Todavía el crash financiero no se ha convertido en depresión generalizada, pero ya comienza a afectar no solamente la economía real estadunidense y europea sino también a las economías periféricas, como la argentina, la mexicana y la brasileña. Dicho sea de paso, es fantástico cómo hay todavía gobiernos que dicen: “la crisis no nos afectará”, más como exorcismo que como previsión, y la enormidad de la inconsciencia de quienes elaboraban presupuestos y hacían extrapolaciones, hace pocas semanas, como si sus negocios o las economías de sus países estuviesen localizados en Marte y no en este mundo unificado por el capital financiero.
También es asombrosa la rapidez con la que los neoliberales más empedernidos pasan ahora a proponer medidas keynesianas, distribucionistas, a un Estado salvador que hasta ayer aborrecían. Los necios esperan todo de la Divina Providencia, laica o celestial, y no conocen, como el vulgo, lo de “a Dios rogando y con el mazo dando”…
Lo que es evidente es que el efecto del crash actual, y mucho más aún de la gran ola que aún no ha llegado, afectará a todos los países latinoamericanos, pero en forma diferente. Cuba, por ejemplo, ya destrozada por el bloqueo y por los huracanes que no cesan, deberá enfrentar en lo inmediato la creciente importación de alimentos, la caída del precio del zinc que exporta, un precio del petróleo que se reducirá pero nunca demasiado, la caída previsible del turismo europeo a la isla y hasta la disminución de la ayuda venezolana, porque la reducción del precio del petróleo no impedirá los planes nacionales de Hugo Chávez pero sí dificultará su ayuda a otros países o la creación de costosas infraestructuras. Bolivia, en cambio, podría incluso beneficiarse a corto plazo, porque Estados Unidos se está lamiendo las heridas y no estaría dispuesto a una aventura más en América Latina; mientras los gobiernos argentino y brasileño, por su parte, no ayudarán a los soyeros de la Media Luna ni quieren inestabilidad en sus fronteras. Las pocas manufacturas que Bolivia exporta, si Estados Unidos no las adquiriese, podrían, a pesar de todo, ser vendidas a Venezuela. Los prefectos ultraderechistas quedarían así aún más solos frente a un gobierno más firme.
Ecuador, que vende petróleo, flores y bananas, tiene por su parte un gobierno fuerte y un ingreso asegurado, porque el precio del combustible no caerá a pique, ya que el invierno en el hemisferio norte mantendrá la demanda domiciliaria aunque las demás se reduzcan. Es cierto que Bolivia, Ecuador, los países centroamericanos y México se verán muy afectados por la disminución de las remesas de sus emigrantes y hasta por el retorno de parte de los mismos a mercados donde no hay trabajo, pero esa misma situación podría impulsar a la izquierda salvadoreña hacia el gobierno y radicalizar a toda Centroamérica, que se verá muy desestabilizada por la crisis.
La lucha de los sectores burgueses tradicionales ligados al capital financiero internacional contra los otros sectores que apuntan hacia el desarrollo y al reforzamiento del mercado interno, muy probablemente se agudizará en Venezuela, Ecuador, Argentina y Brasil.
También aumentará la disputa entre los países por descargar la crisis al vecino, como se ve ya en el Mercosur, entre Brasil, con su real devaluado, y Argentina, que de repente carece de los turistas brasileños y deja de vender automóviles y ropa cara para tener que defenderse, en cambio, de una invasión de mercancía brasileña barata que aumentará el desempleo local y la pobreza.
La caída del precio de la soya y de los alimentos, por otra parte, reducirá el cobro de impuestos en los países que se basan en esas exportaciones y alentará la emigración de capitales. En lo inmediato, por lo pronto, echó ya por tierra no sólo los presupuestos recién elaborados sin tener en cuenta la situación internacional sino también a los fantasiosos proyectos, como la construcción de un tren bala en Argentina o el pago de la deuda de ese país al Club de París.
China, que es capitalista, está interesada en salvar a Estados Unidos, que le debe un millón de millones de dólares, y donde ha invertido 500 mil millones más en hipotecas podridas de Fanny Mae y Freddie Mac o en bonos del Tesoro y empresas que se tambalean. Como el crash económico en Estados Unidos significaría la reducción de sus exportaciones, o sea, del empleo y el surgimiento de graves problemas sociales y hasta posibles motines campesinos y urbanos, no está como para ayudar a los países latinoamericanos.
El “modelo” chino no es pues proponible en Cuba ni en ninguna parte. La única solución consiste en osar, en innovar. En juntar los créditos y las divisas de los países sudamericanos en un banco de desarrollo capaz de salvar a Paraguay y Uruguay, así como de ayudar a Bolivia, pero también de poner parches en las economías de otros países más grandes. O en preservar antes que nada los empleos, para mantener el consumo, reorganizando los sistemas impositivos actuales (los pobres, con el IVA, pagan más y pagan siempre mientras los ricos evaden sus impuestos).
Consiste sobre todo en hacer obras públicas para dar trabajo y asegurar los consumos, y en reforzar la sanidad, la educación, el seguro social, estatizando sin pago a las empresas que no cumplan con las leyes sociales, en controlar el sistema bancario, en elevar el nivel de vida y de capacitación de los trabajadores.
La actual carencia de una izquierda anticapitalista, con un plan coherente de alternativa a la política del gran capital y una visión mundial e internacionalista, es un factor que ayuda al capital en su intento por hacer que su crisis la paguen, como siempre, los trabajadores. Por eso hoy, prioritariamente, hay que discutir qué hacemos y cómo nos unimos las víctimas del tsunami contra quienes siempre provocan este tipo de desastres.
Guillermo Almeyra
La Jornada
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