Anibal Montoya
La muerte de Manuel Marulanda “Tirofijo”, el legendario dirigente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), reabre un debate sobre las perspectivas para las FARC y para la lucha de clases en Colombia. En los últimos meses, las FARC recibieron golpes duros con el asesinato de dos de sus principales dirigentes, Raul Reyes e Iván Ríos, números 2 y 4 respectivamente de la dirección de la organización guerrillera. No obstante, las FARC aún controlan una buena parte del territorio colombiano (fundamentalmente en las selvas) y mantienen una presencia activa con más de 15.000 combatientes.
La persistencia de las FARC durante cuatro décadas está enraizada en causas sociales y económicas muy profundas: el atraso del país, la concentración de la tierra en manos de los terratenientes, la opresión de los campesinos pobres y los trabajadores, y las lacras generadas por un capitalismo decadente: droga, pobreza, miseria, etc.
Colombia se ha convertido en el principal baluarte del imperialismo norteamericano en Sudamérica. Al frente del país está un psicópata reaccionario, Álvaro Uribe, firmemente apoyado por la oligarquía terrateniente e industrial, y con sólidos vínculos con los grupos paramilitares que en los últimos 15 años asesinaron a más de 4.000 activistas sindicales y dirigentes populares.
Origen del conflicto armado en Colombia
Las FARC nacieron en 1964, pero sus antecedentes se remontan a 1948, cuando fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, candidato presidencial y dirigente del ala izquierda del Partido Liberal. Este asesinato provocó un estallido insurreccional de las masas campesinas que dio lugar al surgimiento de las primeras guerrillas colombianas.
Las FARC estuvieron vinculadas históricamente al Partido Comunista colombiano. Por la influencia estalinista, el PC defendía posiciones reformistas y nacionalistas, sustituyendo la lucha por el socialismo por un acuerdo imposible con una inexistente burguesía “progresista”. Esto los condujo a una vía muerta. De ahí que las FARC, en estos 45 años de existencia, no se fijaran el objetivo del socialismo sino “presionar” a la burguesía colombiana para que se sentara a negociar y aceptara una Reforma Agraria y otras demandas democráticas. Pero la expropiación de los terratenientes está indisoluble-mente vinculada a la expropiación de los capitalistas y banqueros en las ciudades, porque todos ellos forman una sola y misma clase. No puede separarse la reforma agraria de la lucha por el socialismo.
Por eso, todas las negociaciones habidas entre las FARC y los sucesivos gobiernos terminaron en fracaso. Así, cuando en los años 80 las FARC declararon un alto el fuego y organizaron un partido legal, la Unión Patriótica, para explorar la vía parlamentaria, la clase dominante respondió asesinando a más de 3.000 militantes -incluidos tres candidatos presidenciales- utilizando la policía y los paramilitares.
La táctica de Uribe
Puede sorprender que un canalla reaccionario como Álvaro Uribe haya ganado dos elecciones presidenciales consecutivas. No obstante, en las últimas celebradas en 2006, la abstención fue del 60%. Colombia tiene un régimen semidictatorial y funciona como un campamento militar de los EEUU con la excusa de la “guerra al narcotráfico” Por lo tanto, el fraude electoral está presente en muchas zonas. Lo realmente llamativo fue el gran desempeño de la coalición de izquierda, el Polo Democrático (basada en el antiguo PC), que quedó en segundo lugar con el 22% de los votos, y que gobierna la Intendencia de Bogotá desde el 2003.
Tampoco puede desconocerse el gran cansancio que hay en la población tras décadas de lucha guerrillera que no llevó a ningún resultado decisivo. A esto debe sumarse que, en su desesperación por conseguir resultados prácticos, en algunos momentos las FARC recurrieron a atentados indiscriminados y a tácticas de secuestros masivos que fueron utilizados por la burguesía y el imperialismo para ganarse el apoyo de las clases medias y sectores atrasados políticamente de los trabajadores y campesinos para su política de “mano dura”.
Pese a todo, en los últimos años se aprecia claramente una revitalización de las luchas obreras y populares en Colombia. Hubo varios paros generales, y también movilizaciones masivas contra la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con EEUU. También hubo marchas de indígenas y campesinos, y luchas estudiantiles en la Universidad. La clase obrera, pese a los golpes recibidos, ha demostrado un gran nivel de combatividad y organización.
Uribe, bajo la presión de EEUU, ha boicoteado una y otra vez la entrega pactada de rehenes de las FARC para dinamitar cualquier posibilidad de un acuerdo de paz, como también lo demostró asesinando a Raul Reyes en territorio ecuatoriano.
Enfrentada a un movimiento obrero en ascenso y al surgimiento de una alternativa política a la izquierda a la burguesía colombiana le interesa mantener vivo “el problema guerrillero” para justificar ante la población la restricción a los derechos democráticos, las detencio-nes indiscriminadas y el asesinato de dirigentes populares.
Además, el mantenimiento de un “frente de guerra” interno le permite a Colombia y EEUU justificar la militarización creciente de Colombia en la perspectiva de lanzar una guerra contra Venezuela, como última carta, para intentar derribar el gobierno de Chávez, destruir la revolución venezolana e impedir su extensión al resto de América Latina.
El eje revolucionario debe estar en las ciudades
Los límites de la lucha guerrillera están claros en Colombia. Durante 40 años el frente de batalla se mantuvo relativamente estable, y podrían pasar otros 40 años sin que nada cambie fundamentalmente. Incluso en un país con un campesinado numeroso, como Colombia, los resortes vitales de la sociedad no están anclados en el campo, sino en las ciudades. Es aquí donde se reúnen los centros político y económico, y los principales nudos de transporte del país.
Ningún régimen podría mantenerse en pie con una huelga general revolucionaria que paralizara el país, comenzando por las ciudades, no ya un mes sino una sola semana, y donde las masas trabajadoras ocuparan los campos y las fábricas, las oficinas y los centros oficiales, y organizaran sus propios órganos de poder. Es para esta perspectiva adonde deberían orientarse las energías principales de los cuadros revolucionarios.
¿Deben, entonces, autodisolverse las FARC? En absoluto. Las FARC pueden y deben jugar un papel muy útil, pero actuando como un complemento a la lucha de las ciudades, poniéndose a disposición de los trabajadores y de las comunidades campesinas, para ayudar a formar y armar Comités de Autodefensa Obrera y campesina con los que enfrentar a los sicarios de la patronal y a los paramilitares.
La revolución colombiana debe combinar la lucha armada en el campo con un movimiento insurreccional de masas en las ciudades dirigido por la clase obrera y un partido revolucionario enraizado en las masas. Pero, insistimos, las FARC deben actuar como elemento de apoyo y no como el eje de la lucha revolucionaria.
La política de ajuste de Uribe, la firma del Tratado de Libre Comercio con EEUU que debilitará aún más la economía colombiana, más la crisis general del capitalismo, llevarán a un despertar tormentoso de la lucha de clases en Colombia que no podrá detener las acciones paramilitares ni el ejército.
Sobre la base de la experiencia y de los efectos de los movimientos revolucionarios que golpean sus fronteras en Venezuela y Ecuador, la clase obrera y el campesinado pobre colombiano se elevarán hasta sus tareas históricas en la lucha por el socialismo.
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