jueves, octubre 23, 2008

O socialismo ‘utópico’ o capitalismo ‘científico’


Por lo que hoy en el mundo se oye y se lee -o ni se lee ni se oye-, parecerían carentes de significado conceptos como clases sociales, explotación del hombre por el hombre (o de unos seres humanos por otros, para usar una versión libre de machismo), relaciones de producción, lucha de clases y otros por el estilo. La moda imperante los arrincona como si fueran invenciones de una teoría trasnochada, y los quisiera convertir en pieza de museo junto con el hacha de piedra, la rueca y otras antiguallas. Pero a esa condición no se han reducido el Estado -que las naciones poderosas intentan debilitar en las más pobres, para sojuzgarlas con mayor facilidad, mientras cuidan el poder del suyo- ni otros instrumentos que las sociedades hasta ahora existentes han empleado para hacerse valer.
Las maniobras para que aquellos conceptos parezcan expresiones sin sentido, o se extingan sin dejar huellas en la memoria colectiva, sirven a los poderosos, cuya cúpula hegemónica, el imperialismo, hace casi un siglo alguien ahora fuera de moda llamó fase superior -objetivamente culminante- del sistema capitalista. Una trama internacional cada vez más implacable -reforzada con recursos fascistas si es menester- calza la índole totalitaria del imperialismo, con voceros que han querido que se le considere cosa del pasado, y hasta borrar su nombre, para que pase como una naturaleza social o única realidad a la que puede aspirarse. A los pueblos que no hayan alcanzado el "esplendor" con que se viste el poderío imperialista les quedaría aceptar su desventaja y someterse a las fuerzas hegemónicas, aunque ellos sean la inmensa mayoría de la humanidad.
Los beneficiarios de semejantes maniobras han capitalizado la crisis sufrida en los últimos años del siglo XX por el socialismo. Pero este, como sistema sociopolítico mucho más joven e imperfecto que las aspiraciones representadas en él, nació y en sus mejores momentos vivió en crisis, con graves déficits y desafíos internos y sitiado por enemigos poderosos. Siempre, y sobre todo a medida que en la práctica, en distintos lares, se alejó de los ideales de justicia y de soltura humanas que debían caracterizarlo, su mismo nombre sufrió el descrédito favorecido por la propaganda enemiga, que aprovechó además para devaluar también las principales categorías del pensamiento socialista.
Pero conceptos como los citados al inicio de estos apuntes no son patrimonio de una teoría cuya capacidad de influencia esté agotada. No son segmentos hueros extraídos de una "filosofía de citas" o "libro sagrado" (rojo, verde o de cualquier otro color), como quisieron calificar al pensamiento de la vanguardia socialista sus opositores, auxiliados en zonas de la izquierda por la apropiación dogmática u oportunista de la obra de ideólogos a quienes no se debe responsabilizar por el mal uso de sus contribuciones. Ellos no pretendieron que su palabra fuese un canon divino para presentar como incontestables las decisiones tomadas en su nombre, ni para anular en los demás el derecho y el deber de pensar con cabeza propia.
Conocer y definir acertadamente la sociedad que es, resulta indispensable para buscar con buen tino la que se quiere fundar. Si apremia conocer los recursos con que aún cuente el capitalismo para mantenerse a pesar de su naturaleza injusta, también urge conocer los errores cometidos en el intento de construir un modelo social justiciero. Asimismo, no menos imprescindible que estar alertas contra las malas herencias del pasado y contra todo cuanto se oponga al logro de la justicia social, es aprovechar el acervo teórico y práctico acumulado en la búsqueda de la equidad.
No es cuestión de retomar a pie juntillas, a manera de mandato divino y como si en el mundo no hubieran ocurrido cambios que desaconsejen ese afán, los aportes de pensadores que nos han precedido. Pero menos aún se trata de echar por la borda un legado en el cual también tiene su lugar el socialismo utópico. Hoy, ante la realidad que impera en el mundo, acaso lo más estimulante sean las buenas utopías, y una de las causas del agravamiento de la situación es que la razón moral no goza de prestigio ni pasa por elegante en tiempos ahítos de nociones positivistas y pragmáticas propias del capitalismo y estimuladas por él.
