jueves, octubre 03, 2013

Las armas secretas de Israel

Nucleares, biológicas y químicas (NBC)

Durante años, Siria y Egipto se negaron a abandonar sus armas químicas al enfrentar a un vecino amenazante, Israel, que desarrolla armas muy sofisticadas, aparte de armas biológicas y nucleares. No obstante, mientras Siria se ha unido a la Organización por la Prohibición de Armas Químicas, vamos a considerar las actividades israelíes.
Los inspectores de las Naciones Unidas que controlan las armas químicas en Siria tendrán mucho que hacer si los envían a monitorear las armas nucleares, biológicas y químicas (NBC) de Israel.
Pero según las reglas del “derecho internacional”, no lo pueden hacer. Israel no ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear, ni la Convención de Prohibición de Armas Biológicas, y ha firmado, pero no ratificado, la Convención de Prohibición de Armas Químicas.
Según Jane’s Defense Weekly, Israel –la única potencia nuclear de Medio Oriente- tiene entre 100 y 300 ojivas nucleares y sus vectores adecuados (misiles balísticos y crucero y cazabombarderos). Según cálculos de SIPRI, Israel ha producido entre 690 y 950 kg de plutonio y sigue produciendo todo lo necesario para producir entre 10 y 15 bombas del tipo de Nagasaki por año.
También produce tritio, un gas radiactivo con el cual se hacen ojivas de neutrones, que causan poca contaminación radiactiva pero mayor mortalidad. Según diversos informes internacionales, también citados por el periódico israelí Ha’aretz, se desarrollan armas biológicas y químicas en el Instituto de Investigación Biológica, ubicado en Ness-Ziona, cerca de Tel Aviv. Oficialmente, 160 científicos y 170 técnicos forman parte del personal, que durante cinco décadas ha realizado investigación en biología, química, bioquímica, biotecnología, farmacología, física y otras disciplinas científicas. El Instituto, junto al centro nuclear Dimona, es “una de las instituciones más secretas de Israel” bajo jurisdicción directa del Primer Ministro. El mayor secreto rodea la investigación en armas biológicas, bacterias y virus que se propagan entre el enemigo y pueden provocar epidemias. Entre ellas, la bacteria de la plaga bubónica (la “muerte negra” de la Edad Media) y el virus Ebola, contagioso y letal, para el cual no existe tratamiento.
Con la biotecnología se pueden producir nuevos tipos de patógenos que la población objetivo no puede resistir, al no tener la vacuna específica. También existe fuerte evidencia de investigación para desarrollar armas biológicas que pueden destruir el sistema inmunológico humano. Oficialmente el Instituto israelí realiza investigación en vacunas contra bacterias y virus como el ántrax, financiada por el Pentágono, pero es obvio que pueden desarrollar nuevos patógenos para uso bélico.
El mismo expediente se utiliza en EE.UU. y en otros países para soslayar las convenciones que prohíben armas biológicas y químicas. En Israel el secreto fue parcialmente roto por la investigación relizada, con la ayuda de científicos, por el periodista holandés Karel Knip. También se ha revelado que las sustancias tóxicas desarrolladas por el Instituto han sido utilizadas por el Mossad para asesinar a dirigentes palestinos. Evidencia médica indica que en Gaza y el Líbano, fuerzas israelíes usaron armas de un nuevo diseño: dejan el cuerpo intacto por afuera, pero al penetrar, desvitalizan tejidos, carbonizan el hígado y los huesos y coagulan la sangre. Esto es posible con nanotecnología, la tecnología que produce estructuras microscópicas construyéndolas átomo por átomo.
Italia también participa en el desarrollo de esas armas, vinculada a Israel por un acuerdo de cooperación militar, y al ser su socio europeo número uno en investigación y desarrollo. En la última Ley de Finanzas, Italia suministró una asignación anual de 3 millones de euros para proyectos de investigación conjunta italiana-israelí. Como indicó en su última información Farnesina (Ministerio Italiano de Asuntos Exteriores) “nuevos enfoques para combatir patógenos resistentes al tratamiento”.
De esta manera el Instituto de Investigación Biológica israelí podría producir patógenos aún más resistentes.

Manlio Dinucci
Global Research/Il Manifesto

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