Alan Woods
La publicación de la nueva edición de esta obra maestra de Trotsky llega en un momento oportuno. El año pasado se conmemoró el 90 aniversario de la Revolución de Octubre, un acontecimiento que, desde un punto de vista marxista, fue el más grande de la historia. Incluso aquellos que no comparten esta opinión, los enemigos más implacables de la revolución rusa y todo lo que representa, no pueden poner en duda la importancia de esa revolución. Se incluye en la categoría de estos grandes puntos de inflexión históricos, como la Revolución Francesa, la Reforma o la Primera y Segunda Guerra Mundial, a los que habitualmente hacemos referencia en términos de "antes" y "después".
La Revolución de Octubre fue un hecho extraordinario y que no tiene precedente histórico. Como escribe Trotsky en al Prólogo del libro: "En los dos primeros meses del año 1917 reinaba todavía en Rusia la dinastía de los Romanov. Ocho meses después estaban ya en el timón los bolcheviques, un partido ignorado por casi todo el mundo a principios de año y cuyos jefes, en el momento mismo de subir al poder, se hallaban aún acusados de alta traición. La historia no registra otro cambio de frente tan radical, sobre todo si se tiene en cuenta que estamos ante una nación de ciento cincuenta millones de habitantes. Es evidente que los acontecimientos de 1917, sea cual fuere el juicio que merezcan, son dignos de ser investigados".
Aquellos que condenan la revolución bolchevique como un golpe de estado, es decir, como el acto de una minoría no representativa, aún tienen que explicar cómo es posible que una minúscula minoría de conspiradores sea capaz de mover a millones de hombres y mujeres para que actúen contra sus propios intereses. Llegados a este punto abandonamos el reino de la ciencia y entramos en la visión mística de la historia, como si la historia fuera obra de "grandes individuos", que deciden su curso mediante el bien o el mal. No hay duda de que Lenin y Trotsky eran grandes revolucionarios. ¿Pero por qué esa grandeza no fue suficiente para derrocar el zarismo en 1905 o en 1912, o, por esa misma razón, para derrocar el capitalismo en febrero de 1917?
Para cualquier persona medianamente inteligente está claro que la teoría de la historia como el producto de individuos malos o buenos no explica nada. La teoría materialista no niega de ninguna manera el papel del individuo en la historia. Basta con señalar que en el otoño de 1917, sin la presencia de dos hombres, Lenin y Trotsky, la revolución no habría tenido lugar en las mismas líneas. Pero para que Lenin y Trotsky pudieran jugar un papel decisivo en los acontecimientos primero era necesario que la historia preparase una concatenación particular de circunstancias. Era necesario que los trabajadores y campesinos de Rusia vivieran acontecimientos titánicos que los sacaran del letargo y la rutina, que sacudiesen sus costumbres y tradiciones, que los empujara hacia el camino de la lucha. Era necesario para ellos pasar por la escuela del reformismo después de febrero y sacar las conclusiones necesarias de su experiencia.
La posibilidad de la revolución se basaba en estos factores, que crearon una correlación de fuerzas de clase favorables para la transferencia del poder al proletariado. Pero en muchas ocasiones, antes y después, han existido condiciones objetivas igualmente favorables para la revolución sin que culminasen en una transformación revolucionaria. La diferencia decisiva en la Rusia de 1917 fue la presencia del factor subjetivo: el partido y dirección revolucionaria.
Si no hubiera existido el Partido Bolchevique, o si, en lugar de Lenin y Trotsky hubiesen estado al frente Stalin, Kámenev o Zinoviev, sin duda la Revolución de Octubre nunca se habría producido. En ese caso, los historiadores burgueses y reformistas, de ayer y de hoy, hubieran escrito historias señalando la total imposibilidad de llevar a cabo la revolución socialista en la atrasada Rusia zarista. Ridiculizarían las ideas de Lenin y Trotsky por utópicas debido a la debilidad de la clase obrera, a su bajo nivel de educación, el poder del Estado zarista, el tamaño de su ejército, su omnipresente policía secreta y otras cosas por el estilo. Sí, a los reformistas nunca les faltan argumentos para "demostrar" la imposibilidad de la revolución.