Dictaminar que el igualitarismo es inviable no tiene mayor gracia. No hace falta mucho esfuerzo para probar cuán injusto es que el delincuente y el vago se beneficien, igual que el trabajador honrado, del esfuerzo colectivo. Ello es particularmente injusto en una sociedad orientada al espíritu solidario y al bienestar general, no al beneficio de castas o sectores afortunados. Apenas se requiere del elemental y extraordinario sentido común para percibir que "la igualdad sin riberas" produce y almacena injusticia.
La injusticia así acumulada no afecta únicamente a los trabajadores y trabajadoras que se esfuerzan para cimentar el justo bienestar propio y contribuir al colectivo: afecta, sobre todo, al proyecto social mismo, que por ese camino se verá materialmente menguado y dañado en los valores éticos que deben cuidarse para hacerlo factible, o para que, al menos, perdure como esperanza viva. También es necesario distinguir entre el pensador, el dirigente o el luchador de fila honrados que señalen las inconveniencias del igualitarismo, y los oportunistas que aspiren a que las desigualdades se perpetúen, para ellos capitalizarlas.
Póngaseles los nombres que se les ponga, los afanes de plena justicia social deben encarar grandes retos, y vencerlos para tener éxito. El capitalismo, con sus herencias y reverberaciones feudales y esclavizantes -entre ellas, destacadamente, las hipotecas-, tiene en su haber la experiencia atesorada durante siglos, y la posibilidad de confiar su rumbo, en gran medida, a la inercia, la acometividad y las trampas del mercado. Afincado en técnicas empresariales ya probadas, parecería avalado científicamente; mientras que el pensamiento socialista, sometido a vicisitudes, se tendría como propio de ilusos.
El capitalismo goza, además, de un poderío publicitario colosal, con el que se edulcora a sí mismo para desautorizar o incluso satanizar a quienes lo combatan. Con sus recursos mediáticos todo lo manipula para generar falsas expectativas y distraer la atención de su esencia inicua, de los males que genera y de la crisis que lo acompaña desde su nacimiento: una crisis asociada a la concentración de las riquezas y los medios de producción en pocos propietarios, y a la condena de la mayoría de seres humanos y de pueblos a sufrir las desventajas en que ese desequilibrio los mantiene.
Los desbarajustes de estos días en Wall Street, que el genocida internacional George Bush intenta paliar con el sacrificio de los contribuyentes de la nación que él preside gracias a turbias elecciones, revelan una severa decadencia real, no imaginada por adversarios quiméricos. Pero aún el capitalismo cuenta con reservas para sobrevivir quién sabe por cuánto tiempo. Dispone de un botín engrosado a base de la explotación de trabajadores y el saqueo de pueblos, y tiene poderosos medios para favorecer que los afanes socialistas se tilden de irrealizables.
Auxiliado por la falta de alternativas visibles en un horizonte cercano, se erige como un modelo que puede "mejorarse", no sustituirse, aunque derroche capacidad criminal en distintas partes del mundo, y continúe medrando con el genocidio causado por las guerras, la pobreza de la mayoría y el deterioro global del medio ambiente. Sistema dominante, sus arcas reciben las ganancias generadas por el consumismo que él promueve como aspiración rectora para la humanidad, y con sus campañas publicitarias logra éxitos incluso entre las mayorías explotadas, cuyos ojos empaña el agobio cotidiano por la supervivencia.
Entre las grandes responsabilidades que implica la decisión de construir el socialismo, se halla la de procurar el mayor acierto posible en pos de la calidad misma de la obra de justicia intentada, y para no cosechar errores que le den armas al enemigo, que ya tiene las de su poderío y las que es capaz de inventarse. En el camino hacia esa meta es necesario a la vez saber que el igualitarismo es inviable e injusto, y no abandonar la búsqueda de la equidad justiciera. Tan altos propósitos deben lograrse o al menos intentarse por las vías de la persuasión y de una civilidad que supere las cotas de funcionamiento alcanzadas con las derrotas sucesivas del esclavismo y del feudalismo. La victoria sobre este último le aseguró el camino a una burguesía que representó un paso progresista comparada con las clases dominantes en aquellos otros sistemas opresivos, y que tuvo su momento revolucionario. Pero incluso entonces capitalizó el sacrificio de los humildes, a quienes utilizó en la defensa de sus intereses y pronto sometió a explotación, o siguió explotándolos.
