domingo, agosto 22, 2010

La historia como arma (abierta y plural) de los movimientos sociales


Las ideas dominantes ya llevan incorporadas unas versiones de la historia en consonancia, pero no es este el caso del movimiento obrero y social, el de los derrotados. Los perdedores han de luchar por reivindicar su propia historia, la historia de los de abajo…
Se nos dice, y con razón, que conocer la historia nos facilita los medios para comprender el presente, lo cual es totalmente cierto, por ejemplo, sin asumir lo que significó la revolución francesa (con sus precedentes británicos, holandés y estadounidense), no se podrá entender la lucha por las libertades por parte del pueblo, y todas las aspiraciones que se abrían con las premisas de libertad, igualdad y fraternidad, todavía pendientes, y en ciertos aspectos, más pendientes que nunca ya que nos ha tocado vivir unos tiempos en el que las diferencias en las riquezas entre las naciones, y entre las clases, se han acentuado y se siguen acentuando con el mal llamado neoliberalismo, el último vestido del “gran dinero”.
Sin embargo, la historia propiamente no existe, es el tiempo pasado. Lo que sí existe son las interpretaciones de la historia, y en una sociedad basada en la lucha por la vida, y en la que la vida depende del beneficio logrado, del lugar que se ocupa, las interpretaciones dominantes se hacen según criterios establecidos por los que mandan. Así por citar un ejemplo, el Vaticano ha podido narra su papel en la colonización de América Latina poniendo en primer plano…a Fray Bartolomé de las Casas, cuando este fue una dolorosa excepción. Además, las interpretaciones dominantes cuentan con medios dominantes, de manera que las críticas las mistificaciones y manipulaciones quedan en los márgenes, sobre todo cuando no existe una posición que de soporte a las interpretaciones más veraces y honestas. Así, aunque existan como expresión de los avances sociales logrados en el tiempo, su difusión puede resultar perfectamente marginada en las librerías, reducidas a los especialistas, y sin apenas eco en los medias al servicio de los que mandan.
Se podría decir que hay una historia dominante que cuenta con todos los medios a favor comenzando por las escuelas, una historia que, por citar otro ejemplo, jamás “entrará” en la simbiosis que tuvo lugar entre las clases dominante y el franquismo, esto queda para los trabajos de especialistas que, por lo general, no llegan a los profanos, sobre todo cuando las clases sociales que tendrían que luchar por su propia historia están –por decirlo de alguna manera- desactivadas.
La resignación de las clases trabajadoras, como las de las mujeres, se apoya en una gran medida en la subestimación, en la creencia generalizada, impuesta por siglos de subyugación, de que los suyo es ser simplemente peatones de la historia, personas a la que les ha tocado padecer y sufrir porque “así es la vida”; sa subestimación es todavía más evidente en los emigrantes, que son poco más que subsaharianos, latinos o rumanos, y a veces hasta mucho más menos porque la reacción trabaja por ligar esta procedencia con la delincuencia. Todo esto sucede en un tiempo en el que las complejidades tanto del ayer como del presente, son cada vez más arduas, más inasequibles, y por lo tanto, más necesitadas de conocimiento y de debates que, desde abajo, solamente podrán ser colectivos y organizados. Y si lo que prima es el cada uno a la suya, todo se complica más todavía.
La reflexión sobre la historia social, sobre sus fundamentos y significados, deviene pues una tarea primordial del movimiento, Y si siempre lo fue porque no puede haber movimiento sin un relato propio de la historia, de una explicación fehaciente que coloca a los opresores en un lado y a los oprimidos en otros para así poder apostar por una nueva alternativa tanto parcial (mejoras concretas que demuestran que se puede avanzar) como general, que persiste en la idea de que otra historia es posible como lo demostrarían las grandes revoluciones democráticos-populares. Cada generación militante ha desarrollado sus propias interpretaciones de la historia, dando lugar a todo un bagaje que, empero, peligra cuando se hace estrecho, exclusivo. Cuando apuesta por imponer su propia historia en detrimento de otras escuelas e interpretaciones, y de hecho, no fue otra cosa lo que predomino en el antiguo movimiento obrero, del que ahora nos queda una memoria viva de grandes luchas, pero también de grandes derrotas. Evidentemente, el camino no ha sido tan fácil como se prometía, y en no poca medida, se trata de comenzar de nuevo.
