Marzo de 1917
La revolución de febrero de 1917 permitió el retorno a Rusia de una importante cantidad de proscriptos y exilados durante el régimen zarista. Casi en su totalidad pertenecían al partido menchevique, al bolchevique o al partido socialista revolucionario, y prácticamente todos ellos se sumaron a la tarea de apoyar de una u otra manera al gobierno provisional que se encontraba bajo la dirección de la burguesía. En esta misma línea hay que incluir a la dirección del bolchevismo. Lenin, todavía en el exilio, conminaba a no apoyar al Gobierno Provisional de la burguesía.
El apoyo al Gobierno Provisional predominaba también en el Soviet, cuyos “miembros, con pocas excepciones, se contentaban con reconocer en los acontecimientos de febrero la revolución burguesa rusa que establecería un régimen occidental y posponían la revolución socialista a una fecha futura aún indeterminada (...) la cooperación con el Gobierno Provisional era la conclusión de este punto de vista”. Era el punto de vista “que compartían los dos primeros dirigentes bolcheviques que regresaron a Petrogrado: Kamenev y Stalin” (E.H. Carr, La revolución rusa- De Lenin a Stalin 1917-1929).
El 15 de marzo ambos dirigentes bolcheviques tomaron la dirección de Pravda, el órgano de prensa del partido, e inmediatamente imprimieron al periódico un carácter francamente colaboracionista. Desde las páginas de Pravda se planteó entonces que los bolcheviques apoyarían decididamente al gobierno provisional “en cuanto luchase contra la reacción y la contrarrevolución”. Esto incluía el apoyo a la continuidad de la guerra, que se justificaba porque en las declaraciones verbales y demagógicas del momento el gobierno decía rechazar las anexiones de territoriales.
Según cuenta Trotsky, citando comentaristas de la época, el día en que salió a la calle el primer número de la Pravda bajo su nueva dirección transformada, todo el mundo oficial de Petrogrado, que giraba en torno al Gobierno Provisional y los partidos conciliadores que eran mayoría en el Soviet, comentaba la “noticia: el triunfo de los bolcheviques moderados y razonables sobre los extremistas”. Pero “cuando este número de la Pravda se recibió en las fábricas, llevó una completa perplejidad al ánimo de los afiliados y simpatizantes de nuestro partido y una gran alegría a nuestros adversarios (...) En los suburbios la indignación era inmensa, y cuando los proletarios se enteraron de que se habían apoderado de la Pravda compañeros llegados de Siberia, antiguos redactores del periódico, se exigió su exclusión del partido.”
Agrega Trotsky: “La orientación derechista navegaba a velas desplegadas (...) La política del partido en el resto del país se acomodaba, naturalmente, a la de la Pravda. En muchos soviets, las propuestas presentadas acerca de los problemas fundamentales se votaban por unanimidad; los bolcheviques acataban sin rechistar a la mayoría. En la conferencia de los soviets de la región de Moscú, los bolcheviques se adhirieron a la resolución presentada por los socialpatriotas respecto a la guerra. Finalmente, en la conferencia de representantes de 82 soviets de toda Rusia, celebrada en Petrogrado a fines de marzo y principios de abril, los bolcheviques votaron por la resolución oficial acerca del poder, que defendió (el menchevique) Dan. Esta notable aproximación política a los mencheviques respondía a las tendencias conciliadoras, que ya habían tomado mucho auge. En provincias, bolcheviques y mencheviques formaban parte de organizaciones mixtas. La fracción Kámenev-Stalin iba convirtiéndose cada vez más marcadamente en el ala izquierda de la «democracia revolucionaria» y se plegaba a la mecánica de la «presión» parlamentaria entre bastidores sobre la burguesía, combinándola con un presión de entre bastidores sobre la democracia.”