Estos argumentos no son nuevos. Los reformistas y demás defensores del status quo han cantado la misma canción a lo largo de la historia, y aún hoy en día la cantan. Son argumentos contra la posibilidad de las revoluciones en general. Pero a pesar de toda la sabiduría de los reformistas, las revoluciones han ocurrido en el pasado y ocurrirán en el futuro.
La necesidad de la revolución
Es imposible comprender la historia de nuestra época sin haber estudiado en profundidad la revolución rusa y los grandes acontecimientos históricos que de ella derivaron. Ninguna persona inteligente puede ignorar esta realidad. Es un hecho extremadamente inconveniente para aquellos que defienden tercamente el status quo, que se inclinan ante el sistema capitalista (la "economía de libre mercado") en ese estado de reverencia que normalmente está reservado a la religión, pretendiendo que las actuales relaciones socio-económicas siempre han existido y, por consiguiente, siembre deben existir (de ahí "el final de la historia").
Para este tipo de personas la revolución en general es la fuente de todos los males. Nada bueno, dicen ellos, puede salir de ahí. Y señalan de modo triunfal el colapso de la Unión Soviética como la prueba definitiva de su teoría. Sin embargo, incluso la consideración más superficial de la historia demuestra inmediatamente la falsedad de este argumento. Las revoluciones son acontecimientos raros y, por tanto, es fácil presentarlas como simples aberraciones, desviaciones de la norma imaginaria de cambio lento, pacífico y evolutivo de la historia. Estas desviaciones de la "norma" son consideradas de la misma forma que la locura; en realidad, para los filisteos, las revoluciones son indistinguibles de la locura.
El intento de establecer una línea rígida de demarcación entre la evolución y la revolución carece de cualquier base científica. La historia, como la evolución en el reino animal, conoce largos períodos de cambio gradual (conocido por los científicos como stasis), pero también conoce la transformación repentina, cuando el proceso natural de cambio experimenta una aceleración extrema. En la naturaleza estos períodos se caracterizan por la extinción de especies anteriormente dominantes y el surgimiento de otras especies.
Durante un largo período de tiempo muchos han negado esta idea. Pero los descubrimientos de la paleontología moderna, principalmente asociados al nombre de Stephen Jay Gould, han establecido de manera definitiva que la línea de la evolución no es gradual, una curva ascendente e ininterrumpida, sino una línea rota a intervalos por acontecimientos espectaculares como la Explosión Cámbrica. Además, estos períodos de rápida aceleración juegan un papel muy importante en el desarrollo de las especies. Sin ellos, nuestra propia especie nunca se habría desarrollado, el planeta aún estaría dominado por organismos unicelulares y la discusión sobre el significado de la Revolución Rusa sería un tanto irrelevante.
Las revoluciones y las guerras han moldeado de una manera muy decisiva la historia humana. Se producen debido a la existencia de contradicciones insolubles en la sociedad de clases. La sociedad humana, al menos hasta el momento actual, nunca se ha desarrollado de una manera planificada. Como Trotsky señala, no está organizada como una máquina que un ingeniero pueda reparar, sustituir las piezas gastadas y poner otras nuevas. Todo lo contrario, las caducas relaciones de propiedad, las leyes, estructuras estatales, la moralidad y la religión pueden continuar existiendo mucho después de que se haya agotado su utilidad histórica.
Durante un período de tiempo largo, los hombres y las mujeres pueden tolerar esta situación. La gente no recurre de buena gana a la revolución, sino sólo como el recurso final. Cuando las contradicciones han alcanzado un punto insoportable, la sociedad entra en una fase equivalente a lo que es conocido en física como estado crítico. La cantidad se transforma en calidad. Eso es lo que significa una revolución. Para liberarse de toda la basura acumulada, la sociedad está obligada a recurrir a medidas revolucionarias. Lejos de ser un acto de locura y una desviación de la norma, las revoluciones juegan un papel necesario, sin ellas, la humanidad nunca podría haber avanzado a un estado superior de desarrollo.
Este hecho, demostrado por toda la historia de los últimos 10.000 años, es profundamente difícil de aceptar para los curas, pacifistas, políticos reformistas y todos los defensores del status quo. Consideran la situación actual, sus relaciones económicas, su moralidad y religión, como algo eterno e inmutable. Pasan por alto el inconveniente de que el capitalismo es un fenómeno histórico relativamente reciente, que debe su existencia a revoluciones e insurrecciones violentas de todo tipo, comenzando con la Reforma del siglo XVI. Este primer intento de la burguesía de desafiar el orden católico-monárquico-feudal llevó a una serie de guerras sangrientas por motivos religiosos que a lo largo de cien años devastaron grandes extensiones de Europa.