En el combate por la historia de los de abajo, cada época demanda una particular interpretación del pasado para poder entender mejor el presente, y por lo tanto, no se puede apostar impunemente por reeditar la misma narración, sin introducir de principio la pluralidad, o sea la crítica del sectarismo y la unilateralidad, la crítica de una experiencias que hay que mirar desde todos los lugares posibles. Resulta desastroso insistir en una historia de buenos y malos, sobre todo cuando se rata de n movimiento amplio compuesto por una militancia que podía disputar criterios pero que, al final, iba a las mismas cárceles o moría ante el mismo pelotón. El movimiento obrero clásico tuvo tantas grandezas como carencias. Carencias estratégicas, por supuesto, y carencias de comprensión de realidades de primera importancia como lo pudo ser la situación de la mujer, la trabajadora en primer lugar, pero no solo…Carencias en su tratamiento de las demás escuelas, con tendencias fatales a conformar un programa desde su exclusividad.
Ni que decir tiene, después de todo lo que ha caído, no podemos miar la historia desde los antiguos puntos de mira, por muy necesarios que esos sean como punto de partida. Así, cuando se habla de las grandes batallas proletarias, parece elemental reconocer que estas no se dieron por igual por arriba que por abajo. Esto me parece fuera de cuestión en casos como la CNT durante la crisis de los años trena, o por los comunistas contra el franquismo, y en cada caso se trata de hilar las obligadas distinciones. Por lo mismo, las preguntas que ahora nos hacemos sobre el ayer no pueden se las mismas que se formularon nuestros pares y abuelos. Tampoco serán iguales a las que se planteen nuestros hijos, aunque solo sea porque la historia tiene un curso cada vez más acelerado.
Por lo tanto, la narración histórica no puede ser hoy tan esquemática como lo pudo ser un siglo. Entonces, la mayoría trabajadora era casi totalmente analfabeta y la divulgación de los conocimientos se producía convirtiendo la organización en una escuela primaria. Esto explica también un grado de identificación con dicha organización –sindicato o partido-, que tendía a resultar generalmente entusiasta, muy poco crítica. Dicha historia, en su base primordial, comunitaria, se desarrollaba siguiendo una ancestral tradición oral y como apoyo a tradiciones populares que, no por ello dejaban de ser jerárquicas y patriarcales, no hay más que darse una vuelta sobre la tradición bíblica. Luego, cuando sucedía un desastre provocado quizás por esta organización, sus militantes podían sentirse mal, pero no lo criticaban. Incluso preferían abandonarla antes que desmentirla, y desautorizar a unos dirigentes que no había aprendido a cuestionar. Hoy, la batalla por la historia social ha de tener otras dimensiones, comenzando por el hecho elemental de que hay que luchar por ella en la misma escuela primaria, y en todos los escalones del sistema escolar.
Con el desarrollo del movimiento obrero, la enseñanza de la historia social se convirtió en un elemento básico de socialización, lo que también obligó a los poderes públicos a darle toda la importancia que requería su propia interpretación, de ahí que los movimientos contrarrevolucionarios tuvieron tanto interés en imponer una “historia sagrada” basada en el esquema de la nación como una familia medieval en la que un dictador mantenía la disciplina…
También ha de resultar evidente que la historia social no puede ser como las historias oficiales. No pueden ser una narración cerrada en una interpretación cerrada. Un instrumento de adoctrinamiento con la que tal escuela justifica su mensaje incuestionable desde el cual descalifica los demás. Esto significa un empobrecimiento que esconde una enfermedad, una opción milenarista y excluyente que convierte al otro en un revisionista y/o un traidor, y todo por una sentencia sumaria que o requiere mayor fundamento que la fe de quien lo proclama. La gran enfermedad del oportunismo ha sido devastadora para el movimiento obrero, pero los que lo denunciaron trataron de entender antes sus “razones objetivas” que reducirlas a una vocación de maldad por parte de sus practicantes. De otra manera, habría que poner cara de perro a movimientos sociales que se han beneficiado del colonialismo, y lo que se trata no es de cambiarlos, de convencerlos. Pero el sectarismo, también ha sido una auténtica epidemia, y lo sigue siendo. Aterra leer opiniones que bajo el taje de marxismo, el comunismo, el anarquismo o el trotskismo, parecen variaciones de la verdad revelada, que sus autores estuvieran iluminados por la Biblia. El colmo es cuando desde la misma escuela, la reafirmación de unos “principios” que se tienen como si fuesen propiedad privada, obliga descalificar a los que no piensan igual…
No es otro el virus que permite que hayan tantos comunismos, tantos anarquismos, tantos trotskismos, algunos de los cuales se distinguen ante todo por el afán de descalificación de los “revisionistas”. Todo en nombre de la única interpretación legítima de la historia

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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