Defender un proyecto revolucionario dirigido a construir el socialismo, algo que no se ha logrado aún plenamente en la faz de la tierra, es lo más complicado, meritorio y heroico que pueda acometerse hoy. Pasar por alto los grandes requerimientos que se le plantean sería causa de fracaso, o de una victoria demasiado manca para que pueda o merezca perdurar. Ni cabe esperar de todas las personas igual vocación de sacrificio, igual decisión de padecer estrecheces, ni es aconsejable contar con que la mayoría se resigne a sufrir carencias de duración indefinida. Menos aún si ella no se sabe debidamente acompañada en las penurias por quienes deben convocarla al sacrificio y guiarla en la lucha. A la vista están los resultados que tal inconsecuencia ha tenido en el mundo cuando junto con la palangana y el agua sucia del igualitarismo se ha botado la aspiración de la justa igualdad.
Otra cosa letal para el proyecto socialista sería confiarlo a medidas que pueden ser útiles y necesarias, pero que no resolverían los grandes problemas que afronta la mayoría. Sobre los hombros de esta última -más que sobre cualquier estructura o fuerza de dirección- se afirma un proyecto que necesariamente crea expectativas, pues se acomete para levantar, con el mayor esfuerzo común posible, el mayor bienestar común que pueda alcanzarse, no para frenarlo, ni para confundirlo con la opulencia o el consumismo. En ello se requiere la mejor aplicación de la creatividad individual y colectiva, sin abandonar la brújula de la justicia social.
En algunas circunstancias -ya locales, ya planetarias- será necesario priorizar objetivos estratégicos, y tal vez no se aprecie el valor de conceptos como los citados al inicio de este artículo para reclamar que no se les olvide. A los capitalistas les interesará, por ejemplo, que se magnifique la importancia de determinados sectores y no la que tienen las clases sociales. Así se aplacaría la noción de la necesidad de la lucha entre ellas, que puede tener diversos estadios y posibilidades en el enfrentamiento de la injusticia, a cuya raíz es necesario llegar. Los medios dominantes aplican el término radical a cualquier sujeto violento -real o supuestamente extremista o terrorista-, para favorecer que en la conciencia colectiva el afán justiciero se asocie al crimen, y evitar que la lucha contra el capitalismo, al cual ellos sirven, llegue a los cimientos del sistema.
José Martí, quien no fue por cierto un agitador de la hoy injustamente olvidada Primera Internacional, y a quien no correspondió dirigir una lucha que en primer plano lo fuera de clases, sostuvo que radical es quien va a la raíz de los problemas. Su claridad, por ejemplo, ante el conflicto "racial" que otros azuzaban, y manipulaban, fue sembradora en su lucha contra el viejo colonialismo y contra el imperialismo que entonces nacía. Frente a quienes hablaban de razas inferiores y razas superiores, negó la existencia misma de las razas y sostuvo la identidad universal del ser humano. Con esa perspectiva su pensamiento se expresó en juicios como el siguiente: "Y así se va, por la ciencia verdadera, a la equidad humana: mientras que lo otro es ir, por la ciencia superficial, a la justificación de la desigualdad, que en el gobierno de los hombres es la de la tiranía".
Mientras se autoacredita como el modelo democrático por excelencia, el capitalismo ejerce su tiranía económica, mayor hoy que en cualquier otro momento de la historia. Y no es casual que la Revolución Cubana reclame a Martí como su mentor, un guía cuyo legado no se agota en su patria inmediata, sino que vale para la patria mayor, la humanidad.
Ciencia superficial -o burda manipulación- sigue sirviendo para justificar desigualdades en un planeta donde el capitalismo campea por su irrespeto. Tanto para luchar contra el capitalismo como para defender los logros socialistas, será necesario aplicar una limpia orientación ética, y acometer los desentrañamientos requeridos por estos tiempos. En ese afán concurre la herencia de quienes durante siglos han abonado, incluso con utopías, con sueños dignos, el pensamiento justiciero, al margen de cuál haya sido su nombre. Lo otro sería someterse de rodillas a la ciencia superficial y, por ahí, al capitalismo "científico".

Luis Toledo Sande

No hay comentarios.: