En oposición a esa posibilidad, el periodista Carlos Burgueño acaba de publicar una versión bastante diferente de la salida de Valdés. El chileno renunció por propia voluntad a su cargo de negociador con Argentina, después de haberle planteado por enésima vez a Caputo que “Argentina debía devaluar entre un 30 y un 40% si quería un acuerdo de Facilidades Extendidas de largo plazo junto con un ensayo de un préstamo más amplio por unos US$ 10 mil millones más. Y, con ese dinero, abrir el cepo” (Perfil, 14/9). “Harto” (sic) de chocar con la intransigencia libertaria, Valdés abandona la posta, pero el FMI no renuncia a su política frente a la Argentina. Significativamente, Georgieva, la directora del organismo, acaba de llenar de elogios a Valdés y ratificarlo como funcionario de primera línea. Según La Nación, la salida de Valdés “difícilmente altere la sustancia de la discusión de fondo”(14/9). Con Valdés fuera del camino, el Fondo podrá redoblar sus exigencias a Argentina sin que Milei pueda escudarse en una cuestión “personal”.
Pantano
Por encima del episodio Valdés, el emplazamiento del FMI a la Argentina pone de manifiesto al impasse del programa económico libertario. En el tercer trimestre del año, Argentina “sobrecumplirá” las metas fiscales pactadas con el Fondo. Para ello, el organismo mirará para otro lado respecto del carácter ficticio y, a término, explosivo, de ese supuesto equilibrio fiscal. Argentina ha reemplazado a la bola de nieve de las Leliqs (deuda del Banco Central) por otra bola, las Lecaps (deuda del Tesoro), cuyos intereses impagos se suman regularmente al capital adeudado y conforman una bola de tiempo con fecha de vencimiento (algo similar al “pago mínimo” de la tarjeta de crédito).
Pero el otro aspecto de las metas con el Fondo, la acumulación de reservas, registra un incumplimiento que ni siquiera puede disimularse: Argentina debería contar con 2.000 millones de dólares de reservas netas disponibles en el tercer trimestre y continúa con 6.000 “en rojo”. El único ingreso de dólares que registran los analistas financieros proviene de colocaciones que ingresan y salen en corto plazo, aprovechando una tasa de interés en pesos que supera a la de la devaluación de la moneda. El tándem Caputo-Milei defiende esta bicicleta a rajatablas, y reclama del FMI el apoyo financiero para sustentarla en un plazo mayor. Confía, por esa vía, en encontrar los recursos para afrontar los vencimientos de deuda que se vienen en 2025. Para el FMI, en los actuales términos, un “megapréstamo” a la Argentina no haría sino financiar una fuga de dólares baratos, al estilo del préstamo entregado a Macri en 2018-2019.
En contrapartida, Milei sabe que una devaluación implicaría un estallido de la deuda pública en pesos -que se indexa con el dólar y con la inflación- y, naturalmente, una explosión inflacionaria en medio de una miseria popular mayúscula.
Al capital agrario e industrial que acompaña el reclamo devaluatorio, Milei le ofrece la carta de una deflación interna - en primer lugar, la caída del llamado “costo laboral”, que no es otra cosa que la liquidación del derecho del trabajo. La gran patronal suscribe ese camino, pero no abandona la pretensión devaluatoria. La “deflación” no compensa al derrumbe de los precios internacionales de los granos y los hidrocarburos.
Este impasse de fondo del planteamiento económico del gobierno liberticida está en la base de los cimbronazos políticos. Milei pretende sostener la confianza del gran capital reforzando la línea de decretazos y vetos. Los partidos capitalistas, que han acompañado la escalada antiobrera -DNU 70, Ley Bases- temen ser arrastrados en lo que algunos observadores anticipan como un futuro “choque de trenes” - es decir, una explosión de las contradicciones acumuladas por la banda de represores y mesadineristas que gobierna Argentina. Entre los cuestionamientos del Fondo y los gases de la plaza Congreso, el régimen de Milei-Caputo continúa orbitando entre la crisis financiera y la rebelión popular.
Marcelo Ramal
15/09/2024
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