De este caos sangriento nació la primera República Holandesa, la primera nación capitalista libre sobre el planeta. La revolución burguesa inglesa del siglo XVII, cuando Oliver Cromwell y sus compañeros ajustaron cuentas con la monarquía con métodos revolucionarios, incluida la separación de la cabeza del rey de sus hombros, fue la siguiente victoria decisiva de la burguesía. Más tarde, es verdad, la burguesía inglesa, temerosa de las consecuencias de sus propios actos, invitó al hijo gandul de Carlos para que regresara de Francia y gobernara en colaboración con el parlamento burgués. El primer acto de Carlos II fue desenterrar el cadáver de Cromwell y colgarlo.
Durante mucho tiempo después la burguesía ha hablado con desprecio de su propia revolución calificándola como "la gran rebelión". El historiador del siglo XIX, Thomas Carlyle, escribió que, antes de que pudiera escribir una historia decente sobre Cromwell, primero tuvo que desenterrar su cuerpo de debajo de un montón de perros muertos. De la misma manera, la burguesía francesa, en el doscientos aniversario de la gran Revolución Francesa, desplegó una actitud miserable y maliciosa hacia los jacobinos, presentando los acontecimientos de 1789-1793 como un período lamentable de violencia y caos. Hubo algunos que incluso dijeron que a Francia ¡le habría ido mejor si Luis XVI y María Antonieta hubieran permanecido en el puesto!
Si la burguesía teme alabar las revoluciones que liberaron a la sociedad del feudalismo hace doscientos o trescientos años, ¿cómo se puede esperar una actitud objetiva hacia esas revoluciones donde la clase obrera intentó liberarse de la dictadura del Capital? Después de situarse sana y salva en el poder, la burguesía se convenció a sí misma de que las revoluciones son siempre algo malo. Pagan a un ejército de escribas profesionales y prostitutas a sueldo con licenciaturas universitarias para que escriban historias que falsifican los hechos, que presentan las revoluciones de una manera oscura y a todos los revolucionarios como si fueran monstruos sedientos de sangre. El valor científico de estas obras es cero. Pero su valor político para los banqueros y capitalistas es incalculable.
¿Fue un golpe Octubre?
En el Prólogo de su obra, Trotsky hace una pregunta fundamental: ¿qué es una revolución? Y responde de la siguiente manera:
"El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen".
Y continúa: "La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos".
Aquí tenemos la respuesta final a aquellos que intentan calumniar a los bolcheviques como enemigos de la democracia. La verdad es que la Revolución de Octubre fue la revolución más democrática y popular de la historia. Millones de trabajadores y campesinos se movilizaron por la transformación revolucionaria de la sociedad bajo la dirección del Partido Bolchevique. Y el régimen que nació de Octubre fue el más democrático que ha conocido jamás cualquier país.
Los enemigos de Octubre intentan presentarlo como un simple golpe, planeado y ejecutado por los bolcheviques a espaldas de las masas. El libro de Trotsky demuestra lo contrario. Todo el trabajo de los bolcheviques, particularmente después de que Lenin regresara en abril y comenzase a reorientar el partido, se basó en el objetivo de ganar a las masas. Significaba sobre todo ganar la mayoría en los soviets, donde los bolcheviques al principio eran una pequeña minoría.
Es una realidad constatada que cuando las masas comienzan a entrar en el camino de la revolución lo primero que hacen es adoptar la línea de menor resistencia. De manera inevitable giran hacia los partidos y dirigentes ya conocidos, que normalmente son reformistas o centristas. Estos prometen un futuro maravilloso sólo si las masas son pacientes. Les piden que dejen a un lado sus reivindicaciones inmediatas y esperen a las elecciones, a la asamblea constituyente, a la maquinaria del parlamento, a los resultados de interminables debates y a los sofismas "democráticos" de los abogados. En el caso de Rusia eso significaba renunciar a un rápido final de la guerra, al pan y a la tierra, y contentarse con los discursos y más discursos que les ofrecían los reformistas
Los bolcheviques en todo momento se basaron en las masas. Lenin llevó a cabo una lucha incansable contra los ultraizquierdistas, que inmediatamente plantearon la consigna de "no al gobierno provisional" en un momento en que la mayoría de la población oprimida aún tenían ilusiones en los dirigentes mencheviques y social-revolucionarios. Lenin consideraba que antes de que los bolcheviques pudieran conquistar el poder, primero debían "conquistar" a las masas, y que esto se debía hacer mediante la combinación de su propia experiencia y el trabajo paciente de los bolcheviques entre ellas. Esta táctica se resumió en una frase de Lenin: "¡explicar pacientemente!"
