sábado, agosto 07, 2010

El capitalismo incendia el mundo


La historia del capitalismo en España, Grecia, Indonesia, California -para qué se­guir- se re­pite en Rusia. Los 40 grados de temperatura alcanzados este ve­rano y el hecho de no haber llovido desde junio proporcionan la coartada perfecta, siempre, a los incendiarios, que actúan, siem­pre, al máximo nivel de eficacia y de impunidad en tales condiciones.
El capitalismo se las gasta así. Y cuando no es el capitalismo pro­piamente dicho son los que quieren vengarse del capitalismo. Y cuando no son los vengadores del capitalismo, son los vengadores del socialismo real. El caso es que Rusia luce un capitalismo de pri­mer nivel. Y el capitalismo va a por todas. No hace con­cesiones. Es un modelo perfecto para aparentar y para arrojar lujo a espuertas sobre la sociedad. El interés, el beneficio, las ganancias son sagra­das, y nadie ni nada puede detenerlos. Los miramientos con la natu­raleza de millones de seres humanos en el mundo, son inútiles ante la facilidad con que un puñado de personas puede acabar literal­mente con una región entera, con un estado entero, con un país entero. No hay controles, ni vigilancias, ni sensi­bilidad. Y cuando hay controles y vigilancias, son los propios con­troladores y vigilantes los que –otra vez- por venganza o por ganan­cia, comprados o locos, pueden calcinar un millón de hectáreas en un abrir y cerrar de ojos.
La pugna capitalismo-socialismo real está ganada de antemano por el primero. La prueba es que sólo tres países en todo el planeta se aferran a él y otro va desesperadamente tras él en América del Sur, que es tanto como decir tras la máxima inteligencia real posible y colectiva entre los seres humanos. La libertad gana, la libertad vende, la libertad promete felici­dad. Pero la libertad –la libertad que verdaderamente disfrutan una diezmilmillonésima de seres humanos en el planeta, el resto la pa­dece- devasta, la libertad arruina, la libertad conduce a este mundo miserable a una de las pestes bubónicas del siglo XXI: los incendios. La otra peste es el petróleo.
La pregunta sin respuesta es: entre la miseria, las hambrunas, los incendios, las guerras, las ocupaciones, las invasiones… y la cons­tante amenaza de una guerra total y final ¿quién puede aducir un solo argumento ante nuestros hijos y nuestros nietos para el opti­mismo, para la esperanza y para traer a su vez más hijos al mundo que no sean el optimismo y la esperanza de los necios?

Jaime Richart

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