Naturalmente, quienes se desprenden de la deuda en pesos corren a hacerse de dólares. Ocurre lo propio con los bancos, que se proveen de divisas para hacer frente a una eventual corrida contra los depósitos en moneda extranjera. Según los analistas económicos, las empresas reducen sus niveles de producción e inventarios al mínimo posible, y elevan los fondos para posibles “contingencias”. La temida dolarización se ha adelantado, no como plan deliberado, sino en los términos de una crisis.
Para enfrentar la corrida, el gobierno salió a improvisar medidas, a sabiendas de que un nuevo cimbronazo devaluatorio e inflacionario terminaría de sepultar sus posibilidades electorales. Con ese fin, anunció un “dólar Vaca Muerta”, que habilita a liquidar a la cuarta parte de las exportaciones petroleras con el dólar financiero. Con este recurso, reuniría en las próximas semanas algo más de 1.000 millones de dólares, una cifra que no mueve el amperímetro de la corrida. Para ampliarla, está implorando la liquidación de las grandes cerealeras, que han vuelto, al igual que los productores, a la política de acumular el cereal.
Esta dolarización de hecho recibió un espaldarazo en las últimas horas, cuando el FMI tomó discreta distancia del paquete de medidas “sociales” dispuestas por el gobierno. Fue una señal de que el gobierno debería enfrentar sin red a la nueva escalada contra el peso. Pero la misma reticencia recibieron los enviados especiales que Melconian o Milei enviaron a Wall Street: Argentina, les dijeron, debería procesar “por sus propios medios” la desintegración del régimen económico presente.
En este cuadro, el proceso electoral, que debía encauzar la crisis, podría terminar convirtiéndose en su disparador final. Un resultado electoral desfavorable (o poco alentador) para Massa, podría detonar un desbarranque definitivo ―cambiario y también bancario― para después del 22 de octubre. El gran capital está actuando a partir de esa hipótesis, pero juega con fuego. Al hacerlo, adelanta el desenlace de la crisis.
La dolarización ha sido repudiada y criticada por un vasto abanico de “especialistas” de toda laya, pero se abre paso al calor de la desintegración de la moneda y del conjunto del proceso económico. Milei, el favorito electoral, lo sabe. Al punto de adelantar que su creador ―Emilio Ocampo― sería el futuro presidente (¿o liquidador?) del Banco Central. Recíprocamente, el plan dolarización opera como un poderoso acicate de la actual corrida cambiaria. Carlos Rodríguez, vocero oficioso de Milei, acaba de adelantar que una conversión de los títulos de deuda en pesos a dólares será objeto de un inevitable “desagio”, como ocurriera después de la hiper de 1989. Ello acentúa la fuga de los especuladores al dólar. Una devaluación e inflación descontroladas, previa al nuevo gobierno, facilitaría el plan dolarizador, aunque al precio de una superdevaluación y de un derrumbe social sin precedentes.
A la luz de este escenario, ¿cuál es el panorama para los asalariados, jubilados, precarizados o desocupados? El cimbronazo en marcha pulverizará en días y semanas a las últimas “medidas sociales”. Lo mismo vale para las precarias paritarias en cuotas, que las direcciones sindicales presentan como conquistas inamovibles. El desenlace de esta crisis terminal plantea una urgente deliberación entre los trabajadores y una lucha de conjunto.
Marcelo Ramal
29/09/2023
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