sábado, marzo 31, 2007

La insurrección de Octubre.


En febrero de 1917 el Partido Bolchevique tenía una influencia entre los trabajadores y campesinos mucho menor que la de los mencheviques y socialrevolucionarios. Fue la experiencia de febrero a octubre la que enseñó a las masas las verdaderas intenciones de sus dirigentes y la que dio un vuelco a la situación, convirtiendo al Partido Bolchevique en el partido de las masas. Las consignas, la táctica, la estrategia revolucionaria de los bolcheviques atrajo a sus filas a lo mejor del movimiento obrero y campesino, sentando las bases para la victoria de la insurrección de octubre del mismo año. Y, como decía Marx, "cuando una idea se apodera de las mentes de las masas y ésta corresponde a sus intereses se convierte en una fuerza material".
Desde la Revolución de Febrero los obreros, soldados y campesinos habían dado todo su apoyo al Comité Ejecutivo de los Soviets, CEC, dirigido mayoritariamente por los partidos conciliadores (utilizamos el término de la época). Las masas estaban dispuestas a defenderlo con todas sus fuerzas, incluida la fuerza de las armas. Pero las masas revolucionarias no perdonan ni permiten la cobardía y la traición. El poder que los trabajadores habían conquistado en febrero lo confiaron al CEC, que a su vez se lo devolvió a la burguesía, refugiándose, totalmente acobardados, detrás de sus faldas. No se atrevían a tocar las tierras de los grandes terratenientes, los bancos de los burgueses, la guerra imperialista… Las masas iban perdiendo la paciencia y con ella los conciliadores iban firmando su sentencia de muerte.
La campaña de continuas calumnias contra los bolcheviques caló en la población durante los primeros meses de la revolución, se volvió en su contrario: soldados y campesinos, sintiéndose traicionados, rompieron con sus antiguos dirigentes para formar parte de las filas bolcheviques, ganando éstos la mayoría de los Soviets, primero en Petrogrado, más tarde en Moscú, Kiev y en toda Rusia.
Esto sólo fue posible sobre la base de un programa correcto y su lealtad a éste: hostilidad irreconciliable con la burguesía, ruptura con los socialpatriotas y profunda confianza en la fuerza revolucionaria de las masas.

La nueva correlación de fuerzas

Después de los acontecimientos de julio y sobre todo después de la sublevación de Kornilov hubo un giro importante hacia la izquierda entre los campesinos, que protagonizaron tomas de tierras, insurrecciones regionales, teniendo un gran efecto en las tropas, compuestas mayoritariamente por campesinos. Este proceso puso a la cabeza a nuevos dirigentes obreros organizados en el Comité de Defensa de la Revolución que se encargaron de armar a los trabajadores, de ganar a los soldados más combativos y de arrestar a reaccionarios. La mayoría eran bolcheviques.
Aunque los campesinos, soldados y obreros eran los mismos en febrero que en septiembre u octubre, aunque la base económica era la misma y la diferenciación entre las clases también, la correlación de fuerzas había variado.
El estado de ánimo de la población era mucho más reflexivo tras el derrumbamiento de sus primeras ilusiones y haber comprobado el peligro de la contrarrevolución. Las masas se habían hecho más prudentes. Tanto o más que antes deseaban la insurrección pero temían un nuevo fracaso. Durante los tres meses anteriores a la insurrección el partido contuvo a los obreros y soldados de las provocaciones de la contrarrevolución. La experiencia política había desarrollado la cautela no sólo entre los dirigentes sino también entre la gente. La clase obrera aprendió que no había soluciones sencillas a sus problemas, que ya no se trataba de insurrecciones espontáneas, sino de la toma consciente del poder por su parte. En palabras de Trotsky "el tránsito de esa espontaneidad confiada, como fue la revolución de febrero, a una conciencia más crítica, engendra inevitablemente una crisis revolucionaria". En ocho meses las masas habían vivido una vida política intensa y eso les había enseñado que ya no se trataba de provocar acontecimientos sino que debían aprender de ellos. Así, después de cada acción los resultados eran valorados cuidadosamente sacando todas aquellas conclusiones necesarias para seguir combatiendo. El movimiento daba pasos agigantados hacia delante. Los debates, las asambleas, los mítines, cada vez eran más diarios y masivos. Los incesantes éxitos en la agitación mantenían por otro lado la inercia de la gente dispuesta a estar a la expectativa.

