Las manifestaciones de la oposición replantean un escenario conocido, que sin embargo no se mantiene igual a sí mismo. Es definitorio que esta oposición no tenga una palabra de denuncia de la Otan, cuando todo el establishment capitalista mundial, en especial el de Seguridad, ha declarado a Rusia un “adversario estratégico”. Se ha pronunciado a favor, sin embargo, de los diversos golpes de estado que han jalonado la integración de los países fronterizos de Rusia a la Unión Europea, desde los que llevaron a la desintegración de la Federación Yugoslava hasta, más recientemente, la partición de Ucrania. Todos ellos tienen solicitud presentada de ingreso a la Otan. Para esta corriente, que domina el escenario actual de la oposición a Putin, la conquista de la democracia superaría los conflictos económicos y nacionales que separan a Rusia de los imperialismos occidentales, que atribuyen exclusivamente a los privilegios de la burocracia gobernante. Se trata de una caricatura democrática de un planteo colonial. Esto explica que reciba el apoyo de sectores acomodados de la pequeña burguesía y de la elite profesional, que vive a la dictadura putiniana como un chaleco de fuerza. De acuerdo a diversas encuestas, no gana la atención de las grandes masas, como tampoco ocurrió en los movimientos similares que se desarrollaron en Europa central y oriental. Los gobiernos post-stalinianos en estos estados cayeron como consecuencia de un impasse severo y la división en sus propias filas – por eso los cambios de régimen que fueron impuestos tuvieron por sobre todo características golpistas. El propósito del bonapartismo de Putin es reprimir cualquier fisura dentro del régimen. El ascenso de Biden a la presidencia de EEUU le complica esa tarea, luego de una tregua ‘sui géneris’ que había conseguido con Trump.
Como decimos, estamos ante más de lo mismo, pero ya nada es completamente igual. Es lo que se desprende la rebelión popular en Bielorrusia. El dictador Lukashenko recurrió a un fraude masivo porque había perdido las elecciones. En las manifestaciones de protesta se hicieron presentes sectores obreros y populares, violentados por el ataque a sus derechos. Quedó al desnudo que el régimen desarrollaba un ‘ajuste’ que facilitara el ingreso de capital extranjero, a costa de las condiciones laborales y salariales de los trabajadores. Bielorrusia estuvo a punto de ingresar en una huelga general. De modo que aunque la dirección política del movimiento se encuentra en manos de sectores que tienen sólo diferencias de matices con el de Navalny, en cierto momento se encontró ante la posibilidad de ser desbordado por la clase obrera. El descontento popular es manifiesto a lo largo de toda Rusia.
Este es el escenario que se dibuja en el horizonte de Rusia. Aunque el número de huelgas y ‘desobediencias’ crece, las masas no han dicho aún su palabra. En Rusia existen, por supuesto, partidos de izquierda y diversas corrientes en los sindicatos. El problema es que, como se explicó en el cierre de la conferencia del PO (T), es una izquierda, digamos chavista, que caracteriza al régimen de Putin como un mal menor. Esta política cede la primacía de la oposición a la democracia ‘otanista’, lo que resulta en una completa deformación de las perspectivas de conjunto en Rusia.
Totalmente separada del ‘banderazo’ a la moscovita, denunciando su condición de ‘gurkas’ de la Otan, la consigna Fuera Putin, por nuevos Soviets, debería ser la de la izquierda revolucionaria.
Jorge Altamira
24/01/2021
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