El pasado miércoles 13 de septiembre, a los 93 años, falleció el artista argentino José Carlos “Pepe” Soriano. Su currículum de obras realizadas es extensísimo, iniciando a los 26 años con la película “Adiós Muchachos”.
En 1974 se estrena “La Patagonia Rebelde”, dirigida por Héctor Olivera, en base a una extensa investigación de Osvaldo Bayer (“Los Vengadores de la Patagonia Trágica”). Soriano personifica al alemán Schultz, un veterano anarquista dirigente de los comités de huelga en los revoltosos inicios del siglo XX. La producción relata los levantamientos de los trabajadores de los campos de sur del país y la represión masacradora del Estado (comandado por el Gral. Varela) a pedido de los grandes terratenientes. Un film prohibido por Isabel Martínez de Perón en 1974.
En plena dictadura cívico-militar llega a los cines “La Nona”, donde “Pepe” se disfraza de una anciana de origen italiano que no deja de comer. Mediante el humor (el grotesco) se explaya sobre cómo una familia hace para alimentarla y llegar a fin de mes. Un largometraje cargado de denuncia social. Dicho por el propio actor, que también la lleva al teatro, “La Nona no es un personaje de la realidad. La Nona es un maravilloso trabajo de Tito Cossa, donde él utiliza a La Nona para hablar del poder, según mi versión. Y el poder se come todo”.
En “Asesinato en el Senado de la Nación” (1984), el actor hará el papel de Lisandro de la Torre, legislador demócrata-progresista. Pero la película no se centra en esta figura, sino en la del asesino Ramón Valdez Cora, ex policía conservador, expulsado por un sinfín de actos de corrupción, quien dispara y hiere mortalmente al senador Enzo Bordabehere en una de las sesiones que denunciaba, junto a de la Torre, las consecuencias del pacto Roca-Runciman con el Reino Unido, firmado en 1933.
Cuatro años después de la película mencionada, integrará el elenco de “Espérame en el Cielo”, haciendo de Paulino Alonso, protagonista del film, un ortopedista con un gran parecido físico a Francisco Franco (dictador español de 1936 a 1975), secuestrado por agentes de “Propaganda Nacional” para hacer de doble en apariciones de riesgo. Nuevamente jugando con el humor expresa una fuerte denuncia política y social, exponiendo las atrocidades desarrolladas por el fascismo en España.
En 1994 actuará en una interpretación de “Una sombra ya pronto serás”, novela de Osvaldo Soriano. Una mirada de los efectos personales (psicológicos) del exilio. Resultados de la última dictadura.
Para plena crisis del 2002 se estrena “El Último Tren”, donde Soriano representa a un ferroviario jubilado, en lucha contra la venta de los trenes.
El teatro será, también, su trinchera. En dictadura cívico-militar fue prohibido. Pese a ello, de forma clandestina, mantuvo sus actuaciones, dando pelea a los genocidas. Un general conocido le advirtió: “no es ‘capucha y zanjón’, pero no vuelva a trabajar”. La mayoría de sus amigos y colegas partieron al exilio, pero él -como su alemán Schultz del mítico film de Héctor Olivera- decidió quedarse, aunque no quería convertirse en un mártir. Comenzó a recorrer la Argentina con “El Loro Calabrés”, una obra donde le contaba a la gente quién era, qué quería. La llamó así porque su abuelo zapatero solía hablar con su loro que aprendió a cantar canciones calabresas. Se presentaba en pueblos pequeños “que no tuvieran más de mil habitantes y donde no me pudieran encontrar: trabajaba, llenaba y trabajaba”. Actuó en bares, en estaciones de servicio, en andenes de ferrocarril, en patios de escuelas y comedores comunitarios. La obra terminaba con él ofreciendo un pedazo de pan. “El pedazo de pan es esencial en mi vida, porque en esta casa había pan y el pan tenía un valor: el del afecto”. Lejos de sentirse héroe, siempre se supo humano. “Sentí mucho miedo. Tenía dos hijos. Volvía a Buenos Aires, les daba la plata y me iba. Dormía donde podía. Me detuvieron tres veces”, recordó (Infobae, 13/9).
Cuatro años atrás, en una entrevista brindada al diario Página 12, ante la consulta ¿cómo convive con los fantasmas de su pasado?, afirmó: “He vivido las circunstancias de cualquier ciudadano en la Argentina. No nací en un hogar en el que hubiera plata, ni siquiera de clase media. Era un hogar de gente pobre. Tuve que luchar. Estudié para darles una alegría a mis abuelos y mi padre. Empecé a estudiar abogacía. Abandoné porque no me interesaba y me dediqué al mundo del teatro. Estudié, trabajé, me ocupé de todo lo que un ser humano, sin ser político, tiene que ocuparse del país. Todo lo de mi país me duele. Todo, porque yo vivo en este lugar, porque soy parte de este lugar”.
Además de artista fue presidente de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Interpretes (SAGAI). Gremio que consigue su personería jurídica, luego de una extensa lucha, por decreto del presidente Néstor Kirchner, como parte de las acciones de cooptación de artistas e intelectuales. Hecho que le provocó ser catalogado como actor K. Pero no tardó tiempo en desmentirlo. “Usted es K, me dicen. ¡No me jodan! Qué K ni qué carajo! Soy independiente, soy un francotirador. Ponele lo que quieras”.
Se ha ido un luchador, en sus personajes, en la pantalla (grande y chica), el escenario y la vida cotidiana. En el día a día. Nos deja sus obras, sus grandes papeles, como expresión de combate. Un “No Pasarán”, importante mantenerlo vivo en tiempos de avances de la derecha y negacionistas.
Diego Bubu
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