poner un punto final a la incesante fuga de capitales. La reinversión de la riqueza en un desarrollo nacional requiere de la ruptura con el capital imperialista y la expropiación del gran capital parasitario.
Iván Hirsch
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