La incapacidad de la burguesía

El Gobierno Provisional, a pesar de la polarización de las masas, seguía eligiendo órganos que no representaban más que a ellos mismos y que sólo evidenciaban la incapacidad y la impotencia de un poder que estaba desapareciendo; "Kerensky era la viva imagen del patetismo y el aislamiento: sus órdenes no eran acatadas ni en las fábricas, ni en los soviets, ni en las unidades militares".
Pero a pesar de que el poder de la burguesía estaba muy mermado todavía esta ahí y su propia existencia era un peligro para la revolución. Esta contradicción, concretada en la dualidad de poderes, entre el poder "oficial" de la burguesía y el poder real a través de los soviets, "debía transformarse o bien en la introducción directa a la revolución proletaria - lo cual aconteció - o arrojar a Rusia a un régimen de oligarquía burguesa, a un estado semicolonial" (Trotsky, Lecciones de Octubre).
Ya no se trataba de perspectivas, sino de la elección del camino por el cual iba a ser necesario avanzar sin tardanza. Era necesario seguir la corriente de la lucha de clases. Convenía organizar la insurrección y arrancar de una vez por todas el poder al adversario.

Los primeros pasos hacia la insurrección

La intervención de los Soviets en la vida política cada vez tenía más trascendencia. Las distorsiones en la economía, muchas provocadas conscientemente, obligaron a los Soviets a una organización mayor del suministro y reparto de la comida, la electricidad, el transporte, tanto para las ciudades como para el frente. Había que decidir quién, a partir de ahora, iba a dirigir la economía: si Kerensky, que era la sombra de la burguesía y no tenía ningún interés en enfrentarse a ella, o los Soviets, cuya tarea debía ser llevar adelante las primeras medidas para la transformación socialista de la sociedad. Lenin presionaba e insistía que no se podía dejar pasar más tiempo. La situación más favorable para la insurrección sería el momento en que la correlación de fuerzas estuviera mayoritariamente al lado de los bolcheviques, y ese momento había llegado. Si el partido dejaba pasar los días, si titubeaba, podría llevar a las masas al descontento, a la desconfianza y a la decepción y con ello a la derrota de la revolución. En palabras de Lenin "la historia no perdonará a los revolucionarios que puedan vencer hoy pero corren riesgo de perderlo todo si aguardan a mañana". Si en general la cuestión del tiempo es un factor importante en la política, se centuplica en los días de guerra y revolución. Hoy es posible sublevarse, derribar al enemigo, tomar el poder, pero mañana puede ser imposible.
Lo cierto es que el partido ya había dado pasos muy importantes. Desde el instante en que los bolcheviques se opusieron al envío al frente de dos tercios de la guarnición de Petrogrado se creó el Comité Militar Revolucionario (el 16 de octubre), órgano legal de la insurrección, presidido por Trotsky. La táctica del Gobierno Provisional era alejar de la capital a los regimientos más revolucionarios, y por tanto más peligrosos, que estaban posicionados con los bolcheviques. A través del CMR se nombraron comisarios bolcheviques en todas las unidades e instituciones militares, estableciendo vías de comunicación entre los obreros y los soldados, entre las fábricas y los centros militares. Así se iba consolidando un nuevo Estado, como definió Engels, "un grupo de hombres armados", esta vez no en defensa de la propiedad privada sino de la revolución. Con ello se aisló al Estado Mayor de la capital y al Gobierno, estando hecha la insurrección al menos en sus tres cuartas partes. "En resumen, así teníamos una insurrección armada -aunque sin efusión de sangre- de los regimientos de Petrogrado contra el Gobierno Provisional, bajo la dirección del CMR y con la consigna de la preparación del II Congreso de los Soviets, que debía resolver la cuestión del poder" ( Trotsky, Lecciones de Octubre).
En cambio, la clase dominante casi había perdido cualquier confianza en sus fuerzas, pero aún mantenía en sus manos el aparato gubernamental. La clase revolucionaria tenía que apoderarse de ese poder estatal, pero para ello tenía que confiar en sus propias fuerzas.

El II Congreso de los Soviets

Como Trotsky explicó el gobierno de los Soviets iba elevándose desde abajo, pero para lograr la victoria definitiva iba a ser necesario actuar contra los centros de la autoridad capitalista en el ejército, los ministerios y el Palacio de Invierno. Tal acción debía arrancar del Congreso de los Soviets.
En el primer Congreso de los Soviets, celebrado en junio, se había adoptado la decisión de convocar los congresos cada tres meses. El Comité Ejecutivo, de mayoría conciliadora, no sólo no había cumplido con el plazo, sino que pretendía no convocarlo nunca, para no hallarse de frente con la hostilidad de la mayoría. Pero no les fue tan fácil como pensaban. A finales de septiembre el Soviet de Petrogrado exigió que se convocase urgentemente el Congreso, aprobando una resolución que partía de la necesidad de prepararse para una nueva ofensiva de la contrarrevolución. El programa de defensa que trazaba el camino del ataque futuro se apoyaba en los Soviets, como las únicas organizaciones capaces de sostener la lucha. Se exigía que se reforzara el papel de los Soviets donde todavía eran débiles, y que no se soltara bajo ningún pretexto allí donde el poder estaba en sus manos. El Congreso conseguiría unificar y cohesionar el papel y la acción de todas las fuerzas, para defenderse de los contrarrevolucionarios, para discutir de la organización del poder revolucionario y el derrocamiento del Gobierno.
Los bolcheviques pidieron su convocatoria para la primera semana de octubre y amenazaron, si no se hacía efectivo, con convocarlo ellos mismos. El Comité Ejecutivo, ante esta situación, se vió obligado ha aceptar, fechando el Congreso para el 20 de octubre. Pero el Congreso era un pretendiente peligroso al poder, y de ello eran conscientes los conciliadores. Ese miedo hizo retroceder al Comité Ejecutivo, aplazando la fecha. Los bolcheviques, imaginando que ésto podía suceder, se habían preparado. Empezaron una campaña de agitación en torno a la necesidad de la convocatoria, consiguiendo ganar apoyos en aquellos soviets locales, incluso de zonas muy atrasadas, donde apenas tenían influencia, ganando la mayoría. Batallones, regimientos, guarniciones locales, se opusieron a la desconvocatoria pidiendo la inmediata celebración del Congreso. Fábricas enteras, soviets locales y provinciales, mítines, hospitales militares, incluso la Conferencia Nacional de los Comités de Fábrica, que era la representación más directa del proletariado de todo el país, pidieron la convocatoria, uniendo a esta exigencia la consigna bolchevique de "todo el poder a los Soviets". La prensa bolchevique iba publicando todas las organizaciones que, de forma masiva, se sumaban y unían a favor de la toma del poder.
Los esfuerzos de los delegados de los partidos conciliadores, que habían recorrido el país para movilizar a las organizaciones locales contra el Congreso, fueron vanos. Cuando los conciliadores comprobaron que no podían seguir adelante con el sabotaje al Congreso, decidieron convocarlo para el 25 de octubre, intentando sacar el máximo número de delegados para poder cubrirse las espaldas. Pero habían despertado demasiado tarde.
Con el apoyo de los soldados, el CMR empezó el armamento sistemático de los trabajadores reforzando la Guardia Roja. Destacamentos mixtos de obreros, soldados y marineros armados se preparaban estratégicamente en los puntos claves de la ciudad. Los capitalistas veían como la corriente de la historia se les iba por delante sin que pudieran hacer absolutamente nada.

El Partido prepara la insurrección

El Comité Central del Partido Bolchevique reunido el 10 de octubre decide proceder a la insurrección armada.
Pero el temor de Lenin sobre la actitud de los viejos bolcheviques hacia la insurrección no andaba desencaminado. Suele ocurrir que en un momento histórico en el que se produce un viraje brusco, hasta al partido más preparado y avanzado le cuesta un tiempo adaptarse a la nueva situación. Eso exactamente fue lo que le aconteció al partido bolchevique cuando pasó de la propaganda y la agitación llevada a cabo de febrero a octubre, a la lucha directa por el poder. Las dudas y vacilaciones sobre las posibilidades de triunfo de la clase revolucionaria llevaron a miembros del Comité Central, en concreto a Kámenev y Zinóviev, a votar en contra de la insurrección. Pusieron en guardia al partido sobre la subestimación que éste estaba haciendo de las fuerzas enemigas, introduciendo la idea de que con los destacamentos de choque que tenían, los cosacos, el Estado Mayor, los cinco mil junkers de los que disponían, la artillería… iban a masacrar al pueblo ruso acabando con la revolución. Negaban incluso que hubiera un estado de ánimo combativo entre las masas. Aludían que con las fuerzas actuales la táctica debía ser exigir al Gobierno la convocatoria de una vez por todas de la Asamblea Constituyente, y que en la medida que la influencia de los bolcheviques había aumentado en el último período se conseguiría la tercera parte de los mandatos de la Asamblea. Esto no significaba más que relegar al partido a un papel de opositor dentro de un organismo burgués. Infravaloraban el apoyo real que existía entre las masas hacia los bolcheviques, sosteniendo la necesidad de un "poder estatal combinado" entre la Asamblea Constituyente y los Soviets. Lo que demostraron Zinóviev y Kámenev fue una subestimación de la fuerza real de la clase obrera y campesina que les llevó, lamentablemente, a hacer públicas las intenciones del partido, poniendo en evidencia los planes al enemigo. Esta actitud llevó a Lenin a solicitar su expulsión del partido, aunque eso finalmente no se produjo.
La mayoría del partido estaba de acuerdo con la toma del poder. En este momento igual que en abril, el apoyo a las posturas de Lenin provino de las tradiciones de clase de los obreros bolcheviques, que garantizaron el mantenimiento de una línea correcta.
Este episodio demostró sobre todo la importancia del factor subjetivo, es decir del partido, y también de la necesidad de que éste tuviera la máxima democracia interna. Tanto los debates de abril como los de octubre fueron totalmente abiertos, sin ningún tipo de restricción a la hora de exponer las diferencias que hubiera. Al contrario, gracias a los debates democráticos y a la unidad a la hora de llevar los acuerdos a término, se consiguió la preparación del partido para dirigir la insurrección. La estimación correcta de la situación por la que se atravesaba, una comprensión correcta de las leyes de la historia y una confianza total en las fuerzas revolucionarias hizo posible la victoria de octubre.

Todo el poder a los soviets

El Comité Militar Revolucionario había llegado a tener en su seno a 200.000 soldados, 40.000 guardias rojos y decenas de miles de marineros situados estratégicamente para defender los locales y la prensa bolchevique. Ante ésto y el horror de que el Congreso de los Soviets se les escapara de las manos, el Gobierno decidió disolver el 24 de octubre el CMR y la prensa bolchevique. El crucero Aurora cuya tripulación era mayoritariamente bolchevique, recibe la orden de soltar amarras, pero el CMR ya preparado, con Trotsky a la cabeza, organiza la defensa armada de sus imprentas, ordena amarrar frente al Palacio de Invierno y llama a los ferroviarios y soldados a que paralicen las tropas contrarrevolucionarias que van hacia Petrogrado. El Gobierno se encontró impotente.
El CMR trabajaba durante todo el día y toda la noche, ocupando puentes, estaciones, cruces, edificios,… El Instituto Smolny, sede del Soviet de Petrogrado y del Partido Bolchevique, estaba fortificado. Veinticuatro horas después el Palacio de Invierno era tomado. El último reducto del gobierno burgués había pasado a manos del CMR, prácticamente de forma incruenta, derrocando así al Gobierno Provisional.
Ese día el Congreso de los soviets, con mayoría bolchevique y socialrevolucionarios de izquierdas, acepta tomar el poder que le ofrecía el CMR, teniendo lugar el primer Gobierno Obrero de la historia.
El internacionalismo, presente desde el primer momento en el programa de los bolcheviques, llevó a que la primera resolución del Congreso fuera una llamada a todos los pueblos en guerra para luchar por una paz democrática. Rusia había dado el primer paso, había enseñado a los trabajadores de todo el mundo el camino a seguir, que era posible derrocar el capitalismo y empezar a construir una sociedad sobre nuevas bases.
Para Lenin y Trotsky la Revolución Rusa era necesariamente el prólogo de la Revolución Mundial. Para llevar a cabo el socialismo, Rusia no podía quedar aislada. El socialismo significa un nivel superior de desarrollo de las fuerzas productivas, un desarrollo mucho mayor que el propio de los países capitalistas avanzados. Como explicó Lenin, con la revolución de Octubre se rompió el capitalismo por su eslabón más débil, por tanto la tarea más acuciante era la extensión de la revolución en toda Europa y en todo el mundo preparando la Federación Socialista Mundial.
La perspectiva de Lenin fue totalmente correcta como demostraron los acontecimientos de Alemania en 1918 y 1919, cuando los trabajadores estuvieron a punto de derrocar a la clase dominante. A los trabajadores alemanes sólo les faltó un factor, pero fundamental para la victoria: un partido capaz de dirigir la revolución proletaria, que se base en la comprensión de las leyes y métodos. Como plantea Trotsky en Lecciones de Octubre: "Puede decirse con certeza sobre la base de todas las lecciones de la historia, que de no haber existido el Partido Bolchevique, la inconmensurable energía revolucionaria de las masas habría sido estérilmente gastada en explosiones esporádicas, y los grandes levantamientos hubieran acabado en la más severa de las dictaduras contrarrevolucionarias. La lucha de clases es el primer motor de la historia. Necesita un programa correcto, un partido firme, una dirección valiente y digna de confianza, revolucionarios listos para ir hasta el final. Esta es la mayor lección de la Revolución de Octubre".

Raquel Estévez

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