El pueblo uruguayo tuvo una cita ineludible un 30 de noviembre pero de 1980. En un plebiscito que marcó un antes y un después en la historia reciente del país. Aunque suene paradójico la propia dictadura cívico-militar convocó a elecciones para decidir en un plebiscito si darle o no carácter constitucional a la misma dictadura. Maravillas que permiten los sistemas electorales.
Uruguay estaba sumido en un proceso dictatorial desde el 27 de junio de 1973, cuando el presidente electo bajo fraude, Juan María Bordaberry, se diera un autogolpe y disolviera las cámaras esa misma madrugada.
El proceso autoritario venía desde antes y se puede colocar como mojón fundante la asunción de Jorge Pacheco Areco en 1968 a raíz del deceso del presidente Oscar Gestido. Medidas prontas de seguridad, inflación galopante, desempleo, paros generales, torturas, represión inusitada, muerte y una incipiente guerrilla.
Ese era el clima del Uruguay que tenía como telón de fondo la Guerra Fría y un anticomunismo, un red scare que teñía todas las esferas de la vida.
Siete años pasaron del golpe hasta el plebiscito, pasando por el fatídico 1976, año donde Argentina cayó en las manos y el garrote de la dictadura y las garras del Plan Cóndor se extienden por todo el Cono Sur. La primavera gris del 80 trajo una flor entre el compost de un continente que tenía a Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Bolivia en dictaduras.
El plebiscito del 80 formaba parte del cronograma trazado por el gobierno en el «Plan Político de las Fuerzas Armadas» aprobado en agosto de 1977 en el cónclave de Santa Teresa, departamento de Rocha. La maquinaria estatal al servicio de la dictadura desplegó todo su arsenal mediático y propagandístico en apoyo al SÍ, en un contexto donde pintar un muro por el NO costaba la vida.
Desaparecidos, torturados, exiliados. Censura, suspensión de las libertades individuales y el derecho a reunión: todo indicaba que la victoria de los golpistas se haría realidad.
La dictadura contó con apoyo civil: empresarios, políticos, medios de comunicación que se manifestaban a favor del golpe, que lo fogoneaban y lo exigían. Creer que la dictadura fue una decisión de militares trasnochados y encabronados es desconocer el papel de la oligarquía autóctona que compartía intereses con la Doctrina de Seguridad Nacional inculcada por Estados Unidos.
Es desconocer también el objetivo económico-político de la dictadura ante la clase trabajadora. Tenía claro dos premisas fundamentales: exterminar a los sindicatos y a toda expresión de organización popular y saquear las arcas del Estado para consolidar su proyecto de ajuste.
La primera no lo lograron, aunque el daño fue brutal y extiende sus raíces hasta el día de hoy. La fragmentación y el dolor fueron muy grandes. La segunda premisa se cumplió cabalmente y cumplió los designios de los amos del norte. El neoliberalismo germinó en esta tierra a sangre y fuego.
Las encuestadoras daban un triunfo del SÍ con un 60%. La euforia castrense hizo que permitieran la televisación en vivo del recuento de votos. La historia fue al revés. El NO triunfó con un 57% de los votos. Una bocanada de esperanza en medio del ahogo represivo.
Pero tampoco debe escapar de la lectura de este hecho político, que en ocho departamentos de diecinueve el SÍ triunfó. Incluso en el departamento de Treinta y Tres el proyecto militar obtuvo el 67.74%.
Hoy los uruguayos conmemoran los 40 años del plebiscito donde decir NO significó afirmar la vida.
Nicolás Centurión | 01/12/2020
Nicolás Centurión. Licenciado en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública (RICDP). Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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