Noel Manzanares Blanco
Las personas agradecidas, en cualquier latitud, de cara a un centenario del natalicio de alguna personalidad que fue capaz de entregar hasta su vida por la felicidad y prosperidad del prójimo, acostumbramos a rendirle el merecido homenaje. Tal es lo que por estos días ha venido aconteciendo con Salvador Allende Gossens (1908 /26/6/ 2008), quien se inmoló tres décadas y media atrás (11/9/1973) y con ello prendió una llama que desde entonces cada vez más ilumina a luchadores y luchadoras de Chile y de Nuestra América toda. Así, resulta natural mi humilde reconocimiento.
En un rápido recuento histórico, salta a la memoria las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1970, ocasión en que el destacado patriota conquistó el favor de las mayorías chilenas, expresado en el hecho de haber alcanzado el 36,6 % del voto popular. Pasado un mes y veinte días, el Congreso de la nación sudamericana lo coronó Presidente de la República con un total de 153 de los 195 votos posibles. El camino quedaba expedito para que Salvador Allende ocupara la máxima figura del Ejecutivo del país para el período comprendido del 3 de noviembre de 1970 a igual fecha seis años después.
Como era de esperar, los actores amantes del progreso humano estaban de pláceme, pero el Gobierno yanqui que entonces encabezaba Richard Nixon ordenó hacer hasta lo indecible para evitar el menor asomo de un elemento atentatorio del sistema “democrático” Made in USA. He aquí el porqué se vio venir el fascista desenlace del 11 de septiembre de 1973, cuyos funestos contornos aún siente una parte significativa de las masas chilenas.
En este escenario, Allende inició la construcción del “Socialismo a la chilena” ─según su decir─ con un Gobierno de Unidad Popular cuyo Plan de transformación contemplaba nacionalizar sectores claves de la economía, particularmente la Gran Minería del Cobre; así como impulsar la reforma agraria, congelar los precios de las mercancías e incrementar los salarios de todos los trabajadores, entre otros cambios.
Mas, la vida le deparaba una mala pasada. Justo en la época que le tocó obrar revolucionariamente al Presidente Allende, las condiciones internas y externas resultaban desfavorables para una marcha triunfal.
Visto el asunto hacia dentro, debe tenerse en cuenta que el por ciento con el cual arribó al Poder Ejecutivo anunciaba la posibilidad de una correlación de fuerzas hostiles. En ese contexto, la burguesía maniobró con todas las acciones que estuvieron a su alcance para evitar el éxito allendista, mientras que los medios de desinformación masiva cumplían cabalmente su papel histórico.
Encarado el tema desde el ángulo foráneo ─muy relativamente separada la cuestión─, el régimen instalado en la Patria de Abraham Lincoln actuó a tono con la creencia de “América para los americanos”, es decir para el imperialismo norteamericano. Por aquí anda la génesis de la tristemente célebre dictadura de Augusto Pinochet, esa que se entregó en cuerpo y alma al mismísimo infierno.
No obstante, me inclino a pensar que a Allende le sobraba capacidad político-intelectual para llevar adelante su sueño emancipador. El tiempo, sin embargo, devino su principal obstáculo para crear un teatro de operaciones acorde con las exigencias de su proyección auténticamente liberadora, lo que fue aprovechado por sus enemigos del patio y del “Norte revuelto y brutal” ─al decir del Héroe Nacional de Cuba, José Martí.
En este instante, vale la pena recordar sus últimas palabras:
”Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirá las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
“¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!
”Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza que por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Al testimoniar sobre el inmortal Presidente, el Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, compañero Fidel, expresó con sobrados elementos de juicio: “Salvador Allende demostró más dignidad, más honor, más valor y más heroísmo que todos los militares fascistas juntos. Su gesto de grandeza incomparable, hundió para siempre en la ignominia a Pinochet y sus cómplices”.
Hoy por hoy, las personas amantes del progreso social en cualquier lugar del planeta Tierra manifestamos nuestra eterna gratitud ante Salvador Allende Gossens; al tiempo que el movimiento revolucionario latinoamericano se encarga de evidenciar que su causa y la vía que eligió para llevarla hacia delante están más vigente que nunca. Así, por las Grandes Alamedas está entrando el Socialismo en el siglo XXI, con luz legada con su histórico quehacer.
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