viernes, septiembre 08, 2023

La represión estatal y el conflicto armado en la República Democrática del Congo


Las fuerzas armadas mataron a 48 manifestantes que reclamaban la salida de la Monusco, misión de la ONU.

 Las fuerzas armadas congoleñas asesinaron a 48 personas que se manifestaban en la ciudad de Goma contra la presencia de la misión de las Naciones Unidas (Monusco) que se encuentra desplegada en el país desde 1999. Tras los hechos, el gobierno de Félix Tshisekedi se vio obligado a arrestar a dos de los militares involucrados y a la creación de una comisión investigadora interministerial. 
 La manifestación, convocada por un grupo religioso conocido como Fe Natural Judaica Mesiánica para las Naciones, reclamaba la partida del contingente de la Monusco, denunciando que en su larga estadía no ha protegido a la población civil del conflicto armado que involucra a más de 130 grupos en el este del Congo. 
 No es la primera vez que ocurren esta clase de protestas ni que se desata una represión. En agosto de 2022, fueron los propios cascos azules quienes dispararon contra la población, también en Goma, dejando quince civiles fallecidos (La Razón, 3/9). 



 Una historia tenebrosa 

Para entender las condiciones del despliegue de la Monusco, es necesario hacer un pequeño repaso histórico. En 1994, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), predominantemente tutsi, logró tomar el poder después de un genocidio en su contra impulsado por un gobierno hutu que dejó cerca de un millón de muertos. Ante la victoria militar del FPR, se produjo un desplazamiento masivo de la población hutu hacia la vecina República Democrática del Congo, por entonces conocida como Zaire. Desde allí, las fuerzas hutus reemprendieron el ataque contra el nuevo gobierno ruandés, reiniciándose las hostilidades entre los dos bandos. 
 El conflicto de los ‘90 entre tutsis y hutus, punto de partida del proceso más mortífero que se recuerde desde la segunda guerra mundial, tiene sus raíces en una manipulación del colonialismo belga, que forzó tal distinción durante su mandato, estableciendo un sistema de castas entre una minoría dominante tutsi y una mayoría hutu que sentó las bases de una sangrienta rivalidad.
 El gobierno del Congo, en manos del dictador Mobutu desde 1965 (un gran aliado del imperialismo yanqui, que derrocó a Patrice Lumumba en 1960 con apoyo de la CIA), apoyó a las fuerzas hutus en su contienda con el gobierno de Ruanda. Y este, junto al de Uganda, respaldó a su vez a las fuerzas rebeldes del congoleño Laurent Désire-Kabila. Tras una guerra civil de casi un año, las tropas de Kabila tomaron en 1997 la capital, Kinshasa, poniendo fin a la era Mobutu. 
 Pero las cosas no terminaron allí. Una vez en el poder, Kabila intentó deshacerse de sus aliados ruandeses y ugandeses, lo que llevó a una segunda guerra en la que intervinieron numerosos Estados africanos y murieron más de cinco millones de personas. La inmensa mayoría, por enfermedades o la hambruna derivadas del conflicto y los desplazamientos forzados de la población. 
 En 2001, Kabila falleció en un atentado y fue sucedido en el cargo por su hijo, Josep. En 2003 se estableció un gobierno de transición y formalmente la guerra terminó, aunque siguen operando hasta el día de hoy tanto la misión de Naciones Unidas como una miríada de grupos armados, en algunos casos conectados con Estados vecinos. 

 Minerales 

No son las cuestiones étnicas el verdadero motor del conflicto en el Congo. El asunto de fondo es que esta nación enclavada en el corazón del continente africano está repleta de recursos minerales como el oro, el estaño e insumos claves para la producción del coltán, que abastece a la industria tecnológica. Por analogía con los “diamantes de sangre” que eran recolectados en el marco de las guerras de comienzos del siglo XXI en Sierra Leona y Liberia (y que dan nombre a una famosa película protagonizada por Leonardo DiCaprio), se habla en el Congo de los “minerales de sangre”.
 Una reciente investigación del periodista Alfonso Masoliver, quien actuó como corresponsal en la zona, indica que la presencia y las operaciones, tanto de los grupos armados como de la propia Monusco, coinciden sospechosamente con las zonas claves de extracción minera (ídem). Muchas compañías multinacionales, a su vez, están acusadas de traficar con los recursos obtenidos en el marco de los enfrentamientos. En tanto, los obreros mineros tienen sueldos que no llegan a los 10 dólares mensuales. Otra fuerza desplegada en la zona, la de la Comunidad de Africa Oriental (CAO), integrada por tropas de Burundi, Kenia y Uganda, también está en la mira. El contingente de Uganda está acusado por 14 ONG’s de explotar recursos de un parque natural. 
 Maliver calcula que “si tenemos en cuenta el número de naciones que conforman la Monusco y la misión de la CAO, además de la posible presencia (aún sin confirmar) de mercenarios pertenecientes al Grupo Wagner [Rusia], en el este de la República Democrática del Congo se encuentran desplegadas unidades de combate pertenecientes a un total de 66 países, conformando un número de tropas extranjeras que rondan entre los 17.000 y 20.000 efectivos”. Tanzania, Angola y Sudán del Sur podrían enviar próximamente sus propios soldados. 
 Actualmente, el conflicto supera el centenar de víctimas fatales por mes y el gobierno compra armas a Estados Unidos, China e Israel para asegurar la continuidad de esta carnicería.

 Gustavo Montenegro

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