El aprendizaje de las masas requiere tiempo y experiencia. La conciencia humana como norma no es progresista, menos aún revolucionaria. En general es profundamente conservadora. Los hombres y las mujeres normalmente se aferran a lo familiar, a lo conocido, se resisten a las nuevas ideas y al cambio. Pero en determinados períodos, cuando las formas sociales existentes se han convertido en un freno absoluto para los medios de producción, cuando las viejas ideas, costumbres y moralidad entran en conflicto con las necesidades apremiantes de la gente, la psicología de las masas puede experimentar transformaciones muy rápidas. Trotsky escribe:
"Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de espíritu de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El rezagamiento crónico en que se hallan las ideas y relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento mismo en que éstas se desploman catastróficamente, por decirlo así, sobre los hombres, es lo que en los períodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policiacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los "demagogos"".
En una revolución todo se convierte en su contrario. En las palabras de la Biblia: "los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos". Podemos observar lo mismo en cualquier huelga. Los trabajadores de una fábrica determinada pueden permanecer pasivos durante muchos años. Sobre la superficie parece que nada sucede, pero debajo de esa superficie de calma hierve un sentimiento de descontento. Tarde o temprano, por un pequeño incidente, el ambiente subterráneo de descontento irrumpe en la superficie en forma de una huelga. En toda huelga podemos ver el cambio de ambiente que se produce entre los trabajadores. Sectores antes atrasados, pasivos e inertes entran en acción. Pueden incluso saltar sobre las cabezas de la capa políticamente más avanzada y organizada. No es casualidad que Lenin afirmara, en 1917, que las masas siempre son cien veces más revolucionarias que la mayor parte del partido revolucionario.
En julio, los bolcheviques habían conseguido ganar a la capa más avanzada de los trabajadores y marineros de Petrogrado. Habría sido posible para ellos tomar el poder en ese momento. Si Lenin y Trotsky hubieran querido llevar a cabo un golpe, como pretenden sus críticos burgueses, ese habría sido el momento de hacerlo. La gran mayoría de los trabajadores y marineros en Petrogrado querían tomar el poder. Estaban impacientes. Pero Lenin y Trotsky intentaron contenerlos. ¿Por qué? Porque comprendían que era necesario ganar a una mayoría decisiva de los trabajadores y soldados, que aún no habían entendido el papel de los dirigentes reformistas.
Nada más perjudicial que separar a la vanguardia de las masas sobre la base de un ambiente temporal de frustración e impaciencia. Es verdad que los bolcheviques podrían haber tomado el poder en el rojo Petrogrado en el mes de julio. Pero las fuerzas contrarrevolucionarias se habrían levantado en las provincias más atrasadas y, enviado a los soldados del frente contra Petrogrado, podrían haber aplastado la revolución. Entonces, la revolución rusa habría entrado en los anales de la historia como otra derrota heroica, como la Comuna de París.
La cuestión del golpe no se planteó porque Lenin y Trotsky eran marxistas, no aventureros ultraizquierdistas. Nunca se les ocurrió plantear la cuestión del poder antes de que estuvieran seguros de haber ganado a la aplastante mayoría de los trabajadores y marineros. Consiguieron garantizar la mayoría decisiva en el congreso de los soviets, el órgano más representativo y democrático de poder popular en toda Rusia. Sólo entonces se movieron para tomar el poder, una acción que contó con el apoyo entusiasta de las masas. Precisamente por esa razón, la toma del poder fue algo tan pacífico. Fue pacífico porque, en el momento de la verdad, nadie estaba dispuesto a luchar y morir por el gobierno provisional, en completa bancarrota política. La victoria fue el resultado de nueve meses de trabajo paciente, agitación y propaganda del Partido Bolchevique bajo la dirección de Lenin y Trotsky.
Destino histórico de Octubre
En los últimos dieciséis años, desde la caída de la URSS, ha nacido todo un nuevo género literario histórico. Más que un género es toda una nueva industria y, además, es una industria muy lucrativa. Cada año aparecen una nueva pila de libros y artículos en el mercado, cada uno con "nuevas y inesperadas revelaciones" sobre Lenin, Trotsky y los bolcheviques. El propósito de esta nueva y rentable línea de producción está bastante claro. En absoluto es servir a los intereses de la verdad histórica o avanzar en la investigación científica, sino ensuciar el nombre de los líderes de la Revolución Rusa y cubrirlos con nuevas calumnias.
Para cualquier estudiante serio de la historia del bolchevismo y la Revolución Rusa sería fácil rechazar estas ideas como cuentos de hadas infantiles. Pero los cuentos de hadas, cuando se repiten con la suficiente frecuencia, tienden a introducirse en la conciencia colectiva. Y como todo buen cuento de hadas al final tiene su moraleja. La moral que se nos invita a sacar de todo esto es bastante clara: no intentéis cambiar la sociedad, porque las revoluciones siempre terminan en una catástrofe. Por lo tanto, tienes que estar contento con lo que tienes porque cualquier otra cosa que pase el límite será peor.
¿Estaba justificada la Revolución de Octubre? La caída de la URSS parece demostrar lo contrario. En la actualidad, hay una campaña feroz para desacreditar las ideas del socialismo y "demostrar" que la revolución rusa fue una gigantesca aberración, un error histórico que habría sido mejor evitar. Pero en primer lugar, lo que fracasó en la Unión Soviética no fue el socialismo, en el sentido comprendido por Marx, Engels, Lenin y Trotsky, sino una caricatura monstruosa, burocrática y totalitaria de socialismo. En segundo lugar, el argumento con frecuencia repetido de que la Revolución de Octubre no consiguió nada, es palpable y enérgicamente falso.
La Revolución de Octubre fue un acto tremendo de emancipación social. Acabó con cientos de años de opresión zarista. Despertó a las masas a la vida política, fue una inspiración para toda una generación. Los ideales democráticos y socialistas no sólo atrajeron a las masas explotadas y oprimidas. También inspiraron a los mejores artistas e intelectuales, que irresistiblemente fueron arrastrados a la causa de la revolución. En una era de apostasía y cinismo, cuando la misma idea de construir un mundo nuevo y mejor se topa con los desprecios conocidos de la tribu de fariseos y renegados, es difícil imaginar el espíritu de liberación que nació de la Revolución Rusa.
A pesar de todos los horrores del estalinismo, la Revolución de Octubre demostró en la práctica la superioridad de la economía planificada nacionalizada. Demostró que era posible dirigir la economía de un enorme país sin terratenientes, banqueros ni capitalistas privados. En las palabras de León Trotsky, demostró la superioridad del socialismo, no en el lenguaje de El Capital de Marx, sino en el lenguaje del cemento, hierro, acero, carbón y electricidad. Gracias a las ventajas colosales de la economía nacionalizada planificada, la URSS hizo notables avances en educación, ciencia, arte y cultura. Un territorio donde grandes sectores de la población eran analfabetos antes de Octubre, experimentó una revolución cultural jamás conocida antes por la historia.
En las últimas décadas de existencia de la URSS, a pesar de todo el daño infligido por la corrupta e ineficaz burocracia, su economía era moderna y altamente desarrollada. Tenía más científicos y técnicos que EEUU, Gran Bretaña y Alemania juntos. Eran científicos muy buenos, como demostraron los éxitos brillantes del programa espacial soviético. Incluso la CIA tuvo que admitir que, en ese terreno, la URSS estaba, al menos, diez años por delante de EEUU.
¿Entonces, si la URSS estaba tan desarrollada, por qué colapsó? La pregunta es manifiesta y la respuesta la dio Trotsky en 1936, en una de las obras más importantes del marxismo: La revolución traicionada. En este libro, Trotsky explica que una economía planificada nacionalizada necesita de la democracia como el cuerpo humano necesita oxígeno. Con esta idea no quería decir la miserable caricatura de la democracia burguesa formal, que sólo es una hoja de parra para encubrir la dictadura de los grandes bancos y monopolios, sino una verdadera democracia obrera donde las masas ejerzan el control directo sobre la industria, la sociedad y el Estado, a través de consejos elegidos democráticamente (soviets) sometidos a la constante revocación.