Burguesía, guerra y contrarrevolución
Es muy claro entonces que la cúpula del partido bolchevique en el mes de marzo imprime a la organización un claro giro a la derecha. La orientación de colaborar con el Gobierno Provisional implicaba de hecho una disolución política, porque borraba las fronteras del partido bolchevique con el resto de los partidos “soviéticos”, empeñados en la reconstrucción de un mando burgués a la Rusia post-zarista. La línea en las cúpulas de los partidos “soviéticos”, que incluye en marzo a la dirección del partido bolchevique “in situ”, no sólo chocaba contra la base proletaria del propio partido bolchevique, que protesta contra el giro político tomado por Pravda. La tentativa de imponer la autoridad de un régimen burgués detrás del Gobierno Provisional se oponía a la tendencia objetiva del movimiento de las masas, que como una mancha de aceite se extendía en todo el territorio de la vieja Rusia zarista y que se desarrollaba en el sentido estricto de una revolución, como una demolición del antiguo régimen en ruinas y aún todo tipo de orden para plantear una reconstrucción social y política sobre nuevas bases. El Gobierno Provisional giraba en el aire, porque lo único que progresaba era la acción directa y la construcción de organismos soviéticos.
La necesidad de la burguesía liberal de cerrar rápidamente esta situación y recomponer el poder, tenía un propósito muy claro. Pretendía usar en su favor el mismo recurso que originalmente el zar buscó como salida ante la descomposición de la autocracia: la guerra. La burguesía rusa quería forjarse una alternativa propia conquistando un acceso al Mediterráneo, tomando Constantinopla (capital de Turquía); apostaba a que la guerra pudiera tomar nuevo aliento si en lugar de hacerse en defensa o bajo el comando de una autocracia feudal, se planteaba, entonces, como acto defensivo de la propia revolución y en alianza con el resto de las “democracias occidentales”. Así pretendía el poder de la burguesía abrirse un rumbo propio y echar atrás a la revolución, es decir, la acción directa de las masas, normalizando la vida política e institucional del país detrás del Gobierno Provisional. En sostener este curso de los acontecimientos radicaba precisamente el significado contrarrevolucionario de la política conciliadora que ganó en un principio inclusive a líderes del bolchevismo.
La acción de las masas
Pero, la revolución seguía su curso. Como observa el citado E. H. Carr, lo que siguió al colapso de la autocracia zarista no fue tanto una bifurcación de la autoridad en el nuevo “doble poder” sino una suerte de demolición general de la autoridad. “El sentimiento común a obreros y campesinos, a la vasta mayoría de la población, era de inmenso alivio ante la liquidación del monstruoso poder zarista, sentimiento que venía acompañado de un profundo deseo de conducir sus propios asuntos a su manera (...) un movimiento de masas inspirado por una ola de inmenso entusiasmo (...) y que no estaba interesado en los principios occidentales de democracia parlamentaria y gobierno constitucional proclamados por el Gobierno Provisional”. Era una revolución: por toda Rusia se extendían los soviets de obreros y campesinos, ciudades y distritos se autoproclamaban repúblicas soviéticas, los campesinos tomaban y repartían las tierras, los comités obreros de fábricas tomaban en sus manos el control de la producción, en las unidades militares se procedía a elegir nuevos oficiales, se demandaba por todas partes el cese de la guerra sangrienta.
Sobre la base de este antagonismo irreconciliable entre el curso revolucionario de las masas y la perspectiva opuesta que planteaba el Gobierno Provisional, Lenin planteó desde un inicio una completa delimitación del elenco burgués en el poder oficial para pasar inmediatamente a una segunda etapa de la revolución que debía llevar a los obreros y campesinos al poder. Lenin cuestionaba el intento de identificar el cataclismo insurreccional que recorría al inmenso territorio ruso con una revolución burguesa – el punto de vista oficial en el soviet y al cual se había plegado la dirección bolchevique. Era un profundo realismo el que informaba el planteamiento de Lenin. “Su diagnóstico mostraba a la vez agudeza y visión de futuro (...) y su dramática llegada a Petrogrado (luego de un largo exilio) a comienzos de abril hizo añicos el precario compromiso” que los viejos dirigentes bolcheviques habían intentado establecer con el gobierno capitalista (E. H. Carr; ídem).
Es el inicio de otra historia.
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