El aislamiento de la Revolución Rusa, en condiciones de extremo atraso cultural y económico, fue el terreno donde prosperó la burocracia, hasta expulsar gradualmente a los trabajadores de los soviets y concentrar el poder en sus propias manos. Bajo Stalin, todas las conquistas políticas de la Revolución de Octubre fueron eliminadas. La burocracia se constituyó en una casta dominante que se elevó por encima de la clase obrera y gobernó en su nombre.
Como cualquier otra clase o casta dominante en la historia, la burocracia utilizó el Estado para defender su poder y privilegios. Todos los elementos de democracia obrera fueron eliminados brutalmente y sustituidos con una dictadura totalitaria repulsiva. Esa burocracia voraz, socavó y destruyó la economía nacionalizada planificada. Finalmente, la tierra de Octubre retrocedió al capitalismo. Hoy en día los antiguos dirigentes del PCUS que solían hablar de "socialismo" y "comunismo" cantan alabanzas a la economía de mercado. Tienen razones para ello porque han saqueado el estado y se han convertido en los propietarios de los grandes monopolios privados.
Lo que no pueden explicar es cómo una nación que, en 1917 estaba más atrasada que Pakistán hoy, consiguió transformarse rápidamente en la segunda nación más poderosa del planeta. La URSS consiguió, sin ayuda, derrotar a la Alemania de Hitler que disponía de todos los recursos de Europa. De igual forma consiguió, después de la guerra y sin la ayuda del Plan Marshall, reconstruir un país que había perdido 27 millones de personas, más que el resto de los países juntos.
Y ¿qué dicen hoy estos admiradores del capitalismo sobre la Rusia actual? La restauración del capitalismo no ha supuesto ningún beneficio para los pueblos de la antigua URSS. El regreso al capitalismo ha traído miseria para la aplastante mayoría de la población. Ha provocado el resurgimiento de todas las características más repugnantes y degeneradas del pasado bárbaro de Rusia: suciedad e ignorancia, superstición y pornografía, la Iglesia Ortodoxa y la prostitución, antisemitismo y el fascismo de las Centurias Negras. Junto con el colapso del servicio sanitario, tenemos una epidemia sin precedentes de enfermedades, alcoholismo, drogas y SIDA. Como pronosticó Trotsky, el regreso al capitalismo en la Unión Soviética ha provocado un declive sin precedentes de las fuerzas productivas. Sus efectos en todas las esferas de la ciencia, el arte, la música y la cultura en general han sido catastróficos.
En lugar del monstruoso régimen corrupto de la burocracia estalinista, tenemos el aún más monstruoso y corrupto régimen de Putin. En vano, los fariseos burgueses de occidente retuercen sus manos y se quejan. Trabajaron duro por la restauración del capitalismo en Rusia y con la ayuda incalculable de la burocracia, consiguieron lo que querían. Pero este es el único tipo de capitalismo que el pueblo de Rusia puede esperar.
La existencia de enormes reservas de gas y petróleo, la demanda de materias primas rusas, han creado el actual boom económico inestable que ha dado al régimen una apariencia temporal de consistencia. Pero debajo de la superficie se está acumulando un tremendo descontento. Se están creando las condiciones para una explosión tras otra.
Si en Rusia hubiera existido un Partido Bolchevique verdaderamente leninista, incluso con los 8.000 militantes que el partido tenía en marzo de 1917, la crisis del régimen rápidamente podría haber llevado al derrocamiento de la decrépita burguesía rusa y el regreso a un régimen de democracia soviética leninista a un nivel superior que en 1917. Pero décadas de totalitarismo estalinista destruyeron casi totalmente el legado del leninismo. El Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) es un partido comunista sólo de nombre, y ha demostrado su incapacidad orgánica de proporcionar una dirección revolucionaria.
La nueva generación de trabajadores rusos necesitará tiempo para recuperar su fuerza y volver a descubrir el camino de la revolución socialista. Eso sólo se puede conseguir regresando a las ideas, programa y tradiciones del bolchevismo-leninismo. Redescubrirán las ideas verdaderas y profundas de Lenin y, sobre todo, de su fiel compañero de armas, el defensor infatigable de los ideales de Octubre, ese gran marxista, revolucionario y mártir de la clase obrera: León Davidovich Trotsky.
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